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lunes, diciembre 23, 2024

EL PENSAMIENTO DE AGUSTÍN CUEVA Y EL ANÁLISIS DE LOS “POPULISMOS” ACTUALES. por Mario Unda

EL PENSAMIENTO DE AGUSTÍN CUEVA  Y  EL ANÁLISIS DE LOS “POPULISMOS” ACTUALES

 Mario Unda

La potencia de un pensamiento se expresa no solo en lo que dice para un momento dado, sino en su capacidad de iluminar exploraciones y debates más allá del tiempo en que fue enunciado. Es lo que ocurre con el pensamiento de Agustín Cueva. Aquí vamos a referirnos a un conjunto de tesis suyas sobre el populismo (con o sin comillas).

 

Sobre “populismos” ayer y hoy
Populismo es un término ambiguo. Pero su ambigüedad puede provenir tanto del origen, como del contenido o del uso. No obstante, en este caso quizás provenga también del propio fenómeno estudiado. Dicho de otro modo, de la dificultad teórica para aprehender un proceso de esa complejidad particular. Sin embargo, la situación cambia si especificamos el fenómeno específico al que alude. Habría que advertir que los llamados “populismos clásicos latinoamericanos” son una forma política particular, que no es similar a otros fenómenos igualmente llamados populismos, como el populismo ruso, o lo que bajo el mismo nombre se desarrolló en Norteamérica.

 

Pero, ¿forma particular de qué, en América Latina? Últimamente, un grupo de investigadores latinoamericanos, entre ellos MassimoModonessi, Mónica Iglesias y MaristellaSvampa[i], han vuelto los ojos hacia las categorías gramscianas, entre ellas las de nacional-popular y hegemonía. Ambas habían sido utilizadas desde los años 70 por autores como Juan Carlos Portantiero y Miguel Murmis para explicar los “populismos clásicos” (sobre todo el peronismo), y no es casual que hayan reaparecido ahora para hablar de algunos gobiernos “progresistas”, especialmente los de Chávez, Correa y Evo Morales. Significa que hay puntos de contacto entre las experiencias políticas de esas dos épocas; en cierto modo, podríamos decir que unas y otras son expresiones de una misma forma política.

 

Mas ¿de qué forma política? Una contribución muy importante en este sentido, que ha sido injustamente dejada de lado, fue realizada por René Zavaleta, quien ha dicho que la lógica del populismo no está muy lejana de la lógica del bonapartismo[ii]. Es decir, de un tipo específico de régimen político que surge cuando las fórmulas políticas de dominación ya no son suficientes para mantener la sumisión de las clases subalternas, pero estas tampoco están en condiciones de sacudirse del yugo del capital. Gramsci hablaba, para casos extremos, de una situación de empate catastrófico. Recordemos que el golpe de estado de Luis Napoleón se produjo tras las derrotas de las insurrecciones de 1830 y 1848, cuando las diversas fracciones de la burguesía no lograban estabilizar una forma de dominación. El bonapartismo se presenta en momentos de una crisis de hegemonía.

 

Además, el bonapartismo surge relacionado con una condición particular de la estructura de clases: la fuerte presencia de “masas no auto-representables”. Para el caso de Luis Bonaparte, los campesinos dispersos y disgregados, que formaban la mayoría de la nación, conformaron el grueso de su base de respaldo. Pero no es esto lo que configura su contenido de clase, aunque sí se expresa en su ideología, plagada de los lugares comunes de la mentalidad pequeñoburguesa.

 

Parte de esto es que, a lo ojos de las masas carentes de la capacidad de representación propia, el líder bonapartista aparece como su héroe, capaz de protegerlo ante los embates de la naturaleza y del mercado, representándolo y dominándolo al mismo tiempo. Esto, y la necesidad de imponer los intereses estratégicos de la burguesía, partiendo de condiciones de crisis de hegemonía, se traduce en un gobierno y un liderazgo autoritario, que, según dice Marx, se va afirmando en una sucesión de “pequeños golpes de Estado”: contra los partidos opositores, contra el Legislativo, contra su propio movimiento.

 

Por otra parte, sin estar ligado específicamente a una u otra fracción del capital, y contando a su favor, para negociar con él, con un amplio respaldo social, el régimen bonapartista puede, por así decirlo, levantarse por sobre las disputas internas de la clase dominante y representar los intereses estratégicos del capital; aun si, para hacerlo, debe enfrentarse a uno u otro sector de la burguesía. Realiza de este modo, así sea de “forma impura”, la autonomía relativa del Estado, es decir, la constitución del Estado moderno.

 

Desde este punto de vista, los llamados populismos latinoamericanos son una forma particular de bonapartismo, que surge en condiciones de debilidad hegemónica de las clases dominantes; para el caso latinoamericano es necesario remarcar que ello ocurre en situación de dependencia respecto al imperialismo: más propiamente, en momentos en que, por una u otra razón, el capital “nacional” se encuentra necesitado, y con posibilidades, de renegociar los términos de la dependencia. De esta manera, el régimen bonapartista cuenta con un respaldo social relativamente amplio para negociar igual con las distintas fracciones del capital “nacional” que con el capital transnacional y el imperialismo.

 

Y es aquí donde enlazamos con las discusiones en torno a lo nacional-popular. En efecto, para Gramsci, lo nacional-popular es el espacio de constitución política del pueblo (es decir, de las clases subalternas); pero este espacio está en disputa y puede terminar siendo hegemonizado por fuerzas muy diversas[iii]. En la realidad italiana a la que Gramsci se refería, las fuerzas revolucionarias no lo pudieron lograr, a pesar del avance de 1919-21, pero sí el fascismo, que se nutrió del fracaso de los revolucionarios y que en sus comienzos utilizó incluso símbolos y fragmentos discursivos provenientes del socialismo. Las formas bonapartistas están en capacidad de construir un pueblo que sirva de base a la recomposición de la hegemonía burguesa; pero para eso deben enfrentarse y desarticular a la vez a las fuerzas dominantes anteriores y a los núcleos contrahegemónicos desplegados por las clases subalternas en su resistencia a la dominación capitalista.

 

Cueva, el velasquismo, la “revolución ciudadana”

 

Como se sabe, los planteamientos de Cueva dieron lugar, en su momento a una áspera polémica, especialmente con Rafael Quintero, hoy la figura más visible del ala del Partido Socialista que apoya al gobierno de Correa.Sin embargo, no es de eso de lo que vamos a hablar ahora: nos interesa, por el contrario, releer sus tesis a la luz de la discusión recién reseñada y de los requerimientos de la hora actual.

 

En su análisis, Agustín Cueva resalta algunas características que se presentan en el surgimiento del “velasquismo” –o,si se prefiere de “los velasquismos”[iv]–. (Permítasenos aquí una digresión: en función de lo antes dicho, la aproximación que haremos no discutirá si el primer gobierno de Velasco Ibarra (1933-1935) cumplía o no con esas características, que, de hecho, quizás se ajusten más al último de ellos (1968-1972), aunque uno o más de estos rasgos se presentan ciertamente en cada momento. Trabajaremos con la hipótesis de que, aunque distintos unos de otros, de todos modos el velasquismoha de ser visto como un fenómeno de conjunto, cuya unidad estaría en el hecho de ser una suerte de bonapartismo distorsionado e inconcluso. Volvamos ahora a Cueva.

 

Un primer elemento para el análisis sería la existencia de una situación política caracterizada por lo que Cueva llamó crisis de las “fórmulas de dominación”, es decir, lo que, en términosgramscianos, se diría una crisis de hegemonía.

 

En esos años, dice, diversas fórmulas de dominación se habían ensayado y se habían agotado sucesivamente: la liberal, desgastada, finalmente, por el pacto oligárquico-terrateniente, que devino en el desastre plutocrático; la pequeño burguesa militar-reformista de la revolución juliana de 1925, que se fue diluyendo en expresiones menos consistentes y más proclives a realizarconcesiones a los requerimientos de las clases dominantes (como, ocurrió con los gobiernos de Ayora y de Páez); y la conservadora, derrotada en la guerra de los 4 días de agosto de 1932. Lo interesante de este señalamiento es que muestra cómo las formas políticas usuales, igual las del establecimiento (liberales, conservadoras) que las contestatarias (la irrupción de la pequeña burguesía reformista desde dentro del aparato estatal), resultaron incapaces, o por lo menos insuficientes, para recomponer la estabilidad política, es decir, la dominación de clase con un mínimo de legitimidad social.

 

El agotamiento de las fórmulas de dominación generará “una especie de «vacío de poder» que durará largo tiempo y será el terreno abonado para que prospere el velasquismo” (p. 52). Algo que se repetirá, en distintas formas, en 1944 y en 1968, por lo menos.

 

Un segundo elemento es que la crisis del modelo de dominaciónfue acompañada, tal vez causada, por la presencia de una crisis económica. Nos parece que aquí conviene también extender el argumento, porque la experiencia histórica nos ha mostrado que puede tratarse no sólo de lo que usualmente denominamos “crisis”, sino de serios límites en el modelo de acumulación, que no pueden ser (adecuadamente) resueltos en el marco de proyecto imperante, o de los remezones causados por crisis y reacomodos del sistema-mundo capitalista. Situaciones así se vivieron en otros momentos: los años 60, los 70,… la actualidad.

 

Pero ambos elementos, dice Cueva, son insuficientes para detonar el surgimiento y la afirmación de la “solución populista” a las crisis de las formas de dominación. Hace falta un tercer elemento: lo que él denomina “situación de masas” (p. 53), que se refiere a las modificaciones profundas que se operan en la estructura de clases, generando situaciones, como se diría hoy, de precariedad. Para el momento que analiza, esto correspondería al rápido crecimiento del subproletariado urbano, surgido de la migración de masas campesinas afectadas por la crisis y de la depresión económica y social de pequeños propietarios urbanos  (pp. 54-61), “[…] sectores populares urbanos que no gozaban de empleo estable, remuneración fija y un mínimo de garantías legales similares a las del proletariado. Los vendedores ambulantes, peones de obras, cargadores, estibadores y, en general, todos aquellos pequeños vendedores de bienes ocasionales, que en nuestro país constituyen la mayoría de la población urbana pobre […]” (p. 56).

 

El pueblo, sobre todo en las ciudades, vio alterada su composición social, y la nueva contaba con la fuerte presencia de un sector que, “dada su ubicación económica y social, se presta mal para una politización en sentido revolucionario, salvo en situaciones en que el proletariado ya ha creado un contexto apropiado” (p. 59).

 

Puede ser que, en efecto, como han señalado varios autores (Quintero, Maiguashca y North,…[v]), en el primer velasquismo haya estado ausente esta última condición, sea como condición de clase, sea como base para determinados tipos de acción política; y ello probablemente esté vinculado al lento desarrollo que ha caracterizado al capitalismo ecuatoriano; sin embargo, todos sabemos que posteriormente la situación varió, acercándose a lo señalado por Cueva. De todos modos, lo que nos interesa acá es resaltar la necesidad de vincular los análisis políticos al estudio de las transformaciones económicas, y a las modificaciones que las “vicisitudes de la economía”, como decía Gramsci, causan en la estructura de clases. Además, señalar que esta “situación de masa”, descripción de una situación social y política al mismo tiempo, alude a condiciones de las clases o grupos marcados por la dispersión y la disgregación social en general, antes que solamente por una forma específica de disgregación (digamos, la presencia del subproletariado). Ello permite afirmar el parentesco entre la “situación de masas” planteada por Cueva y la condición de “masas no autorepresentables” a la que se refiere Zavaleta.

 

Así, pues, estamos ante la presencia de sectores populares que, dadas sus condiciones de vida, no alcanzan a crear una perspectiva propia de transformación social ni de representación política autónoma. Una situación que puede en cierto sentido ser igualmente cierta para las clases medias o, al menos, para algunas fracciones de ella, sometidas igualmente a la dispersión, a los sobresaltos y a la precarización. Cueva señala en su análisis cómo el velasquismo pudo constituirse a partir de los años 50 en representación política y simbólica de los choferes, al mismo tiempo que denostaba a los maestros y a los intelectuales; lo que quizás no sea tan extraño, pues maestros e intelectuales alimentaban a las izquierdas socialistas y comunistas de la época. Situaciones similares las encontramos también en otros velasquismos –y, por cierto, en varios momentos de la historia ecuatoriana.

 

Ahora, bien, asumimos, como venimos diciendo, que el velasquismo es una forma incompleta, híbrida, de lo que en otros países del continente logró cuajar como “populismos clásicos”; y asumimos que ellos son parte de un fenómeno político en el que se incluyen también los actuales “gobiernos progresistas”. De este modo, podremos reflexionar sobre la hora actual a partir de las hipótesis de Cueva.

 

En efecto, la así llamada “revolución ciudadana” surge en un momento de aguda crisis de la “fórmula de dominación” neoliberal, pero momento en el cual la izquierda tampoco había podido conjuntar la construcción del pueblo como sujeto político revolucionario. Recordemos que, entre 1995 y 2005, un vicepresidente y tres presidentes habían sido expeditivamente expulsados de sus cargos, los últimos en medio de amplias movilizaciones populares. Entre Durán Ballén (1992) y Correa (2007), ningún presidente electo completó su mandato. Los partidos políticos y las instituciones estatales se hallaban en el punto más bajo de la consideración social, y se había desplegado una persistencia resistencia popular desde el mismo momento en que el neoliberalismo comenzó a aplicarse (1981-2006). Pero las movilizaciones sociales y las confluencias entre los distintos componentes (posibles) del pueblo no lograron afirmar marcos de unidad con perspectivas revolucionarias, y se encontraban en un momento claro de reflujo. En este “vacío de poder” surgen y crecen Alianza Pais y Correa.

 

Así que, desde el punto de vista de la continuidad de la dominación burguesa, era evidente que se requería una nueva fórmula, capaz no solamente de rehacer el consenso de las clases dominantes, sino, sobre todo, de disciplinar al pueblo desde el Estado y rearmar “el consenso activo de los dominados” para un proyecto de modernización capitalista.

 

Por otro lado, esta crisis de hegemonía coincidía con serios límites del modelo de acumulación, agravados por la crisis del capitalismo mundial, cuyas primeras señales ya se estaban presentando, aunque estallará un poco después. La financiarización de la economía, la privatización y el anclaje completo al mercado norteamericano (ejes de la estrategia neoliberal) no podían ya dar salida a los requerimientos de la acumulación del capital. La crisis, y las readecuaciones en las relaciones de poder en el sistema-mundo, presentaban a la vez necesidades y oportunidades de renegociar los términos de la dependencia.

 

Finalmente, cada vez es más evidente que la real base social del proyecto correísta son masas dispersas y disgregadas, fruto tanto de las características estructurales de un capitalismo dependiente y atrasado, cuanto de las consecuencias de 30 años de neoliberalismo en la estructura de clases. Esta situación se presenta con mucha agudeza en los barrios populares de las ciudades y en ciertas zonas del campo (por ejemplo, más en la costa que en la sierra; más entre sectores mestizos que entre los indígenas, etc.).

 

A partir de aquí, vale para Correa todo lo que ya dejamos dicho sobre el bonapartismo.

En síntesis: una lectura de los análisis de Agustín Cueva, y de sus presupuestos, pero una lectura hecha desde las condiciones del presente, puede darnos más luces para comprender un fenómeno cuya interpretación continúa siendo objeto de una agria polémica.

 

 


[i] Por ejemplo: MassimoModonessi y Mónica Iglesias: Ciclos y formas de la movilización socio-política en América Latina: una periodización (material para el Seminario Luchas populares en América Latina en la primera década del Siglo XXI, Clacso, 2011, pp. 5 y ss.; MassimoModonessi: “Crisis hegemónica y movimientos antagonistas en América Latina. Una lectura gramsciana del cambio de época”, pp. 124 y ss.; en A contracorriente, Vol. 5, No. 2, Winter 2008, pp. 115-140; MaristellaSvampa: Movimientos Sociales, matrices socio-políticas y nuevos escenarios en América Latina, trabajo presentado originalmente en las I Jornadas de Análisis Crítico, Universidad del País Vasco, noviembre de 2008

[ii] V.: René Zavaleta Mercado: Formas de operar el Estado en América Latina; en: Maya AguiluzIbargüen y Norma de los Ríos Méndez (coords.): René Zavaleta Mercado. Ensayos, testimonios y re-visiones, 2006. Respecto al bonapartismo, consúltense: Carlos Marx: El 18 brumario de Luis Bonaparte, Ediciones de la Revolución Ecuatoriana, Quito, s.f., y León Trotsky: “La industria nacionalizada y la administración obrera” (1939); en:http://www.ceip.org.ar/escritos/ Libro6/ html/T10V238.htm.

[iii]Véase: Antonio Gramsci: “Algunos temas sobre la cuestión meridional”; en: http://www.gramsci.org.ar/3/29.htm., y Antonio Gramsci: Literatura y vida nacional, Cuadernos de la cárcel, vol. 4; Juan Pablos, México, 1986, pp. 121-162.

[iv] Agustín Cueva: “El Velasquismo: ensayo de interpretación”; en: Agustín Cueva: Pensamiento fundamental, Campaña Nacional Eugenio Espejo por el Libro y la Lectura – Universidad Andina Simón Bolívar – Corporación Editora Nacional, Quito, 2007, pp. 51-84.

[v]Rafael Quintero: El mito del populismo en el Ecuador. Flacso, Quito, 1980; Juan Maiguashca y Liisa North: Origen y significado del velasquismo; en: Rafael Quintero (ed.): La cuestión regional y el poder, Quito, Corporación Editora Nacional, 1991, pp. 89-159; Rafael Quintero: Nueva crítica al populismo, AbyaYala, Quito, 2004.

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