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viernes, noviembre 22, 2024

“EL NEOLIBERALISMO: UN PODER GLOBAL DE CLASE”: Jacques Bidet

Tomado de Memoria

A continuación presentamos el fragmento de una entrevista sostenida con el filósofo galo Jacques Bidet el 22 de marzo de este año en su casa, en Nanterre, Francia, respecto al libro más reciente del autor: Le néolibéralisme. Une autre grande récit, publicado el 23 de marzo de este año.

Muchos economistas y políticos dicen que el neoliberalismo no existe; sin embargo, usted señala que éste constituye un régimen. ¿Qué es el neoliberalismo y cuál su diferencia respecto a otras formas políticas?

Hablo efectivamente de régimen, pero no en el sentido de uno político sino en el sentido clásico, en el sentido que se habla de Antiguo Régimen o del comunista. Éstos no son regímenes políticos sino sociales. En mi libro hay una teoría del régimen de hegemonía. Lo que llamo “régimen de hegemonía” – tiene por supuesto alguna relación con Gramsci– es la articulación de la estructura de clase. Desde mi punto de vista, hay dos: la clase dominante y la fundamental. Sin embargo, en la primera hay dos polos: uno se sirve de la propiedad capitalista y el otro reviste un poder de competencia, de competencia-dirigencia. Si bien hay dos clases, en total hay tres fuerzas. Así que, para mí, un régimen es la articulación, a la vez, de dos clases y tres fuerzas. Tomo el neoliberalismo como un régimen particular entre otros. En la historia de la sociedad moderna se han sucedido más regímenes. En mi libro hay una periodización de la historia moderna conforme a los regímenes de hegemonía.

De entrada, no pienso que el mundo moderno pueda ser denominado simplemente capitalista; en primer lugar, porque la modernidad comienza antes de la emergencia del capitalismo, incluso en Inglaterra, pero también porque –y en esto me encuentro muy influido por mi lectura de Michel Foucault– en el Antiguo Régimen, donde el capitalismo es todavía muy débil, se desarrolla una modernidad muy importante alrededor de grandes instituciones estatales, culturales, productivas, administrativas, como la escuela, el ejército o la prisión. Esto ocurre en casi todos los países de Europa, pero en particular ocurre en Francia, de manera característica.

Alrededor de 1750 emerge en Europa, al principio en Inglaterra, un régimen: el de la burguesía; más exactamente, el de los capitalistas. Éstos exigen su acceso a lo esencial del poder. Hacia el final del siglo XVIII se confrontan los dos polos de la clase dominante, y como resultado de las revoluciones europeas surge un nuevo equilibrio, mas ya no el del Antiguo Régimen sino el de la burguesía. El cual funciona precisamente mediante la relación entre esos dos polos, la propiedad capitalista y el poder de competencia, pero bajo la prevalencia del poder del capital. Esto será así durante todo el siglo XIX y principios del XX, hasta que a inicios de 1930 hay una crisis donde la solidaridad entre el polo capitalista y el de la competencia comienzan a tambalearse. Las razones son múltiples: por un lado, el significativo arribo de una nueva oleada de competentes, funcionarios, managers, y la multiplicación de los encargos de la burocracia y la tecno-estructura ya presente entonces; por el otro lado, los vastos movimientos de liberación popular que tienen lugar en la mayor parte de los países, en especial influidos por el marxismo y el comunismo, pero también, con mayor profusión, movimientos contra la vieja clase agraria, como se ve en México y –con ciertas diferencias– Turquía.

A partir del decenio de 1930 hasta el de 1960 hay entonces una ruptura en el régimen burgués, sobre todo en los países del centro, donde surge el régimen del “Estado social nacional”, catalogable así porque las consideraciones sociales están limitadas a la nación, si bien tiene otra cara: la de la colonización. Desde luego, el capitalismo sigue siendo importante, pero hay algo en la dirección política y en la orientación material, cultural y social de la vida común que viene de la relación entre eso que llamo los competentes-dirigentes y el pueblo, la clase fundamental. Para mí, grosso modo, eso caracteriza al Estado social. Sin embargo, a partir del decenio de 1970 y, sobre todo del de 1980, se desarrolla un nuevo régimen que no es el de la burguesía ni el del Estado social sino el neoliberal. Entonces, ¿cuál es para mí la característica de este régimen?

El neoliberalismo, en el sentido estricto de la doctrina, es igual al liberalismo. Se puede leer a John Locke y ver que en la descripción teórica general su hipótesis estriba en que el mercado capitalista se ocupa de todo, excepto de lo que no es capaz. Sin embargo, en el siglo XIX el equilibrio del liberalismo se encuentra con ciertas fuerzas: por un lado, las del mercado, por el otro, la de los competentes-dirigentes, de gran capacidad organizativa; y, finalmente, con el pueblo, que se vincula de manera particular con demandas específicas y se enfrenta a la clase dominante de modo característico. Durante el periodo del poder burgués hay cierto equilibrio de fuerzas, pero en el espacio del Estado nación. Por tanto, en el Estado nación yace la posibilidad de pensar en una organización común; el pueblo puede decir ahí: “Esto deseamos en tanto comunidad”, y los competentes-dirigentes pueden organizar las cosas. De ahí que en el espacio de la nación haya posibilidades para el desarrollo del capital, pero también para la organización popular y las resistencias.

Sin embargo, a principios de la década de 1970 hay una rebelión del capital, que ve disminuir sus beneficios y dice: “Esto no puede continuar así”. Es el periodo de Tatcher, Reagan, el golpe de Estado en Chile, la tradición militar en Latinoamérica. De cualquier manera, esta aspiración de los capitalistas no puede realizarse sino, eventualmente, hasta los años siguientes, con el desarrollo de la informática y de otras tecnologías que permiten dirigir los procesos de producción y las ganancias más allá de las fronteras: procesos de deslocalización, establecimiento en el centro del potencial de investigación y dirección, aseguramiento de las materias primas de otros países. En un momento dado, estas fuerzas se intensifican hasta que pueden franquear las reglas nacionales. Primero en ciertos espacios particulares, después se amplían hasta que la maximización de beneficios en la gestión mundial de la plusvalía tiene influencia creciente sobre los gobiernos. Así, se llega a retomar la idea de que el bien del pueblo pasa por la destrucción de todo el régimen nacional y los derechos adquiridos. El sentido de mi investigación consiste en decir que el neoliberalismo no es un régimen político ni económico sino uno particular donde se rearticulan las relaciones de clase, pues los vínculos entre los competentes-dirigentes y la clase fundamental establecidos en el cuadro del Estado nación se desestabilizan debido a que la economía se desarrolla más allá de las fronteras en beneficio de los capitalistas –y quienes están a su servicio– y en perjuicio de las formas de organización del pueblo, sus sindicatos y demás expresiones afines.

Si, desde su punto de vista, un régimen se define en función de las relaciones entre los tres polos que menciona, los capitalistas, los competentes-dirigentes y el pueblo, las formas de resistencia deben considerar estos tres elementos. ¿Cómo pensar entonces una resistencia ante el neoliberalismo?

Cómo resistir al neoliberalismo es el asunto más complicado. No pretendo dar una solución particular sino describir el campo de batalla. El pueblo hallará recursos, a la vez políticos y culturales, para promover unas iniciativas de emancipación. No obstante, lo propio del neoliberalismo es desarrollar una visión del Estado a la escala del mundo. Cuando los Estados nación se relativizan –lo cual no supone que dejen de tener importancia, pues persisten dificultades internas significativas–, se produce algo así como un Estado-mundo, un diseño de instituciones a escala global. Con el concepto de “aparato de Estado”, Althusser había mostrado, si bien de forma insuficiente, que en cierta medida las instituciones económicas, políticas, culturales, privadas o públicas, etcétera, están penetradas por un poder de clase. La novedad es que ahora hay distintos “aparatos” a escala global en los que la clase dominante se organiza a nivel supranacional, internacional y transnacional. De tal manera, se tiene algo parecido a una estatalidad mundial de clase.

En realidad, este Estado-mundo se constituye en cada Estado nación: en cada Estado hay quienes sostienen que el mercado arregla todo y, por tanto, este último es nuestra constitución suprema. Así, si todos los países asumen la misma constitución y si, de hecho, están todos juntos al amparo de la misma constitución, ello sugiere que los Estados nacionales producen el Estado-mundo. Los Estados nacionales, en la medida en que comparten la misma constitución neoliberal, pueden, consecuentemente, actuar como sucursales de un poder global de clase, a la vez en el plano legislativo y en el ejecutivo.

Sin embargo, si hay algo así como el Estado-mundo, también se tiene una especie de ciudadanos del mundo. Entonces, ¿quiénes son los ciudadanos del mundo? Bien, no creo que sean las empresas colocadoras u otros entes análogos. En un sentido, los ciudadanos del mundo son los jefes de Estado y toda la gente que establece esa constitución general a que estamos sometidos en cada nación y los derechos que la determinan. Sin embargo, quienes buscan limitar que todo lo establezca el mercado e intentan, desde la comunidad nacional, internacional o más local, una posibilidad de organización desde la perspectiva de la producción, la cultura, los derechos sociales, son también ciudadanos del mundo, pues lo que hacen desde su nivel repercute en los otros.

Hay una posibilidad de lucha contra el neoliberalismo, pero –a mi entender– principalmente local, pues es el horizonte que la gente conoce y controla. A ese nivel hay una lucha posible. No veo otra posibilidad de lucha contra el neoliberalismo más que el pueblo, la clase fundamental, encuentre medios para organizarse políticamente y sea capaz de anudar una alianza con los dirigentes-competentes. Se me dirá que éstas son viejas recetas…sí, en efecto, pero esto es así porque la estructura del mundo no ha cambiado. Asumo que se me diga que éstas suponen ideas retomadas del programa común de la izquierda o, tal vez, del eurocomunismo.

Sin duda, muchos aspectos no son decididos en los espacios del Estado nación sino en unos más amplios; es el caso de la Unión Europea o de las instituciones que ha intentado crear Latinoamérica. No obstante, aunque en el mundo hayan cambiado las relaciones de fuerza, la estructura no lo ha hecho de modo fundamental, salvo que ella es global, pero en esa globalidad el orden estructural es el mismo. Para mí, la pareja estructura-sistema reviste suma importancia. Con estructura me refiero a la que articula clase y Estado; y con sistema, al sistema-mundo, centro-periferia. El mundo moderno tiene esta doble dimensión y las cuestiones concretas están siempre en la intersección de ambos elementos.

Entrevista a cargo de Érika Paz y Ricardo Bernal

Traducción de Ricardo Bernal

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