El Telegrafo <www.telegrafo.com.ec>
25 julio 2013
Si los fuegos artificiales del siglo XXI no nos engañan, en medio de la fanfarria de anunciar el nacimiento de un futuro rey inglés y la visita del papa Francisco a Brasil, es que estamos asistiendo, sobre todo, al debut definitivo del sucesor mediático de Juan Pablo II. Por fin apareció un pontífice que encarna un estilo distinto y, de paso, dispensa un baño de popularidad a la Iglesia católica. Por fin el mundo tiene un santo padre argentino, que es como decir: por fin la madre tierra tiene un papa populista. A lo anterior abona el hecho de que su gracia y su palabra gozan de una vitrina permanente en los medios, y los periodistas –de cualquier lar- han devenido en intérpretes seguros de su sendero pastoril; amén de un analista internacional de CNN que dijo muy suelto de huesos que el papa Francisco no tiene -ni de lejos- el gran nivel intelectual de Joseph Ratzinger… pero tiene carisma.
Pues bien, el donaire y el carisma se han convertido en elementos de un estilo abierto y dicharachero que opaca o deja de lado el tristísimo peso histórico que el catolicismo institucional no se cansa de esconder. Así, los intérpretes de la actual misión papal coinciden en señalar que Francisco pregona un “evangelio social” salido precisamente de las entrañas latinoamericanas, y que su influjo puede cambiar los parámetros de la iglesia tradicional. Incluso, dicen, una personalidad con semejantes rasgos de simpatía es el vehículo idóneo para refrescar los postulados católicos menos confusos de su corpus teológico.
Sin embargo habrá que recordar que esa soltura es ajena a las corrientes que todavía piden, como en el siglo XIX en América, la separación de iglesia y Estado. O sea: si algo saben los exégetas más entusiastas de Bergoglio, es que la distancia o ausencia de Estado en la vida social-privada ha de ser sucedida por la proverbial fe católica, y, allí, como es obvio, cabe justificar su radical oposición al aborto terapéutico y al matrimonio igualitario. Tal oposición da cuenta, además, de por qué la mujer sigue siendo, a ojos de la iglesia, un templo para pecar en unos casos, y un templo (sagrado) para reproducir la especie, en otros. Pero su libertad sigue siendo zona de sentencias.
Por supuesto, la sucesión de Francisco por Juan Pablo II –con el interruptus Benedicto XVI- no solo se sustenta en las luces mediáticas colocadas por doquier. No. Más bien alude al papel que tendrá Bergoglio en la comprensión de las sociedades modernas; porque aparte de juguetear con el Twitter, su santidad no alcanza a percibir y dilucidar la dialéctica de las necesidades vitales de las generaciones de hoy, por ejemplo, y que están intrínsecamente ligadas a una visión muy práctica de la vida y, también, por qué negarlo, al desprecio que les genera la hipocresía de tantos sacerdotes en tantas partes del orbe.
Esa escasa comprensión de unas exigencias sociales complejas, que no siempre se relacionan con el hambre o la precariedad espiritual de las masas, tal como se lo observa en Brasil, vuelve inasible el alegato del papa Bergoglio sobre la fe católica… aunque él tenga ahora una versión populistamente conservadora de los usos y hábitos eclesiales en el siglo XXI.
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México, DF, 25 de julio de 2013.