09 abril 2014
Qué bien le ha hecho a A. Barrera la derrota electoral.
No sólo que sus discursos de fin de campaña, cuando ya se sabía de la derrota, lograron recuperar votantes ya perdidos para él, sino porque sus posturas postelectorales indican que nace un político con sentido de responsabilidad pública, más allá de pertenecer a un bando u otro. Hay ahora innumeres voces que encuentran al alcalde que querían y que lo aprecian ahora aunque ya no votaron por él.
Al fin alguien de AP que dice verdades aunque molesten al presidente sobre el juego político y el sistema que ha impuesto. Ya era hora que la izquierda recupere algo del sentido de la palabra propositiva por encima del sistema de propaganda reinante. La sociedad gana con el debate y desde luego redunda en AP para los que construir organización o partido importa. Algo más sustantivo aún, Barrera ha sido autocrítico no en un sentido del creyente religioso que reconoce un pecado e invoca su condición humana para que las divinidades y no la persona asuma las consecuencias o enmiende, sino que ha sido autocrítico de una política inconveniente de la que ha sido parte y ejecutor. Ello más allá de reducir la derrota a un error de campaña electoral o al arte sino al poder del contendor.
La noche misma de su derrota, Barrera ganó medallas públicas al reconocer su derrota con sentido democrático, de asumir generosamente sus responsabilidades en ella y de inmediato volcar sus ánimos a construir una transición que dejaba en el pasado la disputa polarizante de la campaña electoral. Más aún, de haber actuado con este sentido crítico, de independencia de criterios y asumiendo lo que representar a la ciudad implicaba, lograba encarnar a la ciudad, y a lo mejor habría seguido siendo el alcalde. Para el coro de AP estas posiciones indicarían que el pluralismo era no sólo útil postelecciones sino que sería mejor asumirlo a tiempo completo. Pues el gran error y la gran derrotada fue la visión centralista y centralizadora que predomina en el gobierno y que sin juicio de inventario la adoptaron los militantes, de izquierda sobre todo, en AP. Lo mismo vale insistir sobre el sistema de propaganda, convertido en verdad y fin de todo, que articula todo el que hacer político actual, al punto que deberíamos llamarlo el Estado de propaganda.
La propaganda presidencial no fue sólo un error al seguir haciendo la campaña presidencial en la campaña de elecciones seccionales, y vender lo que se consideraban éxitos gubernamentales, sino al pretender que un municipio exitoso sería el que colaboraría con el gobierno, y no lo contrario, pues en el primer caso el sentido de su acción lo define el gobierno central. Se revela de este modo la ausencia de un sentido pluralista y el abandono del derecho a la diferencia que fue, al nacimiento de AP, el discurso justificador de su constitución, y que ahora es un arqueológico recuerdo de lo que ya parece un tan lejano pasado, enterrado por los avatares de la pasión política por construir un no-partido, un sistema de caudillo. Esta negación de sí, de sus ideas y principios, a favor de poner todo en la balanza de ganar y concentrar poder personalizado, en lugar de construir proyecto y organización con la sociedad, tiene su costo y su precio; que frágil resulta todo ello cuando se desmorona la credibilidad construida mas por propaganda que por hechos.
El extremo de este sistema es lo que patéticamente nos muestra Venezuela con un Maduro centrado en construir culpables en complots y no en rectificar políticas. Este sistema lleva a desconocer la realidad y vivir de sus propias proyecciones, pues muy religiosamente sus artífices se autoconvencieron que un hipotético proyecto era el bueno, un paraíso, y merecía todo incluido impedir la rotación. Esta, en cambio, obliga a pensar en tiempos y relación con la sociedad, verse eternos obnubila y enceguece a cualquiera. No hay que perderse mucho para saber que centrarse en sí mismo es perder la realidad. La ventaja de la democracia, en cualquier mínimo criterio, es precisamente la alternancia y la competencia de proyectos, que obliga a los partidos a constantes adaptaciones, cambios y renovadas proyecciones; a la postre a construir políticas públicas para que la continuidad pueda darse, lo cual de seguro no se hace con imposición o con la moderna manipulación. En democracia no hay insustituibles, sino exigencia de construir organización. La izquierda del Cono Sur aprendió esto hace mucho y no pierde el tiempo en la pretensión de eternizarse, sino de construir proyecto con la sociedad y de saber que la rotación no le hace mal, es necesaria para su propia causa.