Muy pocos intelectuales en América Latina, sin ser marxistas, demuestran tanta lucidez como el brasileño Carlos Alberto Libânio Christo, Fray Betto. Autor de textos magistrales como El Calendario del Poder y otros de indudable importancia, sigue reflexionando sobre los temas de la revolución. Su vena social le emparenta con personalidades descollantes como las del Obispo Helder Cámara, Ernesto Cardenal o Leonardo Boff. Su pensamiento está integrado a esa corriente que desde la década de los años sesenta busca encontrar los caminos más apropiados para la liberación de nuestros pueblos.
En el No. 500 de la Revista ALAI (América Latina en Movimiento) se incluye un texto de Fray Betto titulado Impasses de los gobiernos progresistas que llama la atención por lo acertado de sus reflexiones sobre los límites y contradicciones de los actuales gobiernos “progresistas” de América Latina.
Me permito comentar, brevemente, las diez coincidencias que encuentro en su texto con las reflexiones personales que he venido haciendo durante este último tiempo en torno al camino que la izquierda latinoamericana debe seguir para alcanzar la verdadera y definitiva liberación de nuestros pueblos y, a su vez, hacer una glosa a una de sus más importantes conclusiones.
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Primero: “Ahora, ser de izquierda no es un problema emocional o una mera adhesión a los conceptos formulados por Marx, Lenin o Trotsky. Es una opción ética, con fundamento racional. Opción que tiene como objetivo favorecer, en primer lugar, a los marginados y excluidos. Así que nadie es de izquierda por declararse como tal o por llenarse la boca de clichés ideológicos, sino por la praxis que ejercen en relación con los segmentos más pobres de la población.”
Siempre ha sido así, porque la ética es opuesta a la injusticia. Marx, Lenin, Trotski y tantos otros revolucionarios en la Historia, incluido Jesús, teorizaron sobre el tema, lo que hizo posible el surgimiento de partidarios de sus ideas.
Ese no es el problema, el problema radica en la apropiación mentirosa de esa “ética, con fundamento racional” por parte de los dueños de una ética irracional, que por medio del engaño han mantenido el poder político en sus manos. Contra el engaño histórico de la ética oficial, no hay otra vía que la confrontación.
Segundo: “Los gobiernos democrático-populares han provocado, de hecho, importantes cambios para mejorar la calidad de vida de amplios sectores sociales”.
Cierto. Esos pobres que antes vivían con un dólar diario, ahora viven con dos. La “ética progresista” se conforma con eso. Sus líderes suelen decir que están dejando un mundo mejor. ¿No es esta, acaso, otra forma de engaño?
Tercero: “Desde un punto de vista histórico, es la primera vez que tantos gobiernos del continente se mantienen alejados de los dictados de la Casa Blanca.”
También es cierto. Pero, ¿qué hay detrás de esta aparente verdad? Se corre el riesgo de creer que los Estados Unidos va a renunciar a su “patio trasero” sólo porque ya se evidencia la voluntad de la unidad latinoamericana. No es tan fácil. Los propios gobiernos “progresistas” se ven tentados por sus ofertas y no estaría mal pensar que algunos son parte de la nueva estrategia imperialista. Para muestra basta un botón. Joe Biden, vicepresidente de los Estados Unidos, convocó a la Primera cumbre de seguridad energética en el Caribe, cuyo fin último no es la ayuda desinteresada, sino la neutralización perversa de la iniciativa chavista de subsidiar cien mil barriles diarios de petróleo a los países de la región, con lo cual se pretende dar otro golpe de muerte a Cuba. En este tema no se puede cantar victoria, el imperialismo tiene sus fuerzas intactas. Se debe entender que no basta la voluntad de estar lejos de los yanquis, que lo que cuenta es la práctica concreta de unirse y el compromiso de luchar hasta las últimas consecuencias por esa unidad..
Cuarto: “Hubo un deslizamiento de la sumisión política a la sumisión económica”.
¿Es esto exacto? No. El dominio imperialista juntó siempre lo económico con lo político, para lo cual basta volver los ojos a la historia latinoamericana. Ahora el capital financiero cierra el cerco económico para mantener su dominio político, obligando a los pueblos a crear más capitalismo. Las estrategias de los “gobiernos progresistas”, lamentablemente, van en esa dirección. A Fray Betto no se le escapa este importante asunto: “Sin embargo…” –dice- “por más que los inquilinos del poder político implementen medidas favorables para los más pobres, hay un escollo insalvable en el camino: todo modelo económico requiere de un modelo político coincidente con sus intereses. La autonomía de la esfera política en relación con la económica es siempre limitada.”
Quinto: “Esta limitación impone a los gobiernos democrático-populares un arco de alianzas políticas, a menudo espurias, y con los sectores que, dentro del país, representan al gran capital nacional e internacional, lo que erosiona los principios y objetivos de las fuerzas de izquierda en el poder. Y lo que es más grave: esa izquierda no logra reducir la hegemonía ideológica de la derecha, que ejerce un amplio control sobre los medios de comunicación y el sistema simbólico de la cultura dominante.”
Si queremos darle un nombre a esta realidad diremos que son gobiernos pro oligárquicos y pro imperialistas, incapaces de tomar las riendas de la historia en sus manos y que hacen uso desvergonzado del discurso revolucionario para engañar a las masas.
Sexto: Dice Fray Betto con exacta claridad: “El modelo económico imperante, gestionado por el gran capital y adoptado por los gobiernos progresistas” y, más claro todavía: “Aunque adopten una retórica progresista, los gobiernos democrático-populares no logran prescindir del capital transnacional que les asegura apoyo financiero, nuevas tecnologías y acceso a los mercados. Y para eso, el Estado debe participar como fuerte inversor de los intereses del capital privado, ya sea facilitando el crédito, mediante la exención de impuestos y la adopción de asociaciones público-privadas. Este es el modelo de desarrollo post-neoliberal predominante hoy en América Latina.”
¿A esto es lo que en el Ecuador Rafael Correa llama “el milagro ecuatoriano”?, ¿y Dilma en el Brasil?, ¿y Cristina en Argentina?, ¿y Bachelet en Chile? Los pueblos del continente se tragan esta piedra de molino porque los seudo líderes del socialismo del siglo XXI se la sirven adornada con cánticos y símbolos revolucionarios en la mesa de su desesperación.
Septimo: Habla Fray Betto de un proceso “exportador extorsivo” que obliga al Estado a invertir “en la construcción de grandes obras de infraestructura para promover el flujo de bienes naturales mercantilizados, cuya facturación en divisas extranjeras rara vez regresa al país. Una gran parte de esta fortuna se aloja en los paraísos fiscales.”
La lógica del capitalismo corporativo de la globalización asfixia las raíces nacionales de nuestros pueblos, obligándonos a aceptar sus condiciones. Sin la voluntad política de resistir a ese proceso “extorsivo” se impone la lógica de que “no podemos ser mendigos sentados en un saco de oro”, como gusta argumentar frecuentemente el presidente Correa del Ecuador.
Octavo: Dice Fray Betto que optar por este modelo neo-desarrollista “es aceptar tácitamente la hegemonía capitalista, aunque sea con el pretexto de cambios “graduales”, “realismo” o “humanización” del capitalismo. De hecho, es mera retórica de quien se rinde al modelo capitalista.” Y llega a esta lúcida conclusión: “…si lo que se pretende es garantizar los intereses del gran capital, los gobiernos progresistas tendrán que adecuarse para, cada vez más, cooptar, controlar o criminalizar y reprimir a los movimientos sociales.”
¿Capitalismo humano?, ¿reforma gradual?, ¿realismo? Ninguno de estos enfoques son nuevos ni originales. El “capitalismo sensato” los ha repetido una y otra vez desde la revolución bolchevique y siempre le han dado buen resultado en la perspectiva de neutralizar la insurgencia de las masas. Cuando se ha vuelto imposible detener su marcha, las fuerzas “sensatas” han recurrido a la violencia. Pronto llegará el momento en que los gobiernos “progresistas” de América Latina desaten feroces procesos represivos. ¿Acaso ya no sucedió en el Brasil?
Noveno: Estos gobiernos recurren al asistencialismo para paliar en algo la grave situación en que el neoliberalismo dejó a las masas. “De este modo” -dice Fray Betto-, “se crean reductos electorales, sin adhesión a un proyecto político alternativo al capitalismo. Se dan beneficios sin suscitar esperanza. Se promueve el acceso al consumo sin propiciar el surgimiento de nuevos actores sociales y políticos. Y lo que es más grave: sin darse cuenta de que, en medio del actual sistema consumista, cuyas mercancías reciclables están impregnadas de fetichismo que valoran al consumidor y no al ciudadano, el capitalismo post-neoliberal introduce “valores” –como la competitividad y la mercantilización de todos los aspectos de la vida y la naturaleza– que refuerzan el individualismo y el conservadurismo.”
¿Qué sentido tiene, por ejemplo, en el Ecuador, la construcción de una “sociedad del conocimiento” si la reforma educativa sirve sólo para reforzar los valores del conocimiento capitalista? ¿De qué sirve una educación de excelencia si se profesionaliza al estudiante en la defensa y perpetuación del individualismo? ¿Qué sentido tiene educar con calidad si esa educación no concientiza a las nuevas generaciones en el grave peligro del consumismo? ¿Para qué queremos una educación de calidad si en ella no está incluido el desarrollo de la capacidad crítica del estudiante? No basta con reproducir la ciencia burguesa, hay que crear otra, nuestra, que no destruya, que construya.
Decimo: “En resumen, el modelo neo-desarrollista seguido por la izquierda se empeña en hacer de América Latina un oasis de estabilidad del capitalismo en crisis”. “El gran peligro en todo esto es fortalecer, en el imaginario social, la idea de que el capitalismo es perenne.” Es la lúcida conclusión de Fray Beto.
¿Es correcto que así sea?, ¿un oasis “del capitalismo en crisis”?, ¿vale la pena luchar por ese ideal?, ¿debe un revolucionario contribuir a fortalecer la idea de que el capitalismo es eterno?, ¿merecen esa suerte las masas empobrecidas de nuestro continente? Creo que no. El futuro de nuestros pueblos tiene que ver con la revolución, no con la reforma. Dice Fray Betto que el único camino que les queda a los gobiernos progresistas de América Latina es la “intensa movilización de los movimientos sociales.”
Hagamos algunas reflexiones sobre esta última afirmación de nuestro autor.
UNA GLOSA AL TEXTO
Dice Fray Betto que el único camino que les queda a los gobiernos progresistas de América Latina es la “intensa movilización de los movimientos sociales, ya que, en esta coyuntura, la vía revolucionaria está descartada, y, de hecho, sólo interesaría a dos sectores: a la extrema derecha y a los fabricantes de armas.”
¿Para que serviría, entonces, la “intensa movilización” si son gobiernos que han adoptado el modelo gestionado por el gran capital?, ¿para reacomodar la explotación, ahora con el aval de las masas?, ¿para perpetuar a un caudillo comprometido con los intereses dominantes?, ¿o se cree que pueden devenir en gobiernos revolucionarios?
Sin cometer la imprudencia de afirmar que ahora (este momento) es posible la “vía revolucionaria”, ¿por qué descartar esa posibilidad? Ningún cambio verdadero en la Historia se ha hecho sin ese recurso. Los seudo líderes del llamado socialismo del Siglo XXI han tenido la habilidad de meter en un solo saco la vía revolucionaria (forma de lucha para la toma del poder) con los errores cometidos en el proceso mismo de construcción de la sociedad socialista, con lo cual han tirado al desagüe el agua sucia con la criatura.
Este no es un error ingenuo, tiene profundas repercusiones teóricas y prácticas en la marcha del pueblo por su liberación. Teóricas porque convalida los procesos eleccionarios como única forma de legitimar el poder del Estado y práctica porque condena a las masas a la reproducción cíclica de su miserable condición. Creo entender que los revolucionarios de nuestro tiempo saben que a la izquierda de los gobiernos “progresistas” sólo puede estar una alternativa revolucionaria, un auténtico gobierno socialista.
¿Por qué ser tan absolutos, entonces, en afirmar que la “vía revolucionaria” está descartada? ¿Y peor, que sólo les interesaría a dos sectores: la extrema derecha y los fabricantes de armas? ¿No es posible pensar que también les puede interesar a las mismas masas? ¿Por qué satanizar tan radicalmente esta posibilidad? Tanto más cuanto la misma lógica de toda la reflexión de Fray Betto en este artículo no encuentra salida ni política, ni económica al laberinto construido por los gobiernos del llamado socialismo del siglo XXI.
La guerra, dice un viejo aforismo político, no es sino la continuidad de la política por otros medios. En el Ecuador, por ejemplo, jamás la izquierda ha podido entender que para que esto se haga realidad había que construir primero un partido ideológico, sólido, orgánico, de cara a las masas, con una estructura flexible que le permita luchar en la legalidad cuando sea posible y pasar a la clandestinidad cuando sea necesario. Esta falencia ha hecho que la izquierda en el Ecuador nunca haya tenido peso para poner en peligro el sistema, habiendo sido apenas otra ficha de la estabilidad democrática burguesa y permitido que caudillos como Correa lleguen al poder.
Ese socialismo auténtico del que he hablado en líneas anteriores nada tiene que ver con el “socialismo real” de la ex Unión Soviética, es decir, con el estalinismo; hablo de la sociedad del Sumaw Kawsay Revolucionario, nueva teoría para construir una nueva realidad, otra civilización que entierre para siempre el actual sistema consumista “cuyas mercancías reciclables están impregnadas de fetichismo que valoran al consumidor y no al ciudadano… que introduce “valores” –como la competitividad y la mercantilización de todos los aspectos de la vida y la naturaleza– que refuerzan el individualismo y el conservadurismo.”
Palabras de un autor no marxista que nos llenan de fe y esperanza a quienes si profesamos esa ideología, ahora enriquecida con el pensamiento ancestral andino.