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13 agosto 2014
La tortura de mujeres, so pretexto de practicar la brujería, fue contribución indispensable de la Iglesia al capitalismo; se trataba de domesticar a las insumisas, de despojarlas de sus poderes y conocimientos para volverlas amas de casa dependientes. Acusadas de herejía, de usar pócimas secretas que inducían al mal, su persecución inquisitorial duró hasta principios del siglo XIX, y a muchas les costó la vida. Pese a la secularización de la sociedad, aquellas que desafiaban la moral eran entregadas a conventos o sanatorios mentales, en su mayoría, regidos por religiosas. En el Ecuador, debido a la dificultad de manejar el aumento de delincuentes, su custodia pasa de las monjas del Buen Pastor al Estado, solo hasta los años ochenta del siglo XX. Esta situación tiene sus antecedentes.
A fines de los años sesenta ocurre un lejano salto cultural, cuando la descontenta juventud estadounidense, opuesta al autoritarismo guerrerista de sus gobernantes, se refugia en el consumo de sustancias psicotrópicas. Poco después, se logra la sintetización de alcaloides y posteriormente -con la globalización- su masiva comercialización. En 1982, el pánico moral se apodera de la política estadounidense y el presidente Bush declara el combate contra las drogas, dibujando así la cara conservadora del neoliberalismo y comprometiendo a países como el nuestro para sus propósitos.
A condición de la subordinación de la ley penal y la policía al servicio del derecho transnacional, los Estados Unidos conceden exenciones arancelarias para productos primarios de agroexportación. Así se firman pactos como el APTA (1991) y el ATPDEA (2002); para ser favorecido, el Ecuador debe probar su compromiso, evidenciar mediante estadísticas el porcentaje de delincuentes encarcelados por narcotráfico
Mientras tanto, un personaje femenino ya había aparecido en los escenarios urbanos locales: la bruja. Estos son tiempos de debilitamiento del Estado, con medidas de ajuste estructural, en los cuales, la exclusión afecta de manera especial a las mujeres. Sin escuela, sin trabajo, sin salario, las precarias brujas son enroladas en el comercio “al minoreo” o como mulas, formando parte de los eslabones más débiles en la cadena del narcotráfico. La flexibilidad de este trabajo les permite cumplir las responsabilidades que conciernen al cuidado y el sostenimiento de sus familias.
La feminización de la delincuencia es un hito histórico reciente, muestra que la delincuencia no es naturaleza humana sino efecto de la desigualdad social, sexual; ellas son el chivo expiatorio que justifica la política antidrogas, pues pocos son los grandes narcotraficantes detenidos. No en vano, el total de presas asociadas a estos delitos se acerca al 80%, con un promedio de permanencia en prisión de ocho a doce años. Recordemos que cuando se encarcela a una mujer, no sufre un individuo sino una red social completa. En el siglo XXI, la cacería de brujas continúa: se siguen atrapando mujeres excluidas. Sabemos que la nueva tabla de proporcionalidad del tráfico ilegal de sustancias estupefacientes y psicotrópicas entró en vigencia; no obstante, nos preocupa que la prisión siga siendo el horizonte del sistema de justicia.
* Miembro del Comité de familiares, amigas y amigos de gente presa
fuente: http://www.hoy.com.ec/noticias-ecuador/caceria-de-brujas-611600.html