Por Miwa Uchimura to Yuko Araki / Daitaian Daigaku Magazine / ?????? ????????????
Estamos en la ciudad de Quito y empezaremos hablando sobre la situación política en Ecuador ¿Tras la ajustada victoria de Lenín Moreno el pasado 2 de abril, cuarto triunfo consecutivo en elecciones presidenciales de Alianza PAIS, qué se espera del nuevo presidente que será investido este próximo 24 de mayo?
Como bien indicas en esta ocasión el triunfo de Alianza PAIS ha sido sumamente ajustado. Si analizas los resultados electorales de la primera vuelta, donde la expresión del voto ciudadano se identifica de mejor manera con la cartografía de partidos políticos existentes en el país podrás apreciar que el respaldo al oficialismo no llegó al 29% del total del censo electoral, es decir, unos 14 puntos porcentuales menos que lo que obtuvo el presidente Correa en las anteriores elecciones presidenciales del año 2013. Este dato viene a indicar que el régimen, a pesar de esta victoria, sufre un agudizado desgaste político y la sociedad demanda cambios respecto a la forma en que se gobierna este país.
Ante esto es de esperarse que Lenín Moreno presente a su futuro gobierno como un gobierno de cambio dentro de la continuidad. En todo caso la posibilidad de que la Administración Moreno tenga una impronta propia dependerá de cómo se resuelvan internamente, ya sin Rafael Correa en la presidencia del partido, las disputas entre clanes existente al interior de Alianza PAIS. Serán los primeros cien días de gobierno los que nos permitirán tener un termómetro más claro de hasta donde esta gestión marcará diferencias y continuidades con su pasado inmediato.
¿Por qué los primeros cien días te parecen tan importantes y en qué ámbitos crees que debería accionar el nuevo gobierno para marcar esas diferencias a las que haces referencia?
La concepción moderna del simbolismo de los primeros cien días de gestión para caracterizar un cambio de actitud en un nuevo gobierno deviene de la época de La Gran Depresión. Tras su triunfo electoral, en 1933, Franklin Delano Roosevelt se planteó ese espacio de tiempo para adoptar medidas políticas que demostrasen su eficacia ante los desesperados ciudadanos estadounidenses de aquella época. Ese fue el origen del famoso New Deal, y esa forma de actuar intentando demostrar capacidad de gestión y generación de confianza hacia la ciudadanía durante ese primer vector de tiempo ha sido copiado posteriormente por innumerables presidentes durante su primer mandato. Digamos que es algo así como la primera impresión en el ámbito de las relaciones personales, si la cosa no empieza bien…, ahora imagínate lo que significa políticamente tener que enderezar una mala primera impresión ante los millones de ciudadanos que componen una sociedad.
Si realmente la Administración Moreno pretende marcar su propia hoja de ruta más allá de la herencia política de la que proviene, deberá implementar en ese corto período de tiempo acciones políticas llenas de simbolismo en ámbitos tan diversos como la economía, la política y su gestión con la disidencia, la institucionalidad y el respecto a la autonomía de los órganos de control, sus relaciones con los medios de comunicación, la actitud de la bancada oficialista en el Legislativo y otras tantas cosas más que tienen que ver con la gestión cotidiana de gobierno. Hay ya algunas señales positivas en este sentido, pero como decía, será a partir de los cien primeros días cuando tendremos elementos que permitan realmente valorar hacia donde va el nuevo gobierno.
La oposición política plantea que el proceso electoral ha sido fraudulento y que no reconoce los resultados electorales ¿cuál es tu opinión al respecto?
Asistimos al ocaso de un régimen político (el correísmo) que se caracterizó por un modelo de gobierno excesivamente fuerte, el cual cometió reiterados excesos bajo la seguridad que le dio gozar durante bastante tiempo de un amplísimo nivel de respaldo ciudadano. Sin embargo esta hegemonía fue decayendo de forma paralela al hecho de que la “estrategia Potemkin” implementada por su aparato de propaganda, mediante la cual se intentó convencer a la población de que aquí no hay crisis y que nuestra economía nacional es un referente para el planeta, dejó de corresponderse con lo que la gente siente cuando sale a avituallarse a los mercados. A pesar de ello los excesos se mantuvieron, posiblemente porque el aparato gubernamental fue poco a poco vaciándose de las personas que inicialmente le dieron inteligencia política a este gobierno. Estos excesos de fuerza o poderío gubernamental llegaron a tomar un sentido desmedido mediante el dominio de los organismos de control y vigilancia del Estado y su sistema democrático, por las lógicas de criminalización a la protesta social, por la impunidad existente ante determinadas tramas de corrupción, por la descalificación permanente a cualquier tipo de oposición, por la conceptualización presidencial de la disidencia política como un acto de traición y por el control ejercido desde el Ejecutivo sobre la Justicia.
Con base en lo anterior, la oposición conservada optó por una estrategia política que tiene algún parecido a ese arte marcial moderno japonés llamado Aikido. Digamos que la derecha pretende ganar su pulso con el oficialismo utilizando la fuerza de su adversario. Esta oposición, que maneja ostentosas chequeras con lo que casi todo lo compra, sí se dotó de inteligencia política y es así que se articuló una estrategia basada en la denuncia de un supuesto fraude electoral para posteriormente no reconocer al próximo gobierno. Pese a que en la práctica la oposición ha sido incapaz de demostrar dicho fraude, sustenta este discurso sobre el amplio descrédito que tiene el Consejo Nacional Electoral, el organismo de control de la democracia que como todos los demás organismos de control tiene como responsables a unas autoridades que responden políticamente a los intereses del partido de gobierno.
La estrategia es de largo alcance y tiene como objetivo que el nuevo gobierno nazca de forma débil y que durante su mandato no recupere credibilidad política ante amplios sectores de la población. Se trata de una estrategia de acumulación de fuerza mediante la agudización de la polarización social, buscando potenciar sus candidaturas en las elecciones seccionales del 2019. A partir de ahí y con esas “cabezas de puente” en gobiernos provinciales y alcaldías, intentarán plantear alternativas gubernamentales incluso antes de que Lenín Moreno termine su período presidencial.
Pero más allá de la oposición conservadora hemos visto también a dirigentes de la izquierda denunciar ese fraude…
Desde mi punto de vista la izquierda tradicional ecuatoriana se volvió, a partir de este proceso electoral, subsidiaria de esta oposición sobre la que anteriormente hablábamos. La explicación de tal desorientación ideológica han de darla sus dirigencias, aunque desde mi punto de vista estos desatinos son la consecuencia de un dogmático atrincheramiento ideológico y la falta de autocrítica. En todo caso no hay que ser del todo negativos, pues este vacío a la izquierda del campo de lo político genera la capacidad de imaginar de forma más clara otros posibles. Es un hecho que ya existen algunas intervenciones en micropolítica que, mediante la puesta en común de subjetividades, comienzan a accionar en pro de la construcción de nuevos contrapoderes en el país. Tiempo al tiempo.
Hemos tenido ocasión de leer en Bolivia un libro tuyo sobre los límites del progresismo ¿Cómo se entiende esto del fin del populismo en América Latina con su surgimiento en Europa?
Hay que distinguir entre el cambio de ciclo político en América Latina y esto del fin del populismo, aseveración por cierto que no comparto.
Desde mi punto de vista el cambio de ciclo respecto al período reformista que hemos vivido durante algo más de una década en la región es un hecho. Aseverar esto no es sólo referenciar los recientes cambios de gobierno sucedidos en los dos países más importantes de la región, Argentina y Brasil, sino visualizar como se han ido transformando las políticas económicas y sociales implementadas en los llamados países progresistas desde la caída del precio de los commodities.
Sin perder más tiempo al respecto, paso a lo que me parece más interesante de tu pregunta. El populismo es una lógica política que plantea una construcción imaginaria de “pueblo”, lo cual implica la articulación de una comunidad política homogénea que a su vez se identifica con ese concepto tan manoseado y discutible en un mundo globalizado como es el de “patria”. Este “nosotros” el “pueblo” se articula bajo parámetros antagónicos con respecto a un “ellos” la “élite”, algo que ya venía marcado por las lógicas clásicas de antagonismo marxista: trabajadores vs capitalistas o explotados vs explotadores. En resumen, hablamos de un modelo de construcción de identidades políticas en la cual el “pueblo” se manifiesta antagónicamente respecto a sus élites dominantes. Hasta aquí todo bien, el problema de esto es que la irrupción de lo “plebeyo” en la política, identificando con esto no a los trabajadores generadores de plusvalía sino a la población subalterna que simplemente queda fuera de las estructuras de poder, ha significado que ese 10% de la población que antaño ganaba más ahora ganen todavía mucho más. No se tocó el baúl en el que se acumula la riqueza de nuestras clases dominantes sino que se redistribuyó, mientras hubo, el excedente de la exportación de commodities. Lo anterior no es un error de las políticas públicas populistas, es la plasmación de su escasa valentía para encarar los cambios estructurales que esta región necesita, motivo por el cual seguimos teniendo el mayor nivel de desigualdad existente en el planeta. Si me permites la alegoría, para ser samurái hay que cumplir con las siete virtudes del bushido y una de ellas es el coraje.
Pero hay más, resulta que esta construcción de una comunidad política subalterna homogénea ya sin perfil de clase, lo cual supuestamente debería haber sido útil para la democratización del sistema político y sus instituciones, derivó en la conformación de liderazgos que se erigieron como la personificación de la voz del “pueblo” y sobre los que se articuló una gran concentración de poder bajo estructuras de mando altamente jerárquicas, anulándose así la capacidad de autonomía de “los de abajo”. Algunos de estos líderes nos llegaron a hablar incluso de la “majestad del poder”, algo que más allá de ser estúpido resulta anti-republicano. Como puedes ver se conformó un sinsentido, pues resulta que, como ya teorizó Castoriadis, la autonomía de la colectividad no puede realizarse más que a través de la autoinstitución y el autogobierno, lo cual es inconcebible sin la autonomía efectiva de los individuos que la componen.
En todo caso y pese a lo anterior, no considero que el populismo esté en extinción ni en América Latina ni en otros puntos del planeta, sino más bien todo lo contrario. Y como el populismo es un método que resultó ser efectivo y no una ideología política, nos encontramos en la actualidad con una explosión electoral ascendente en Francia de un populista tan poco fiable como Jean-Luc Mélenchon, el cual se identifica con la izquierda europea, al igual que asistimos hace poco a como ganaba las elecciones en EEUU otro populista, en este caso xenófobo y corte cretino-nacionalista, como es Donald Trump.
Quienes estudiamos el populismo en Japón leemos al intelectual argentino Ernesto Laclau. Este autor indica que cuando las masas populares que han estado excluidas se incorporan a la política, aparecen formas de liderazgo poco ortodoxas desde la visión liberal democrática. Sin embargo y más allá de ello, Laclau indica que el populismo lo que hace es garantizar la democracia y que la crítica que se ejerce sobre ello está muy ligada a una concepción tecnocrática del poder. ¿Dónde está la verdad Decio?
Tras un período neoliberal que dejó al Estado reducido a su mínima expresión en América Latina, resulta que quienes han articulado los mayores aparatos tecnoburocráticos durante esta última época ha sido precisamente los gobiernos populistas, por lo tanto hay un fondo de contradicción en lo que me expones.
Respecto a que es verdad y que no, que decir… Isaac Newton fue el autor del libro científico más importante de la historia occidental, Principios matemáticos de la filosofía natural, escrito en la segunda mitad del siglo XVII. Esta obra plasma el triunfo de la ciencia empírica moderna y con base en esto, durante los siglos siguientes se fue construyendo un universo donde todo era mecánico y en el cual se pensaba que través de la inteligencia se conseguiría controlar todas las cosas. Esto nos dotó de seguridades y permitió un gran desarrollo de la ciencia, la industria, la tecnología e incluso de la riqueza, aunque está última quedase bastante mal repartida. Hasta el marxismo es hijo de esa concepción newtoniana.
Verás que todo esto comenzó a perder sentido durante el pasado siglo, cuando supimos a través de la física cuántica que el micro-mundo de los átomos elige a cuál estado entrar de manera aleatoria, que no es posible medir las posiciones o velocidades precisas de los electrones o que la luz es tanto una ola como una partícula…, digamos que comenzamos a entender que nada es tan real ni tan mecánicamente predecible como anteriormente pensábamos. Si a eso le sumas el desarrollo del pensamiento de sistemas, el caos y la complejidad, resulta que si algo hoy tenemos claro es precisamente que la verdad absoluta no existe. En el ámbito de discusión que nos concierne mi posición es crítica con el populismo. De hecho el populismo me recuerda una cita de un compatriota vuestro al que le tengo en alta estima literaria, Yukio Mishima, quien en algún momento aseveró que el entorno político moderno ha ido reduciendo la vida a un concierto absolutamente ficticio que transforma la sociedad en un teatro y al pueblo en una masa de espectadores.
Hace unos meses te oímos decir en un canal de la televisión japonesa que había una impronta peculiar en la estrategia de desarrollo capitalista asiática, que esta tenía que ver con una forma propia de organización de la producción que es fruto de un modelo particular de intervención económica gubernamental omnímoda inherente a las culturas del suroeste asiático. Indicabas en esa misma entrevista que ese modelo se había intentando replicar con escaso éxito en algunos países latinoamericanos. ¿Puedes explicarnos esto con algo más de detalle?
Con el llamado “milagro económico nipón” tras la segunda guerra mundial, el PIB del Japón creció de forma espectacularmente acelerada, alcanzando entre 1950 y 1973 un promedio anual del 11%, algo solo alcanzado posteriormente por la economía de la República Popular de China. El esquema básico de este modelo de crecimiento acelerado consistió en una reforma agraria que implicó distribución de tierras a los campesinos y un desarrollo agrario fuertemente apoyado por el Estado; el desarrollo de una industria intensiva en mano de obra de bajo costo que generó empleo para gran parte de la población; el énfasis en la educación como base del desarrollo y la formación de capital humano para adoptar la tecnología extranjera y crear paralelamente la propia, con la generación posterior de una industria propia y diversificada dedicada a producir y exportar bienes de alto valor agregado, intensivos en capital y tecnología.
Siendo la economía más desarrollada de Asía, Japón desempeñó un papel capital respecto a la integración económica de Asia del Pacífico. En base a su poderío económico y su capacidad organizacional y productiva, este país ejerció un rol de fuerte penetración en las economías aledañas a través de la inversión directa de sus corporaciones transnacionales. Este modelo fue replicado posteriormente, con sus oportunas adaptaciones nacionales, por países como Corea del Sur, China, Singapur, Taiwán o el Hong Kong bajo administración británica de entonces. El rol del Estado en todos los casos fue primordial respecto a su intervención en apoyo al sector privado, la promoción de la tecnología y la innovación, así como el énfasis en la inversión de recursos humanos. Cuando sus mercados internos se saturaron se repitió el mismo esquema japonés respecto a la inversión en países del entorno, pero en este caso derivando el excedente relativo de capital hacia Malasia, Tailandia, Singapur e Indonesia en primera instancia y posteriormente a China y Vietnam.
Aprovechándose de la liberalización comercial impulsada por las instituciones de Bretton Woods estos países exportaron por doquier sus productos, integrándose a su vez en un complejo productivo regional basado en la división internacional del trabajo vertical, puesta en marcha por las transnacionales asiáticas lideradas por las corporaciones japonesas. Lo anterior indica que sin Japón difícilmente se hubiera dado, tal y como actualmente la conocemos, la integración financiera, productiva y comercial existente hoy en Asia del Pacífico. Con la especialización económica en materia productiva y de exportación de la industria manufacturera china, el gigante asiático se transformaría en el principal destino de la inversión directa internacional, transformando por completo la estructura económica asiática y organizándola de manera radial en torno a la República Popular de China.
Al inicio del ciclo progresista, los planificadores de diversos países andinos pusieron sus ojos en el modelo asiático, pretendiendo crear una versión propia de lo que fue la hoja de ruta inicial de los “tigres asiáticos”. Es así que proyectos como la coreana Icheon Free Economic Zone y su ciudad inteligente Songdo fueron visitados por la tecnoburocracia planificadora latinoamericana y firmados convenios con sus diseñadores con el fin de aprender de dichos procesos. Sin embargo el sueño no se plasmó en realidad, y pese a que se gozó de amplios excedentes gracias al boom de los precios de los commodities no se implementaron acciones enfocadas a una acumulación de capital/ahorro que permitiera el posterior desarrollo del sector industria en la región. Nuestro proceso ha sido más bien el contrario, procediéndose a una reprimarización de las economías regionales. Tampoco se articularon políticas efectivas destinadas a la diversificación del desarrollo productivo ni a la modernización de este. Respecto a la competitividad industrial y hablando en términos estrictamente capitalistas, la región se ha desarrollado hacia el sector servicios generando la hipertrofia de otros sectores económicos regionales. Por último y consecuencia de todo lo anterior, el subcontinente carece de políticas efectivas que permitan una integración efectiva de la clase trabajadora a las dinámicas del proceso productivo, condición que bajo los conceptos de organización obrera y negociación sindical hubiera permitido mejorar las condiciones en que viven nuestros sectores humildes. En resumen y más allá de los acalorados discursos gubernamentales, durante este último período la región se limitó a sacar provecho de sus riquezas naturales, generando escasos estímulos para el desarrollo de nuevos sectores productivos con generación de valor agregado. Sin ser una década perdida, lo cierto es que América Latina sigue estando muy lejos de encontrar un modelo de inserción inteligente en el sistema mundo.
Esto nos lleva a una pregunta económica de carácter más global sobre lo que está sucediendo con la economía mundial en este momento ¿Crees, tal y como dijo el primer ministro Shinzo Abe tras la última cumbre del G7 celebrada en Japón, que podemos estar al borde de una nueva crisis financiera internacional?
Robert Skidelsky, reconocido biógrafo del economista británico John Maynard Keynes, dijo no hace mucho que nadie sabe qué está sucediendo en la economía mundial.
La salida de la crisis financiera global del 2008 se dio mediante políticas de estímulo que buscaron dinamizar las economías nacionales y regionales. Para ello se inyectaron billones y billones de dólares a través de los bancos centrales mediante programas de flexibilización cuantitativa, generándose liquidez adicional en los mercados y bajándose los tipos de interés hasta llegar incluso a valores negativos. Sin embargo, la economía no ha vuelto a funcionar como antaño y pasado ya más de ocho años de la crisis de las hipotecas subprime la inversión global está muy por debajo de donde estaba antes de la quiebra de Lehman Brothers y el ritmo de crecimiento mundial es muy bajo.
En la actualidad la deuda global se estima en torno a 200 billones de dólares, lo que equivales a tres veces el tamaño de la economía real del planeta. Países emergentes como China o Brasil tienen niveles de deuda privada que se cuantifican en el doble del tamaño de sus economías. Para que se entienda, en la práctica lo que está sucediendo es que la deuda pública no se paga sino que se renueva, cosa que seguirá funcionando siempre y cuando haya liquidez. La ingente cantidad de deuda con rendimiento negativo y los inflados balances de los bancos centrales plantean de forma inevitable un sendero que desemboca en una burbuja de deuda. En pocas palabras, vamos camino a un potencial desastre y eso es lo que le quita el sueño a Shinzo Abe, pues Japón es el país más endeudado del planeta en relación a su PIB.
Desde que Marx escribiera los Grundisse sabemos que el capitalismo se retroalimenta de sus crisis cíclicas. Sin embargo, la forma en la que se desarrolló la crisis del 2008 demuestra que el sistema económico global ya no es tan sólido como antaño. Como dice Larry Summers, nada sospecho de ser un anti-sistémico radical, estamos ante un “estancamiento secular”, pues el tipo de interés de equilibrio en la economía ha bajado tanto que las políticas monetarias ultraexpansivas ya no son suficiente para estimular la demanda. De esta manera se llega a la conclusión que el crecimiento ya sólo se consigue por medio de burbujas que tras estallar vuelven a generar una economía maltrecha.
Japón ha sido el gran laboratorio experimental que certifica la impotencia de los gurús del capitalismo para reactivar la economía global en este momento. Las desesperadas iniciativas económicas impulsadas por el gobierno japonés, algunas mezclaron lógicas keynesianas con medidas neoliberales, se han mostrado inútiles para dinamizar la economía nipona. Es por ello que desde 1990 el PIB del Japón mantiene la expresión gráfica de un encefalograma plano, con una línea continua que se mueve en posiciones muy cercanas al 0%. Bien, pues ahora podríamos decir que vivimos una suerte de “japonización” de la economía a escala global.
*Tomado del Blog de Decio Machado