Por Véronica Yuquilema Yupanqui*
En una de las primeras conversaciones mantenidas con mi padre y mi madre acerca del coronavirus, me cuentan que cuando eran pequeña/os llegó el burru uhu a sus comunidades: así nombraron a la enfermedad nueva que provocaba una tos incontenible, era tan fuerte que la tos se asemejaba al sonido que produce el rebuzno de un burro.
Cientos de familias perdieron a sus hija/os, dice mi madre. Y cuando les pregunté, ¿Qué fue lo que les salvó? Contestan: nuestra propia medicina. “Mi papá nos alimentaba bien, tomábamos aguas medicinales y así logramos salvarnos”, dice mi madre. El Estado, tanto como ahora, brilló por su ausencia.
“Hasta ahora, al menos públicamente, nuestro Estado no se plantea siquiera una política pública preventiva real, eficiente y sana basada en la ciencia y conocimientos que tenemos en nuestro país, en nuestras comunidades”.
Corea del Sur está siendo uno de los referentes para combatir al coronavirus. Siendo el covid-19 una enfermedad que aún no tiene cura y que posiblemente una vacuna demorará entre 12 y 18 meses –y considerando que una vez inventado, éste será el nuevo negocio de la industria farmacéutica-, el profesor Kim Woo-joo del Hospital Universitario Guro de la Universidad de Corea, en Seúl, con una amplia experiencia en el tratamiento de enfermedades infecciosas como la tuberculosis, el sida, la gripe porcina, el SARS y el ébola, en una entrevista concedida el 24 de marzo de 2020 señala de forma contundente que en este momento lo único que puede combatir el virus es nuestro propio sistema inmunológico; es decir, la vitalidad y buena salud de nuestros cuerpos.
“Este profesor menciona que el impacto del covid-19 es diferente en cada país y región, que el número de gente afectada y gente que podría morir depende sobre todo del modo en que el virus es combatido. Por tanto, los factores que intervienen no sólo dependen del sistema de salud – que es bien precario y débil en nuestro país- sino también va a depender de las formas de prevención y las condiciones pre-existentes tanto a nivel sanitario, social y político”.
Boaventura de Sousa Santos, sociólogo portugués, en su libro “Un discurso sobre las ciencias”, nos habla de las limitaciones y el ego eurocéntrico de la ciencia moderna y el modo en que el colonialismo y el capitalismo – y por supuesto, el patriarcado- han invisibilizado e invalidado las otras ciencias y habla de forma elocuente, sobre la ciencia que provienen del sentido común, aquel que está en el conocimiento popular y comunitario. El profesor Santos, simplemente resume lo que nuestras abuelas y abuelos, nuestros padres y madres nos han enseñado de generación en generación: nosotra/os también hacemos ciencia.
Mientras el coronavirus avanza, desolando a cientos de familias, principalmente familias empobrecidas, la respuesta del Estado ecuatoriano también ha sido “aislarnos”, irnos a nuestras casas -ciertamente es lo que nos corresponde hacer, especialmente en sociedades donde el Estado social es nulo-, y desde esa comodidad o incomodidad mirar el avance vertiginoso de la curva de infección y muertes. El Estado ha sido incapaz de mirar más allá del miedo y el dolor que provoca, lo ha sido porque su accionar –incluso en medio de esta crisis humanitaria- ha sido funcional al pensamiento colonial, capitalista y patriarcal. Los grandes capitales económicos locales y globales saldrán victoriosos nuevamente, mientras tanto, a nosotra/os, no solo nos deja encerrada/os en nuestras casas sino nos insta a ignorar la gran ciencia que anida en nuestras médicas y médicos de las comunidades, nos nubla el corazón y nos convierte en espectadores impávida/os. Hasta ahora, al menos públicamente, nuestro Estado no se plantea siquiera una política pública preventiva real, eficiente y sana basada en la ciencia y conocimientos que tenemos en nuestro país, en nuestras comunidades.
Sin embargo, el pueblo no se queda de brazos cruzados, al menos no todos. Pues, mientras esto ocurre, las comunidades runakuna de forma inmediata ponen en marcha su ciencia, pues saben de sobra que sus conocimientos están comprobados en la práctica, en la experiencia, en la sabiduría preventiva. Y también saben que el Estado no les resolverá mucho su dolor, que las élites salvarán a los suyos y que a nosotra/os nos toca tomarnos de la mano y salir junta/os.
La ciencia preventiva va más allá de lavarse las manos y quedarse en sus casas. La ciencia preventiva de las comunidades, guardadas y compartidas por nuestras madres y abuelas, principalmente, nos motivan, en primer lugar, a comer bien, comer saludablemente y de esta forma fortalecer nuestro sistema inmunológico. Comer de la chakra, comer esos alimentos desprestigiados por el pensamiento colonial pero que años más tarde han sido cooptados por la mano (in)visible de las empresas agroalimentarias, tales como la quinua, la machica, la oca, la mashwa, las habas, el nabo, la acelga, la col, todas las legumbres y frutas ricas en vitaminas. Todos los alimentos que nuestra madre tierra provee, eso sí, libre de agrotóxicos. Para eso, en el caso de las ciudades, hay que regresar a ver con respeto y justicia a los agricultores y agricultoras, campesinas y campesinos, comerciantes mayoristas y minoristas quienes nos llevan el alimento de cada día; volver a tejer intercambios solidarios – tal como las comunidades en varias partes del país lo han venido haciendo. Y en este momento crítico, el Estado debería dotar a estas personas de las medidas de protección necesarias y de forma prioritaria para que puedan continuar con su ardua labor de abastecimiento a las ciudades.
La sabiduría de nuestras abuelas y madres, padres y abuelos nos dicen que las agüitas de remedio hechas con jengibre, limón y miel de abeja fortalecen nuestro cuerpo porque son antibióticos naturales; nos aconsejan también masticar y engullir un diente de ajo para combatir el virus; nos motivan a tomar té o infusión de plantas medicinales todos los días. Y sobre todo, nos dicen que es importante: no dejar que el miedo nos invada. Hay que ponernos fuertes, y luchar es una de las mejores formas de sanar y calmar el dolor y la angustia, tal como Pepe Mujica, el ex presidente de Uruguay apunta “Mientras tengas causa para vivir y luchar, no tienes tiempo para estar desencantado y que te coma la tristeza”.
Esta ciencia que parte del sentido común, nos dice que las plantas que reverdecen como “mala yerba” son la medicina no solo para prevenir al coronavirus, sino para fortalecer el espíritu, el cuerpo y la vida misma, hoy y siempre. En un video difundido por Radio Ilumán –una radio comunitaria localizada en el cantón Otavalo, provincia de Imbabura-, Blanca Bonilla y Luz María Arias, de la comunidad de La Calera, en la ciudad de Cotacachi, nos enseñan como elaborar mascarillas de tela, reusables, artesanales, 100% efectivas y sí, también ecológicas, para protegerse del coronavirus, para ello sugieren que en la mascarilla de tela se coloque plantas machacadas como el eucalipto (usar los dos tipos de esta planta el ornamental y el aromático), la ruda y el marco. Éstas son antisépticos naturales; el aroma fuerte que desprenden al hervir o machacar estas plantas es lo que ayuda a combatir la presencia del virus en el aire o en el piso. En el caso del eucalipto también es la medicina complementaria perfecta para aliviar enfermedades respiratorias, mediante vaporizaciones.
Blanca Bonilla nos dice: Ñukanchikmi farmaciata charinchik, ñukanchikmi propio laboratoriokunataka charinchik (…) Ñukanchik makikunapi hampikunata charinchik. (Nosotros tenemos las farmacias, nosotros tenemos nuestro propio laboratorio (…) Tenemos en nuestras manos la medicina). Estos conocimientos desarrollados y transmitidos de generación en generación se practica de forma cotidiana en los ayllukuna (familias) de las comunidades y quienes no nos hemos desapegado de ella, enfrentamos a esta pandemia con un cuerpo (sistema inmunológico) fortalecido. No así la gente en las ciudades y también en varias comunidades, quienes han tenido que batallar duramente en contra de las políticas mercantilistas y coloniales de los capitales agroalimenticios impuestas a través del Estado.
Sin embargo, hoy es la oportunidad de reflexionar y reaccionar, de re-valorizar nuestra ciencia y convencernos que en nuestras manos tenemos una arma poderosa para ganar esta batalla provocada, no por el virus, sino por la omisión del Estado y los poderes económicos. Las familias no estamos perdiendo a nuestros parientes por causa del virus, sino por causa del precario sistema de salud que tenemos, porque enfrentamos esta pandemia con un sistema de salud público sin recursos suficientes y peor aún, priorizando el pago de la deuda al Fondo Monetario Internacional. Porque en este momento –tal como ocurrió en el último Levantamiento Indígena y Paro Popular de octubre de 2019- se evidencian las heridas profundas de desigualdad social en el que vivimos, gracias a las políticas de muerte del capitalismo neoliberal, colonial y patriarcal acogidas por el gobierno.
“La minka debe ser nuestra mejor arma para combatir la indolencia de este sistema de muerte”.
Por eso, apelando a esa ciencia anidada en el sentido común, exhortamos a reflexionar más sobre el valor de la vida –no del dios dinero- y a practicar la solidaridad como motor de la transformación social, rechazando las políticas de muerte que criminalizan la pobreza, pues solo de ese modo se explica el abuso de las fuerzas policiales y militares en estos tiempos de toque de queda legitimados so pretexto del virus. Rechazando los discursos que nuevamente pretenden desprestigiar el conocimiento de nuestros médicos y médicas. Nuestra prioridad siempre será la vida, la minka, el ranti ranti (reciprocidad), el cuidado colectivo entre humanos junto a la Pachamama. El derecho a una atención médica de calidad, universal y gratuita, y a una muerte digna.
La allpamama nos ofrece sus frutos y su sabiduría a través de nuestros abuelos y abuelas, no caigamos en las rabietas vacías de aquella/os que necesitan leer un estudio científico antes de creer que nuestra ciencia es ciencia o de aquella/os que sin darse cuenta de sus privilegios, hoy toman la posta de un seudo ambientalismo para denunciar o tachar de ignorantes a las personas que buscándose el pan del día o compartiendo su sabiduría milenaria, están ofreciendo a la gente urbana, formas de protección y prevención ante esta pandemia que si bien no mira colores, edades, ni condición económica, el acceso precario y en algunos casos, nulo, sí están siendo cruciales en la definición de quienes han muerto o van a morir con el covid-19. Ya que tal como asevera Judith Butler: “El virus por sí mismo no discrimina, pero nosotros humanos seguramente lo haremos, formados y animados como estamos por los poderes entrelazados del nacionalismo, el racismo, la xenofobia, y el capitalismo”.
Por eso hoy más que nunca, necesitamos quitarnos el egoísmo, salir de nuestro individualismo, de nuestra superioridad eurocéntrica y precisamos, volver a tejer el ser y hacer ayllu (comunidad), volver a nuestra medicina preventiva, volver a reavivar el sentido común de humanismo y reciprocidad. Escuchemos a nuestras abuelas y abuelos, padres y madres, ella/os nos darán el co-razón.
La minka debe ser nuestra mejor arma para combatir la indolencia de este sistema de muerte, y como dice mi madre: la alimentación sana y las plantas medicinales son la mejor medicina frente a la enfermedad. Esta es la ciencia que ofrece y enseña la sabiduría milenaria de las comunidades runakuna en Ecuador y en el mundo.
¡Que florezca el sentido común corazonador de la comunitariedad!
*Abogada kichwa puruwá.