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sábado, abril 27, 2024

ALLENDE Y NERUDA POR CAROL MURILLO RUIZ

El Telégrafo <www.telegrafo.com.ec>

El recuerdo del día en que cayó y murió Salvador Allende por la instauración de una dictadura complotada por Augusto Pinochet -el 11 de septiembre de 1973- ha sido motivo para examinar con mejor perspectiva las implicaciones históricas de aquellos sucesos. Pero de ninguna manera para lanzar la paladina idea -como lo hizo el presidente Sebastián Piñera- de que la (mala) gestión de Allende se buscó ese golpe de Estado. Hacerlo es encubrir la seguidilla de sabotajes, de todo tipo, que tuvo que enfrentar el gobierno de la Unidad Popular durante los casi tres años de manejo estatal; amén de la obsesiva propaganda anticomunista montada -sobre todo- por diario El Mercurio a través de noticias abiertamente desestabilizadoras y ruines. Y, además, del rol nada inocente que se adjudicó la central de inteligencia estadounidense al ayudar y auspiciar a Pinochet.

Pero quizá lo más valioso de recordar los 40 años de la caída de Allende y la asunción de Pinochet es precisamente ubicar la tensión política de una nación. Gracias a la mediatización que la tecnología volcada a las calles refleja, estos días fuimos testigos de una evocación diferente, que alimenta la memoria y proyecta los grandes valores de una revolución democrática en un período clave de América Latina. Y es que ninguna cobertura ha podido obviar que el Chile post Pinochet -por fin- fragua en su conciencia social la ética y el compromiso de Allende. El resurgimiento del movimiento estudiantil, por ejemplo, es una expresión de ese modelo de valores. Por supuesto, ha sido ineludible señalar, una y otra vez, las vilezas de la dictadura; pero también es imperativo estudiar el desafío de gobernar a partir de los postulados esenciales del socialismo. Sin olvidar que en esos años la guerra fría cebaba rabiosamente cualquier actitud anticomunista; tanto que Pinochet llegó a decir, en un delirio público, que el “mejor caldo de cultivo para el comunismo es la democracia”. ¡Cuánta bajeza para humillar al pueblo!

Pero la revolución democrática de Allende tuvo tantas luces que un poeta como Pablo Neruda izó su palabra para honrarla. Escribía él tres días después del golpe: “De nuestro lado, del lado de la revolución chilena, estaban la Constitución y la ley, la democracia y la esperanza. Del otro lado no faltaba nada. Tenían arlequines y polichinelas, payasos a granel, terroristas de pistola y cadena, monjes falsos y militares degradados.”

Neruda murió el 23 de septiembre de 1973, a doce días del golpe. Unos dicen que de cáncer, otros que fue envenenado  y otros que murió de pena. Lo cierto es que nunca renegó de sus luchas para agitar su onda de cobre…

Por eso, el pasado de Chile no se concibe sin Allende y sin Neruda, hijos de un mismo tiempo.

Son referentes para pensar en la palabra política y poética de unos tiempos difíciles y luminosos. Unos tiempos también de miedo, pero que Neruda desbrozaría así: “Todos me aconsejan que viaje,/ que entre y que salga, que no viaje,/ que me muera y que no me muera./ No importa./ Todos ven las dificultades/ de mis vísceras sorprendidas/ por radioterribles retratos./ No estoy de acuerdo./ Todos pican mi poesía/ con invencibles tenedores/ buscando, sin duda, una mosca./ Tengo miedo./ Tengo miedo de todo el mundo,/ del agua fría, de la muerte”.

México, DF, 17 de septiembre de 2013.

 

 

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