Carlos tiene 19 años, al igual que su esposa. Tiene un hijo que aún no cumple un año de edad. Los tres viven en un pequeño cuarto con baño; pagan 150 dólares mensuales. Desde el anuncio gubernamental de la emergencia sanitaria, Carlos está en cuarentena y no porque haya contraído el coronavirus.
Carlos entrega relojes smart que se los vende por internet. Gana 5 dólares por cada entrega, de eso debe descontar los pasajes dependiendo del sitio a dónde le toque ir. Después de la declaratoria de emergencia por el coronavirus, ha hecho una entrega el sábado y otra el domingo. No hay más pedidos. El resto del tiempo está en casa, esperando una llamada que le indique a donde debe ir y así poder ganar cinco dólares más.
Slendys es una chica venezolana de 25 años. Trabaja como camarera en un bar de la zona de la Mariscal. Gana 10 dólares por una jornada de trabajo que empieza a las dos de la tarde y termina a las doce de la noche o a las dos de la mañana, dependiendo del día; pero no importa a qué hora cierre el bar, pues Ella, junto a sus dos compañeras, debe quedarse hasta las cinco de la mañana, que es la hora en que el transporte público empieza a circular, pues no puede darse el lujo de tomar un taxi en la madrugada para ir a casa.
Esta es la realidad de la mayoría de personas extranjeras que trabajan en la Mariscal y que ganan entre cinco y diez dólares, pagados al finalizar la jornada. Los dueños de estos locales no asumen ningún otro compromiso laboral. Por el cierre de los bares y restaurantes decretados por el gobierno, Slendys está en casa, sometida a una cuarentena de hambre, pues con lo que ganaba no pudo juntar un fondo de ahorro.
Tampoco Carlos tiene ahorros; lo que gana le alcanza para juntar la plata para el arriendo, la leche de su hijo y algunas cosas que compra diariamente para hacer la comida.
Los dos son parte de esos más de cinco millones de personas que, según el Instituto Nacional de Estadística y Censos (INEC), no tienen un empleo adecuado. Las cifras son frías: de las 8.379.355 personas que conforman la Población Económicamente Activa (PEA), solo 3.228.032 tienen un empleo adecuado; es decir, 5.151.323 no llegan a ganar un sueldo básico.
Todas las restricciones que pueda aplicar el gobierno salen sobrando para personas como Carlos y Slendys que hacen parte de esos más de cinco millones de personas que viven al día y que no fueron parte de los miles de personas que abarrotaron los supermercados para aprovisionarse de víveres, aunque sea forzando al máximo sus tarjetas de crédito. Su principal preocupación sobre el coronavirus es cómo van a sobrevivir con una cuarentena que los confina en sus casas porque el trabajo se acabó.
Así es el sistema democrático del capitalismo, en donde a cada cual le toca bailar con su propio pañuelo.
“Si la cosa sigue así van a dar ganas de suicidarse”, dice Carlos. Slendys se pregunta si el gobierno va a repartir víveres en las casas donde haya una persona infectada; de ser así, afirma: “Será una bendición infectarse, porque al menos se tendrá algo para comer”.
“Las cifras son frías: de las 8.379.355 personas que conforman la Población Económicamente Activa (PEA), solo 3.228.032 tienen un empleo adecuado; es decir, 5.151.323 no llegan a ganar un sueldo básico”.
*Poeta, periodista y analista en geopolítica; activista de derechos humanos, de los pueblos y la naturaleza. Actualmente es coordinador ejecutivo de Inredh y corresponsal de varias revistas internacionales especializada en derechos y geopolítica.
Es claro que esas medidas exageradas perjudican sobre todo a los más pobres pero en un gobierno socialista todos estaríamos igualmente con hambre, excepto, por supuesto, la corrupta cúpula gobernante. Lo que debían haber hecho y todavía hay tiempo de hacerlo es pruebas masivas a todos los que tienen algún riesgo o por su trabajo están expuestos y pruebas aleatorias para ver la verdadera incidencia del virus y tomar medidas dinámicas o sea cambiantes cada día. Un país capitalista: Corea del Sur es el que hasta ahora ha manejado mejor el problema.