Enero 18 de 2017
Hasta hace unos 60 años había diferencias marcadas entre conservadores y liberales, para luego pasar a ser lo mismo. Hasta hace unos 15 años había rupturas entre liberales y marxistas light, hoy prácticamente son harina del mismo costal. La inflexión radical actual, es entre lo liberal-progresista y el indigenismo-marxismo.
La vieja derecha ha gobernado por 200 años, Latinoamérica y la derecha progresista por más de 10 años, y el analfabetismo político sigue perenne en la mayoría de la población. Continúa utilizando al pueblo como un objeto al que le lanza de un lado a otro, y últimamente de su mano derecha o capitalismo del siglo XXI a su izquierda o capitalismo del siglo XXI, eufemísticamente llamada socialismo del siglo XXI.
Todo esto ha sido posible, por el proceso de alfabetización en los saberes coloniales y monoteístas impuestos durante toda la colonia y la república. Lo que ha permitido proteger y prolongar el pensamiento único u occidental, pues, todos los otros conocimientos han sido catalogados por el mismo occidente liberal y marxista como atrasados, desenfocados, subdesarrollados, involucionistas, de retroceso, paganos, etc.
Irónicamente, los occidentales y los occidentalizados se creen los únicos en el mundo que están mejorando y que están por la senda del cambio, pues los demás pueblos se mantienen en el atraso u otros quieren regresar al pasado.
Los occidentalizados -o mejor dicho los colonizados- todavía después de 500 años se siguen sintiendo desterrados de Europa en territorio americano. Se empeñan por construir la occidentalidad (la identidad occidental) en América. Tienen alma de testaferros de la ideología occidental de derecha o de izquierda, con sus respectivos intermedios y extremos. Son incapaces de ser “libres” a través de pensar como americanos milenarios. Aman ser colonia o dependientes de las monarquías, del primer mundo, del mercado, de EE.UU., y de cualquier dios moderno. No son capaces de inscribirse en los procesos milenarios de la tierra que les han visto nacer y que les alimenta día a día.
Hablan de independencia cuando hasta ahora no la ha habido, cuando esa tarea está por hacerse. América Latina y anglosajona siguen siendo colonia epistémica, cultural, jurídica, económica, etc., del eurocentrismo. Eso no ha cambiado con lo que sucedió hace 200 años, por el contrario, se ha fortalecido y consolidado.
Si pensamos en los últimos 30 años -que es un tiempo cercano y claro para casi todos-, se creería que la gente ya habría tomado conciencia del porqué de su situación de pobreza y dependencia. Pero, nada o muy poco. Indudablemente, la alfabetización colonial se encarga de ello, de mantenerlos adormecidos y confundidos con las falsas ilusiones de la tierra prometida, del sueño americano, del roce intelectual europeo, etc. Para ello, utilizan como medios principales a la religión, el fútbol, las telenovelas y el consumismo. Divide y vencerás, es su máxima. Los han fragmentado, separado, estratificado, con ello el status quo puede seguir su curso delimitado, para que todo siga igual y solo se modernicen sus formas.
Entonces, mientras el alfabetismo colonial -o lo que es lo mismo decir- el analfabetismo social-político estén presentes en la vida común de la mayoría de la población, no habrá esperanza de cambio. Es una demagogia hablar de cambio, cuando no se busca alfabetizar políticamente a la población y principalmente de que ésta desaprenda todo lo socialmente impuesto por el colonialismo depredador. La gente sigue influenciada por la propaganda, el marketing, las bellas campañas, etc., y vota de acuerdo a ello. Incluso, a según cuál es el más guapo (Peña Nieto).
Ese es justamente el afán de los políticos profesionales de la derecha y de la mayoría de izquierda, que la población se mantenga analfabeta políticamente puesto que socialmente ya están controlados con la educación doméstica que imparten las escuelas y universidades del pensamiento monoteísta. Así, ellos son los insuperables que están destinados a controlar y manejar la política, a que ésta esté solo circunscrita a los partidos políticos, a que la democracia sea dirigida por ciertas élites a nombre de todos.
La democracia y la responsabilidad del pueblo se reducen a 10 horas el día de las elecciones. Ahí entrega su voto y con ello deposita su vida y su destino a unos sombríos personajes. Particularmente a una sola persona llamada Presidente de la República, quién puede irse en contra de ellos con el argumento de que ganó las elecciones, de que el pueblo le dio el voto para tomar las decisiones por todos, de que en última instancia hace lo que le da su “regalada gana”. Y hasta puede utilizar a la policía y al ejército para someterlos, con el simplón argumento de que defiende a todo el pueblo. Este individuo llega a creerse que es el sentimiento y la voz de todo un pueblo.
En realidad lo han hecho todos los políticos, especialmente los presidentes. La única diferencia, es que unos han sido más dogmáticos y duros que otros.
Elecciones en Ecuador
Los ecuatorianos se aprestan a entregar su vida, es decir, el destino de su país a una sola persona. Si observamos a los candidatos inscritos y si vamos eliminando uno a uno con determinados argumentos hasta llegar al último que queda, parece que solo hay dos opciones: votar nulo o votar por el menos malo.
Lo cierto, es que alguien va a ganar. Si ganará el voto nulo y éste tendría la posibilidad de gobernar por algún mecanismo delimitado, lo aconsejable sería votar así. Pero, como en las reglas de la “democracia de 10 horas” solo alguien de los candidatos puede ganar, toca pensar en el corto, mediano y largo plazo, que conviene.
Si gana la derecha tradicional y comienza a empujar su neoliberalismo remozado, se nos hace tirria el solo imaginar que estén otra vez en las calles los que se olvidaron de las calles mientras estaban en el poder. Pues, luego dirán que solo estuvieron de paso por el gobierno ya que verdaderamente su lugar principal está en las calles (García Linera). Ya lo andan diciendo en Argentina, Brasil, Bolivia.
Si gana el correismo, serán 4 años más de lo mismo. Lo único que cambiará es el estilo, pues la maquinaria correista seguirá gobernando. De ello se ha encargado muy bien Correa, dejar todo listo para que Moreno solo firme. Y si resiste, le hacen caer y en su lugar va el Gran Hermano Corruptor. Moreno cree que va a gobernar, como que una golondrina hace verano. Todo esto, en la idea de que Moreno quiera hacer algo diferente -como dicen algunos de sus adeptos-. Lo más seguro es que Moreno será lo que ha sido en estos 10 años. Dirá su pequeña verdad con la boca media abierta, para que luego le den en la mejilla y se vea obligado a poner la otra ante el dolor de perder la gloria de presidente y su gran sueldo.
El único que queda -entre los que tienen posibilidades de ganar- es Paco Moncayo. Pensando estratégicamente, quizás sea el más conveniente para el pueblo ecuatoriano. De todos los candidatos es el único predecible, de los otros no se sabe que harán, son una incógnita. Todo lo que dicen son bellas aspiraciones y luego vemos a otro populista más en el poder. Tal como ocurrió con Rafael “Trump” Correa.
A Moncayo se le ha conocido en múltiples facetas y se tiene certeza de quién es y hasta dónde llegará, pero con los otros candidatos es lanzar un papel en blanco. Quizás, “Acuerdo Nacional por el Cambio” -que apoya a Moncayo- pueda inaugurar la democracia en el Ecuador, pues según toda la oposición hay que “recuperar la democracia” que ha destruido Correa. Creemos que no ha habido democracia con la derecha progresista, ni tampoco antes. Solo se ha vivido la dictadura -blanda o dura- del personaje de turno.
* Red Global Sur