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jueves, mayo 2, 2024

CRISIS CIVILIZATORIA Y SUS EXPRESIONES EN LATINOAMÉRICA[1] Edgar Isch L.

 

Es común hacer referencia a que el término civilización comparte con el de ciudad la raíz latina de civitas. Esto se relaciona con una visión de superioridad de las ciudades y quienes vivían en ella frente a los “bárbaros” que no habían sido capaces de edificarlas y de vivie bajo nuevas reglas de comportamiento que más tarde se conocerían como de “urbanidad”. Esto implicó identificar como superiores a formas culturales y educativas, por encima de aquellas que se mantendrían llamadas como toscas o incultas, pertenecientes a la vida rural y a los sectores populares.

Sin embargo, es en el siglo XVIII cuando el término civilización adquiere real contenido y pasa a formar parte del pensamiento ilustrado. Esto significa, que la “civilización” estuvo íntimamente ligada al establecimiento del capitalismo y superación del feudalismo, y a la ideología del progreso, que es a su vez, la que justificaría los afanes de amplia explotación del trabajo humano y de la naturaleza. La relación entre civilización y progreso, en el inicio del sistema capitalista, estuvo acompañada por el mejoramiento parcial y momentáneo de niveles materiales de vida y por la imposición de una perspectiva global y ideológica, que abarca todos los campos de la vida, incluyendo a las ciencias inundadas de positivismo.

De esta manera, hemos llegado al momento en el cual civilización se entiende en el marco de una forma cultural, frecuentemente llamada occidental, cuyas características son las propias del desarrollo del capitalismo. Esto hay que tenerlo claro, porque nos permite definir con precisión de qué estamos hablando cuando decimos “crisis de civilización”, comprendiendo que la crisis del sistema es siempre multilateral, diversa y que contiene una crisis en los sistemas hegemónicos de pensamiento y en las prácticas sociales.

Esto es más visible en nuestros días, cuando la crisis ambiental, resultante del modo de producción y de los modos de vida que se incluye, adquiere una importancia al hacer visibles los límites naturales al crecimiento económico y, por tanto, poner en cuestión fuertemente a la idea de progreso ilimitado y siempre hacia lo mejor, creencia propia de la modernidad.

Por supuesto, siempre hubo visiones alternativas. Vale por ello recordar aquella frase adjudicada a Víctor Hugo: “Primero, fue necesario civilizar al hombre en su relación con el hombre. Ahora, es necesario civilizar al hombre en su relación con el medio ambiente”.

Al hablar de crisis de civilización muchos la han relacionado con un problema de irracionalidad y de creciente crisis ética. Estas no son más que expresiones de lo que sucede debido al carácter general de la crisis, pero su importancia radica en que plantear un ángulo importantísimo de la necesidad de una nueva ética para una nueva sociedad. La ética en crisis, es la ética de la explotación del trabajo ajeno, la nivelación de la dignidad humana y la lógica de la acumulación de la riqueza en pocas manos, que se constituye en la columna vertebral del sistema y frente a la cual poco importan los derechos humanos y menos aún los de la naturaleza. Esto es muy fácil verlo en todas aquellas ocasiones en las cuales a partir de cálculos económicos se toman decisiones que afectan gravemente a los pueblos y además al equilibrio ecológico.

¿Es esta una crisis terminal? En realidad no necesariamente aquello es así. Por profunda que sea la crisis, la transformación de un sistema de producción no es un hecho mecánico que se produce como consecuencia de la existencia de esas condiciones. De hecho se trata de una transformación que sólo puede surgir de amplias capas sociales concientizadas en los orígenes y efectos de la crisis y, sobre todo en la necesidad de superar el capitalismo. Desde aquellos ambientes en los cuales ha planteado la superación del neoliberalismo, pero no del capitalismo, se podrá tener algunas reformas de carácter positivo para la vida de la gente, pero que serán siempre limitadas y de corto plazo. Y la superación del sistema requiere de esfuerzos auténticamente revolucionarios, que se caracterizan más por rupturas y saltos, que por largos procesos de continuidades y reformas.

Esto último es importante comprenderlo cuando, en América Latina, algunos gobiernos se han planteado la recuperación del Estado en el marco de una reconstrucción institucional (que que en determinados casos entra en las propuestas de neo-institucionalismo que habrían realizado incluso instancias como el Banco Mundial), junto a medidas de carácter social y reforzamiento del nacionalismo, pero que en lo fundamental modernizan el capitalismo con la exacerbación de actividades extractivistas que mantienen el encadenamiento de nuestros países al mercado internacional y al modelo de acumulación.

Si no hay el sujeto social, que de ninguna manera es un individuo por importante que éste sea, sino una colectividad actuante en dirección a transformaciones profundas, la crisis dará paso a un proceso de recomposición del capital internacional, tal y como ha sucedido en momentos anteriores de la historia del sistema capitalista. De hecho, para que esto se produzca, hay que recordar que una necesidad es la destrucción de factores de producción y que para ello, las guerras han sido empleadas por los capitalistas.

Si hay una crisis, hay ganadores y perdedores. Lo evidenciado hasta hoy en los países desarrollados que determinan la economía mundial, confirma que los perdedores han sido los trabajadores y los pueblos, en una expresión de lucha de clases desde arriba. Pero el despojo de la riqueza social que se ha expresado en todas las medidas de ajuste estrictamente neoliberales planteadas en los países capitalistas desarrollados, se complementa con formas de despojo de los bienes comunes realizadas en los países dependientes principalmente por medio de una estrategia denominada extractivismo, la cual no presenta diferencias en las distintas formas de políticas latinoamericanas.

Bertold Brech nos preguntaría “¿Quién es un criminal mayor? ¿El que roba un banco el que lo fundó? (“La ópera de los 3 centavos”, 1928). Eduardo Galeano nos entrega “ Las venas abiertas de América Latina”. En estos y miles de textos más, se confirma la existencia de una verdadera lucha de clases que ha permitido que aquellas que son dominantes en la sociedad mantengan su poder y acrecienten su acumulación. No hay que olvidar que luego de analizar la base de datos Orbis, que registra 37 millones de compañías, y estudiar las relaciones entre unas y otras, los investigadores del Swiss Federal Institute of Technology, (Suiza) concluyeron que el poder económico confluye en 147 grandes corporaciones, en las que recae el 40% de las ganancias globales. Apenas 660 personas son las principales propietarias de esa riqueza, demostrando que la principal causa de la pobreza es la acumulación en pocas manos.[2]

A escala global y también a escala nacional, esos niveles de acumulación y los dramáticos índices de diferenciación entre los pocos ricos y muchos pobres evidencian el lado más dramático de la crisis.

 

Manifestaciones de las distintas dimensiones de la crisis y su relación con América Latina

1. La crisis económica

La crisis económica tuvo su punta de iceberg en 2008 con el estallido de diversas burbujas financieras que, en realidad, surgieron como una manifestación de la sobreproducción de mercancías frente al mercado potencial que éstas hubiesen tenido. Por ejemplo, la llamada burbuja inmobiliaria, al no encontrar compradores en Estados Unidos, requirió que se entreguen préstamos de alto riesgos a familias de clase media o pobres que no tenían ingresos suficientes para cancelarlos. Esto condujo a la quiebra de bancos que, a su vez, no lograban pagar a instituciones financieras superiores que garantizaban esos “créditos basura” mediante la creación de un negocio de seguros que garantizaban otros seguros por sobre los intereses y que finalmente llevaban también a la quiebra. Los Estados corrieron al salvataje bancario y, sólo en Europa, en los primeros años les entregaron una cantidad superior a la necesaria para garantizar 270 años sin hambre en el mundo.[3]

Pero la sobreproducción y consecuente crisis se ha expresado también a nivel de sectores industriales, conllevando fenómenos como el de la quiebra de la ciudad de Detroit o las manifestaciones de una recesión mundial. Como parte de ello, más de mil 300 millones de personas viven bajo la línea de pobreza, con menos de un dólar al día, según datos de Naciones Unidas.

El escenario de recesión se plantea como una amenaza cercana por la desaceleración de la economía china, principal compradora de materias primas y socio creciente de las economías latinoamericanas.

Precisamente, al mantenerse la mayoría de países de América Latina dentro del rol de proveedores de materias primas, realidad que en algunos casos supera discursos de cambio de matriz productiva, éstos paulatinamente vivirán el efecto de una continua reducción en el consumo en los países desarrollados; en algunos casos, puede implicar, serias pérdidas de empleo y de salario. Cierto es que América Latina ha podido enfrentar esta crisis de mejor manera que otras, pero ello no implica que se ha desconectado o desacoplado de la dependencia frente a los mercados internacionales y al modelo de acumulación mundial. No deben engañarnos las cifras de crecimiento económico de América Latina, porque éstas precisamente están vinculadas a los procesos de la economía mundial y, en gran medida, a su condición de ofertante materias primas cuyos altos precios en parte se deben al manejo especulativo en el mercado. Si la crisis avanza, esos precios pueden rápidamente caer, tal y como sucedió tras la llamada crisis financiera de 2008, cuando cayeron en un 55% en apenas seis meses, o como sucedió en agosto de 2011 mientras se negociaba el límite de la deuda pública Estados Unidos, cuando los precios cayeron cerca de un 15% en apenas dos meses.[4]

La caída de los porcentajes de inversión extranjera directa, que antes de la crisis representó el 76% del crecimiento de flujos de capital, para llegar al 43% en 2010[5], es también otro peso para gobiernos que pretenden que ese tipo de inversiones son las que sacarán de la pobreza a nuestros países.

2. Crisis ecológica

Otra expresión de la crisis ecológica, que se expresa, por un lado, en la crisis ambiental generada por actividades humanas que provocan un cambio climático que a estas alturas tiene ya efectos irreversibles y que está ligada íntimamente con el modelo de producción y de consumo hegemónico a escala global. Cambio climático que obliga entonces a pensar en una civilización distinta en la que se entienda que “somos parte de la trama de la vida” y no sus dueños, tal y como nos dice la carta adjudicada al jefe indio Seattle, y que, es necesario restituir la “simbiosis” entre la sociedad y la naturaleza de la cual nos hablará Carlos Marx.

Pero el modelo productivo tiene consecuencias más inmediatas en la contaminación ambiental que sufren nuestros pueblos y que afecta su salud y su futuro, mientras otros buscarán hacer negocio de esa contaminación, originada principalmente por el afán de reducir costos de producción en las grandes empresas.

La ruptura del metabolismo con la naturaleza se expresa también en la llamada crisis de alimentos, en momentos en los cuales la humanidad produce una cantidad de alimentos superiores a las necesidades de la población mundial, sin embargo de lo cual cerca de 1.000 millones no cubren sus necesidades diarias de calorías y proteínas debido a que el impulso del afán de ganancia conduce a preferir alimentar automóviles mediante agrocombustibles antes que alimentar a las personas.

De allí que la conexión entre agrocombustibles, agricultura intensiva a gran escala que destruye a la producción familiar y campesina, utiliza de transgénicos con el agravante del alto consumo de agrotóxicos y la crisis alimentaria son evidencias de la forma capitalista de generar acumulación en pocas manos, esquilmando al trabajador y a la tierra, las dos fuentes de toda riqueza.[6]

De nada de eso se encuentran libres los pueblos latinoamericanos, sino que cotidianamente nuestras sociedades reciben los impactos de esa forma de producir destruyendo la naturaleza. La forma más acentuada es la del extractivismo, que significa la extracción de grandes volúmenes de recursos naturales, destinados al mercado internacional con poca o ninguna transformación previa, facilitando la acumulación por medio de todos los mecanismos al alcance para mercantilizar la naturaleza y considerar sólo su valor de cambio, desechando el valor de uso y el valor de no uso de cada uno de los bienes naturales. Extractivismo que responde a formas de despojo y de la necesaria violencia para garantizar ese despojo, en una manifestación más del sistema capitalista, que precisamente requirió en su surgimiento de una acumulación originaria de capital para la cual fue un elemento sustancial la colonización de América Latina y el despojo territorial de sus habitantes originarios.

Desde el poder, es frecuente escuchar que los pueblos originarios de nuestra América también fueron extractivistas porque usaron metales. Afirmación que solo busca confundir respecto a dos momentos históricos distintos y a la diferencia entre el extractivismo y el extraer lo estrictamente necesario. Precisamente, los pueblos originarios y lo podrían hacer de manera similar gobiernos de nuevo tipo, extraían solo o necesario y para emplearlo sin relación con el consumismo y menos con mecanismos de acumulación de capitales propios de este sistema. Lo que obtenían tenía casi siempre solo valor de uso de tipo ceremonial, pero no era una mercancía expuesta al mercado y mucho menos a uno de carácter internacional.

 3.  Crisis en la esfera de las ideas

Esta faceta de la crisis que tiene dos caras. La primera, la crisis del neoliberalismo y la necesidad de los capitalistas de ajustar las tesis neoliberales al momento actual, para lograr una recomposición del capital y para superar la crisis del capitalismo dándole mayor tiempo de vida, incluso llegando a formas de barbarie que fuera necesarias o impulsando algún tipo de neokeynesianismo.

La otra cara, está en la necesidad de que los sectores que resisten y se enfrentan al capitalismo, sea neoliberal o postneoliberal, ganen la hegemonía en el mundo de las ideas, planteando utopías y alternativas que posibiliten superar el capitalismo y construir una nueva sociedad.

Cuando hablamos de la emancipación, nuevamente hay que recordar también la problemática ideológica, ya que no habrá emancipación si no se logra terminar con la enajenación a la cual está sometida la mayoría como resultado de la separación artificial entre el trabajador y su producción y entre el ser humano y la naturaleza.

No se trata sólo de una lucha teórica y ética. Siendo éstas fundamentales, son insuficientes si no están integradas a una lucha económica y, principalmente a una lucha por el poder. Cualquier visión “civilizatoria” que pretenda desconocer la importancia de las culturas indígenas, de los saberes populares y de las prácticas de resistencia diversas y múltiples que se dan en el campo y la ciudad, no harán sino repetir un pensamiento colonizador hacia el interno de cada uno de los países y, con ello, impedir la construcción de una alternativa que convoque a la unidad de todos los sectores en resistencia.

Es en este terreno que en América Latina se está dando un debate particularmente importante con eco en distintas partes del mundo. Pero ninguna propuesta de los gobiernos que se autodefinen como progresistas al mismo tiempo que impulsan el extractivismo, rompe con los esquemas globales de acumulación y dominación geopolítica que nos somete a la posición de productores de materia prima.

El optimismo que mantienen algunos intelectuales de la región frente a estos gobiernos, no puede hacernos perder de vista este hecho fundamental. Tampoco debe conducirnos a posturas que expresan un dogmatismo primario al pretender que esos gobiernos no pueden ser criticados porque ello es favorecer a la derecha. Por el contrario, si esos gobiernos asumen políticas extractivistas, si permiten el ingreso de trasnacionales por encima de los intereses de las comunidades, si favorecen el uso de transgénicos y la fumigación que envenena a miles y miles de pobladores, serán esos gobiernos los que estarán favoreciendo a la derecha y al poder económico y los pueblos tienen la necesidad vital y la obligación de confrontar esas políticas.

La crisis es, por supuesto un momento de confrontación. O socialismo o barbarie planteaba Rosa Luxemburgo como las únicas opciones. Y el socialismo, como el Ché y demás marxistas aclararían, no puede separarse de su carácter de fase de transición hacia el comunismo. Maríategui, será muy recordado por decirnos que en América Latina el socialismo será construcción heroica y que no puede ser calco ni copia. Esa es la magnitud del reto que espera a quienes luchan por la transformación y la emancipación.

 

NOTAS


[1] Ponencia presentada en la I ASAMBLEA del MOVIMIENTO PARA LA SALUD DE LOS PUEBLOS LATINO AMERICA, realizada en Cuenca, Ecuador del 7 al 11 de octubre de 2013.

[2] Isch, Edgar, 2012. El 1% que es menos que eso: la acumulación de la riqueza en muy pocas manos. Quincenario Opción 245,  de 1 a 15 de octubre de 2012.

[3] Max-Neef,  Manfred, 2011. El mundo en ruta de colisión. En: https://lalineadefuego.info2011/12/17/el-mundo-en-ruta-de-colision-manfred-max-neef/

[4] Munevar, 2011. Indice USB Bloomberg CMCI.

[5] Cepal, 2010. La inversión extranjera en América Latina 2010. Santiago de Chile

[6] Marx, Carlos. El Capital, tomo 1.

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