Enero 24 de 2017
Hace algunos días recibí la invitación a ser parte de un grupo secreto de FACEBOOK llamado #PrimerAcoso #NoCallamosMás. Dudosa, acepté la invitación. Más de 23 mil mujeres son parte de esta iniciativa. Para cuando me sume ya existían miles de testimonios de los primeros acosos recibidos, una gran parte entre los 6 y 17 años de edad.
Nunca se me hubiera ocurrido recordar los acosos vividos, escribirlos y publicarlos en un espacio como el “Carelibro”, sin embargo esas miles de mujeres que habían abierto la memoria y contado – como describiendo una escena de película – sus propias historias, me impulsó a compartir la mía.
La propuesta era clara, evidenciar que todas o casi todas hemos sido parte de esta realidad. Abrazarnos en colectivo, escucharnos (leernos). Vernos, proponer caminos para incidir en el cambio, tratar de innovar.
El grupo secreto era parte de una propuesta mayor que incluía varios pasos, algunos virtuales, otros presenciales. Uno de estos fue el de hacer públicas (solo quienes querían) estas historias en sus propios muros, junto con una imagen para colocarla como portada o perfil. Así, a partir de las 20h00 del 18 de enero se inundó este espacio virtual con los testimonios de quienes nos atrevimos a compartir una historia, quizá en algunos casos – como el mío – seleccionando con cuidado y miedo lo que se contaría para no afectar a terceros, la familia por ejemplo.
A partir del día siguiente las reacciones comenzaron a evidenciarse. Durante horas leí comentarios de todo tipo y naturaleza. Reacciones polarizadas desde “las apoyamos” hasta “viejas vagas” (por no citar las más fuertes).
Fue ahí, en la sección de reacciones de “rechazo” en donde me detuve. Leía y releía los términos usados, los calificativos, los argumentos. De pronto volví 25 años atrás en mi vida, a aquella época en que rompiendo otros miedos, fui a protestar a la calle por primera vez. Como un Déjà vu me encontré reviviendo algunas escenas.
Salí a la Plaza Grande a inicios de los años noventa para apoyar a la Familia Restrepo, dejando mi indignación pasiva para empezar a ser una activista de derechos humanos. En esa Plaza los primeros de cientos de insultos. “Vagos” “Desocupados” “Narcotraficantes”. Transeúntes a pie y en carro nos mandaban a la casa o incluso nos mandaban fuera del país. “Exagerados” nos decían. Fueron muchos años y muchos insultos.
Posteriormente, a mediados de los años noventa, se inició todo un proceso para lograr la despenalización de la homosexualidad en el país (ser homosexual estaba estipulado como delito hasta el 1997, penado con multa y cárcel). Junto con decenas de travestis salimos a las calles para exigir respeto a los derechos humanos. “Cochinos” “Morbosos” “Basura” “Pervertidos”. Algunos de ellos fueron asesinados el en proceso. “Su presencia me ofende, me dan asco” dijo una vez un transeúnte parándose frente a un travesti que llevaba un cartel diciendo “Yo también soy ser humano”.
El 10 de diciembre de 1997, población GLBTI y Trabajadoras Sexuales salieron por primera vez en Ecuador a la marcha por el Día Universal de los Derechos Humanos. En esta oportunidad no faltaron los insultos en todo el recorrido desde el IESS hasta la Plaza Grande. Sin embargo, lo más sorprendente ocurrió en una reunión de evaluación sobre cómo nos había ido en la marcha, pues varias fueron las voces que criticaron la presencia de los homosexuales y las putas. La razón era una: ese espacio (la marcha) no era el adecuado para que esas poblaciones expresen sus demandas “así”, refiriéndose a la manera en que ambas poblaciones decidieron sacar a la luz pública sus reclamos, demandas y propuestas.
A lo largo de años de activismo por la vida, ya me había acostumbrado a los insultos. Años más tarde en las marchas por los derechos sexuales y reproductivos, las malas palabras, las señales obscenas y otras expresiones, no dejaron de estar presentes. Un día un hombre pasó por frente a un plantón y escupió en mis zapatos. Como estas, múltiples escenas recorrieron la memoria.
Hace pocas semanas atrás, durante un curso, Gardenia Chávez explicaba por qué hablar de Derechos Humanos es tan difícil. Ella decía que el único escenario en el cual nos sentimos interpelados/as como personas, como familias, como padres, madres, maestros, y un largo etcétera, es cuando hablamos de derechos. Al hablar de derechos, es como que unos ojos vigilantes entraran a mi mundo y vieran todo aquello que digo y hago en mi vida “privada” y que de una u otra manera atenta contra esos derechos. Hablar de derechos es hablar no solo del Estado y sus responsabilidades, es ver nuestras incoherencias.
El día en que se activó públicamente la campaña #PrimerAcoso #NoCallamosMás, y se exhibieron miles de desagradables situaciones, me sorprendí al encontrar los mismos insultos, las mismas expresiones de la calle, hoy en este espacio virtual. “Vagas”. “Exageradas”. “Por algo habrá sido”. “Putas feministas”. “Morbosas” y muchas cosas más. Al igual que en las calles donde nos gritaban que nos larguemos, hubo quienes han pedido que paremos, que no “acosemos” con nuestras historias, que “este” no es el espacio.
Algunos de los argumentos fueron en torno a deslegitimar a Facebook como escenario de luchas; sin embargo, existe ya toda una teoría acerca del ciberactivismo. En lo personal creo que todo espacio es válido para la exigibilidad de derechos y la defensa de la vida, más aún, creo que hoy los espacios son complementarios.
Otro argumento fue entorno a que la campaña solo tenía voces de mujeres, que se desconocía al hombre como otra víctima de la violencia y resultaba ser la única fuente de los acosos. Existen quienes manifiestan rechazo a la idea de enfocar al hombre como el ser maligno por naturaleza que es culpable de todos los males que viven las mujeres. A mi parecer, ver en un sujeto o en un género el rostro de la maldad, es reducir el análisis de un contexto histórico-cultural mucho más complejo, es extraer al ser humano de su ecosistema y quitarle la carga de responsabilidad al modelo civilizatorio patriarcal y capitalista que nos afecta e impacta a todos y todas. Pero hay mucha tela que cortar en este tema.
Las reacciones que ha provocado esta campaña (en lo virtual por lo menos, desconozco reacciones de otra naturaleza), me refleja un entorno aún violento, indiferente, incluso de miedo, ante acciones de exigibilidad de derechos. Que si los testimonios fueron crudos, quizá, y es que la realidad tal cual no siempre puede llegar adornada y de colores, muchas veces es así, cruda, fría, hiriente. A la violación sexual hay que llamarla tal cual, al acoso: acoso, al golpe: golpe.
No callarnos más implica eso, darle a cada hecho el nombre y el apellido que se merece, en lo privado, en lo público y en lo político.
la lucha por la defensa de los derechos humanos, la eliminación de las desigualdades continúa. Valor y sigamos adelante. Cuando en 1996 en Sucumbíos los pequeños agricultores organizados marchábamos por las calles exigiendo la condonación de los intereses con el B.N.F., la gente de la ciudad nos indilgaba términos como vagos, ladrones, sinverguenzas. La situación en aquel entonces llevó al suicidio a muchos agricultores; hoy, los pocos que quedan ni se endeudan ni protestan… como que solo esperan el final…
El problema de los derechos, así como el del campo y de los pequeños agricultores sigue incierto. De ahí la lucha como posiblemente el único camino…