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CARACTERIZACIÓN DEL PROYECTO CORREISTA Y ANÁLISIS DE COYUNTURA. por Jorge Oviedo Rueda

Quito, 31 de agosto, 2014

 

Todo análisis del momento actual en el Ecuador se puede perder en el ámbito de las especulaciones académicas si no se es capaz de usar, apropiadamente, las categorías del análisis marxista, ahora enriquecidas con los aportes del pensamiento tradicional andino. Este es un primer intento en el que trataremos de alejarnos de los academicismos inútiles y la vanidad intelectual que pueden deslumbrar pero no convencer, puesto que, en los actuales momentos, es más importante una gota de compromiso en la lucha ideológica que un océano de conocimientos no comprometidos.
 
CARACTERIZACIÓN GENERAL DEL PROYECTO CORREISTA

Antes de enfocar los temas de la coyuntura será necesario caracterizar el proyecto correista, para lo cual haré, primero, una revisión sumaria de las caracterizaciones que los distintos sectores políticos hacen de ese Proyecto.

Del propio Correa. Correa y sus ideólogos definen su proyecto como un proceso que tiene como objetivo, en un primer momento, construir una sociedad pos-neoliberal, en un segundo, un “socialismo de mercado” y, por último, un “biosocialismo”. Dicen que es un proyecto estratégico, a largo plazo, que no podrá saltarse ninguna etapa.

Dicen, también, que no hay “solución de continuidad” en el proceso de desarrollo, por eso sostienen que el método es la reforma, desconociendo la lucha de clases y excluyendo los métodos revolucionarios para la toma del poder y la construcción de un nuevo tipo de sociedad. Identifican la sociedad pos-neoliberal con el Estado-nación (capitalismo de base popular) que el asesinato de Alfaro truncó en el Ecuador y de cuyo proceso histórico se sienten herederos; el “socialismo de mercado” lo identifican con la nueva economía china y el “biosocialismo” con una hipotética sociedad de autoconciencia que se supone tendrá que surgir en base a los principios civilizatorios del Sumak Kawsay.

Todo este amasijo de concepciones es a lo que Correa y sus ideólogos llaman Socialismo del Siglo XXI
 

1. La extrema derecha oligárquica caracteriza al gobierno de Correa como un gobierno estatista, autoritario, de corte socialista, enemigo de la libertad y de la democracia.
2. La nueva derecha, camuflada adecuadamente en el proyecto correista -técnicamente preparada para mantener el gobierno en sus manos por lo menos el próximo siglo-, se identifica con la reforma correista, segura de que esos cambios son necesarios para que nada cambie.
3. La izquierda dogmática, de perfil stalinista, que después de haber apoyado a Correa se tuvo que alejar de él, lo pintan, sin matices, como retrógrado-conservador, fascista y autoritario, coincidiendo con la extrema derecha.
4. La izquierda reformista, de corte socialdemócrata (la izquierda boba), está dentro del proyecto correista como mero furgón de cola y justifica el proyecto diciendo que con él darán término a las tareas democrático-burguesas de la revolución, es decir, harán justicia al Viejo Luchador.
5. Los resentidos. Otro sector de la izquierda es el de los resentidos, los compadres que se pelearon con Correa. Tienen nostalgia de haber perdido el poder y están convencidos de que ellos sabrían llevar mejor a la práctica el proyecto que la audacia de Correa les arrebató. Son intelectuales de prestigio que siguen aportando en la reflexión y la lucha política, sin darse cuenta que no es Correa al que hay que cambiar sino el proyecto que ellos mismos ayudaron a crear.
6. También está la izquierda infantil, estancada en el sentimiento guevarista de la lucha armada, que caracteriza al gobierno de Correa como burgués-capitalista.
7. Y está la izquierda ecologista que pretende ubicar la lucha política entre los intereses del planeta (la Tierra, la humanidad) y el ciego interés de la globalización capitalista, caracterizando al gobierno de Correa como un gobierno extractivista, comprometido con el proceso de acumulación global del capital.

Frente a este conjunto de enfoques políticos creo que hay que definir una caracterización que los supere y nos permita ir nucleando a una oposición político-ideológica, consiente y decidida a llevar la lucha para oponerse a Correa y buscar el cambio revolucionario de la sociedad.

La aplicación creadora del marxismo en los momentos actuales implica la incorporación del pensamiento ancestral andino que Marx, por razones obvias, no pudo tomar en cuenta, convirtiéndonos de esta forma en pioneros de un enriquecimiento de su pensamiento sólo comparable al que hizo Lenin a principios del siglo XX. Este nuevo enfoque está en proceso y nosotros, los revolucionarios de hoy, tenemos la obligación colectiva de aportar a ese desarrollo teórico. Mirando ese horizonte propongo la siguiente interpretación:

Primero. Cierto que en la historia política del Ecuador la Revolución liberal de Alfaro marcó un antes y un después. En el antes está la negra noche colonial que se prolonga hasta la revolución alfarista, precisamente; después está la no menos negra noche del capitalismo oligárquico copada en su totalidad por las distintas fracciones pro capitalistas. El asesinato de Alfaro a manos de los intereses coaligados de la oligarquía liberal y los de los viejos terratenientes truncaron su proyecto de construir el Estado-nación que había sido también el sueño de Bolívar. Un siglo más tarde después de la muerte de Alfaro (95 años, exactamente), Rafael Correa retoma el proyecto alfarista y dice estar dispuesto a hacerlo realidad.

El Estado-nación es un proyecto burgués, diferente en lo formal del Estado-oligárquico y antagónico a la concepción del Estado-plurinacional. Implica la existencia de una burguesía nacional, dispuesta a “hablar claro” con el capitalismo mundial pero jamás a tomar una vía diferente de desarrollo a las que él propone. Son las tesis del reformismo comunista de la Tercera Internacional ahora camufladas tras el discurso de los gobiernos “progresistas” del Socialismo del siglo XXI.

El Estado-plurinacional es el Estado revolucionario que nos permitirá aplicar la fuerza del pueblo en la transformación radical de la sociedad capitalista.

Segundo. No es exacto decir que el proyecto de Correa representa una modernización del capitalismo, porque el capitalismo en nuestro medio se ha estado modernizando solo, permanentemente, al ritmo que han querido las sectores dominantes; es más exacto sostener que el proyecto correista es el triunfo del reformismo burgués sobre la fracción más retardataria de la oligarquía ecuatoriana para acelerar su modernización, con lo cual se anula esa imagen que muestra a Correa como revolucionario; se trata de validar la concepción de que la revolución es la detención abrupta del “progreso” burgués para ser suplantado por el “desarrollo revolucionario”.

El régimen nos vende a diario, por todos los medios, la idea de que no podemos ser “mendigos sentados en un saco de oro”, con lo cual, de forma perversa, estimula el consumismo depredador y contradice la esencia del Sumak Kawsay como base de una nueva civilización. Hay que demostrar que una nueva civilización sólo es posible más allá de los parámetros de la economía política burguesa, esto es, más allá de la lógica del proceso de acumulación capitalista a nivel mundial.

Una nueva civilización no podemos construirla fortaleciendo el desarrollo capitalista que es lo que hace el reformismo correista y el de todos los países “progresistas” de América Latina. Eso es un crimen contra la humanidad. Una nueva civilización se la comienza a construir acelerando la muerte del deteriorado régimen del capital que ha llegado ya a límites irreversibles. Este es un momento revolucionario que vive la humanidad irredenta que ahora prefiere la explotación a la muerte; este es el momento de la acción para las fuerzas que se dicen revolucionarias y de la aplicación de infinitas formas de lucha que culminarán en la guerra, entendiéndola, entonces, correctamente, como prolongación de la política.

Tercero. El Sumak Kawsay es el aporte de los revolucionarios de estas latitudes al pensamiento latinoamericano y mundial. No tiene parangón con el “Buen vivir” de la revolución ciudadana ni con el Sumak Kawsay folklorizado y aséptico que maneja el régimen, habiendo inclusive creado una Secretaria Adjunta a la Presidencia de la república para difundir sus concepciones. El Sumak Kawsay Revolucionario (SKR) se integra con el marxismo en el punto nodal de la propiedad colectiva sobre los medios de producción. Los pueblos originarios de América no conocieron la propiedad privada, habiéndose organizado en torno a la propiedad colectiva de la tierra. Marx llegó a la conclusión de que la propiedad privada sobre los medios de producción determinaba la desigualdad y la explotación del hombre por el hombre y que, por lo tanto, había que abolirla. Este es el punto clave de la fusión del marxismo con la tradición americana y no, como pretende Correa, la identificación del Sumak Kawsay con el “Buen vivir”. El buen vivir ancestral tiene como condición la implantación de la propiedad colectiva sobre los medios de producción, todos, pero particularmente la tierra. Sólo entonces, la noción del buen vivir significará lo mismo que Sumak Kawsay y adquirirá sentido lógico e histórico.

En resumen: el proyecto correista es un proyecto demo-burgués- reformista que se ha planteado como objetivo terminar de construir el Estado-nación trunco desde el asesinato de Alfaro, posible únicamente en el marco de las concepciones del desarrollismo capitalista, a lo que la RC llama sociedad pos-neoliberal, no siendo correcto sostener que el correismo moderniza el capitalismo ecuatoriano, sino que lo acelera, para lo cual tuvo que vencer políticamente a la vieja oligarquía (partidocracia) usando para eso un discurso de izquierda. Así es como podemos desmitificar la imagen de líder “revolucionario” adquirida por Correa y ubicarla en su dimensión real de caudillo reformista.

Correa mantiene secuestrado el discurso de izquierda, ahora condimentado con las concepciones del Sumak Kawsay ancestral, porque la izquierda en el Ecuador ha renunciado a la lucha y se mantiene postrada ante el poder de la Revolución Ciudadana, en unos casos y, en otros, por su incapacidad para renunciar al dogma stalinista o a inútiles sueños de oposición armada que no se justifican si antes no se prepara políticamente el terreno para la lucha.

Frente a esto es urgente la organización popular y su poderl. Este es un proceso que está en marcha y al cual debemos aportar todos los que nos sintamos revolucionarios.

Bajo esta caracterización general del proyecto correista, adquiere sentido el siguiente análisis coyuntural.
 
LA ACTUAL COYUNTURA POLÍTICA. ELEMENTOS PARA SU DISCUSION

Se enfoca el período comprendido entre febrero de 2014 y nuestros días, es decir, desde las últimas elecciones seccionales hasta el mes de agosto del año en curso. Tres son los ejes que tomaremos en cuenta: el económico, el político y el social.
 
1. EL EJE ECONÓMICO

La balanza comercial no petrolera del Ecuador registra, desde inicios de la dolarización, un permanente déficit. En los últimos años hay un crecimiento inusitado de las importaciones en detrimento de las exportaciones, pero desde el 2009 hay un déficit global en la balanza comercial, incluido el sector petrolero.

En el período analizado, la situación se agudiza si se tiene en cuenta el alto nivel de importaciones de combustibles que el régimen se ve obligado a hacer como consecuencia del cierre de la refinería de Esmeraldas. Sólo en el 2013 se importó más de 6 mil millones de dólares, lo cual hace imposible que se pueda estabilizar la balanza comercial.

El régimen afronta el grave problema de restringir la fuga de dólares, para lo cual recurre frecuentemente al mecanismo de prohibir importaciones de forma temporal con lo que logra de forma ficticia bajar el déficit en la balanza comercial no petrolera, el mismo que reaparece y se incrementa cuando se reanudan las importaciones.

Estructuralmente este es un problema que jamás podrá subsanar el régimen actual. La estabilidad del dólar favorece las importaciones y perjudica al sector exportador. El modelo económico de Correa, centrado en el aumento de la demanda principalmente del sector público, pone contra el piso a la producción nacional que ve aumentar sus costos de producción en razón de la revaluación permanente del dólar. En perspectiva, Correa se irá volviendo cada vez más dependiente del capital internacional que ve en este esquema el ambiente más favorable a sus intereses.

¿Cómo explicar, entonces, el crecimiento económico interno, eso que Correa llama con orgullo el “milagro ecuatoriano”? La inversión de fondos públicos en obras de infraestructura y en el sector de la construcción explican este “milagro”. Nada del otro mundo, ningún “milagro” y peor aún obra revolucionaria. Lo que Correa hace es pagar la deuda social que la oligarquía ecuatoriana tenía con el pueblo desde el siglo XIX para evitar, de esa forma, el estallido social y crear las condiciones apropiadas para acelerar la modernización capitalista. La transformación revolucionaria de la economía ecuatoriana es harina de otro costal.

En el período analizado se nota una tendencia a restringir la inversión pública porque el déficit fiscal se va convirtiendo en inmanejable. En los actuales momentos supera los cinco mil millones de dólares que, para ser financiados, el régimen ha tenido que volver al rebaño a pedir plata a organismos internacionales de crédito que, en la cumbre del fervor revolucionario de la Revolución Ciudadana, fueron denostados con el discurso de la izquierda. Mil millones del Banco Mundial, 400 con Golmand Sachs con garantía del oro nacional y una línea abierta de crédito con los chinos, poniendo de por medio nuestro petróleo, nos hacen ver que este gobierno es en la práctica un gobierno oligárquico que, para poder sostenerse, sigue recurriendo perversamente al discurso revolucionario de izquierda. A este caudal pretende sumar la plata de los fondos privados de 54 organizaciones con el deleznable argumento de que se han conformado con dineros públicos, secuestrando las utilidades de los trabajadores de las telefónicas, creando impuestos a la plusvalía y gravando ciertas actividades del internet.

La muestra más clara de sus compromisos con la oligarquía y el capital corporativo mundial es la aprobación de un acuerdo comercial (TLC) con la Unión Europea. En esencia Correa se ha visto obligado a aceptar los términos en que Colombia y Perú negociaron con Europa, esto presionado por el déficit de la balanza comercial y cediendo a las exigencias de los exportadores ecuatorianos y, a sabiendas, a estas alturas, de los resultados negativos que los TLCs han tenido para nuestros vecinos. En términos concretos, el TLC con Europa significa incremento de las importaciones provenientes de esa región y, apenas, conservación de las exportaciones tradicionales nacionales, con lo cual la dependencia económica del Ecuador crecerá exponencialmente en los próximos años y jamás se logrará equilibrar la balanza comercial. Ni aún dentro de sus propios esquemas de desarrollo económico estos gobiernos “burgueses progresistas” atinan a dar pie con bola.

El escándalo que el régimen ha hecho en torno al nuevo Código Monetario y Financiero es más ruido que otra cosa. Pura declaración de principios, sin que nada cambie sustancialmente. La banca privada y el sector financiero han aceptado de buena gana el Código, porque han comprendido que nada se altera; pero con el escándalo Correa logra un efecto sicológico sobre los sectores populares al hacerles creer que con este código se está controlando y limitando el poder económico de los bancos. Quitarle una que otra mancha al tigre en nada le afecta.

El dinero electrónico introducido por el régimen me parece que tiene importancia en la medida que puede modificar, en alguna medida, el esquema de la dolarización que tan rígidamente estimula las importaciones, volviendo casi imposible el equilibrio comercial.
 
2. EL EJE POLITICO

Apenas un año más tarde del triunfo presidencial los resultados electorales seccionales fueron traumatizantes para los intereses de la llamada Revolución Ciudadana. Correa nunca aceptó la derrota, pero es imposible tapar el sol con un dedo. El oficialismo perdió en Quito, Cuenca, Santo Domingo, Portoviejo, Santa Elena y Manta, ganó apenas seis gobiernos provinciales más cuatro con alianza y perdió en provincias orientales claves. Los resultados electorales del 23 de febrero configuran un panorama desalentador para el proyecto correista y obligan al régimen a mover sus fichas de manera inmediata en la perspectiva de retomar la iniciativa y volver a consolidar las bases de su proyecto.

Un Rafael Correa que abrazaba hasta los postes fue la tónica general de la campaña. Se partía de la idea de que la figura de Correa podía transferir los votos a sus candidatos, apoyándose en una consigna que la creían invencible: “Somos un equipo”. Ni el presidente ni la consigna hicieron posible el milagro del triunfo. Los resultados produjeron el efecto de un golpe contundente en la oreja del régimen, dejándole patidifuso.

Cuando pasó la tormenta, más allá de las bravuconadas y alardes triunfalistas de Correa, se comprendió que estos resultados electorales ponían en peligro el proyecto. Quedaba claro que las fuerzas del neoconservadurismo se estaban recomponiendo y que habían aflorado las debilidades internas del correismo.

¿Qué representa Mauricio Rodas? Una fracción de la derecha que, llegado el caso, no tendría ningún inconveniente en suscribir un proyecto similar al que exhibe Alianza País, razón por la cual Correa lo ve como la amenaza más peligrosa porque no aceptaría jamás que se le arrebate el mérito histórico de haber sido él el pionero en la construcción del Estado-nación trunco desde Alfaro. Rodas no es la derecha dinosáurica ni recalcitrante que representa Nebot. Políticamente es un centro con el cual estarían más tranquilos los mismos sectores sociales y económicos que ahora se tienen que esconder detrás de Correa, inseguros por su discurso y, sobre todo, por la proyección declarada de ir, en el futuro, a la implantación de un “socialismo de mercado” y posteriormente a lo que ellos llaman un ”biosocialismo”.

Rodas puede concentrar el apoyo de la socialdemocracia ideológica, abiertamente declarada y organizada en partidos, movimientos o sectores como AVANZA. Se va evidenciando cómo el régimen y SUMA se comienzan a disputar su apoyo porque de eso depende, en el primer caso, la continuidad de su proyecto y, en el segundo, la posibilidad real de disputar el poder a Correa. Un proyecto como el que representa Rodas contará, que duda cabe, con el apoyo de los Estados Unidos.

Para Alianza País nada es más preocupante que el crecimiento político y electoral de Rodas, pero no porque traiga en sus alforjas el renacimiento de la oligarquía retardataria que ellos derrotaron, sino porque viene a disputarles el mérito de ser los constructores del Estado-nación. Se trata de una rencilla entre fracciones políticas de la derecha modernizante, la una con un discurso abierto y la otra camuflada en el discurso revolucionario del pueblo.

El oficialismo está atrapado en la figura de Correa. Correa es la fuerza del proyecto aliancista, razón por la cual no se le ha ocurrido otra alternativa que plantear la reelección indefinida.

En lo que a la democracia se refiere, no puede haber ni dobles discursos ni discursos más o menos radicales. Se es partidario de la democracia burguesa representativa, participativa e inclusive radical dentro de los marcos del sistema establecido o se es partidario de otro tipo de democracia que no puede ser otra que la democracia socialista. Eso no entiende la intelectualidad “progresista” en el Ecuador razón por la cual gasta toneladas de saliva “aconsejando” a Correa cómo debe hacer para mejorar la democracia. Es la forma de estar a tono con el establishment, con los círculos académicos o con su propia vanidad. Defienden una teoría cauchosa sobre la democracia, según la cual, si la estiramos un poco es mejor, si podemos estirarla un poquito más, mejor todavía y así, sin pausa ni sosiego, llegar a la plena democracia, sin trauma, sin ex abruptos, sin sacudones. Esencia del reformismo burgués que se ha colado en los pliegues de la inteligencia “progresista”, idéntica al reformismo político de Correa.

No hay tal, doscientos años después de su nacimiento la democracia burguesa ha tocado fondo, nada se puede defender ahora de la teoría antimonárquica y revolucionaria del siglo XVIII. Que políticos trasnochados como Osvaldo Hurtado la defiendan se explica, pero no que intelectuales y dirigentes políticos que dicen querer cambiar esta sociedad lo hagan. Ha llegado la hora de hablar sin tapujos de otra democracia, de la democracia socialista.

Otra democracia tiene relación directa con otro tipo de Estado. Es falso el discurso de una democracia en general que está por arriba de todos y de todo. No es posible en una sociedad dividida en clases y dominada por los intereses del capitalismo corporativo mundial. Hoy son defensores del Estado burgués los intereses del ”progresismo” latinoamericano unidos con los de la socialdemocracia mundial, en un maridaje desesperado por controlar la conciencia de las masas, en ambos casos, por apuntalar un sistema que se cae a pedazos y que lleva, irresponsablemente, a la humanidad al abismo.

La democracia socialista está concebida en la perspectiva del cambio revolucionario del Estado represivo burgués y de la camarilla dominante que lo maneja, no es un proceso de puntos sucesivos que al final conforman una línea perfecta, sino un corte violento de esa línea que los pueblos hacen con el machete de sus intereses para, entonces, construir otro Estado y una nueva democracia. Los revolucionarios de hoy no podemos seguir asumiendo la vergüenza de la seudo democracia stalinista, tenemos que hablar claro y señalar que esas experiencias fallidas del socialismo del siglo XX son las experiencias sobre las cuales estamos proyectando nuestro modelo futuro de sociedad, sin culpas ni complejos, porque hoy por hoy, estamos ya en condiciones de pensar con cabeza propia.

Entonces, si Correa defiende esta democracia es inaceptable la tesis de la reelección. Hay en esta tesis escondido un germen fascista, peligroso para el pueblo, no para la derecha ni los grupos de poder. La fracción modernizante de la oligarquía ecuatoriana necesita el poder para consolidar el proceso de construcción del Estado-nación y para eso está dispuesta a quemar las naves. Si no es ahora no será nunca, dicen y, además, tenemos que ser nosotros porque de esta forma nos cubrimos las espaldas, piensan. Detrás de Correa se ha ido tejiendo una intrincada red de pelucones de nuevo cuño que no están dispuestos a que nadie les examine las costuras, fenómeno típico de toda seudo revolución que no está dispuesta a “hacer saltar en añicos” el Estado burgués. La reelección en el marco del proyecto correista sólo equivale al endiosamiento del caudillo reformista.

El oficialismo usa el irresponsable argumento de que en última instancia será el pueblo el que decida en las urnas si quiere o no a Correa, calculando que una derrota sólo abrirá las puertas del triunfo a la otra fracción modernizante, con lo cual el proyecto de todas formas se llevará adelante. Les invadirá la nostalgia y derramarán lágrimas de tristeza, pero se armarán de valor y volverán a la contienda, en una rueda circular eterna, teniendo al pueblo postrado a sus pies. Igual que pasó en Quito. Barrera perdió, pero Rodas no se alejará del proyecto planteado para Quito por Alianza País. Cambio de estilo, tal vez, uno que otro golpe de efecto, pero nada más. La ruta está trazada.

¿Y la izquierda? Bien gracias. Aquella que todavía dice existir sigue produciendo sesudos documentos en los que desarrollan brillantes ideas de cómo mejorar la economía, la política, la democracia, dedicada a criticar cada gesto que hace el régimen, incapaz de captar el nuevo momento de las necesidades revolucionarias; es una izquierda llena de dudas que se allana sin beneficio de inventario al juego que el sistema propone sin capacidad efectiva para organizarse para luchar contra el régimen.

Desde la política y la teoría la única esperanza es saber dimensionar correctamente la importancia de la fusión del marxismo con el pensamiento ancestral andino y apurarse para llevarlo a la práctica, porque el oficialismo también le está “metiendo mano” al asunto. Desde una Secretaría Adjunta a la Presidencia de la República se maquina para despojar a la noción del Sumak Kawsay de su contenido revolucionario, para convertirlo en un concepto nebuloso que se ubique por arriba de todos y de todo, como una aureola etérea que santifique la testa de la democracia que ellos defienden.

No se por qué, pero cuando pongo mis oídos en la madre Tierra, siento que esos armoniosos rugidos de la Nueva Civilización se hacen cada vez más claros. Creo con Silvio Rodríguez que “la era está pariendo un corazón”
 
3. EL EJE SOCIAL

¿Qué tipo de sociedad es la que quiere el proyecto correista para los ecuatorianos? No es recomendable basarnos en la Constitución vigente, ni en las sabatinas, ni en la propaganda que a diario el oficialismo difunde por todos los medios. Si así lo hiciéramos tendríamos la sensación de haber entrado por el agujero de Alicia al País de las Maravillas, pero no es así. El Ecuador real está fuera de los documentos oficiales.
 
Veamos unos pocos ejemplos.

Dice el oficialismo que desde su llegada al poder ha disminuido el desempleo, lo que no dice es que ha crecido la frontera de los informales. Como todos sabemos, los informales se ubican fuera del crecimiento económico, porque no están protegidos por las leyes laborales, ni pagan impuestos, ni están sujetos a una relación contractual. Si en el Ecuador, cerca del 60% de los trabajadores son informales, no es cierto que el régimen ha creado fuentes de trabajo.

Dice el oficialismo que se ha ocupado seriamente de los problemas del agro, pero en ocho años de gobierno ha sido incapaz de aprobar una ley de Territorios y Reforma Agraria que termine de hacer justicia al campesino ecuatoriano. No puede haber justicia en una realidad agraria en la que la estructura de la propiedad demuestra una escandalosa verdad: el 2% de los propietarios tiene casi el 50% de la tierra, más del 64% son minifundistas y un alto porcentaje no tienen tierras. Nadie que quiera el bien de la patria puede imaginar siquiera que con esta realidad se pueda construir una patria de equidad y de justicia.

Dice el oficialismo que está cambiando la realidad educativa, para lo cual exhibe como un logro superlativo la entrega sistemática de las Escuelas del Milenio. Bien por la obra material, pero, ¿para qué se educa a estas nuevas generaciones?, ¿para salir a un mercado laboral que les obligará a actuar como hienas para alcanzar una grado mínimo de estabilidad?

Igual con la educación universitaria. La educación no puede plantearse únicamente hacer magníficos profesionales, eficientes técnicos, ni eruditos sabios, sino mejores seres humanos educados en la solidaridad y la mutua colaboración. Nada de esto el régimen se plantea como problema, se ocupa de la forma y no de los contenidos. La educación correista direcciona la formación al logro de la excelencia profesional de los soldados defensores del sistema y no al cambio de mentalidad y sentimientos de las nuevas generaciones. Difunde mensajes en los medios, habla, hace reflexiones, defiende ideas sobre el Sumak Kawsay, crea Secretarias adjuntas, pero mantiene intacta la educación privada elitista de clase, en la que se enseña a los niños y a los jóvenes a sentirse superiores a los demás.

Dice el oficialismo que está cambiando la “matriz productiva.” Junto con el de la educación, este es el peor engaño que se hace a la conciencia nacional. Cambiar no es reformar, ni mejorar lo que ya existe, es crear algo nuevo ahí donde está lo viejo. No se puede seguir engañando al pueblo con el cuento del cambio de la “matriz productiva” porque esa es una tarea que sólo puede llevar adelante una revolución verdadera. No sirve el argumento de que se está construyendo una economía post neoliberal, porque el que menos sabe está enterado que más capitalismo genera mayor concentración de la producción y del capital, de tal manera que una economía pos neoliberal es una farsa. En la lógica del oficialismo se estaría alimentando el cerdo para al cabo darle su San Martín, lo que resulta un sinsentido; peor suponer que después de la economía pos neoliberal, vendrá una economía socialista. Esa forma de pensar sólo cabe en la cabeza de la alienación reformista.

En fin, el mismo cantar en cada uno de los temas importantes. Sucede en la cultura, en la justicia, en la política internacional, en todo, Correa es experto en custodiar el gallinero, pero absolutamente incapaz de capturar al zorro, sabe moverse en las superficies, pero es incapaz de bucear en las profundidades del cambio revolucionario.

De tal suerte que no podremos hacernos una idea de lo que el régimen quiere para el Ecuador si sólo nos fijamos en lo que dice el oficialismo, es necesario también captar los gestos, las poses, los desplantes, las ideas sueltas que el mandatario tiene para orientarnos en cuál es el curso real por el que se quiere encaminar al Ecuador, al fin de cuentas, un proyecto que ha endiosado a su caudillo, no puede sino ser el reflejos de su personalidad.

Ya es un lugar común señalar que Rafael Correa se parece más a García Moreno que a Eloy Alfaro, pero no por serlo es menos cierto. La octava Constitución del Ecuador, promulgada en 1869 y conocida como la Carta Negra, perfilaba el tipo de Ecuador que el caudillo conservador quería. Su rasgo principal era el enorme poder concentrado en la figura presidencial. García Moreno como un autócrata con plenos poderes para hacer del Ecuador una copia fiel de sus aspiraciones y deseos. Un mundo a su imagen y semejanza.

El Ecuador colonial, “curuchupa”, juntaba las manos e inclinaba la cabeza para obedecer a su caudillo; pero García Moreno no veía a los costados, era un mandatario de odios personales fanáticos. La Historia recoge ejemplos escalofriantes de ese rasgo feroz de su personalidad.

Mandó, por ejemplo, a dar quinientos latigazos al general negro Fernando Ayarza en presencia de sus soldados y de él mismo por considerarlo conspirador. Nada le hizo cambiar de parecer. El General negro murió como resultado de la azotina. Era experto en inventar conspiraciones e involucrar en ellas a sus enemigos, sin que estos tuvieran nada que ver. A Santiago Viola, un ciudadano argentino, le acusó de conspiración. Ni los ruegos de su propia madre -de García Moreno-, ni las gestiones del cuerpo diplomático de entonces conmovieron al tirano. Fue fusilado. A Juan Borja, un abogado liberal, le hizo padecer crueles martirios en un calabozo hasta que murió. Jamás prestó oídos a las súplicas de la anciana madre de Borja y, cuando fusilaron a otro General, enfermo y cargado de grillos, le obligó a presenciar el espectáculo. García Moreno era una hiena feroz que cuando cogía la presa entre sus fauces, no la soltaba hasta la muerte. Todo a nombre de la dignidad y de la Patria. No aceptaba un mundo con manchas. Si no era como él lo concebía, no era bueno.

Correa tiene la misma vocación moralizante de García Moreno. Eliminó los casinos porque dijo que eran fuentes de corrupción en los que la gente se gastaba sus sueldos, ha prohibido la venta de licores los días domingos, ha gravado la venta de cigarrillos y ahora quiere gravar la venta de la “comida chatarra”, todo invocando razones morales; impuso sanciones a los asambleístas de su bancada que discreparon con él en el tema del aborto por violación y, en sus informes semanales, se mete con frecuencia en temas de moral pública para recomendar un tipo de conducta colectiva que él considera correcta. Trasluce en sus discursos una urgencia moral y ética de que la sociedad ecuatoriana sea un reflejo de sus creencias y concepciones, igual que en el siglo XIX el fanatismo religioso de García Moreno lo hacía.

García Moreno en su época comprendió que nada de lo que él creía se podía hacer si no se reforzaba la base colonial de sus aspiraciones y se sometía, por medio de la fuerza, a todos los que no estuvieran de acuerdo con él, por eso aisló al país del contexto mundial y retrasó la modernización capitalista del Ecuador.

Igual Rafael Correa, no es capaz de entender que una nación moralmente más justa nunca se podrá construir si antes no se cambian las relaciones de producción. De nada sirve que él “recomiende” que no haya concursos de belleza, ni bandas de guerra, ni príncipes ni princesas, si la sociedad entera es una gran escuela en la que se reproducen esos valores. Todo su discurso es una farsa en tanto es incapaz de entender que “no es la conciencia la que determina el ser social, sino el ser social el que determina la conciencia.” Fortalecer ahora la sociedad consumista del capital es un desatino tan grande como fue en el siglo XIX la intención garciana de mantener la colonia. Al capitalismo no se lo puede fortalecer, hay que ayudarlo a morir y sustituirlo por la sociedad del Sumak Kawsay Revolucionario.

Correa muestra sus límites en asuntos de moral y conducta social, porque no es un líder revolucionario, apenas un caudillo reformista que atenta peligrosamente contra el futuro de la transformación profunda de la sociedad ecuatoriana. La proyección de su pensamiento y de su acción sólo pueden advertirnos que por ese camino se está preparando el advenimiento de un Estado fascista que no tendrá como objetivo de su represión a las clases dominantes tradicionales, dueñas de una moral similar a la suya, sino al pueblo ecuatoriano que trae consigo una moral diferente, transformadora y revolucionaria, antagónica a la suya. Para eso quiere el poder Rafael Correa, para frustrar las aspiraciones populares y concretar las ocultas aspiraciones de la dominación del capitalismo mundial.

De ahí la necesidad de organizar las fuerzas populares. El pueblo organizado es el que tiene que poner a prueba a este gobierno reformista, para ir más allá de dónde ha llegado. A la izquierda de Correa no pueden estar sino las renovadas fuerzas del Sumak Kawsay Revolucionario, otra izquierda, otra civilización.

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