En las visitas que como comité de familiares, amigas y amigos de gente en prisión realizamos a las cárceles, en la cárcel de mujeres de El Inca, en el contexto bullicioso de los pasillos y la cancha que sirven como lugar de recibimiento, pude reencontrar los ojos vivaces de Carmen, una joven que conocí siendo niña, cuando conformamos Mujeres de Frente, un colectivo de mujeres presas y no presas que nos reuníamos en la cárcel de mujeres de Quito. Iniciaba el siglo y nosotras, desde nuestras muy diferentes perspectivas, dialogábamos y criticábamos la violencia penitenciaria, legitimada por un discurso sobre la Seguridad, ciego a la situación de los sectores populares sometidos al castigo de la prisión.

En la nueva Regional Latacunga, en el galpón donde se realizan las visitas, helado, gris, anónimo, vuelvo a abrazar la antigua vulnerabilidad de Daniel, un joven que conocí siendo niño, hace muchos años, en la cárcel de mujeres de Quito. Lo encuentro con los ojos desorbitados, repitiéndome una y otra vez que, aunque tiene una cama para él solo, el encierro lo está enloqueciendo; una y otra vez describe las paredes grises, grises, grises, entre las que permanece dieciocho horas diarias, cuando los presos no son castigados con encierro permanente. La nueva cárcel, según la Ministra de Justicia inspirada en el modelo francés, digna de un país en franco proceso de modernización, para él son paredes grises, grises, grises. “Cuando estábamos en el Penal no nos imaginábamos, no sabíamos que esto era posible, no sabíamos, no sabíamos”, repite como para sí mismo.

Conocimos a aquellos niños y niñas como pequeños luchadores por mantener el vínculo con sus madres; activos en una lucha que no dejaba de sorprendernos cada día y que nos dolía, porque sabíamos que no alcanzaba a explicarse con palabras por la edad de sus actores, y que había que ser muy sensible para verla. No puedo olvidar las correrías de la pequeña Carmen, siempre fugándose de las Fundaciones para hijos de mujeres en desgracia y tocando la puerta de la cárcel, buscando a su madre, esa mujer brillante que sabía recibirla, tragándose la angustia de saber que su hija faltaba a la escuela, que vagaba para volver a ella. Recuerdo a Daniel, siempre interpelando a las autoridades con sus alegatos a favor de las presas, con argumentos cargados de razón y hechos añicos en el mismo instante en que chocaban contra la sonrisa indulgente de los destinatarios, convencidos de la inocencia y la incomprensión de la realidad, según ellos, propia de la infancia. En aquella situación que considerábamos extrema, comprendimos el amor incondicional de las criaturas por sus madres, su necesidad vital de ellas, la importancia del contacto con su cuerpo, que bien podía ser el de la abuela o la tía a cargo desde  el nacimiento, siempre que fuera MI mamá.

Entrando y saliendo de aquella cárcel de puertas permeables, esas criaturas afrontaban la calle, sorteaban la vida, confrontaban la pobreza, tanto como normalizaban la custodia, los encierros nocturnos, la violencia penitenciaria, porque amaban a sus madres. De su mano, fuimos comprendiendo cómo la prisión se consolidaba como horizonte de vida de aquellas criaturas.

En 2008, cuando el vicepresidente Lenin Moreno anunció que se prohibía la convivencia de los mayores de tres años con sus madres presas, presenciamos la desolación de más de una criatura arrancada de cuajo del lado de su madre, por su tercer cumpleaños. Iniciaba el proceso de modernización del sistema penitenciario. Hoy, esperamos el traslado inminente de las mujeres presas en Quito a la nueva Regional Latacunga. Nos llena de perplejidad que las autoridades de Gobierno vayan a someter a las criaturas a la frialdad del nuevo régimen de alto control y a profundizar la separación cruel, como si la madre fuera una figura intercambiable. Es obvio que la prisión, muy lejos de luchar contra la delincuencia, la produce, entre otros motivos, porque genera resentimiento infantil y destruye el vínculo materno. Nos preguntamos por qué las autoridades deciden no verlo y avanzar.

Fuente:    http://www.hoy.com.ec/noticias-ecuador/el-gobierno-penitenciario-y-la-infancia-610897.html