03 de noviembre 2016
“Si sólo se dieran limosnas por piedad, todos los mendigos hubieran ya muerto de hambre.” Friedrich Nietzsche
“Los ricos tienen dietas, los pobres hambre…y al final la mierda huele igual, sea de príncipe o sirvienta.” Ricardo Arjona
Encuestas internacionales de dudosa reputación, hasta del Banco Mundial, dicen que somos felices. PAIS repite que la patria ya es de todos, claro, menos de los que se oponen al progreso de su progresismo. Quito, de gala ante un hábitat en una sola vuelta que esconde lo ocurrido y lo que ocurrirá… según san Mateo.
Los peores desalojos de la historia se dieron en Guayaquil, no en la época de la dictadura, ni del fiero León, sino en lo más álgido de la RC, y duele recordarlo cuando Quito festeja el orgasmo de las retinas como dice el Búho. En contrapartida en el puerto, se concentraron los guacharos en misión de insumisos, llegaron de México, Estados Unidos, Canadá, Sudáfrica, India, Perú, entre otros países, de a pie estuvieron en la cooperativa guachafita y suburbana Ebenezer. Cuando no, el Billy Navarrete, defendiendo los Derechos Humanos que ya son de todos
Las victimas del estado y del mercado inmobiliario resisten al grosero gusto de la clase media y la burguesía con sus casas idénticas cada quien, para sentirse diferentes. Horribles casas cárceles estandarizadas que no son de la cultura de los pobres con su estética urbana definida, hecha a punta de clavo y martillo, de ladrillo a ladrillo, de mezcla en mezcla. Primero de caña, luego cambiando de piel y color, las casitas del cerro, barrio Cuba o del suburbio oeste de Guayaquil, se llenan de diversidad y policromía, en sus portales la gente vive ¡carajo¡ y la juventud dialoga entre el indor y el encebollado.
El modernizador y sus verdugos, a pretexto de detener el comercio del hábitat popular, destrozó, incendió, arrasó las chozas de los pobres. Los pobres perdieron todo, y los mercachifles de las tierras bien felices. La patria ya cambio de mercachifles porque el negocio inmobiliario continúa.
No es tan simple el tema. La sociedad urbana mundial vive el encarecimiento del suelo, mientras los orquestadores de desalojos exhiben un concepto rentista de propiedad en la que los pobres estorban. Las políticas públicas son una farsa que requiere proteger las inversiones capitalistas, con ficción de desarrollo urbano en dimensiones de uniformidad totalitaria. Arrasan la estética popular, con la solvencia técnica de gestión costo beneficio a favor del mercado y del estado.
Las organizaciones sociales que invaden o compran a precios bajos, opacan la visión de las empresas inmobiliarias que buscan sacar provecho de propiedades en situación irregular. El estado realiza el trabajo sucio. La “compensación” se direcciona con quienes aceptan la adherencia al poder y su agenda política, las edificaciones cambian de sitio mágicamente. En las cenizas de tierras apreciadas, se proyectan el nuevo urbanismo y a los pobres se los expulsa a la periferia a vivir uniformados.