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domingo, diciembre 22, 2024

SAMUEL FARBER Y LA CRÍTICA SOCIALISTA DE LA REALIDAD CUBANA. por Armando Chaguaceda

SAMUEL FARBER Y LA CRÍTICA SOCIALISTA DE LA REALIDAD CUBANA

entrevista al historiador y politólogo Samuel Farber, autor de Cuba Since the Revolution of 1959. A Critical Assessment
Armando Chaguaceda, México DF. Cubaencuentro. <www.cubaencuentro.com>
Poca gente logra mantener, a lo largo de su vida, un sano compromiso político que combine la fidelidad a ciertos principios éticos o ideológicos, el destierro de los dogmas, y el cultivo de la capacidad para leer —sin anteojeras— la realidad. Samuel Farber es una de estas personas. Historiador y politólogo, profesor universitario y militante socialista, Sam es una voz autorizada para comprender —desde un marxismo crítico— la realidad económica, cultural y sociopolítica de la Cuba posterior a 1959 y otear, con mapa preciso de actores y escenarios, la del futuro. Ha ejercido su derecho a la voz para, dentro y fuera de la Isla, defender activistas sociales y denunciar represiones políticas.
Ahora que su nueva obra, Cuba Since the Revolution of 1959. A Critical Assessment, ha sido acogida con éxito y polémica en variados foros académicos y culturales de EEUU, Samuel Farber accede a compartir sus opiniones con los lectores de CUBAENCUENTRO.

En tu libro haces hincapié en la capacidad de acción del liderazgo cubano para elegir los rumbos del proceso y construir un modelo afín al soviético, sin que esta elección fuese una mera derivación del acoso imperialista, o los conflictos internos. ¿Pudieras ahondar en las causas y consecuencias al respecto?

Samuel Farber (SF): A raíz de la Ley de Reforma Agraria de mayo de 1959, Washington decidió que era necesario derrocar al Gobierno revolucionario de Fidel Castro. Los preparativos para lograr esa meta a través de la violencia armada comenzaron a finales de dicho año y cuajaron en un plan sistemático de acción encubierta en marzo de 1960. Pretender que EEUU decidió derrocar a Fidel Castro porque éste se convirtió en un dictador es risible, dado el apoyo que el imperialismo norteamericano ha brindado a todo tipo de dictadores y a las masacres de cientos de miles de personas, como ocurrió en las campañas anti-comunistas en Indonesia en la década de los sesenta. El Gobierno norteamericano también ha apoyado a regímenes comunistas cuando le ha convenido, como en el caso de la Yugoslavia de Tito después que este rompió con Stalin a finales de los cuarenta. Lo que determinó la política norteamericana hacia la Isla fue que Estados Unidos no pudo permitir que uno de los países latinoamericanos bajo su control económico y político, especialmente uno tan cercano como Cuba, se “saliera del plato” y actuara como un estado verdaderamente soberano e independiente.
También es sumamente ingenuo pensar, a la usanza de muchos liberales norteamericanos, que el Gobierno revolucionario adoptó el comunismo porque la política norteamericana lo “forzó” a ir en esa dirección. Eso presume que los líderes revolucionarios no tenían ideas políticas propias y que sus mentes habían sido, en términos de ideología política, una tabula rasa. De hecho, durante 1959 hubo una lucha ideológica dentro del Gobierno revolucionario entre los liberales como Roberto Agramonte y Elena Mederos, los antiimperialistas radicales como David Salvador, Faustino Pérez y Marcelo Fernández, y el ala procomunista encabezada por Ernesto “Che” Guevara y Raúl Castro, aliados en aquel momento con el PSP (Partido Socialista Popular) de los viejos estalinistas cubanos. La creciente y abierta hostilidad norteamericana contribuyó significativamente a la victoria de la tendencia procomunista, pero eso no quiere decir que Washington fue quien determinó los propósitos e ideas del liderazgo revolucionario. Estos líderes tenían su propia visión política de la realidad que determinó lo que ellos consideraron como las respuestas apropiadas al peligro del Norte, y especialmente a lo que ellos vieron como la forma óptima de organización social y política. En fin, como Ernesto “Che” Guevara declaró al semanario francés L’Express el 25 de julio de 1963, “nuestro compromiso con el bloque del Este de Europa fue cincuenta por ciento el fruto de presiones externas y cincuenta por ciento el resultado de nuestra libre opción”.
Al describir el sistema político cubano expones su prolongada apuesta por una movilización y participación carentes de control democrático y el rol limitado que se asigna al Poder Popular en la toma de decisiones. A partir de semejante legado político institucional, ¿cuales serian los elementos a tener en cuenta (como aporte o error) para una eventual reforma socialista democrática del orden vigente en la Isla?
SF: Quizás la contribución más importante que el régimen cubano ha hecho a la historia del comunismo en el poder ha sido su énfasis en la participación y movilización de la gente, especialmente durante el largo período que Fidel Castro estuvo a la cabeza del Gobierno. Sin embargo, es imprescindible distinguir entre la participación y el control democrático. Todo tipo de participación que carece de control popular democrático —lo que necesariamente incluye el debate libre y la libertad para organizarse políticamente— es inevitablemente una forma de manipulación. Si tomamos el famoso lema del movimiento de 1968 en Francia, “nosotros participamos, ustedes participan, ellos lucran” y cambiamos la palabra “lucran” por “mandan”, obtendremos el slogan perfecto que describe a Cuba desde el establecimiento del pensamiento único.
Los métodos utilizados durante el período previo al VI Congreso del Partido Comunista, que tuvo lugar en abril de 2011, son un ejemplo ilustrativo del asunto en cuestión. Como sabemos, el PCC organizó cientos de reuniones a través del país para que la gente formulara sus quejas y sugerencias. Al analizar estas reuniones veremos que fueron eventos de gente atomizada por el poder del partido: no tenían contacto con gente que asistía a reuniones similares en otros lugares, y mucho menos tenían la posibilidad de organizarse independientemente entre ellos para formular e impulsar sus propias demandas. De las miles de opiniones que obtuvieron, los lideres comunistas fueron los que escogieron las que ellos consideraron útiles y apropiadas en las reuniones de la cima gubernamental, celebradas el 19 y 20 de marzo del 2011, un mes antes del sexto congreso. Estos métodos se asemejan a los que utilizan las grandes empresas capitalistas, especialmente aquellas donde no hay sindicato ni convenio colectivo de trabajo, donde los capitalistas recurren a métodos “consultativos” como, por ejemplo, el buzón de quejas y sugerencias donde los patronos escogen lo que ellos consideran conveniente para aumentar las ganancias, mantener la “paz social” y prevenir la entrada de un sindicato auténtico, lo cual significaría la organización independiente de los trabajadores. Por estos motivos considero que cualquier reforma política auténtica del sistema imperante en la Isla debe comenzar por abrir espacios independientes para la auto-organización de la gente fuera del control del partido y de las llamadas organizaciones de masas, para oponerse a todas estas en cada ocasión que sea necesario. Pero esto no va a ocurrir con el beneplácito de los que están en el poder; tendrá que ser un cambio impuesto por la presión popular desde abajo.
Dentro de los capítulos de la obra, criticas en varias ocasiones la existencia tanto de un “turismo revolucionario” como de cierto relativismo político y cultural (sustentado en una retórica sofisticada) con que simpatizantes foráneos del Gobierno cubano buscan interpretar y justificar sus acciones. ¿Cuáles serían, a tu juicio, la “salud” y el impacto de semejantes posturas dentro del actual debate en torno a la realidad cubana? ¿Cómo se relacionan con las proyecciones de un reformismo oficial (de académicos de la Isla o vinculados a su Gobierno) aparentemente más interesado en acompañar los cambios promercado que una redefinición de la justicia social o las políticas de participación?
SF: El “turista de la revolución”, tan bien analizado por el escritor alemán Hans Magnus Enzesberger en su libro sobre la “industria de la conciencia”, es a veces un idealista bien intencionado, otras veces un descarado al que le gusta disfrutar de unas vacaciones tropicales gratis, y a veces, en lugares como Estados Unidos —donde la izquierda ha sido históricamente débil— es gente que siente que políticamente es un cero a la izquierda en su propio país, pero a las que el Gobierno cubano halaga y la hace sentirse importante. En la mayoría de los casos es el erario del Estado cubano, extraído del trabajo del pueblo, el que costea la mayor parte de los gastos de esas visitas. El “relativismo” de ese turista no es el relativismo cultural de antropólogos como Franz Boas —un esfuerzo serio y erudito para entender culturas ajenas, aun cuando a veces lo consideremos equivocado— sino un recurso retórico barato para justificar lo injustificable que con mucha frecuencia demuestra una increíble ignorancia de la sociedad cubana. Durante la investigación para mi libro más reciente descubrí un artículo de la ensayista Susan Sontag, publicado por la revista norteamericana Ramparts en abril de 1969 (Some Thought on the Right Way (For Us) to Love the Cuban Revolution), donde afirmaba, entre otras barbaridades, que muy poca gente sabía leer y escribir en la Cuba prerrevolucionaria. Obviamente, la señora Sontag desconocía la prensa cubana y la circulación masiva y la gran influencia política que revistas como Bohemia habían tenido en el pueblo cubano antes de 1959.

Pero ha habido “turistas” que se han rebelado contra sus anfitriones del Estado cubano. El infame caso de la “confesión” del poeta Heberto Padilla en el 1971 provocó la denuncia indignada de la misma Sontag así como de Jean Paul Sartre y Simone de Beauvoir, entre otros intelectuales y artistas. La condena de los 75 disidentes y la ejecución de tres jóvenes negros que trataron de apoderarse de una lancha para huir del país en 2003 destapó una ola de críticas muy fuertes al régimen a través de todo el mundo, incluyendo las de José Saramago, Premio Nobel de Literatura, y las de Eduardo Galeano, el conocido escritor uruguayo, aunque estos se reconciliaron con el Gobierno cubano más adelante. Es justo notar que ni el uno ni el otro repudiaron sus protestas de 2003.

Ahora estamos presenciando —y esto es mucho más importante— lo que quizás sea el principio del fin del “turista de la revolución” y el comienzo de otro tipo muy diferente de “turista de la transición”. Carlos Saladrigas, un capitalista cubano de la Florida y líder del Cuba Study Group, que aglutina a un número de cubanoamericanos acaudalados, visitó recientemente la Isla y anunció su disposición de invertir en Cuba a condición de que el Gobierno cubano instituyera una serie de cambios legales los que, por cierto, son concebibles en la Cuba de hoy. La Universidad Católica San Antonio de Murcia (UCAM), en cooperación con la Iglesia Católica cubana, ha establecido un programa de Administración de Negocios en la capital. Ya hay economistas de la Isla que se pronuncian a favor de la “economía de mercado” (sin llamarla por ese nombre) y del modelo sino-vietnamita. Ellos son parte de un tráfico universitario con universidades extranjeras que incluye a académicos del Norte que son parte del nuevo “turismo de la transición”. Es importante notar de paso el papel que juegan los comunistas liberales y reformistas de la Isla. Ninguna de las ideas y temáticas que ellos exponen —especialmente aquellas en que se hacen cómplices y guardan silencio sobre la ausencia de democracia política y económica— obstaculiza de manera alguna el establecimiento de un sistema tipo sino-vietnamita en Cuba. Dadas estas tendencias, me pregunto cuántos años faltan hasta que lleguen a la Isla misiones del Fondo Monetario Internacional, o una nueva “misión Truslow” con un Informe sobre Cuba del Banco Mundial, quizás en 2021, setenta años después del original de mediados del siglo veinte.
Una de las posturas que te distinguen de otros analistas es que logras mantener, con igual vehemencia que la denuncia a las deformaciones estalinistas implantadas en nombre del socialismo, una condena a la política de embargo/bloqueo mantenida por sucesivas Administraciones estadounidenses contra la nación y pueblo cubanos. ¿Pudieras fundamentar, de forma concreta, tu postura respecto a esta última?

SF: Como dije anteriormente, la política exterior de Estados Unidos no está defendiendo la democracia o los derechos humanos en Cuba o en cualquier otra parte del mundo. Desde ese punto de vista, el bloqueo económico de la Isla es simplemente el instrumento principal de esa política para doblegar al Gobierno cubano a costa del bienestar del pueblo en general. Estados Unidos no tiene el derecho de imponer su sistema económico y socio-político sobre otros países. Esto no tiene nada que ver con que el régimen cubano merezca apoyo o no. Es el pueblo cubano el que debe decidir soberanamente, sin presiones de potencias extranjeras, el orden económico y político de su sociedad. Al mismo tiempo, dado el peso aplastante del Leviatán cubano, es muy positivo que organizaciones internacionales auténticamente independientes de cualquier gobierno extranjero y con autoridad moral y credibilidad política, como Amnistía Internacional, defiendan desinteresadamente los derechos humanos denunciando las numerosas violaciones que el régimen ha cometido a través de muchas décadas.
Es también cierto que desde un punto de vista puramente pragmático, el bloqueo ha sido un fracaso total. Además, le ha permitido al régimen cubano pretender por muchos años que los problemas económicos en la Isla han sido mayor, o exclusivamente, el producto de la hostilidad norteamericana. A través de esa maniobra ideológica, el Gobierno ha tratado de ocultar que su sistema burocrático y centralizado ha sido un verdadero desastre económico, lo que creo demostrar en mi nuevo libro, Cuba Since the Revolution of 1959. A Critical Assessment, basado en gran parte en numerosos ejemplos publicados en la misma prensa cubana. En la esfera política, el bloqueo norteamericano le ha facilitado al Gobierno recurrir a la “unidad monolítica” como un requisito para la defensa contra la agresión extranjera. Esta se ha convertido en la principal justificación ideológica del sistema una vez que el “socialismo” de tipo soviético se vino abajo en medio de un desprestigio político e ideológico total.

Es muy dudoso que el régimen pueda sostener su cohesión interna y legitimidad política si Estados Unidos eliminara el bloqueo inmediata e incondicionalmente, como yo creo que debe hacerlo. Sin embargo, hay un enfoque muy influyente que favorece la reducción gradual del bloqueo pero solamente a cambio de concesiones políticas del Gobierno cubano. Ese enfoque ha tenido poco impacto en la realidad —por ejemplo, la reciente liberación de presos políticos negociada por la Iglesia católica y los Gobiernos de Cuba y España tuvieron poco o nada que ver con la liberalización de los viajes y remesas a Cuba decretadas por Obama en 2009. Y cuando lo analizamos a fondo, vemos que muchas de las premisas implícitas del supuesto intercambio son muy perniciosas. Una buena parte de la prensa liberal norteamericana así como muchos disidentes “moderados” mantienen que la abolición del bloqueo debe depender de las acciones liberalizadoras y democratizadoras del Gobierno cubano. La contraparte de esta noción es la idea proclamada por muchos de los apologistas del régimen cubano que cualquier liberalización o democratización en Cuba debe depender de la eliminación del bloqueo. La lógica política de ambos enfoques implícitamente excluye la noción de la acción unilateral por cada uno de los gobiernos. La premisa de las acciones unilaterales que propongo es que el bloqueo debe ser eliminado porque, en primer lugar, no tiene justificación moral o política y, en segundo lugar, porque no funciona. Este imperativo político, moral y práctico no tiene por qué depender de lo que haga o no haga el Gobierno cubano. Por otra parte, son los cubanos, apoyados por organizaciones internacionales verdaderamente independientes, los que tienen todo el derecho a protestar, movilizarse y demandar cambios democráticos en la Isla independientemente de lo que haga o no haga Washington.

En la Introducción de tu libro —en lo que considero una expresión de honestidad y compromisos poco comunes— señalas el deseo de que la reflexión política e histórica que desarrollas pueda apoyar a las nuevas voces emergentes que en Cuba promueven un socialismo democrático. ¿Pudieras dar tu opinión sobre los desafíos que ves para estos actores y el valor que pueden tener en un escenario de cambios en la Isla?

SF: La mejor cosa que ha ocurrido en Cuba en los últimos años es el brote de una nueva izquierda que aboga por una auténtica democratización de la sociedad sin contubernios con el fetiche del mercado —es notable la similitud estructural del dogmatismo neoliberal con el dogmatismo estalinista— y mucho menos con la Sección de Intereses de Estados Unidos. Esta nueva izquierda todavía involucra a relativamente poca gente y es débil. Pero esa debilidad puede ser ventajosa si facilita la reflexión y clarificación política.
En un artículo reciente en Havana Times (“Balbucea la nueva izquierda cubana”, 11 de enero de 2012), Erasmo Calzadilla identifica las varias razones por las que la nueva izquierda no constituye una alternativa política al régimen cubano. No creo que ese sea el problema principal que esa izquierda confronta hoy por hoy. Mucho más importante es que se oriente hacia los problemas que confrontan los cubanos de a pie (de hecho muchos artículos publicados en HT reflejan ese interés). Para la izquierda en la Isla, la tarea inmediata no es contender por el poder central sino encontrar la manera de alentar la resistencia a muchos de los cambios que acabarán por aumentar la pobreza y vulnerabilidad de la gente, como la pérdida de prestaciones sociales y el desempleo masivo. Comprendo que la conciencia de la nueva izquierda tiene, como la describe Calzadilla, “mucho de ambientalista, de Queer, de buena onda solidaria (también con las especies), de religiosidad panteista.” Pero considero que si la nueva izquierda se limita a esas preocupaciones se volvería irrelevante a lo que se avecina en la Isla. La política, como la naturaleza, aborrece el vacío, y si una nueva izquierda revolucionaria y democrática no responde a la crisis y necesidades populares de la transición, fuerzas nefastas, como se ha visto en muchas otras partes del mundo, ocuparán ese espacio político para promover sus propósitos.

A medida que el Gobierno elimina el subsidio universal y lo limita a los más pobres, es muy posible que estos últimos acaben siendo estigmatizados como ocurrió en Estados Unidos con los recipientes de asistencia social o welfare. Como un gran número de los pobres, y probablemente la gran mayoría de los empleados públicos desplazados que no van a conseguir nuevos empleos van a ser negros y mulatos, esta situación va a acabar por crear un aumento significativo del racismo. La transición que se avecina en Cuba también va a causar una división entre los trabajadores de los sectores “ganadores” de la economía (turismo, industrias extractivas como el níquel), y los de los sectores “perdedores” (empleados públicos, la manufactura “no competitiva”). Qué mejor tarea para la nueva izquierda que tratar de fomentar la unidad de ambos sectores a través de la defensa concreta de los intereses de todos. Un sindicalismo —que probablemente tendría que ser clandestino— basado entre los “ganadores” que defendiera también los intereses de los trabajadores en los sectores económicos “perdedores”, fortalecería la unidad entre estos y aquellos y de esta manera aumentaría el poder político de los sindicatos y el potencial para la transformación social y política del país.

También existe en la Isla una crítica principalmente de tipo cultural que le es aceptable a los elementos menos cavernícolas del régimen porque en realidad no representa ninguna amenaza para el control político del Gobierno. Esa tendencia es visible en muchas de las actividades patrocinadas por Mariela Castro y CENESEX que, aunque puedan tener un valor positivo, también pueden desviar la atención de la acción política necesaria para, por ejemplo, protestar y confrontar la brutalidad policíal contra los gays y travestis.
A pesar del desprestigio que las ideas del socialismo han sufrido por las acciones del Gobierno, creo que hay un izquierdismo latente en muchos cubanos que se dan cuenta, por lo menos intuitivamente, que los valores de igualdad y solidaridad son críticos para una vida digna y decente. No es necesario sacrificarse ni a los fetiches del mercado y al individualismo de “sálvese quien pueda” y “la peste el último”, ni al fetiche de la “unidad monolítica” del partido único.

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