¿Cómo recuerda un pueblo? ¿Cuáles son “los canales y receptáculos de la memoria? Lo que la memoria retiene es aquella historia que pueda integrarse en el sistema de valores, el resto es ignorado, “olvidado”, aunque en ciertas circunstancias lo olvidado puede ser recuperado.
Elizabeth Jelin, 2020.
Es octubre, todavía. Es octubre y lejos de su país natal, Milton Cervantes Suárez, es capturado en un operativo internacional que se ejecuta gracias al esfuerzo conjunto entre las fuerzas de estado panameñas y ecuatorianas y los respectivos departamentos de inteligencia de ambas naciones.
“Yo sé quién tú eres”, le dice el sargento de operaciones de inteligencia del G2 y miembro de las fuerzas de Defensa de Panamá, Pablo Quintero Reyes, al principal ideólogo y líder más representativo del movimiento subversivo ecuatoriano Alfaro Vive Carajo (AVC), al salir de la caseta de un centro de llamadas internacionales en el país centroamericano.
Es viernes, 24 de octubre de 1986, son las nueve y media de la noche y Milton Cervantes Suárez, que también usa los nombres de Carlos y Sebastián Alvear, es en realidad Ricardo Arturo Jarrín Jarrín, el “Comandante Uno” de los Alfaro.
Un año atrás, en 1985, el gobierno ecuatoriano lanza una campaña masiva para conseguir a toda costa la captura de cinco personas. Todas ellas, según su discurso y versión oficial, son delincuentes, terroristas, sediciosos y subversivos. Entre los afiches que se difunden masivamente a través de diferentes medios de comunicación locales de aquel entonces, está la foto de Arturo y cuatro de sus compañeros más cercanos. La llamativa imagen se acompaña de un gigantesco mensaje de recompensa: $/. 5´000.000 (CINCO MILLONES DE SUCRES POR CADA UNO).
“Nuestros calumniadores, los atracadores del Ecuador, cuentan con todos los medios de comunicación para alarmar al país, para acusarnos bárbaramente. ¿Será que a nosotros nos conceden la centésima parte del tiempo y los recursos que ellos usan para calumniarnos a fin de responder a esas calumnias? ¿No es acaso que de mucho tiempo atrás la prensa está censurada para hablar e informar de Alfaro Vive, Carajo? Esa es la democracia que los atracadores defienden: acusarnos públicamente recurriendo a todos los medios, mientras a nosotros, los acusados, se nos niega el derecho de respuesta pública a esas acusaciones”, escribe Arturo desde la prisión, en un manifiesto a la nación titulado Enero 1985: ¿Quiénes son los terroristas?
Arturo llega a Panamá la primera semana de octubre, ante todo pronóstico y tras haber sufrido algunos problemas de compartimentación y seguridad militante que llevaron a la detención previa de varios de sus compañeros en tierras colombianas. El “Comandante Uno” realiza un viaje por mar y tierra, portando un pasaporte falso, con el cual ingresa a Panamá el 7 de octubre de 1986.
“El frío es intenso. La piel se me vuelve como la del pollo recién pelado. Miro hacia arriba, veo un pedazo de malla metálica a manera de claraboya y una viga de madera. Con la camisa que llevaba puesta me amarran los tobillos, después de haberme hecho sentar en el filo del tanque y de haberme amarrado otra vez las manos. Mientras lo hacen, no paran los golpes, los gritos, ni las exigencias de que hable. Luego sacan una soga de una de las paredes de los servicios higiénicos. Hacen una amarra a la camisa, la tiran hacia arriba de tal manera que atraviese la viga para hacerla rodar. Con amenazas y anuncios de algo fatal, el tipo alto, de bigotes, empieza a jalar la soga hasta dejar mi cuerpo patas arriba sumergido en el tanque”, relata el líder de Alfaro Vive, en su obra testimonial “El Cementerio de los vivos”, texto donde se alberga gran parte de su experiencia personal sobre la tortura a la que fue sometido junto a sus compañeros tras su detención y su posterior traslado al Servicio de Investigación Criminal (SIC), el 15 de junio de 1984.
Su vida corre serio peligro, los tentáculos de los aparatos represivos ecuatorianos buscan alcanzarlo nuevamente, pero esta vez no solo para capturarlo y torturarlo, sino para terminar con su vida, para asesinarlo. Las fuerzas especiales creadas para aniquilar al “enemigo interno” se fortalecen y especializan con torturadores provenientes de países como España, Israel, Colombia, Francia, Chile y Argentina. “A los subversivos hay que matarlos como al pavo, la víspera”, comenta Joffre Torbay, secretario de la administración social cristiana en una reunión mantenida con representantes de la Cámara ecuatoriana-norteamericana en aquellos años. El terrsor que el gobierno de turno impregna día a día en la sociedad ecuatoriana, emana directamente de las declaraciones y acciones oficiales de sus principales representantes.
Arturo había escapado de la cárcel el 28 de abril de 1985, en uno de los operativos subversivos más sorprendentes y mediáticos de aquella época. Un comando de AVC, liberó a través de un túnel a cuatro de sus compañeros, incluyendo a su “Comandante Uno”, del Penal García Moreno de la ciudad de Quito. En las paredes del local que el comando utilizó para coordinar y efectuar esta operación casi científica quedó pintada la siguiente consigna: “Torbay, los pavos se te fueron la víspera”, “Libertad o muerte, ¡Venceremos!” y “William Ávila Salvatierra, ¡Presente!”. El operativo de rescate fue tan perfecto que no se disparó un solo tiro.
Febres Cordero y sus fuerzas represivas comienzan una persecución sangrienta. Arturo se mantiene en constante movimiento entre casas de seguridad ubicadas en las ciudades de Quito y Guayaquil. Cambia su apariencia física y así comienza su largo peregrinaje por la clandestinidad.
Durante su corta estancia en Panamá, el líder alfarista tiene el apoyo de diferentes figuras del Movimiento 19 de abril (M-19), organización guerrillera colombiana junto a la cual desarrollará una campaña militar tras la conformación del denominado Batallón América en 1986. Arturo comparte casa y actividades con el mismísimo Carlos Pizarro, quien llega a ser el comandante máximo del “Eme”.
El destino final de Arturo era Europa, específicamente Serbia. Evidencia de esto se encontró tras su captura y entre sus pertenencias un pasaje de avión de la compañía KLM, cuyo destino final era Belgrado. Lastimosamente las intenciones de viaje quedaron completamente aniquiladas cuando ese 24 de octubre, rompiendo todas las medidas de seguridad militantes, Arturo Jarrín abandona la casa de seguridad en la que se aloja, pide ir solo, se dirige a realizar una llamada telefónica a Nicaragua.
Tras su captura toman sus huellas dactilares, le sacan fotografías, elaboran una ficha de identificación con sus datos verdaderos. Con el paso del tiempo la ocultan y luego la desaparecen de los archivos de la Dirección de Investigación Judicial panameña (DIJ). “El líquido rojo que le inyectan en el glúteo lo adormece, sus ojos no alcanzan a definir los rostros que tiene al frente, aquel que dice reconocerlo parece un excompañero del colegio, pero los párpados pesan y no alcanza a situarlo, quiere decir algo, pero su lengua está entumecida, sabe que a esa hora no debía estar ahí sino volando, de modo que cierra los ojos y se deja llevar, sueña. Ya con el cuerpo casi inerte en el piso, sus captores preparan el traslado”, relata Santiago Aguilar Morán, en su libro Arturo Jarrín: la encrucijada de un hombre sereno, publicado en 2016.
Arturo es detenido, secuestrado y trasladado en avión de vuelta a la patria que soñó liberar. Vuelve al Ecuador. “Me dijo que si yo lo entregaba lo iban a matar en su país”, comentó por última vez Pablo Quintero Reyes, en un testimonio otorgado al equipo de la Comisión de la Verdad en ciudad de Panamá el 9 de marzo de 2009.
Tras el aterrizaje en territorio ecuatoriano, Arturo es llevado a La Remonta, lugar ubicado en la parroquia de Tambillo, al norte del cantón Mejía, donde funcionaban la escuela de equitación y las caballerizas de la Policía Nacional. Lo torturan de manera brutal.
“Las supuestas tácticas de investigación enseñadas por los instructores israelitas, incluían el garroteo en puntos específicos del cuerpo vendándole al palo, para que cuando se golpee al detenido, no quede huella alguna visible, más en su interior este sea destrozado brutalmente, provocándole hemorragias internas (…) En estos cursos los israelitas nos adiestraban al personal de la policía con tácticas esenciales de exterminio de gente, ya sea a través de métodos como la asfixia triple o submarino, o sea mediante la utilización de fundas de plástico que en su interior depositaban gas lacrimógeno, para luego sumergir la cabeza del interrogado dentro de un tanque de agua (…) También nos adiestraron para aplicar electricidad en diferentes partes específicas del cuerpo, como pueden ser: glúteos, planta del pie, en la mujer los pezones y tanto al hombre como la mujer en sus órganos genitales”, contó Hugo España, exagente del Servicio de Investigación Criminal (SIC-10), en su libro El Testigo, publicado en 1996.
La voracidad de los torturadores a los que se enfrenta Arturo los lleva a aplicar aquellas “tácticas de investigación” tan bien aprendidas sobre su humanidad. La crueldad y la violencia que perpetraron antes de asesinarlo solo sería el reflejo y la huella imborrable de un gobierno que implementó políticas de terror como eje central de su proyecto gubernamental.
La noche del 26 de octubre, en la ciudadela Carcelén, al norte de Quito, una mujer escucha sonidos extraños, deja de lado su programa de televisión y se asoma a la ventana. Lo que puede mirar parece una escena de teatro, un pésimo y grotesco montaje de una escena sacada del tradicional juego de policías y ladrones. Los torturadores bajan de su vehículo al Comandante Arturo Jarrín, fingen perseguirlo, gritan que escapa, lo ejecutan.
Disparan varias y repetidas veces. Deben hacerlo para simular que detienen al subversivo que intenta huir. Acaban con su vida. El lunes 27 de octubre de 1986, entregan el cuerpo a la familia de Arturo. La autopsia revela que recibió ocho disparos en el operativo realizado por la policía nacional la noche anterior. Quienes lloran al comandante identifican más de ocho tiros recibidos. El informe revelará muchas más contradicciones con el paso del tiempo.
En septiembre de 1996, la familia Jarrín comenzó un largo proceso judicial en busca de justicia. La denuncia presentada enfrentó el paso de los años sin evidenciar acciones oportunas o diligencias considerables sobre el proceso. En diciembre de 2003, el juez décimo de lo penal de Pichincha, Luis Mora, declaró cerrado el caso. Este fue nuevamente parte del debate político nacional y social en años posteriores, reabriéndose las investigaciones necesarias para intentar revelar la verdad.
Un estudio realizado en 2013, confirmó que Arturo Jarrín fue torturado hasta el punto de destrozar su mandíbula, que sufrió quemaduras en sus genitales, que presentaba marcas de heridas profundas en sus muñecas y que su cuerpo entero recibió más de una docena de balas la noche en que fue asesinado.
El pasado 26 de octubre se cumplieron 37 años de un hecho que marcó a la historia política de nuestro país, recordarlo involucra un compromiso para seguir buscando una luz que le haga frente al olvido, al silencio y la complicidad. El crimen todavía sigue en la impunidad, pero muchos no olvidamos y seguimos intentando que la memoria no sea algo pasado, sino el eje clave que nos permita construir un futuro diferente, donde episodios como estos no se vuelvan a repetir NUNCA MÁS.
La voracidad de los torturadores a los que se enfrenta Arturo los lleva a aplicar aquellas “tácticas de investigación” tan bien aprendidas sobre su humanidad. La crueldad y la violencia que perpetraron antes de asesinarlo solo sería el reflejo y la huella imborrable de un gobierno que implementó políticas de terror como eje central de su proyecto gubernamental.
*Rommel Aquieta Núñez, papá y lector de tiempo completo. Comunicador social, periodista e investigador independiente en temas de memoria política. Magíster en comunicación mención en visualidad y diversidades.