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DESPARTIDIZAR LA POLITICA. Por Atawallpa Oviedo Freire

15 de Diciembre 2015

Para que sea efectiva aquella concepción lanzada por Abraham Lincoln de “un gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo”[1], es imprescindible y urgente, el despartidizar a la política para que el pueblo la asuma personalmente como suya y participe directamente en la gestión, administración y gobierno de un territorio, desde los barrios y comunidades hasta el nivel nacional. La política, no como exclusividad y patrimonio de la “clase política” sino como un derecho y una responsabilidad de todos, como algo natural y cotidiano y no como algo consagrado a ciertos individuos. La política como expresión de sabiduría y no como medio o forma de banalidad y frivolidad.

Los partidos y movimientos políticos no representan al pueblo sino a élites que hacen de esta actividad su forma de vida, y cuando llegan a puestos directivos los convierten en un medio de enriquecimiento y de dominación, como nos cuenta la historia. No sé si existe o ha existido alguna excepción. Si los partidos (especialmente los de izquierda) quisieran realmente un cambio estructural plantearían la recreación del poder popular, en la que el pueblo sea el responsable y beneficiario de su propia actividad política, sin necesidad de intermediarios o portavoces. El pueblo participando de forma organizada con sus instituciones naturales y comunes, y no a través de  ciertos grupos políticos que asumen su representación y que creen saber cuáles son sus aspiraciones[2], o que se dicen que son lo más alto y avanzado del pensamiento de clase y están a la vanguardia del pueblo para dirigirlo en su transformación.

El sistema de partidos es un invento burgués que nació a finales del siglo 18 y comienzos del 19 en Inglaterra y EEUU, luego de la revolución industrial para consolidar el poder de la emergente burguesía. Llegando paulatinamente a convertirse en la mejor expresión de la capacidad de concentración del biopoder dentro de ciertos grupos de élite, en la que solo ellos puedan llegar a sitios de gobierno. Quien no es miembro de un partido o movimiento político no puede participar de una contienda electoral y por ende no tiene la posibilidad de acceder al poder político. Existiendo tanta gente capaz y comprometida, pero como se han dado cuenta que los partidos políticos y el sistema político en general, no son instrumentos ni vías desde el cual empujar una transformación, han preferido optar por otros caminos y medios más revolucionarios y eficaces, como la recreación de espacios paralelos a los oficiales (mini-naciones) o en la generación de formas de vida anticapitalista (micro-política).

El sistema de partidos, es el mayor y mejor invento creado por la burguesía para la dominación sutil de la población a través de la democracia electoral y de sus partidos políticos. Fórmula en la cual todo queda en, y por, ellos. Quienes a su vez se encargan de legitimar y naturalizar el juego electoral que fortifica al biopoder del sistema capitalista y principalmente del sistema-mundo patriarcalista y civilizatorio.

Incluso las izquierdas enarbolan al partido como la mayor y mejor expresión de clase. El partido es todo, y nada está más allá de la “más alta organización de clase y del pensamiento revolucionario”. El Partido está sobre los sindicatos, los gremios de profesionales, las federaciones indígenas, las asociaciones artesanales, las cooperativas de producción, las ongs, las comunidades,  los comités barriales…, es decir, sobre todas las formas naturales y básicas de organización. El poder no está en el pueblo y sus organizaciones propias y vivenciales, sino en el Partido. Las organizaciones de base solo pueden acceder a un gobierno a través de los partidos, los mismos que son elegidos y escogidos por el comité central, considerado éste como la más alta expresión de clase dentro de lo más avanzado de la clase proletaria y su partido de vanguardia. El partido en la cima de la pirámide, los movimientos sociales a la cola, y el pueblo en la base o al último de todo (piramidalismo).

Mucho menos lo entiende el “progresismo político” -y muy particularmente el correismo-, para quienes las organizaciones sociales son sus enemigos principales, más que la misma derecha. Si bien la derecha ha combatido a los movimientos sociales, el correismo (y el progresismo) han buscado eliminarlos, o al menos neutralizarlos a través de su control y regulación, pues nadie puede estar sobre el Partido, y a su interior nadie más allá del líder máximo, que generalmente es presidente del Partido y del Gobierno al mismo tiempo. Lo que significa que el individuo es más que el propio colectivo, o los derechos individuales sobre los derechos colectivos, típica expresión del capitalismo y de la mentalidad patriarcal. De esta manera, el partido, el gobierno y el estado se convierten en lo mismo, es la concentración del poder para la biopolítica de control del pueblo “atrasado y manipulable por la burguesía”. De ahí, que Correa repite insistentemente que las organizaciones populares le hacen el juego a la derecha[3].

Ese el propósito del reglamento que emitió Correa en marzo del 2008 para regular a las organizaciones sociales, en donde se destaca cuáles serán las causales de disolución al “incumplir o desviar los fines para los cuales fue constituida la organización” y “comprometer la seguridad o los intereses del Estado, tal como contravenir reiteradamente las disposiciones emanadas de los ministerios u organismos de control y regulación”. Lo que quiere decir que el Estado en si mismo está sintetizado en el presidente del gobierno nacional, y si alguien está en su contra está atentado contra el poder del estado, el cual representa el bien común y que está consagrado en el Jefe de Estado. El pueblo, el estado, el gobierno, el partido…, soy yo.[4] Sin dejar de mencionar que el Estado en sí mismo, es otra expresión o forma burocratizada del poder de dominación, y que si no hay descentralización y desestructuración del Estado burgués, es otro aparato más encima del pueblo y utilizado por el caudillo o presidente de turno para someter con sus aparatos de represión al pueblo y a sus organizaciones sociales.

De ahí, que en organismos estatales como el Consejo de Participación Ciudadana (supuesto quinto poder) no participan las organizaciones sociales ni se designa a miembros de la población organizada para distintas funciones del Estado sino a individuos con ciertos méritos académicos, lo que significa el tecnocratismo puro en la dirección social. Por eso Correa glorifica tanto a los partidos políticos -como tal-, y a las formas electorales como el sumun de la democracia representativa, y a su vez, denigra y combate tenazmente a los movimientos sociales y a la consensocracia[5] [6]o biocracia. Y esto se debe a que él cree que el pueblo es “limitadito” e incapaz de autodirigirse. Por ello jamás le entregaría el poder al pueblo organizado en sus movimientos sociales, pues eso significaría acabar con el populismo y el caudillismo que han gobernado todos estos años. Necesita que el pueblo siga siendo populista para que continúe esperando que aparezcan nuevos salvadores como él. Rafael Correa es ya una leyenda y el milagro del siglo XXI.

Y las otras izquierdas piensan parecido, aunque no lo digan abiertamente, y solo se atrevan a decir que el pueblo todavía no está preparado y que necesita del partido y de sus mejores hijos para articular y organizar la revolución. Esto en la experiencia mundial, se llama burocratismo. La concepción del “centralismo democrático”, significa que el pueblo todavía no tiene la suficiente conciencia para ello y necesitan de los intelectuales más avanzados para asegurar la victoria popular, situación -que por cierto- hasta ahora no se ha dado en ninguna parte del mundo.

Según las izquierdas, el pueblo solo tendrá conciencia cuando ellos construyan el socialismo y les hayan educado en una conciencia revolucionaria (castrismo-chavismo), para entonces, entregarle el poder al pueblo organizado y por ende no sea necesaria la existencia del partido único del proletariado. Pero ello, solo será posible cuando se llegue al comunismo, antes de eso el pueblo no es capaz de autogobernarse ni de dirigir su revolución. Es decir, nunca. Mientras las izquierdas se sigan creyendo que son lo más alto del pensamiento de clase y sigan teniendo al pueblo como su fuerza de choque, jamás habrá un cambio por ahí. Comprobamos -una vez más- que las izquierdas no son revolucionarias sino reformistas y hasta cierto punto contrarrevolucionarias.

El ataque a las organizaciones populares que ha hecho el progresismo (y el castrismo desde hace más de 50 años), es una clara forma de la despolitización y del desempoderamiento del pueblo, en su desmedro y a favor del partido y del status quo. De ahí, que no solo se trata de cuestionar al Decreto 16 que limita la capacidad de existencia y de accionar de las organizaciones sociales, como lo ha venido manifestando la izquierda, sino, que se trata principalmente de que tengan más poderes dentro de la vida política y social si quieren realmente un cambio. Hay que virar esa camisa de fuerza del partidismo, para que los movimientos sociales sean los que canalicen la organización popular y actúen directamente en la construcción del poder popular. Pero siempre cuidando que no se recreen nuevas formas de micro-partido, para lo cual, es necesaria la organización popular en todos los niveles sociales. Es decir, una sociedad constituida por organizaciones e institutos y no por individuos “libres”, no solo como familias aisladas sino en comunión de familias y de mancomunidad de familias, tanto a nivel de parentesco sanguíneo como a nivel socio-económico, para tener una sociedad altamente organizada y movilizada en la construcción de su destino de vida. Y ello implica también poder electoral para que puedan intervenir directamente en la designación de las autoridades y no sea exclusividad de los partidos políticos. Por ejemplo, para empezar este proceso podría pensarse en una participación del 34 % de los partidos políticos, 33% de las organizaciones sociales y 33% de las nacionalidades indígenas.

La única organización que hasta ahora ha comprendido esto es la ECUARUNARI a través de Carlos Pérez Guartambel, pero las izquierdas partidistas no dicen nada y más aún hacen algo. Su mentalidad liberal y eurocéntrica es todavía muy fuerte y no entienden todavía la mentalidad indígena y su proyección comunitaria, que se la ejerce dentro de un poder comunal vital y no dentro del buró del Partido. El burocratismo de la izquierda (incluidos muchos miembros del movimiento indígena) sigue latente, todavía no entienden al sumak kawsay o vitalismo milenario que no busca tomarse o asaltar el poder, sino abrir el poder para que todos se sean poder y puedan ejercer el poder por, y en, sí mismos. El vitalismo entiende que el poder consciente está en el ejercicio del poder, en la capacidad de ser responsable de manejar su propio poder y que a través de la práctica se aprende a equilibrar el poder. Pero mientras la izquierda siga arriba y adelante del pueblo, solo lograrán que el pueblo desprecie y rechace aún más la política, que se alejen más de los partidos políticos y que por ende esté más lejos su propia capacidad movilizadora de cambio.

La concepción de que el partido es la vanguardia de clase, es la visión más retrógrada y reaccionaria, que solo le conviene al sistema burgués que funciona de la misma manera en todos los ámbitos e instituciones que ha creado (piramidalismo). La derecha por su acción explotadora es la que más provoca reacción y resistencia del pueblo, pero la izquierda se encarga de aplacarla a través de supuestamente canalizar y dirigir la lucha social dentro de su burocracia elitista. La experiencia mundial lo dice, pero hasta ahora no reaccionan y lo único que han logrado es recrear sutiles formas de dominación y de control al interior de la lucha popular y que luego se reproduce cuando están en instancias dentro del poder estatal. De ahí, que aparecen de tiempo en tiempo, los “auténticos” revolucionarios, que forman el “verdadero” partido de clase y las “únicas” organizaciones populares.

Esto quiere decir, que las organizaciones populares no pueden ser simples brazos o costillas del partido, caso contrario será más de lo mismo. Los movimientos sociales deben funcionar, fuera y más allá de los partidos, para que no se eliticen y burocraticen dentro del buró político. En todo caso, las organizaciones sociales y el partido pueden ser complementarios uno del otro y no el uno subsumido al otro, que es reproducir la superposición de unos sobres otros, lo que genera prepotencia y subyugación, como lo demuestra la experiencia mundial de la izquierda.

Incluso lo más revolucionario que podría hacer la izquierda es desparecer a sus partidos y que sus altos miembros pasen a la vida económica productiva para desde ahí ejercer su acción política. Pero no lo querrán, pues están acostumbrados a que otros trabajen y a igual que en las iglesias solo están esperando los diezmos de los militantes, es decir, de los trabajadores. Los partidos (y las iglesias) siguen el mismo esquema paternalista y no están dispuestos a perder sus privilegios, bajo el argumento de que hacen trabajo político porque son lo más avanzado del pensamiento revolucionario. Déjense de joder. Basta de burócratas, necesitamos revolucionarios en su vida común y corriente, es decir, gente que ya vive el nuevo sistema.

Entonces, se hace necesario de un pueblo organizado y con amplias potestades para que pueda ejercer su poder total, de esta manera no sigan representados en la democracia burguesa ni en los partidos políticos. Si se lucha por una democratización para salir de la democracia representativa hacia una participativa, también se debe luchar para que el pueblo no esté representado en sus partidos políticos sino que esté participativo con sus propias organizaciones de base. Esto implica revolucionar la visión centralista y verticalista de la izquierda, como también lo es de la derecha (piramidalismo) por una visión horizontal y desconcentrada, para que la política no sea un cenáculo de ciertos afortunados sino sea un compromiso de vida, en la que la persona no solo debe ser responsable de su propia familia sino de toda la vida en su conjunto. Ahí será posible otro mundo, un mundo donde el pueblo ejerce su poder sin representación alguna y bajo ninguna forma de sustitución.

Que diferente sería si la izquierda trabajara por la descentralización del poder en las organizaciones populares, para que ellas, en cada sector, en cada rama, en cada actividad, ejerzan la dirección de los gobiernos sectoriales y generales. La única manera de dignificar a la política es que el pueblo la asuma personalmente, no puede quedarse simplemente en un papel de lejano crítico observador que solo actúa en la democracia de un día, sino que tiene que aprender a ser responsable y asumir directamente los proyectos y sus ejecuciones.

Si queremos una nueva vida, el pueblo debe politizarse y para ello la política debe desmonopolizarse de los partidos (entre otras cosas), y de esta manera el pueblo no esté partido sino que esté completo. Así, el pueblo no sea usurpado en su derecho a dirigir sus propios cambios y transformaciones, por ningún estamento que esté sobre él. No más piramidalismo, sino ciclicidad a todo nivel y forma.

 

 

[1] Cualquier interpretación del significado político del término pueblo debe partir del hecho singular de que, en las lenguas europeas modernas, éste también incluye siempre a los pobres, los desheredados y los excluidos. Un mismo término designa, pues, tanto al sujeto político constitutivo como a la clase que, de hecho si no de derecho, está excluida de la política. Giorgio Agamben http://artilleriainmanente.blogspot.com/2012/07/giorgio-agamben-que-es-un-pueblo.html?spref=fb

[2] “Escuchen, no atemoricen a nadie, vayan a ordenar a sus casas, aquí manda el pueblo ecuatoriano… Qué se puede hablar con estas posturas. Someterse a esas prepotencias sería la peor de las claudicaciones”. Rafael Correa, EL UNIVERSO, 13 de agosto, 2015

[3] “Como (los de la oposición) no pueden lograr su cometido, como no representan a nadie que no sea su propio ego, sus propios abusos, ¿qué hacen? Recurren al chantaje: ‘Te cerramos las carreteras hasta que hagas lo que nosotros exigimos’. En una democracia todos tienen derecho a manifestarse, pero ellos están atentando contra los derechos de los ecuatorianos”, dijo Correa ante sus simpatizantes. Rafael Correa, EL UNIVERSO, 13 de agosto, 2015

[4] Yo no soy yo, yo soy un pueblo» Frase repetida de diversas formas por líderes populistas como Gaitán, Chávez, Correa.

[5] La democracia del consenso es una posición profundamente conservadora que niega justamente el pluralismo y el antagonismo que son constitutivos de cualquier política democrática, es querer negar el disenso y presuponer acuerdos que no están dados. Es el equivalente del “fin de la historia” con el que nos quisieron convencer en la época neoliberal. http://ecuadoryacambio.ec/mensaje-a-la-nacion-2015-presidente-rafael-correa/

[6] Correa planteó la necesidad de revisar los estatutos de la institución (UNASUR), en la que todo “debe decidirse por consenso” y en la que existe el veto, que consideró “la mejor forma de no avanzar”. http://lanacion.com.ec/?p=10452

 

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