Desde los años cincuenta del siglo pasado se discute algo más allá del concepto de la “toma del poder” y las formas típicas de cambio, enarboladas por la izquierda convencional con su fórmula marxista-leninista-estalinista. Siendo ese el punto de quiebre entre unas tendencias y otras, es decir: si se debe proceder a la “toma del poder” o a “construir el poder popular”, cuál de ellas es primero o si son paralelas.
La mayoría ha optado por lo primero, para desde ahí supuestamente construir lo segundo. Pero nunca sucede: quienes llegaron al poder solo se dedicaron a mantenerse allí, concentrando todo en el partido y rindiendo culto al caudillo mayor, aquel que mejor sabe y siente lo que el pueblo quiere. En ese camino incluso han recurrido a la tiranía, a la persecución de personas del propio pueblo acusadas de pequeñoburguesas y hasta a la matanza de sus propios compañeros, tildados de traidores.
La toma del poder ha servido para consolidar el capitalismo antes que para destruirlo, bajo el pretexto de crear las condiciones y las bases para el socialismo: como este debe surgir de las cenizas de aquel, es un paso obligado desarrollar el capitalismo, engrandecer el Estado burgués para administrarlo, en muchas ocasiones, mejor que la derecha.
Ante este panorama, los miembros del Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) de México y los militantes del Partido Comunista Kurdo (PKK), entre otros, optaron por construir el poder desde abajo y desde pequeños territorios. Horizontalizar a la población para reducir desigualdades y fortalecer sus sistemas milenarios de comunas, por fuera del Estado y de toda la institucionalidad impuesta a los pueblos desde fuera.
En ambos casos, comprendieron que no tenían que adoptar la doctrina marxista-leninista, modelo que la izquierda impone –como el único y mejor camino para construir otro mundo- a todos los pueblos que luchan por su transformación, al que deben adherirse a pie juntillas.
Por el contrario, en Bolivia, con el ascenso de Evo Morales al gobierno (en 2006) y la guía ideológica de Álvaro García Linera, siguieron el “catecismo revolucionario de la toma del poder” que ordena la izquierda ortodoxa: fortalecer más el estado colonial-burgués, de acuerdo con el axioma estatista de transformación, para crear un estado clientelar al que el pueblo le pida más servicios, más atenciones, más bonos y demás prebendas.
Fin del sueño: de la comunidad al partido salvador
Si antes las comunidades indígenas, que agrupan a la mayoría de la población, estaban relegadas y olvidadas del estado boliviano, con lo cual mantenían o buscaban nuevas y diferentes formas de autosubsistencia, con el nuevo gobierno pasaron a ser mendigos de la burocracia, a pedir la caridad del Estado para que les suelte más migajas.
Antaño, casi todos los pueblos indígenas funcionaban alrededor de las comunidades, se sostenían y se contenían en ellas, que les daban soporte y sustento. Pero ante todo, eran relativamente autónomos e independientes del estado colonial-burgués y de lo privado. En la actualidad, han pasado a depender del Estado Plurinacional y del partido salvador (el Movimiento Al Socialismo, MAS), que son los que tienen que resolver los problemas de todos.
Un Estado Plurinacional más fuerte, en el que han dejado de ser un poco menos pobres que en el estado colonial-burgués. Pero todo ello a costa de ir perdiendo su poder comunitario, para volverse ciudadanos individuales que penden del Estado, ahora cambiado de nombre a “Estado Plurinacional y Pluricultural de Bolivia”.
Solo al final de su gobierno, Linera advirtió que se habían concentrado en “tomar del poder” sin ocuparse de “construir el poder”: que lo que habían producido era tan sólo la sustitución de una élite por otra. Recién despertó luego de 14 años, a raíz de las críticas recibidas, para afirmar –de boca para fuera- que ya no quería ser vicepresidente, sino volver a las calles para construir el “poder plebeyo”, para derrotar al adversario en “las plazas y en las urnas, en las aulas y en las fábricas, una y otra vez”.
Cerca de finalizar su período comprendió que debieron democratizar y jugar entre la ampliación y la concentración del poder, hacer de la participación social el eje de la defensa de la revolución. Que el Estado, en lugar de concentrarse solo en la gestión de gobierno y en aplicar una buena política económica, debió ser un espacio que involucrara a todos en la construcción del poder “plebeyo-indígena”.
Pero resulta que el nuevo gobierno de Luis Arce sigue por el mismo camino. Es decir que la supuesta toma de conciencia de Linera fue sólo un acto de despedida, para atacar una vez más a los opositores “perfumados”, a los “tipos radicales de la palabra”, a los “mediocres corifeos”, a “los profetas del fracaso”, a los “pseudo radicales abstractos e inoperantes”, a los “restauradores conservadores”, y demás categorías despectivas semejantes.
Gatopardismo, estatismo, castas y aburguesamiento
El Estado Plurinacional es un estado gatopardo, al que se le han hecho cantidad de cambios para que al final no cambie nada, especialmente en lo estructural. Se ha experimentado con una serie de modificaciones legales, pensando que con ellas se eliminaría la pobreza, el racismo, la discriminación y las injusticias. Pero resulta que esos arreglos cosméticos no sirvieron de mucho: solo aplacaban por un tiempo las molestias, que pronto afloraban nuevamente.
Creyeron que bastaría con mejorar el PIB y los demás indicadores macroeconómicos para eliminar la pobreza. Pero ello tiene apenas un efecto parcial: mantiene una relativa estabilidad para que los sectores medios y pobres se sostengan, sin descender de nivel ni pasar a la miseria. La derecha también se preocupa de estos indicadores, y algunos gobiernos neoliberales han logrado iguales o mejores cifras en ese sentido. Pero en Bolivia, el gobierno del Estado Plurinacional se ufana de haber alcanzado, antes del gobierno de Jeanine Áñez, el segundo lugar de crecimiento en Sudamérica detrás de Colombia. Es decir que aún el gobierno derechista de Álvaro Uribe logró mejores registros económicos que el progresismo boliviano.
El Estado Plurinacional es un régimen estatalista, donde el Estado tiene preeminencia sobre las demás entidades, en especial respecto de las comunidades milenarias que constituyen principalmente a Bolivia. En el fondo, es el mismo estado colonial-burgués, cambiado de nombre y tapizado de indígena: arrastra las mismas dependencias, con ciertos aditamentos folclóricos.
Lo comunitario es entonces otra palabra más para despistar a los incautos, con eufemismos como el “Modelo Económico Social Comunitario Productivo”, que imbrica lo comunitario con lo privado y propugna un aumento de la inversión pública para lograr el equilibro entre ambos. Es decir que lo comunitario debe integrarse y actuar como otro ente privado, que en la práctica significa que no tienen la menor idea de qué es lo comunitario.
El estatismo ha aumentado la burocracia y las dependencias estatales pero, con ello, también el acomodo, la corrupción, el derroche, el oportunismo del estado colonial-burgués, que ahora también afecta e infecta a los “revolucionarios multiculturalistas” del estado plurinacional. Muchos buscan una “peguita” (puesto) pública con el objetivo de sacar ventajas mayores al sueldo que perciben. Para enriquecerse con mayor rapidez y facilidad, como antes lo hicieron los criollos, quienes utilizaron al Estado como medio para acumular prontamente. “Ahora nos toca a nosotros”, corren las voces por debajo de la mesa del Estado Plurinacional.
El Estado Plurinacional es un estado de castas, que ha servido para incorporar a unos pocos q’amiris (indígenas ricos) dentro de las clases dominantes criollas. Los ricos ya no tienen solo el fenotipo blanco sino también indígena, cuando estos han logrado beneficiarse del sistema. Y los indígenas pobres son ahora sirvientes tanto de los llamados q’aras (blancos) cuanto de los q’amiris.
Esto ha sido el Estado Pluricultural, al que se ha incorporado gente de fenotipo indígena, pero que piensa y actúa como los ricos de ascendencia europea. Q’amiris que también presumen de su riqueza, de sus empresas, de sus joyas, de sus cholets, de sus guardaespaldas y de su servidumbre.
El Estado Plurinacional es un estado aburguesado, en el que la nacionalización de empresas y la mayor cantidad de recursos sirvió para que haya más circulante que, como sucede en el capitalismo, tiende a ser absorbido y concentrado paulatinamente en la parte superior de la pirámide social. Sólo una parte queda para la clase media –que creció ostensiblemente y se encarga de sostener la riqueza de los que están en la cúspide- y para que quienes estaban en la miseria pasen a la pobreza, sin protestar tanto porque el capitalismo sigue creciendo y los poderosos controlando a Bolivia.
Para esto sirven los mejores indicadores económicos, para fortalecer el capitalismo; y de eso se ufanan los socialistas. En otras palabras, en el Estado Plurinacional, la riqueza de la Pachamama sirvió para que se enriquezcan los mismos de siempre y unos pocos indígenas más. Y para que surgiera una clase media importante, que también quiere ser q’amiri, generando un mayor aburguesamiento y ansia de riquezas.
A estos nuevos sujetos sociales ya no les interesa su cultura, sus comunidades, sus pueblos ni sus ancestros. No les preocupa mucho el “ser” ni el “estar”, sino el “tener”: convertirse en nuevos ricos. Ya no son comunarios sino pequeñoburguesitos queriendo ser burgueses para vivir como patrones, como los criollos urbanos y por qué no como los millonarios del resto del mundo. Ese es ahora su sentido de vivir y de existir, en especial para los habitantes de las grandes ciudades.
El Estado Plurinacional es comunitaricida: destruye el sistema de comunidades. Los pueblos originarios, ilusionados con el “primer gobierno indígena” y los ofrecimientos del Estado Plurinacional –que les prometía desarrollo y progreso en las ciudades-, abandonaron el campo y por ende las comunidades. Como consecuencia, estas últimas perdieron a muchos de sus miembros y, con ello, se debilitó el sistema que las nuclea.
Por el contrario, las ciudades se ampliaron de manera desproporcionada, en forma de tugurios donde las mayorías buscan sobrevivir a como dé lugar. Así se pierde el espíritu comunitario o de ayuda mutua, pues cada quien trata de sobreponerse al resto de modo individual o familiar, sin quedarse abajo como los “otros”, los eternos derrotados. Y al activar el comercio como principal forma de generación de riqueza, se fortifica el sistema capitalista y se pone en jaque al sistema comunitario. Al ritmo que avanza esta política, ya falta poco para darle el jaque mate.
Del paternalismo al folclore: el aspecto vence a la esencia
El Estado Plurinacional es también paternalista. Al igual que en el estado colonial-burgués, la aglomeración en las ciudades, la falta de trabajo, de servicios y de casi todo, provoca movilizaciones, paros y huelgas para pedir más beneficios a “papá estado”. Pues el gobierno no logra abastecer –en plazos ni en cantidades- aquello que demandan los sectores populares que llegan por miles a las ciudades. Tremenda carga y responsabilidad autoasumidas por los miembros del “proceso de cambio”, con su estatismo y con los millones de excomunarios. Los nuevos urbanos exigen todo, pues como ellos mismos dicen: “Es nuestro gobierno indígena y somos los originarios de estas tierras”.
El Estado Plurinacional es asimismo plurisindical: en él tienen más peso los sindicatos que las comunidades. Sindicatos organizados verticalmente que imponen su poder de arriba hacia abajo, que existen básicamente para ejercer derechos y para hacer reclamos de nuevas necesidades al Estado y a las patronales, que ahora tienen caras indígenas. Sindicatos que se pelean entre ellos, por tener más privilegios que sus hermanos de otros sindicatos o de otras comunidades.
Mientras tanto, en la comunidad el poder está en todos, es espiralado y se transmite de abajo hacia arriba. Es un sistema de familias agrupadas dentro de un territorio, que funcionan en red con otras comunidades, para generar federaciones (markas) y confederaciones (suyus). Un tejido milenario que, en forma de telaraña, permite apoyarse y defenderse mutuamente.
Paradójicamente, aunque este modelo debería ser lo primordial de un gobierno plurinacional –recuperar y consolidar las formas de poblamiento comunitario y de gobierno federativo y confederativo-, lo que han hecho es fortalecer el sindicato, el partido y el Estado, todos formatos de origen eurocéntrico. Allí no mandan las naciones, los pueblos o las comunidades sino los caudillos, los caporales, los sindicatos, el partido.
El Estado Plurinacional está quebrado en varios retazos, fragmentados paulatinamente en más partidos, sectas, clases, movimientos sociales, clubes, fraternidades y muchos otros pequeños feudos. Con lo cual se han profundizado las divisiones y, como consecuencia, los distintos grupos se pelean por ideologías, por religión, por el mercado, por las plazas, por el fútbol y por casi todo.
Cuando estaban organizados mayoritariamente en comunidades y guardaban el espíritu cooperativista, se mantenían unidos y ese era su soporte para defenderse del colonialismo y del capitalismo. Allí se fundaba el poder comunal que no lograron destruir la colonia ni la república, aunque lo agrietaron. Ahora, ese poder está mucho más cuarteado, con los comunarios separados y luchando entre camaradas (como se llaman entre ellos) por tener más tajadas, más espacios, por conseguir más prebendas.
Para lograr aquello es necesario montarse sobre los demás. Hay que competir, luchar y hasta matarse, entre hermanos y entre comunidades. Saben que el athapi (la mesa común) no avanza para todos, sino que deben ganarse a arañazos y empujones los pocos espacios que abren el capitalismo y el Estado en las ciudades. Y mientras esto pasa en la Bolivia Plurinacional, en otros sitios de Amerike o de Abya Yala algunas comunidades impiden entrar a los partidos políticos, a las sectas religiosas y a todo aquello que les divida. Incluidos los revolucionarios de izquierda.
El Estado Plurinacional es academicista: fomentó la creación de “universidades indígenas” solo de nombre, pues siguen siendo q’aras las carreras, pensum, metodologías y pedagogías. Estas casas de estudio han generado muchos profesionales de rostro indígena pero pensamiento occidental. Sus graduados salieron del analfabetismo pero también de sus culturas, saberes y tecnologías milenarias, adquiriendo una serie de conocimientos eurocéntricos que empoderan al sistema colonial y al capitalismo.
Por eso, también, el Estado Plurinacional es fenotipista; porque exige que todos los q’aras sean desplazados para que sólo se vean rostros indígenas. Cuando regresaron los plurinacionales al poder –luego del gobierno derechista de Áñez- y se nombraron las nuevas autoridades, muchos cuestionaban que todavía hubiese rostros blancos en el gobierno, sobre todo en puestos de relevancia. Para que fuese una gestión verdaderamente indígena, todos debían tener rostros originarios, sin que importase demasiado cuál era su pensasiento (como dice el vicepresidente, David Choquehuanca, parafraseando al escritor uruguayo Eduardo Galeano).
El Estado Plurinacional es un estado mestizado, en el que quienes abandonaron las comunidades ya no se reconocen como indígenas sino como mestizos. Tienen el mismo rostro que los demás, pero por vivir en la ciudad y tener algo más de dinero, o por haber accedido a otra formación, creen haber dado un saltito en la escala social. Estos nuevos mestizos también consideran a sus exhermanos indígenas como atrasados, subdesarrollados o inferiores por haberse quedado en el campo, en las comunidades… En la pobreza, que es lo que ahora creen que significa todo ello, cuando antes lo veían de otra manera.
Los modernos mestizos de clase media, que viven en las ciudades, se distancian y se defienden del peligro que representan los indígenas pobres y “delincuentes”, asentados en los suburbios. Casi no votan por el MAS. En algunas de las ciudades grandes, casi siempre la derecha gana las alcaldías en forma continua.
El Estado Plurinacional es un estado folclórico, donde lo indígena es un esencialismo adornado de imágenes y símbolos andinos. Se ha hecho un maquillaje ancestral con rituales y ceremonias indígenas, pero el condumio o la esencia lo constituye un colonialismo interno asimilado en su gran mayoría por la población.
Propaganda, ecocidio y arribismo
El Estado Plurinacional es un estado de propaganda, que a través de la televisión y de los medios de comunicación pretende convencer al pueblo de las ventajas del “gobierno indígena”. Como hubo muchas quejas y desencantos en diversos sectores, se hizo necesario convencerles –mediante la publicidad oficial-, de que el Estado Plurinacional es el cambio que necesitan, pero que se realiza paulatinamente.
El “gobierno indígena” de Evo Morales fue una máquina de hacer y difundir, por todos los medios disponibles, obras grandes y pequeñas. Se afianzó la creencia de que la Bolivia plurinacional era sinónimo de más infraestructura. Sin embargo, los beneficiados por estas megaobras son siempre los grandes empresarios, por un lado porque obtienen más contratos públicos y, por otro, porque esta clase de desarrollos permite a los inversionistas nacionales y extranjeros explotar mejor a la Pachamama.
Lo cual satisfacía al “gobierno indígena”, de que ellos generen las fuentes de trabajo, para satisfacer la gran demanda de desplazados de las comunidades. Lo que para Linera era la forma de ampliar y fortalecer el proletariado, capaz de hacer la revolución socialista y concretar su idealizado oxímoron de un “socialismo comunitario”. Es decir, en la transición linerista todos debían dejar de ser indios comunarios atrasados, para convertirse en proletarios avanzados que construyeran la Bolivia socialista, no la del Suma Qamaña(Vivir Bien).
Para ellos, el gran culpable del atraso boliviano era el sistema milenario del indio, no el de los colonizadores monárquicos y liberales. La llamada “independencia” de los liberales, significó para el mundo indígena una mayor rasgadura de sus bases culturales, principalmente de su sistema comunitario de vida, que profundizó aún más el colonialismo. Y ahora, el colonizador socialista-leninista le da el puntillazo final con su Estado Plurinacional, también bajo el argumento de que es necesario sacar a los indios de su primitivismo o de su estado “fósil”, según palabras del propio Linera.
Con este método se pretendía desarrollar las fuerzas productivas, los medios de producción y demás cantaleta desarrollista, progresista y economicista que suelen regurgitar y que, por cierto, es la misma de la derecha. El gran y último destructor del sistema comunitario, en consecuencia, se llama Álvaro García Linera, quien engatusó a Evo con su proyecto dogmático del poder hegemónico y “lactosado”. Mientras que el propio Marx, hace 130 años, escribió que no era necesario pasar por todo este periplo, sino simplemente consolidar el sistema de comunas existente en todo el mundo. Pero es muy probable que Linera no lo haya leído: de acuerdo a sus declaraciones, tiene sólo a Lenin como autor de cabecera.
Por eso, aunque esto es lo que debió –y todavía debe- hacerse, en lugar de reconstituir el sistema confederativo de ayllus (comunidades), los líderes del MAS persisten en su empeño de construir el Estado Plurinacional. Un tipo de organización que, según Linera, dará paso al socialismo y de ahí al comunismo, donde volverán a ser comunarios pero esta vez “científicos”, ya no “atrasados”.
El Estado Plurinacional es ecocida. Se llena la boca de Pachamama pero no la percibe como la madre física, palpable y tangible que está todos los días junto a sus hijos: ahora es otra virgen más en el panteón católico, a la cual le piden con ofrendas que les indique donde hay más minas para poder explotarlas. El caso del Territorio Indígena y Parque Nacional Isiboro Sécure (TIPNIS), que ha sido ampliamente estudiado, demostró que es un estado extractivista, tan solo con ansias de recursos para hacer obritas que modernicen y desarrollen a la Bolivia menesterosa en todo, casi feudal según el linerismo.
La mentalidad linealista, progresista y futurista, a pretexto de desarrollo y progreso, les ha llevado a afectar las formas milenarias de asociación y producción. Es decir que, a mayor desarrollo capitalista y modernizante impuesto, más se afectaba al sistema comunitario. Mientras más crecimiento económico se establecía, más se dañaba a la Pachamama, a la que sólo había que hacerle rituales para que todo quedase subsanado.
Hacia el exterior se presentaban como grandes defensores de la naturaleza y hasta pedían declaraciones mundiales de defensa de la Madre Tierra. Y todos los incautos les creían, incluido quien esto escribe, que sólo luego de un viaje a Bolivia en 2012 advirtió que era un estado de propaganda todo lo que se difundía hacia fuera de Bolivia.
El Estado Plurinacional es arribista. Cree que los cambios se hacen desde arriba, desde el gobierno o el poder constituido. Y no desde debajo o desde fuera de todo lo estatuido y delimitado por el sistema. El “proceso de cambio” debería ser para comunalizarBolivia y empoderar al pueblo en la autodefensa de su sistema milenario, en lugar del proceso de descomunalización en curso.
Tal objetivo se alcanzaría mediante la mejora de las condiciones de vida en las comunidades –incluida por supuesto la infraestructura necesaria para consolidar el sistema y espíritu comunitario-, para que todos prefieran vivir en el campo en lugar de hacinarse en las ciudades. Y para que cada federación de comunas sea una pequeña nación autónoma y poderosa dentro de Bolivia, como forma de restablecer el sistema confederativo, y no el Estado Plurinacional, como modelo fundamental.
Pero ni siquiera cumplieron con lo que dice la “Constitución del Estado Plurinacional Comunitario y Autonómico”, que podría haber sido una transición hacia la desaparición paulatina del Estado y un camino para impulsar la Confederación de Pueblos de Abya Yalao Amerike, basado en la potencia y la praxis comunitarias. En cambio ahora quieren, por medio de una tal Runasur, que todos los pueblos del continente sigan por el mismo despeñadero de su proyecto anticomunitario, por lo que tocará enfrentarlos: ya no sólo tenemos que luchar contra la derecha sino también contra los estatistas, que han demostrado no ser nuestros aliados sino nuestros capataces.
Del narcoestado al golpe político: desatinos a izquierda y derecha
El Estado Plurinacional es un narcoestado. Si bien ya lo era antes del ascenso de Morales, Bolivia sigue presa del narcotráfico. No ha logrado controlar –peor desarticular- a las mafias de la cocaína, ni consiguió que las comunidades se dediquen a otro tipo de producción más allá de la coca. La condición sagrada y milenaria de este cultivo se utiliza y hasta se manipula, pero en la práctica se trata de un negocio para la inmensa mayoría de productores cocaleros, pues provee mucho dinero. Lo ancestral, sagrado y medicinal, es secundario y tan solo para un pequeño sector.
La mayor cantidad de la coca producida en Bolivia va al narcotráfico, y los comercializadores de cocaína han infiltrado la policía, la milicia, la economía, la política, al propio MAS ¿Qué se podía esperar de un sindicalista cocalero, sino proteger la producción de coca? Pero en el fondo, eso implica proteger al mercado de la cocaína, cuando se debería limitar su producción para fomentar producciones agroecológicas, que ahora tienen una gran demanda mundial.
El Estado Plurinacional es caudillista: Evo Morales pretendía convertirse en un eterno y sacrificado presidente solo reemplazado al morir, según el ejemplo de otros líderes comunistas –como Fidel Castro y Daniel Ortega- o los papas y patriarcas de las iglesias monoteístas. Sus súbditos querían también hacer culto de su personalidad y eternizarle en el poder, pues se creía que su figura era la única capaz de agrupar a todos los sectores populares y asegurar la continuación del denominado “proceso de cambio”.
Para conseguirlo era necesario modificar la constitución y habilitar las reelecciones indefinidas del presidente. El partido propuso un referéndum con ese propósito, pero el tiro les salió por la culata: al interior del mismo MAS y del pueblo, surgieron voces en demanda de respeto a la alternabilidad, según el espíritu comunitario. Pero como lo comunitario ya resulta un obstáculo antes que un horizonte, se impuso la consulta popular en la seguridad de que el pueblo rendiría culto al caudillo.
Muy pronto quedó comprobado el error de cálculo. Escucharon al ego y al bolsillo antes que al pueblo, y por eso se vieron obligados a buscar medios, pretextos y triquiñuelas legales para echar abajo la consulta, en la que mucha gente de las comunidades y los movimientos sociales pedía cambios. En 14 años de gobierno se habían acumulado tantos errores que todos tenían cuestionamientos para hacer, situación de descontento que la derecha vio como una opción para ganar a río revuelto.
Sin embargo, los evistas estaban dispuestos a todo con tal de no perder el control del Estado para Evo Morales, el líder del pueblo, sin el cual Bolivia no podría seguir por sí misma. Y se lanzaron a una nueva contienda electoral junto a él: los rumores de fraude enervaron a la mayoría de bolivianos, quienes se levantaron contra lo que llamaban “la bribonada del MAS”. Ante las grandes movilizaciones de la oposición, los evistas lucieron entonces desorientados y sin ánimo para responder.
Hubo levantamientos populares y de la derecha, que buscaba sacar ventaja de la coyuntura y al final lo logró, más por la inoperancia del MAS que por sus propios aciertos. La consecuencia inmediata no fue un golpe constitucional o de Estado sino un golpe político derechizante, que pretendió en un año de gobierno echar al traste los pocos logros del Estado Plurinacional.
En las últimas elecciones, el pueblo votó por Arce y Choquehuanca porque consideró preferible elegir a otros de los suyos –ya no Morales ni Linera- para darles una nueva oportunidad, en lugar de respaldar a los candidatos de la derecha que demostraron ser mucho peores: gracias al gobierno racista, criminal, neoliberal, religiosista y corrupto de Áñez, el MAS pudo regresar fácilmente al gobierno. Sin embargo, el 45% de bolivianos se manifestó en contra del “proceso de cambio”, pues Arce ganó con el 55% de los votos. Y si bien los nuevos mandatarios no han actuado como caudillos, aún es pronto para saber si un regreso de Morales puede llevar a que todo vuelva a su curso anterior.
Un nuevo fracaso… ¿y la toma de conciencia definitiva?
En definitiva, el Estado Plurinacional es otro fracaso de la izquierda, de los socialistas, de los progresistas y de todos quienes apuestan por el estatismo como fin de su proyecto revolucionario. De aquellos incapaces de entender que el Estado es solo un medio para restablecer la confederación de ayllus o comunidades, porque el fin es un sistema mancomunitario.
Este sistema milenario, ahora disminuido y desarticulado, en cuidados intensivos, todavía late y puede ser reverdecido y florecido. La izquierda debía darle vuelo, pero al contrario de eso parece aplicarle el remate final. Incluso allí donde haya muerto, puede renacer en forma de ecoaldeas, una forma moderna de las biocomunidades, con más de 60 años de experiencia en el mundo.
Solo unos pocos miembros del MAS mantienen vivo lo comunitario en el gobierno del Estado Plurinacional, aunque su posicionamiento al interior del partido todavía es dificultoso. Cobijados por Choquehuanca, quieren curar a este sistema malherido y abrir el camino al poder comunal. El actual vicepresidente boliviano parece tenerlo bastante claro, aunque a veces vemos que también se pierde y cae en las redes de los socialistas y sindicalistas del MAS.
Como se indicó, los comunarios plurinacionales que propugnan el Suma Qamañason una minoría en el MAS, pero si logran abrirse paso y comprender con claridad la función transicional del Estado Plurinacional, podría pensarse a futuro en un giro comunal. En caso contrario, este modelo estatal tendrá un largo camino, cuyo énfasis se limitará a arreglar el capitalismo a través del rentismo, ajustándose a sí mismo para lograr una mejor redistribución. De este modo continuará con la lógica socialdemócrata impuesta al interior de los movimientos socialistas-marxistas: sostener el estatismo, que no permite mayor margen de maniobra y dilatarse en luchas políticas desgastantes con la derecha, que puede volver a ganar en una próxima elección.
Entrar a la boca del monstruo puede llevarnos a terminar digeridos, pero cuando se es consciente de ello, es posible dirigirlo en busca de otro tipo de beneficios. Si solo se asimila la lógica del capital para impulsar la agenda del capitalismo, en la ilusión de que por ahí se llega al socialismo, como máximo el monstruo creará un capitalismo de Estado. Y al final, implicará no salir del gatopardismo ni del círculo vicioso, sino empeorar las condiciones para el sistema comunitario.
La lucha al interior del MAS, en las ciudades, pero ante todo en las comunidades, debe ser una lucha epistémica, ideológica, cultural, estratégica, contra el colonialismo asimilado por la gran mayoría y contra todas las formas de recolonización. Solo así será posible el Suma Qamaña, que hoy es apenas un bonito membrete. Los marxistas ahora quieren hacer reformas superficiales y lograr una mejor administración del mercado. Los socialistas, al igual que los liberales en su tiempo, avanzan paso a paso hacia la derecha.
Ambos han renunciado a la revolución, y el Pachakuti –la transformación total del orden establecido- demanda una. Pero no una revolución armada o violenta sino interna, en cada uno de los miembros del MAS, de las comunidades y de todos, para lograr la revolución general que concrete el Pachakuti. Cumplir esta tarea legada por nuestros abuelos, exige tener la luz suficiente para ser conscientes de las trampas oscurantistas que se nos tienden y no caer en ellas. Ahora, eso es la revolución. No el foquismo salvador del joven Linera, ni el foquismo cafeinado de su adultez. Veamos si en su vejez aprende, como lo hizo Marx pocos años antes de morir.
En definitiva, el Estado Plurinacional es otro fracaso de la izquierda, de los socialistas, de los progresistas y de todos quienes apuestan por el estatismo como fin de su proyecto revolucionario. De aquellos incapaces de entender que el Estado es solo un medio para restablecer la confederación de ayllus o comunidades, porque el fin es un sistema mancomunitario.
*Atawallpa Oviedo Freire, senti-pensador franco-ecuatoriano, filósofo-médico andino (wakakue). Autor de 12 libros, 5 traducidos al francés. Director de la Escuela Alteridad. Coordinador del Centro de Estudios del Buen Vivir.
Fotografía tomada de https://www.canalcaribe.icrt.cu
Muy buen articulo, discrepo en que tomandose el poder del estado se puede conseguir transformarlo en un estado comunitario. La transformacion debe empezar desde las bases fortaleciendo las comunidades; lo demas es un gatopardismo como todos los movimientos autoproclamados “progresistas” que en el fondo lo que persiguen es la formacion de una nueva lumpen-oligraquia delincuencial para mantener a los caudillos o sus sucesores en el poder para siempre como ha ocurrido en Venezuela, Nicaragua, Cuba y otros paises de otros continentes y de la region.
Siempre queda la pregunta, ¿En qué Comunidad vivirá el autor, a qué organización pertenecerá? Al parecer es un apolítico estilo Yaku!!