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24 septiembre 2013
El objetivo de esta columna no es linchar a Loyola Guzmán por haber apostado a un frente amplio cuya figura articuladora es Samuel Doria Medina, sino reflexionar (críticamente) acerca de la decisión de una persona con una larga trayectoria militante, cuya participación, desde las Juventudes Comunistas, en la guerrilla del Che le da a su figura un aura particular en el mundo de las izquierdas bolivianas. Me interesa reflexionar sobre sus argumentos y los dilemas de las izquierdas críticas en el actual contexto latinoamericano marcado por las tensiones respecto a la democracia y el cambio social.
En la reunión fundacional, el principal referente del flamante Frente Amplio -Samuel Doria Medina- dijo que el único objetivo que une a sus integrantes es “trabajar por Bolivia”. Sin duda, cuando la campaña electoral ya comenzó ese “trabajar por Bolivia” está indisolublemente asociado a ganarle a Evo Morales, lo cual es más que lógico para una fuerza opositora. Germán Antelo fue más preciso y dijo que la meta es afianzar la Agenda Autonómica. Y la pregunta -después de la sorpresa de todos- es: ¿qué hacía en esa foto Loyola Guzmán? Esa sorpresa era mayor aún en la medida en que el espacio “natural” de Loyola para enfrentar al Gobierno parecía ser el MSM de Juan Del Granado, que busca un perfil de centroizquierda “sin alianzas con la derecha”.
El problema de los disidentes de cualquier proceso político es cuándo decidir que las cosas ya no son como lo esperaban y, al mismo tiempo, que ya no hay formas de “reconducirlas” hacia alguna real o imaginaria edad de oro inicial, cuando las cosas iban bien o al menos se mantenía viva la posibilidad de corregirlas. En el caso de Loyola este momento fue la Asamblea Constituyente y más tarde el TIPNIS. Sin duda, hay muchos déficits democráticos y el peso de visiones binarias y la ausencia de instancias de reflexión y debate dificulta la extensión de una cultura deliberativa. Pero además de la “falta de democracia”, Loyola menciona el extractivismo y el irrespeto a los pueblos originarios. ¿Pero el Frente Amplio, tal como está compuesto, permitirá avanzar precisamente en todas esas cuestiones?
Aunque Loyola dice que todo está en discusión en el Frente Amplio, con la finalidad de buscar acuerdos verdaderamente programáticos, la política no se hace en el vacío, existen organizaciones y relaciones de fuerzas entre ellas. En este caso, más allá de que el discurso de Samuel sea que todos son iguales y que él mismo es un militante que apoyará a quien esté en mejores condiciones para la contienda electoral de 2014, cualquiera sabe que ésa es la estrategia que eligió para tratar de posicionarse -por el momento con éxito- frente a Juan Del Granado. Resulta bastante difícil de creer, por lo demás, que si el Estado plurinacional se trabó -por decirlo de algún modo- bajo Evo, vaya a reactivarse con el impulso de Samuel y Antelo.
De hecho, parte del estancamiento del Estado plurinacional -además de las ideas nacional populares-jacobinas-centralizadoras del Gobierno- tiene causas sociológicas. Entre ellas el hecho de que las identidades indígenas “compiten” con muchas otras. Por ejemplo, es impensable que en Bolivia se cambien los límites departamentales para construir regiones culturales (como había propuesto Álvaro García Linera antes de llegar a la Vicepresidencia). No es difícil imaginar las reacciones departamentales ante una tal medida. Y así podemos seguir… la falta de explicaciones a la baja de la población indígena en el último censo es otro reflejo de estas problemáticas.
Otro problema de los disidentes (no particularmente de Loyola) es terminar idealizando las etapas anteriores a sus rupturas. ¿Acaso el MAS fue alguna vez un ejemplo de deliberación democrática horizontal? Yo creo que no, pero eso no le impidió vehiculizar -con miles de problemas y limitaciones- el proceso iniciado en 2005. Parte de esos problemas son del MAS, y parte de una cultura popular que combina asambleísmo con búsquedas de unanimidad.
En el caso de Loyola, sus apuestas políticas tienen en mi opinión un efecto negativo adicional para la izquierda: “confirmar” que los disidentes “terminan con la derecha”, como suele decir el Gobierno, genera un fuerte peso sobre los librepensantes que no quieren ocultar sus críticas pero tampoco hacer alianzas “amplias” con sectores conservadores.
Sin lugar a duda es necesario mantener abiertos espacios de discusión y debate dentro y fuera del MAS, que la disciplina partidaria suele clausurar, como ocurrió recientemente con la despenalización del aborto. ¿Pero eso habilita cualquier alianza? Es verdad que Samuel es “un empresario que invierte en el país”, como dijo Loyola a La Razón (15/9), también es cierto que en los últimos años demostró un compromiso con la política y la democracia boliviana (por ejemplo, desde la Asamblea Constituyente) y que descalificarlo como extrema derecha no tiene una base real. Pero no es menos evidente que resulta difícil justificar, desde la izquierda, un frente común con su fuerza para la construcción de “una sociedad mejor”. Salvo que caigamos en posiciones pospolíticas y postideológicas que sostienen que todo se resume en tener buena voluntad para resolver los problemas del país. Pero creo que ésa no es la posición de Loyola Guzmán.