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EL PADRINO: REFLEXIONES SOBRE EL PODER Por Patricio Pilca

Febrero 1 de 2017

En el año 1969, Mario Puzo retrató la mafia siciliana que se instalaba en los EE. UU. tras el crack de 1929 (creo que en el fondo se muestra la migración europea que desea alcanzar el sueño americano después de la Primera Guerra Mundial), en una de sus obras magnánimas: El Padrino. Al año siguiente Francis Ford Coppola lo llevaba a la pantalla grande. Rápidamente se convirtió en un éxito cinematográfico imposible de olvidar.

La actuación de Marlon Brandon interpretando a Vitto Carleone, el jefe de jefes, es una de las mejores actuaciones del cine en el siglo XX. Con un terno totalmente negro que lleva un pañuelo blanco o rojo – dependiendo de la ocasión- al lado de solapa izquierda, camisa de color blanco bien planchada, chaleco que sirve para cargar el reloj de oro y unos zapatos de color negro encharolados, marca el tiempo que va imponiendo el padrino; que él va imponiendo, porque todo gira a su alrededor. Es el ojo que lo mira todo.

Ya en 1945, en la postrimería de la Segunda Guerra Mundial, la economía empezaba a equilibrarse gracias a las mafias que dinamizaron el mercado norteamericano. El dinero volvía a las calles, y con esto una serie de mecanismos para conseguirlo y no dejarlo escapar. El manejo de los mecanismos y dispositivos de poder, con los que disponía El Padrino, se desplazan como una red que involucra todo un sistema mafioso y que son necesarios para que el dinero, si bien circule, no se salga del este círculo.

Vitto Carleone y su familia se presentan como el sostén del poder. Esta le ayuda a consolidar todo un micro poder que se despliega como una raíz que va atrapando cada una de las partículas que caen en sus manos. Son cuchillas que actúan sometiendo y atemorizando a los enemigos. “Porque un hombre que no vive con su familia no puede ser un hombre”, y por tanto no puede conseguir el control del poder. Es una familia que mira en el hombre ese sujeto que quiere parecerse a un Leviatán. Es el poder del hombre desplegándose en todas sus formas.

Su mano derecha es su hijo, sea este propio o adoptado, el mayor o el menor, lo que importa es la pedagogía del poder, pues debe ir aprendiendo a hacerse de él. Es el león enseñando al cachorro a desplegar sus garras y a dar los mejores zarpazos a la vida. Para esto el Padrino aprovecha cada oportunidad para instruir a sus hijos, a sus sucesores. Es como el Príncipe – de Maquiavelo- que va enseñando a heredar el poder. El poder no se hereda a cualquiera, debe ser ganado por el más capaz, el más audaz. Debe ser una dinastía que controla el poder, no lo deja escapar. Si bien el poder cambia, se debe procurar que este cambie en su esencia, no de manos. Es como el florón que pasa de mano en mano, pero manteniéndose en la familia del Príncipe.

Las relaciones que van tejiendo deben ser lazos tan fuertes que se conserven por fidelidad. Estos son los signos primordiales del poder. “Si hubieras mantenido mi amistad, los que maltrataron a tu hija lo habrían pagado con creces, porque cuando uno de mis amigos se crea enemigos, yo los convierto en mis enemigos”. La red se va ampliando como una telaraña de confianza basada en la cotidianidad de la vida.

En este juego político, los políticos tradicionales son las piezas de su ajedrez -valga decir que El Padrino es un político nato, no descuida nada, las estrategias que extiende son tan eficaces como el poder mismo-. Juega con ellos, los manipula para conseguir sus objetivos. Es el titiritero que maneja todo. Es como el enano jorobado – aquel que retrata Walter Benjamin en su Tesis 1 de las Tesis de la Historia– que era “un maestro del ajedrez y que guiaba mediante hilos la mano del muñeco”. Eso era el Padrino.

La mafia, igual que la política, era controlada por cinco familias. Todas estas controlaban el territorio, pero además, desde la ideología controlaban el sistema de ideas de los citadinos que va consolidando la hegemonía en el territorio y en la cotidianidad.

En principio, la estrategia fue insertarse en los juegos (de azar y de los otros) y los sindicatos, para seguir después a las esferas más grandes del mercado y el Estado. Se puede argüir que quizá por eso los sindicatos devinieron en prácticas mafiosas.

El Padrino, como todos los que han logrado conseguir un pedacito de poder, sabe cuándo es posible negociar en los mejores términos discursivos, en qué momento la palabra es central. Pero también sabe cuándo esto es imposible. En ese momento, hay que abandonar las palabras para pasar a las armas, al momento donde se ejerce la violencia en su forma más brutal. En esa forma que aniquila a su contendiente, donde la vida queda en la punta de la bala. Porque no hay que olvidar que existen momentos donde es mejor callar. “Hablan cuándo deben escuchar”.

El poder no puede quedar huérfano, al fin y al cabo “si no somos nosotros cualquier otro lo hará”. El Padrino aprendió muy bien las lecciones de Maquiavelo. Tal vez no hay ninguna casualidad en que los dos hayan nacido en Italia.

Finalmente, lo más peligroso es cuando esas prácticas se empezaron a trasladar a los gobiernos, y después a todo el aparataje estatal. Quizá eso trata de retratar la serie House of cards, ese Padrino político y en la política. O quizá eso es lo que expresan algunos de nuestros gobiernos y gobernantes.

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