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domingo, diciembre 22, 2024

EL PAPEL DE LA PRENSA Y SU INCIDENCIA EN MÉXICO DURANTE LA PRIMERA MITAD DEL SIGLO XIX. Por Alfredo Espinosa Rodríguez*

El propósito de este ensayo académico es describir el papel que jugó la prensa y su incidencia en México durante la primera mitad del siglo XIX; y cómo esta, de una u otra forma se vinculó al quehacer político del país.

Esto en un contexto marcado por la etapa post-independentista y el apogeo de los ideales republicanos de corte liberal que trajeron consigo derechos como la libertad de imprenta y expresión, gracias a los cuales los hombres de letras (académicos, políticos, abogados), dejaron huella a través de la prensa en el quehacer político y social de la época; no solo con la publicación de sus debates, sino también al abrir las páginas de sus periódicos a distintos sectores de la ciudadanía.

El argumento de este ensayo es que la prensa se constituyó en un instrumento político moderno que posibilitó la creación de la opinión pública en México durante la primera mitad del siglo XIX. Para sustentar esto utilizó autores como Rosalina Ríos Zúñiga en su artículo Contención del movimiento: prensa y asociaciones cívicas en Zacatecas, 1824-1833; José Elías Palti en su texto Tres etapas de la prensa política mexicana del siglo XIX: el publicista y los orígenes del intelectual moderno; Annick Lempérière en su trabajo Los hombres de letras hispanoamericanos; Eugenia Roldán Vera en su apartado sobre la Opinión Pública en México que forma parte del Diccionario político y social del mundo iberoamericano. La era de las revoluciones, 1750-1850; entre otros.

El ensayo está organizado de tres momentos. En el primero expongo el vínculo entre la prensa, las Sociedades de Amigos y los Clubes Políticos; en el segundo explico cómo la prensa generó distintos matices de opinión pública en la primera mitad del siglo XIX, mientras que el apartado final concierne a las conclusiones.

La prensa, instrumento político de las Sociedades de Amistad y Clubes Políticos

Al hablar de la prensa nos referimos a un medio de comunicación cuyos relatos y prácticas no fueron ajenos a las coyunturas políticas, sociales y económicas que atravesó América Latina durante la primera mitad del siglo XIX, en especial México, que antes de 1821 fue uno de los Virreinatos más poderosos de la Corona española en la región. La evolución de la prensa en este país luego de su independencia es notoria pues, como señala Laurence Coudart (2006, 93) -citando a Miguel Ángel Castro y Guadalupe Curiel (2000)- “Es hasta la consumación de la Independencia en 1821 y con el ejercicio de la libertad de imprenta (precaria durante años) que la prensa mexicana conoció su primera verdadera expansión: al menos 38 creaciones de periódicos tan sólo en la capital entre 1823 y 1832”. Esto equivale a más de la mitad de los periódicos que circularon entre el siglo XVIII y la primera década del siglo XIX[1].

De esta manera, a la cultura oral privilegiada para la circulación de información por las Sociedades de Amigos y Clubes Políticos integrados por intelectuales, hombres de letras y políticos “[…] poseedores y/o […] creadores de los conocimientos cultos y de los artefactos literarios propios de su tiempo y de las sociedades en que vivían” (Lempérière 2008, 242); se suma la palabra escrita masificada a través del uso de la imprenta. Esta sinergia entre lo oral y lo escrito, producto del proceso de modernización de la comunicación en el país, permitió una mayor fluidez en la difusión de los idearios políticos (liberales) del momento[2]. Es así que la creación de periódicos no fue ajena al rol de las Sociedades de Amigos y Clubes Políticos, que tuvieron como propósito politizar a la ciudadanía para que las opiniones de esta se encaucen a favor o en contra del gobierno y las élites políticas.

¿Cómo hacer esto con una sociedad escasamente letrada en la primera mitad del siglo XIX?  Al respecto, Rosalina Ríos Zúñiga (2002, 131), menciona que para el caso de México, específicamente para el estado de Zacatecas, las élites imperantes dieron cabida a la alfabetización de los pobladores, quienes debían aprender a leer y escribir para conservar su ciudadanía, en este sentido se estableció un plazo máximo de 30 años (de 1810 a 1840) para cumplir con esta medida. Su objetivo, como describe Ríos Zúñiga (2002, 131) era distante a la filantropía o al interés “patriótico” por hacer de México una nación uniforme a través del aprendizaje de las letras. “Ese interés de las élites en lograr la alfabetización de la población no era gratuito. Tenía que ver con la necesidad de crear un pueblo, o mejor un público, que legitimara el nuevo régimen político”. Es decir, desde la perspectiva de las élites agrupadas en las Sociedades de Amigos y los Clubes Políticos, lo que se buscaba más que ciudadanos letrados, era adeptos al republicanismo de carácter liberal (moderado o radical), hecho que visibilizó a estas organizaciones como proto-partidos políticos[3].

Sin embargo, esto no se cumplió a cabalidad porque “Las condiciones materiales y culturales para que un gran número de individuos accediera de manera personal a los impresos, en particular a los periódicos, no existían todavía” (Ríos Zúñiga 2002, 131).

La alternativa frente a esta situación fue la lectura en voz alta que se realizó en espacios urbanos de encuentro colectivo y público como describe Ríos Zúñiga (2002, 132) esta era “una buena manera de multiplicar el conocimiento de las noticias, las ideas, las opiniones y la propaganda política”; aunque estas no estuvieron libres de manipulación, ya que el concepto de objetividad era inexistente en la prensa del siglo XIX, no solo como práctica, sino también como retórica. Al respecto, Jacqueline Covo (1993, 691), señala que “mientras mayor se vuelve [la] capacidad informativa [de la prensa], más se perfeccionan las técnicas de manipulación del discurso –tanto lingüístico como icónico-, encaminadas a convencer y orientar al lector más o menos disimuladamente […]”.

Pero, ¿quiénes estaban detrás de estos discursos? Para el caso de Zacatecas y del periódico “El Correo”, (medio auspiciado por el Gobierno), fue la sección de redacción de la Sociedad de Amigos de ese Estado, quien se encargó de dar vida al medio impreso.

En términos generales se puede decir que los periódicos del siglo XIX no contaron con periodistas profesionales, sino más bien con distintos ciudadanos vinculados a los ámbitos académico, legal y político; quienes estuvieron a cargo de la redacción (Covo 1993, 699), donde se destacan personajes como José María Luis Mora, del periódico “El Observador”, medio cercano a la logia masónica escocesa desde donde se defendía la gestión del presidente Agustín Iturbide haciendo uso de alegatos y un léxico jurídico.

En su progresivo ascenso hacia la periodicidad, la prensa encontró en Ignacio Ramírez, quien colaboró con el periódico “El Siglo XIX”, a otro de sus representantes; ya para ese tiempo la prensa era mucho más que un medio donde se plasmaban las opiniones de los integrantes de una logia, Sociedad de Amigos o Club Político; su quehacer informativo, pero sobre todo político la llevó a adentrarse y tomar partido en las contiendas electorales para posicionar las certezas y verdades de los sectores políticos a los que se debían para que estas se conviertan en hechos. Palti (2008, 231), describe este trabajo de la prensa del siglo XIX de la siguiente manera:

[…] desde el momento en que los textos dejan de ser concebidos como meros vehículos para la transmisión de ideas y pasan a ser percibidos como constituyendo ellos mismos hechos políticos, la acción periodística instalará un nuevo orden de prácticas que atravesará la oposición entre la acción material y la acción simbólica. El valor de un escrito no se medirá ya solo por su contenido veritativo, sino en su eficacia material para generar acciones.

Por otra parte, -y retomando las estrategias de las Sociedades de Amigos y Clubes Políticos para la politización de los ciudadanos- se puede decir que bien sea con la alfabetización o bien con la lectura en voz alta, estas prácticas de los hombres de letras pusieron en evidencia su jerarquía y –hasta cierto punto- su papel civilizador frente al resto de la sociedad durante la primera mitad del siglo XIX, aspecto que se mantuvo hasta el siglo XX.

Para Lempérière (2008, 244) esta encrucijada civilizadora de los hombres de letras que tuvo como uno de sus instrumentos a la prensa, implicó “secularizar su propia relación con el pasado, condenándolo hasta donde fuera necesario para volver plausible la invención de una genealogía cultural que les permitiera arraigarse en las ‘luces del siglo’ y en la ‘civilización moderna’”, con el fin de alcanzar el desarrollo cultural, económico, político y social de la Europa ilustrada.

La prensa y la producción de opinión pública durante la primera mitad del siglo XIX

Rosalina Ríos Zúñiga (2002, 134-135) encuentra esbozos de opinión pública en la prensa de la primera mitad del siglo XIX –específicamente- en la correspondencia que recibían los redactores del periódico “El Correo” de parte de sus lectores. Esto le permitió a los miembros de la Sociedad de Amigos de Zacatecas (a la cual pertenecía este medio) y a sus cuasi-periodistas, conocer los distintos puntos de vista de los sectores letrados de la ciudad sobre política, religión, derechos, entre otros temas; que eran dirigidos tanto a las autoridades del Estado como a otros ciudadanos.

El objetivo de esto fue, en primer lugar, hacer de “El Correo” una suerte de mediador entre ciudadanos, y entre estos y sus gobernantes para que sus requerimientos, consultas, opiniones y pedidos tengan respuesta; y en segundo lugar, publicar los debates entre intelectuales, hombres de élite y de gobierno, con lo que se puso de manifiesto una posible búsqueda de la verdad a través de la confrontación de postulados disímiles, que décadas atrás no serían considerados de interés general, sino particular, aunque las misivas –en el caso de “El Correo” de Zacatecas- fueran escritas por personas que prefirieron guardar el anonimato.

De esta manera, -como señala Eugenia Roldán (2009, 1065) al citar la Gaceta de México (1784-1809)- la opinión pública dejó la acepción que en el siglo XVIII la vinculó con “la buena reputación de una persona, o el aprecio general que se le tiene […]”, para hacer de ella más que un derecho, un beneficio exclusivo para quienes -frente a los ojos de las élites y los gobernantes- eran considerados “individuos de notoria probidad, talento e instrucción exentos de toda nota que pueda menoscabar su opinión pública” (Gaceta de México en Roldán 2009, 1065).

Con la re-semantización de la opinión pública a inicios del siglo XIX, este concepto es asociado a los intereses del pueblo, que dicho sea de paso, no siempre convergieron con los del gobierno y sus autoridades. Por ello, destaca Roldán (2009, 1067) cobró valor la “definición de opinión pública como un tribunal independiente de los órganos del Estado”; añade la autora –citando a Cutler (1999)- que “Según esta concepción, la opinión pública sirve para juzgar las acciones motivadas por el ‘interés personal’ de legisladores y funcionarios” (Roldán 2009, 1067). Postulado similar al “Tribunal de la Opinión Pública” propuesto por Jeremy Bentham en su Plan de Paz Universal Perpetua de 1789; en él, Bentham da a entender que “todos los miembros de la comunidad política están continuamente juzgando a los que ejercen el poder político [y] esgrime el tribunal como la institución social más importante para el control de las eventuales desviaciones del gobierno en su actuación […]” (Basabe 2003, 610).

Esta tarea de juzgamiento se ejercía a través de la prensa, que se convirtió en vocera de grupos ciudadanos y sectores corporativos, cuyos intereses –al parecer- eran de índole pública.

Como explica Roldán (2009, 1068) al mencionar que en las páginas del periódico “El Pensador”, de Fernández de Lizardi, se exponían a nombre del pueblo, los requerimientos que hacía un grupo de panaderos al gobierno. En este caso, más allá de orientar y presentar a la autoridad los pedidos de los panaderos (como el alza en el precio de este producto), lo que se dejó en evidencia es que el periódico publicó únicamente la solicitud de este grupo de ciudadanos. Es decir su “voz popular”, su verdad; ya que sobre este tema no hubo debate de ningún tipo en las páginas de “El Pensador”, por ende tampoco hubo opinión pública.

Al respecto, Palti (2008, 233) nos da luces sobre cómo la racionalidad que envuelve al concepto de verdad –desde la óptica de Lizardi- la hace inmanente al pueblo, al manifestar que “su establecimiento no suponía elección alguna ni reflexión, ya que esta se mostraba a sí misma a quien quisiera verla. No cabía aquí diversidad de pareceres: solo existían quienes conocían la verdad y quienes la ignoraban”.

A diferencia de esta “voz popular” y de la verdad monolítica, las décadas siguientes a 1820 nos trasladan a un escenario totalmente distinto, donde la verdad unidireccional, trascendente e inmanente al pueblo es objeto de problematización; aquí la existencia de la opinión pública como un todo integrado es cuestionada por periodistas como Ignacio Ramírez, quien resalta la presencia de una pluralidad de opiniones y de verdades que pugnan entre sí por su legitimidad (Palti 2008, 236). Quizás por esto la prensa se multiplicó durante los años 40, sin que esto signifique –como explicó el periódico “El Monitor Republicano”- una mayor “civilización” del pueblo mexicano. Íñigo Fernández (2010, 84), presenta la queja de “El Monitor Republicano” en su publicación del 4 de noviembre de 1849:

Vulgarísima es ya la idea de que el número de periódicos que se publican en esta nación o ciudad, es el termómetro de su civilización; y según esta regla, México debía considerarse más ilustrado que muchas ciudades importantes de Europa, pues con una población de 200, 000 habitantes, sostiene hoy sobre 15 periódicos, que se ocupan casi todos de política, y de los cuales cuatro son diarios. Sin embargo, México está todavía bien lejos del grado de civilización que tendrá después; la clase de los periódicos y no su número, comprueba esta verdad: el pueblo mexicano es verdad, tiene muchos impresos que leer diaria y semanariamente; pero impresos que revelan el mal gusto y la poca ilustración del mismo pueblo que queda satisfecho con las vulgaridades, los chismes y los errores que todos los días les regalan los escritores.

Más allá de esta opinión, no se puede negar que la prensa de finales de los años 40 y 50, forma parte activa del quehacer político mexicano, no solo porque periodistas como Francisco Zarco politizaron la opinión pública al presentar en las páginas de “El Siglo XIX” la defensa al ideario modernizador liberal que se sustentó en la libertad de expresión e imprenta, “así como [en] la construcción de un Estado nacional laico con un sistema político republicano democrático y federalista, legitimado en la soberanía popular y dirigido a lograr el progreso económico, político y educativo de la población” (Pérez-Rayón 2005, 145 en Tapia 2014, 57).

A esto hay que añadir el papel proselitista de Zarco y de “El Siglo XIX” a la hora promover levantamientos y movilizaciones sociales. Fue precisamente esta complementariedad entre la palabra escrita y la actividad política lo que Palti (2008, 237) denominaría “performatividad”, “esto es, [que] las palabras son acciones, inciden materialmente en la realidad. El periodismo aparecerá así como un modo de discutir y al mismo tiempo de hacer política”, con el cual los ciudadanos se identificaron, según sus credos políticos, sociales, culturales y económicos.

Sin embargo, esta actividad no generó adeptos ni simpatizantes por sí sola, era necesaria la orientación que el periodista otorgaba a la opinión pública para encausarla, tal como hizo Zarco[4] en torno al debate previo a las elecciones presidenciales de 1857, donde publicitó la importancia de que los candidatos de las facciones liberales (radical y moderada) expongan públicamente sus programas de gobierno, para que los ciudadanos no vean con apatía las elecciones, sino que se sientan parte de ellas.

A esto hay que añadir la propuesta de eliminar el sistema de elecciones indirecto. ¿Qué se buscaba con esto? Que los procesos electorales sean mucho más abiertos e incluyentes y que los candidatos, lejos de las reuniones y negociaciones de camarilla para obtener votos, muestren sus intenciones honorables en favor de la nación mexicana. Aunque sus propuestas no fueron aceptadas, quedó en evidencia que la opinión pública de finales de la década del 50 no era estandarizada, ni se conformaba con el periodismo de escritorio; al contrario era altamente activista y canalizadora de masas.

Conclusiones

En la primera mitad del siglo XIX, la actividad periodística nunca estuvo apartada del quehacer de los partidos políticos, de sus integrantes o de la ideología dominante. Es así que la prensa se convirtió en un instrumento de poder que permitió ampliar la esfera de acción de las organizaciones políticas para ganar adeptos, en muchos casos con el auspicio del gobierno y las autoridades de Estado.

Por otra parte, la primera mitad del siglo XIX nos muestra un panorama inequitativo, donde proliferan los periódicos; no solo en cantidad, sino en periodicidad frente a una población escasamente familiarizada con el mundo de las letras y la política. En ausencia de este ciudadano letrado y politizado, los periodistas visibilizaron en la prensa a determinados segmentos de la población, quienes consideraban que sus misivas eran de interés popular y no particular.

De igual manera, vemos como la construcción de la opinión pública está ligada no solo al ejercicio de la prensa y de la política, sino también a la búsqueda de la verdad y su legitimidad a través de la exposición abierta de sus postulados.

Finalmente, podemos apreciar el rol multifacético de los periodistas del siglo XIX, vinculados en unos casos a las Sociedades de Amigos y Clubes Políticos (desde sus distintas profesiones), y en otros a partidos políticos como el liberal. Bien sea como hombres de letras o bien como activistas políticos, estos periodistas tenían en claro que su función no se enclaustraba al ámbito informativo; sino que debía ir más allá, hacia el periodismo de opinión para orientar a los ciudadanos en favor de las propuestas que se defendían desde la prensa.

* Comunicador Social. Maestrante de Estudios Latinoamericanos. Analista en temas de comunicación y política. Docente.

Bibliografía

Basabe, Nere. 2003. “Jeremy Bentham y las dimensiones Internacionalistas del concepto Ilustrado de opinión pública”, en “Historia Contemporánea”. Núm. 27. Madrid: Universidad Complutense de Madrid. Disponible en:

Coudart, Laurence. 2006. “Función de la prensa en el México independiente: El correo de lectores de El Sol (1823-1832)”, en “Revista Iberoamericana”. Vol. LXXII,  Núm. 214. México: Universidad Autónoma del Estado de Morelos. Disponible en: https://bit.ly/2OfbqNY  https://bit.ly/2MaBht4

Covo, Jacqueline. 1993. “La prensa en la historiografía mexicana: problemas y perspectivas”, en “Historia Mexicana”. Vol. 167. No. 3. Colegio de México: México. Disponible en: https://bit.ly/2KzTwmD

Fernández, Íñigo. 2010. “Un recorrido por la historia de la prensa en México. De sus orígenes al año 1857”. México: Universidad Panamericana. Disponible en: https://bit.ly/2OP2fox 

Lempérière, Annick. 2008. “Los hombres de letras hispanoamericanos”, en “Historia de los intelectuales en América Latina”. Vol. 1. Dir. Carlos Altamirano. Buenos Aires: Katz.

Palti, Elías José. 2008. “Tres etapas de la prensa política mexicana del siglo XIX: el publicista y los orígenes del intelectual moderno”, en: “Historia de los intelectuales en América Latina”. Vol. 1. Dir. Carlos Altamirano. Buenos Aires: Katz.

Ríos Zúñiga, Rosalina. 2002. “Contención del movimiento: prensa y asociaciones cívicas en Zacatecas, 1824-1833”. Historia Mexicana LII. Disponible en: https://bit.ly/2vS2eYr

Roldán, Eugenia. 2009. “Opinión Pública México”, en “Legitimidad y deliberación. El concepto de opinión pública en Iberoamérica, 1750-1850”. Ed. Noemí Goldman, en: “Diccionario político y social del mundo iberoamericano. La era de las revoluciones, 1750-1850”. Dir. Javier Fernández Sebastián. Madrid: Fundación Carolina. Sociedad Estatal de Conmemoraciones Culturales. Centro de Estudios Políticos y Constitucionales.

Salmerón, Alicia. 2014. “Prensa periódica y organización del voto. El club político Morelos. 1892”, en “Prensa y elecciones. Formas de hacer política en el México del siglo XIX”. Coord. Fausta Gantús y Alicia Salmerón. México: Instituto Mora.

Tapia, Regina. 2014. “Competencia electoral, honor y prensa. México en 1857”, en “Prensa y elecciones. Formas de hacer política en el México del siglo XIX”. Coord. Fausta Gantús y Alicia Salmerón. México: Instituto Mora.

[1] Laurence Coudart (2006, 93) sostiene que “entre 1722 –año de la aparición de la primera Gaceta de México de la que no se publicaron más que seis números– y 1810, se manifiestan 14 títulos ‘autorizados’”.

[2] Lempérière (2008, 245) manifiesta que “’Civilidad, ‘luces’ y ‘sociabilidad’ formaron […] parte del ideario y del imaginario liberales […] todos ellos orientados hacia una meta: alcanzar el nivel de cultura atribuido a las supuestas ‘naciones civilizadas’, es decir, Francia e Inglaterra”.

[3] Este era el caso de las logias de masónicas que –como señala Alicia Salmerón (2014, 162) citando a Richard Warren en su texto “Desafío y trastorno en el gobierno municipal: el Ayuntamiento de México y la dinámica política nacional, 1821-1855”- las logias generaban “propaganda, reclutando seguidores y atrayendo números sin precedentes de votantes”.

[4] Palti (2008, 237) destaca una importante frase de Francisco Zarco expuesta el 1 de enero en el editorial de “El Siglo XIX”, “la misión del periodista, por más pretencioso que pueda sonar, es no solo la de explicar las opiniones [sino la de] conducir a la opinión pública”.

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