28 mayo 2014
¿Hay espacio para la realidad si esta molesta? En una entrevista de CNN a Correa, Ana Pastor le preguntó si ha cometido errores. Para alguien con sentido de autocrítica, más allá de las palabras que se pueda uno mismo dar flores al respecto, era algo sensible. Correa no tuvo respuesta rápida y acabó indicando que se ha equivocado en ciertos nombramientos de funcionarios, por ejemplo el de A. Acosta a la Asamblea Constituyente. En suma, no cometió un real error propio, los culpables eran otros, ellos cometieron los errores.
Los comentarios de militantes de AP en relación a las elecciones de febrero, para su asamblea reciente, siguen la misma pauta del presidente: hubo errores, claro está por eso hubo derrota, estos son mayoritariamente técnicos, del estilo no se siguieron pautas de campaña, hubieron candidatos mal escogidos, exceso de confianza, es decir nada que ver el gobierno y las acciones de su artista principal en todas las escena públicas, en todas sus definiciones y relaciones con la población que es el presidente. En suma, la cabeza no se equivoca, y las críticas no tienen cabida, menos aun autocrítica si “la estrategia” es la buena y los errores son de “táctica”.
La fé salva y permite gran vanidad.
Los comentarios de A. Barrera no sólo muy elaborados y con un sentido de autocrítica sobre problemas en que la población no necesariamente sancionó al alcalde sino a diversas políticas nacionales no tienen así la menor posibilidad de ser considerados.
La autocrítica implica un mínimo de humildad para aceptar que uno/a se puede equivocar, pero esto es imposible si el político se vuelve creyente y como los Ayatolas islámicos, ahora de moda, consideran que Alá está con sus decisiones políticas, más aún ellos siguen las decisiones divinas, por consiguiente no puede haber error divino, sino de los humanos ejecutores en sus concreciones técnicas. Por lo visto, la posición reinante en la cúpula de AP es de la misma naturaleza, no puede haber error, estamos en el camino correcto. Los errores son secundarios, no incumbe el camino verdadero, ni los predestinados por las divinidades para iluminar al pueblo. NO se trataría pues de acción de humanos que deciden sobre la realidad y lo que se quiere de futuro, sino de una misión tan bien hecha que nada puede tocarla, algo similar a los dioses griegos. La magia hecha realidad.
Así, la simbólica autocrítica, hecha enviando la pelotita a terceros, los “errores” hipotéticos de otros, cumple un ritual de indicar que todo anda bien salvo errores de los de abajo. No de las ideas que se tiene, peor de las acciones que se realiza o aún menos de la política reiterada por tanto tiempo de la polarización política… las encuestas se equivocarían, claro está. La verdad suprema que decide la verdad “real” es la popularidad del presidente. Como esta existe, lo demás no cuenta. No cabría un análisis de hechos sociales para explicar las elecciones o de los hechos sociales fuera del prisma partidario. Los hechos no contarían. Liberados de la realidad, la menos subjetiva, los obstáculos no pueden sino ser fruto de los malos que complotan o traicionan, el complot de los oponentes, la traición de los propios por sus mezquinos intereses, no por ideas, ya no las deberían tener, el proyecto uniformiza. Entre paréntesis, el ritual también hace suponer que arriba no hay mezquinos intereses.
Ante la mágica estrategia reinante de ganar y ganar, todo se vuelve permitido, hasta el olvido de uno mismo. El yo tiene sus efectos, la punto que yo mismo no me reconozco, el yo se vuelve el proyecto, no solo arriba. Los que ayer analizaban y proyectaban principios, ahora callan, defienden un proyecto que no es suyo, que lo han hecho suyo aunque no se sabe cual es, esperan mejores días que no llegan porque gana el unísono de la voz cantante. Mañana serán las primeras víctimas del complot y la traición, pues cedieron todo pero antes osaron tener pensamiento propio y color que ya no es el reinante y que ahora crea dudas; su nuevo rol de nada servirá.
Pero con esta estrategia de todo ganar, quien pierde más es la sociedad pues reconocer errores contribuye a madurar, aprender, construir mejor sus posiciones, lleva a rectificaciones apropiadas y, con autocríta, un político popular más bien ganaría en legitimidad política ante electorados sensibles. Pero la estrategia de la única verdad hace de la contradicción con los hechos pura incapacidad de los opositores en comprender, mientras la sociedad se porta bien, no pregunta y calla. A la sociedad, sin el nexo con la realidad, también le llegará un día algún descontento que no sabrá asumirlo y entonces caerá de bruces y vendrá la simple condena sin matices, el rechazo primario, sin concesión, pues la ilusión fue realidad y comprensión.
No ver la realidad o no siquiera poder verla hace parte de este autoconvencimiento que se es portador de un “fatídico destino”, al punto que la realidad no es necesaria ¿para qué? si uno mismo se basta a sí mismo.