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ANTECEDENTES DE PODER PREOCUPAN A LOS JESUITAS por Carlos Eduardo Maldonado

12 Diciembre 2013

El Papa Francisco sin dar una apariencia prepotente, sorprende a fieles e infieles con sus declaraciones y decisiones. ¡Hasta ni parece argentino! Incluso, ni siquiera parece jesuita. Muchos jesuitas son amantes del poder, clasistas y verticales, si no violentos. Los jesuitas, han apostado, según una expresión corriente, a Dios y al diablo. Maleables y astutos, sagaces y sutiles al mismo tiempo, y según las circunstancias.

Francisco es más cercano y proclive al hombre del común, y en los medios –siempre cercanos– lanza mensajes físicos y simbólicos de mundaneidad perfecta. Él que es, se supone, el nexo más directo de los humanos para con Dios. O mejor, uno de estos dioses: el del catolicismo.

Los primeros meses de su pontificado aportan un segundo aire oxigenante a las iglesias, a los creyentes, a las sociedades y culturas e incluso a varios gobiernos y estados. Así, entre nosotros destacan, las reacciones de gobernantes como Evo Morales antes y después de su visita al pontífice. O, el tono de Pepe Mujica, presidente de Uruguay, con respecto del pontificado de Francisco. Un mandato que rompe con el formalismo y la rigidez de las jerarquías eclesiásticas. El contraste con los gobiernos de Benedicto XVI y de Juan Pablo II, y los grupos y organizaciones que o bien estuvieron al frente con ellos o se beneficiaron ampliamente; no puede ser más fuerte y radical.

En tiempos de alto escepticismo, de descreimiento generalizado y, consecuentemente, mucho conservatismo; en tiempos de crisis global sistemática y sistematizada, de exacerbado individualismo y egoísmo de tipo personal y corporativo; los pronunciamientos de Francisco obedecen, sin duda, a una estrategia, personal o grupal, estudiada durante mucho tiempo. La religiosidad y la espiritualidad, y el buen espíritu del catolicismo aflora a todas luces. Francisco un sacerdote jesuita en su formación, con su propia simbología y actitudes personales sale del guion de costumbre conocido en la Iglesia. No solamente en tiempos recientes, sino en general en la historia del papado. 

Francisco con riesgos

 Los jesuitas tienen hoy por hoy –conocedores de los intríngulis del Vaticano y la Iglesia–, una seria preocupación: evitar por todos los medios que “Dios se acuerde de manera súbita de su pastor”, para decirlo en forma precisa. En efecto, la historia conoce de las múltiples muertes y asesinatos, homicidios y “tristes desapariciones” de pontífices romanos. La iglesia y la historia, el poder y la ciencia en general conocen la historia de muertes de papas, tanto como de reyes, príncipes, duques, barones y monjas como “bajas casuales o necesarias” en los conflictos, querellas, rencillas y amores y odios al interior del Vaticano.
León VI, quien trató de no molestar a nadie para no ser víctima, no pudo evitar su asesinado. O, igual, Esteban VII. O papas como León II, sometido a los poderes de turno. O Juan XII: corrupto, ladrón, vengativo. Y así muchos otros casos. León X, asesinado por veneno; Alejandro VI, murió por arsénico; Clemente II, también envenado; Silvestre II, asesinado por sus enemigos; Juan XIV, asesinado y su cadáver paseado por las calles; Benedicto VI, estrangulado; Esteban VIII, mutilado.

Y tal cuadro, sin mencionar las muertes sospechosas (no misteriosas) de otros papas. Notablemente, Benedicto VII (974-983), Dámaso II (1048), Anacleto II, Pierleoni (1130-1138), Celestino IV (1241), Inocencio V (1276), Adriano V (1276), san Celestino V (1294), Adriano VI (1522-1523), Clemente XIII (1758-1769), Clemente XIV (1769-1774), Pío XI (1922-1939).

La historia y la literatura, las ciencias sociales y humanas, y el periodismo de investigación notablemente, encuentran y detallan con sorpresa y deleite esas historias. El último caso fue la rápida y sorpresiva muerte del papa Juan Pablo I, en 1978. Un mes duró su pontificado. Así que esa historia de muertes súbitas e indeseables, de crímenes y homicidios no es cosa del medioevo y de largos tiempos hacia atrás. Tal como quiere hacer creer una cierta historia oficial, conocida como “la edad de hierro”.

Deben, con toda razón, estar preocupados los jesuitas, para evitar cualquier sorpresa desagradable, por envenenamiento u otra vía, que enemigos y oponentes, afectados y dolientes de las decisiones de Francisco, pudieran llevar a cabo. Pero también, deben tener previsión ante esta eventualidad. Casi seguro, rodearlo, físicamente, con varios cinturones de seguridad.

Está en intramuros una novela de intrigas y traiciones, de las más bajas pasiones y los más sensibles intereses. De asociaciones para delinquir y de silencios profundos que sólo conocerá Dios en las alturas. El guión está siendo escrito cada día*. De defensa y de ataque. De prevención y de sorpresa. Apasionante desde el punto de vista intelectual; sobrecogedor, en la mirada de los más puros ojos de la espiritualidad.

A todas luces, una novela en la que todos los poderes del mundo, y no solamente los religiosos, están envueltos.

 AL: A una crisis cultural, corresponde una esperanza cultural

 Por acción o por omisión, el Vaticano ha sido un actor de la violencia en la historia de Occidente. Dicho en términos generales, a lo largo de la historia, las élites nunca han ejercido el poder sin acompañarlo de violencia: física o de otros tipos. También en la religión y en las iglesias sucede igual. Muy particularmente, en las tres religiones monoteístas en Occidente (cristianismo, judaísmo e islamismo). Intolerables por definición. Excluyentes por naturaleza. En contraste, con las religiones de Oriente, o de los pueblos amerindios, en las cuales la violencia jamás ha tenido justificación en nombre de Dios.

Si hay un Dios que bendice la violencia y los crímenes cometidos en su nombre, quedan dos opciones: ese dios ha sido mal-comprendido, o bien hay que cambiar de dios(es). En cualquier caso, la consecuencia no admite dilaciones.

* Augias, C., (2012). Los secretos del Vaticano. Luces y sombras de la historia de la iglesia. Barcelona: Crítica

** Profesor Titular Facultad de Ciencia Política y Gobierno, Universidad del Rosario.

 

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