En Ecuador, desde los años 90, las polémicas y descontextualizadas declaraciones del entonces presidente, Abdalá Bucaram sobre el rock (aduciendo que es una música inventada por los hippies y que eso no nos “pertenece”) hasta las persecuciones políticas al pionero del rock guayaquileño, por parte del ex presidente Febres Cordero a Pancho Jaime, suscitaron un punto de inflexión sobre cómo entendían algunos políticos a la inserción de la música urbana. De algún modo, lograron sedimentar un imaginario peyorativo de lo que significa expresarse a través del arte o la música.
La historia de la música popular urbana en nuestras regiones en tal perspectiva, ha estado marcada por la polemización, el escarnio, el ostracismo y el vilipendio estatal y mediático. Tenemos algunos ejemplos si miramos en el contexto latinoamericano, desde los años 70, pues, hubo una total censura a la música urbana por ser tildada de “extranjera” e inauténtica, o porque supuestamente apropiarse de ritmos no-locales, atentaba a los jóvenes y a los valores del nacionalismo republicanista que promovían los gobiernos locales. Algo que pasaba en plena época de dictaduras, la revolución cubana prohibió a los Beatles en la isla, o en Brasil cuando Sepultura cantaba frenéticamente “Refust/Resist”, contra el gobierno, o “Kaiowas” en alianza con los nativos de la Amazonía, o la agrupación Almafuerte en Argentina.
¿Qué político ecuatoriano que se ha postulado al trono, en sus cuantiosas campañas, ha sido capaz de tomar el micrófono o permitirse un tiempo significativo para elogiar o estimular la importancia del arte en la regeneración de la identidad ecuatoriana? En este país, el arte no parece haber ido más allá del espectáculo, la folclorización, y la justificación de fondos, en muchos casos. No hay debate o difusión educativa y secuencial.
Y, no obstante, tampoco se podría entender o asumir la performática sonora, corporal, iconográfica o lírica, en la música popular urbana (rock, heavy metal, rap, hip, hop, etc…), sin su provocadora puesta en escena (estilos como el black metal, gore grind, rap, punk, históricamente dan cuentade ello) inclinada hacia lo contestario, irreverente, el cuestionamiento social de su tiempo. Desde los suburbios de París, Liverpool, Londres, hasta los suburbios de los Ángeles, Michigan o New York, ya sean los yuppies, los teddy boys, los hippies, Mayo del 68, Woodstock, New Age, u otros eventos de resonancia política y estética. La contracultura, en efecto, ha sido protagonista del lado marginal de la historia, porque, efectivamente, la música ha sido uno de los apogeos en los cuales muchos “jóvenes” se identificaban cuando se sentían excluidos por el desencanto social y urbano.
¿Acaso la música tiene el poder de tocar los nervios morales y políticos de una sociedad queconsume solo lo masivo, lo que la megaindustria le ofrece? ¿Importa más un performance paródico de 5 minutos, donde cuelga un personaje político, que la constante masificación de violencia que ha experimentado el Ecuador? Incuso, el organismo estatal representante del arte, el Ministerio de Cultura y Patrimonio, deslegitimó la performática, seguramente porque no promueve valores “familiares”, del “nuevo Ecuador”, porque lo que no comulga con sus principios debe ser censurado, les es extraño. No se entiende, además, si se tiene en cuenta que hemos naturalizado formas de percepción dicotómicas, de lo que consideramos “bueno” o “bien moral”, y curiosamente, la vehemencia de medios locales que han vendido constantemente sexo y muerte, resulta una contradicción. Por lo general, han vendido gran parte del tiempo visceralidad y fidelidad al poder estatal: ¿cuánta carnalidad y violencia nos han ocultado?, o, ¿nos han desocultado para infundirnos una política del temor y el sometimiento?
Lo sucedido en el Quito Fest, 2024, con la agrupación Mugre Sur, ciertamente, ratifica que a los poderes centrales no les interesa el arte (o, definitivamente, no lo entienden en su dimensión estética, contracultural y corporal), y que solo cuando algo se torna polémico se ocupan en descalificar y fortalecer el estigma social y cultural y regionalista.
Decir que fue un “espectáculo grotesco” es, incluso, no entender que el fundamento estético e histórico del arte transgresor ha sido notablemente lo grotesco, como exploración del lado prohibido, de lo deforme, y monstruoso que hay en el mismo ser humano: sería negar a El Bosco, Brueghel, Giger, Stornaiolo, etc… Antonio Negri ha dicho que el monstruo es uno mismo. Lo grotesco está, incluso, en las cabezas de cerdo que promocionan el tradicional hornado.
Muchas manifestaciones artísticas como el dadaísmo o el surrealismo emergieron justamente en contrariedad a las políticas antisemitas y nacistas de su tiempo, se rebelaron con el arte a los poderes centrales, sin esos bríos estaríamos sin referentes de las vanguardias. Sus consignas fueron transgredir con el arte los valores morales establecidos e irse en contra del arte aristocrático: ¿acaso estatalmente solo se aceptan expresiones del bien moral, de lo políticamente correcto, o bajo la civilización de sus políticas estatales? Si fuese así, no estaríamos celebrando o regenerando el sentido de lo contracultural con agrupaciones como Jimmy Hendrix, The Doors, Pink Floyd, Tupac, Calle 13, etc…
En el sistema educativo ecuatoriano, poco o nada se enseña sobre expresiones musicales que no respondan al “tradicionalismo” localista o folclorizado: ¿será porque seguimos en la década de los 70 viendo como una amenaza a la música que no refleja lo hedonista o sentimental?, por ello, nos hace falta entender lejos de nuestras fronteras o territorios locales.
Mugre Sur es una metáfora de lo vomitivo y negado culturalmente en una sociedad. El sur de Quito ha sido visto como una geografía de migraciones obreras desde sus inicios, sin embargo, la “mugre” es porque ahí se asientan diversas migraciones de provincias, y cabe una cultura “popular”, “populacha”, de escasos recursos, donde hay más “desorden”, menos “estética”. Al fin y al cabo, todos llevamos mugre en nuestros zapatos, ropa e imaginarios. Somos un sur geopolítico, emergente y el pasado colonial, político latinoamericano, inevitablemente, motiva a que diversas agrupaciones, desde la música, sean el contrapoder.
Fotografía: Instagram de Mugre Sur
*Escritor, musicólogo, docente de la Universidad Central del Ecuador.