19 noviembre 2012
Todos tenemos, como una condición inherente a nuestro carácter ciudadano, la posibilidad igualitaria de asumir y ejercer cargos de representación pública. Pero el hecho de que la democracia representativa en su proceso eleccionario tienda a privilegiar a aquellas personas que gozan de una imagen social fuerte (más allá de su capacidad), no es tanto un problema de estas personas, sino de la forma de organización de la propia democracia. De tal manera que indignarnos si llegan a representarnos los menos aptos, lo que hace es ocultar la profunda deficiencia de la política partidista y la democracia representativa que en verdad es excluyente e impide el desarrollo de las capacidades de una organización popular y responsable de la ciudadanía.
Nos indignamos de que lleguen futbolistas o presentadores de televisión a dirigir el destino político del país, pero no nos indignamos cuando ellos mismos son los referentes éticos e identitarios de la sociedad. La estulticia de política comercial a la cual estamos expuestos no hace sino corroborar que dentro de un sistema centrado en la deidad de la mercancía, todas sus construcciones están de una u otra manera articuladas para al servicio de este imaginario teológico que encuentra en la industria cultural el mecanismo más propicio para crear las condiciones de una dominación ridícula, pero entretenida. La confrontación de la ridiculez con lo absurdo que solo puede darse en los términos del entretenimiento, nos invita por lo menos a pensar. La parodia de la inscripción de un “burro” como candidato a la asamblea, ocurrida en la ciudad de Guayaquil hace pocos días se convierte en un síntoma del profundo descrédito del sistema, pero al mismo tiempo, de su totalidad irreformable.
A los cargos de representación pública no deben ir los burros, sino las personas “preparadas”, pero en rigor, para qué preparase o capacitarse si el que una persona entre a ocupar un cargo en la Asamblea u otro espacio de representación pública no depende tanto de su preparación sino de otros factores entre los que se cuentan el micro poder de la organización que le postula o las condiciones de realización del marketing político (de que la persona se convierta en una mercancía simbólica apreciada), siendo ésta la cristalización más visible de la decadencia de la democracia representativa, pues los electores no se acercan a la propuesta de gobierno más consistente, sino a quien mejor encarna los ideales del sistema de dominación (generados por el marketing).
Supongo que para aquellas personas “preparadas” que a pesar de todo han decidido tercear un puesto, les debe resultar profundamente incómodo someterse a la lógica del show para la cual no necesariamente han estudiado, lo cual lanzaría otra duda sobre su adecuada preparación, en dos sentidos, pues o bien no entendieron bien las nuevas condiciones de la política del marketing, o a pesar de entenderla, con su inclusión, decidieron consolidar la metodología de su dominación en vez de transformarle creando otra política basada en la liberación.