A trece días de la Consulta
A DIESTRA Y SINIESTRA…
Carol Murillo Ruiz
Me temo que la campaña está tocando fondo justo antes de la semana final. Y me temo que ese fondo está supeditado a imponderables que más tienen que ver con las dúctiles subjetividades de la gente que con razones políticas de peso. Si el proceso que encabeza Rafael Correa empezó como una recuperación de la política en su sentido casi clásico de servicio público y reconversión de valores sociales –otrora subsumidos a los vicios de los viejos intereses corporativos-, hoy la campaña electoral muestra que la política lejos de una racionalidad mínima más bien le juega a la subjetividad y las emociones puras.
Nunca he satanizado que Rafael Correa tenga las características propias del populismo –sin negar las teorías sociológicas que estudian y definen tal categoría-, por el contrario, he valorado que el populismo social de Correa tenga como sustancia la emoción y la seducción del carisma; porque creo que esos valores pertenecen a la matriz cultural de lo latinoamericano que, al margen de arruinar, en realidad expresa múltiples potencialidades políticas. Pero la campaña -por el Sí o por el No- no toma al populismo como su vara y bandera sino que se zafa de todo referente para elaborar un caldo venenoso que no ayuda a nadie y, además, vacía las esperanzas de un proceso que merecía adhesiones. Hoy la campaña –incluida la de la fiera oposición- exterioriza el subdesarrollo político de sus actores y reduce a la gente a la nada.
La política no ha materializado ninguna propuesta alrededor de los temas de la Consulta; porque a nadie le interesa pensar y actuar bajo el precepto clásico de hacer política. Es cierto que los pequeños periodos de campañas electorales no son precisamente momentos para modificar los ritos políticos, pero en ellos sí emergen de manera nítida los prejuicios de los políticos.
Cuando la oposición mediática dice que el Sí ha bajado puntos –en las encuestas- porque Correa hizo encarcelar a una mujer que “le hizo dedo” en Riobamba, y que la gente ya mira, en ese castigo, demasiada intolerancia, en realidad no se analiza el meollo del asunto. Lo que muchísima gente rechaza es descubrir cómo el gobierno desperdicia una cadena televisiva para explicar/remachar, a la fuerza, la malacrianza de esa mujer porque dizque está casada con un señor X. O sea, rechaza la burda re-contextualización de un hecho. Puedo entender que la lujuria mediática haga aparecer el dedo de la señora como un órgano de la libertad de expresión y que los neo expertos del lenguaje corporal ahora hagan análisis semióticos sobre su potencia opositora, pero el gobierno no tiene por qué montar una explicación que en vez de salvarlo lo corroe. Es aquí donde encuentro que el populismo social de Correa se degrada y se subjetiviza de tal modo que la publicidad no puede ocultar el desgaste.
Tratar la subjetividad de la gente es un asunto complicado en cualquier parte del mundo. Las técnicas de manipulación electoral referidas a las emociones que facilitan algunas preferencias, sin tener en cuenta las singularidades del medio social y, sobre todo, los estímulos que los mass media permanentemente proveen a su vida cotidiana, esbozan un cuadro distinto a los alcances que la simple publicidad emplea para “guiar” todo tipo de votación. Por eso, no se trata de situar a la gente en torno a favoritismos (sin tomar en cuenta el peso de la política) sino de curtir el voto con la pimienta de la política. Todos sabemos, y no nos vamos a llamar a engaño, que las “técnicas electorales” emplean diversos mecanismos de convencimiento. Sin embargo, esto no impide que el discurso de un mandatario o el de sus opositores, esté cargado del dispositivo político que lo conecta con los votantes… convertidos hoy en enormes audiencias. Aunque aquello de la mediatización de la política logre explicar el fenómeno y lo despoje de la vitalidad social. Pero en ese caso, asistiríamos a una campaña amparada absolutamente en la subjetividad de la gente, lo cual me parece un terrible despropósito.
Ergo, ni los populismos más atrevidos, por decirlo de alguna manera, han optado por ganar votos solo a través del llanto, el amor o el odio, pues el puntal de la política, alegando una racionalidad mínima, es el que soporta –o debería soportar- una propuesta, errada o no, como la Consulta del 7 de mayo.
Arriesgar el resultado electoral a la subjetivización incondicional de la gente revela un cansancio político sin precedentes, justo cuando el país requería contrastar el populismo social de Correa con el populismo atávico de casi todos los opositores.
Me temo que el resultado electoral para el gobierno no será el que está deseando, es decir, un Sí irrompible. Porque derrochar el populismo social de Correa también puede lograr que la oposición se alce, no con el santo, pero sí con la limosna del No subjetivo de los buenos. En otras palabras: tanta subjetividad electorera reparte el Sí y el No a diestra y siniestra.
A trece días de la Consulta es urgente pensar en la gente que no hace malas señas y que, con toda seguridad, es la mayoría.