Con insistencia oímos que las disputas (políticas o jurídicas) no se resolverán en Ecuador sino “en todas las instancias internacionales”. Suena bonito, pero esconde varias falacias y algunas inconsistencias.
En esas expresiones, grandilocuentes y vociferantes, parecería que se instalara una verdad absoluta, incontrastable y hasta divina: el derecho mundial, los organismos multinacionales y las instancias internacionales son impecables, puros y solo responden al interés común en su más amplia interpretación. En otras palabras, el derecho mundial es un manto sagrado que garantiza a todos una convivencia armónica y una resolución justa, equitativa y democrática de los conflictos.
¿Ahí no cuentan credos, visiones, intereses económicos y mucho menos las ideologías? ¿Esos organismos y legislaciones fueron creados por un consenso absoluto, de manera que africanos, asiáticos y latinoamericanos tenemos las mismas oportunidades que los europeos y estadounidenses?
Cuando escucho a los dirigentes políticos y de organizaciones de la sociedad civil amenazar al poder público y al sistema judicial ecuatoriano con llevar sus causas a instancias internacionales siento que se arriba allí como quien llega al Edén y, por supuesto, sus juicios siempre saldrán a su favor, sin discusión alguna.
Aparte de que cuestiona a nuestro propio sistema (lo cual no está mal ni es ilegítimo) se le concede a ese escenario mundial toda legitimidad, desconociendo lo que ‘el derecho mundial’ ha hecho con varios países, poblaciones, gobiernos, organizaciones sociales y personas.
Pongamos un ejemplo: ¿Qué hicieron el derecho mundial y los organismos internacionales de justicia cuando Augusto Pinochet fue retenido en Inglaterra? ¿Había sobre él alguna duda de que no era responsable de violar los derechos humanos en Chile? ¿Hay alguien que pueda levantar la mano y decir que lo hecho por él ocurrió dentro del debido proceso y bajo el amparo de las leyes chilenas y mundiales? El dictador se fue a la tumba sin una sola sanción gracias, precisamente, a que Margaret Thatcher movió toda su influencia simbólica y política para salvaguardar a su amigo personal.
Si se asumiera que la justicia no funciona en Ecuador (de lo cual habría que dudar también), sobre todo desde quienes se instalan bajo un discurso izquierdista, indigenista o ecológico, se estaría censurando estrictamente los valores que nuestra justicia destaca y cuestionándolos jurídicamente, y no por ello se legitima que todo lo de afuera es mejor o bonito. Si llegáramos a esa conclusión deberíamos justificar que EE.UU. invada naciones, bloquee a Cuba 50 años, detenga extraterritorialmente, imponga sanciones económicas o financie acciones armadas en conflictos ajenos.
El derecho mundial no es divino y mucho menos inocente: vive de los fondos de ciertas potencias, valora el liberalismo como su ideología absoluta y no reconoce diversidad ni culturas de otro tipo.