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jueves, diciembre 19, 2024

EL RÍO QUE NO CESA: sexismo en el lenguaje

A propósito del informe de la RAE sobre sexismo en el lenguaje

EL RÍO QUE NO CESA

Cuesta lo suyo abordar la riada de argumentos que se ha precipitado a raíz de la publicación del informe sobre sexismo y visibilidad de la mujer escrito por el académico Ignacio Bosque y publicado con gran bombo en El País. La mayoría de los comentarios que desde la izquierda se han hecho son críticos. Los argumentos que más se han repetido son el autoritarismo, conservadurismo, arrogancia corporativa y la falta de sensibilidad que demuestra la rancia RAE. Viendo el asunto contracorriente, cabe pensar que el sexismo en el español es materia en la que confluyen, al menos, lo gramaticalmente insostenible, lo éticamente justo, lo simbólicamente injusto, lo políticamente correcto y lo poéticamente bello.

Bosque aborda el sexismo en el lenguaje desde un punto de vista lingüístico. Denuncia que propuestas de lenguaje no sexista “conculcan aspectos gramaticales o léxicos firmemente asentados en nuestro sistema lingüístico”. Responde con argumentos lingüísticos a normas lingüísticas, y se ve con derecho y autoridad para hacerlo. Es lógico y normal. Rechazar el masculino como morfema que engloba a ambos géneros supone una revolución de un sistema gramatical cuyos orígenes se remontan al indoeuropeo, y que luego pasando por el latín y las lenguas romances ha surcado siglos de historia. En español tenemos cinco categorías variables al género (artículo, adjetivo, pronombre, nombre): se salvan el verbo (salvo el participio), el adverbio, la preposición, la conjunción, la interjección. La mitad del caudal de palabras del español se verían afectadas por una renuncia al masculino como morfema genérico, y Bosque afirma que esta revolución es gramaticalmente insostenible. Es cierto: Bosque es un conservador cuya quijotesca misión es conservar un río, que, siéndolo, nunca es el mismo. Si a un especialista en hidrografía fluvial le dijeran que de ahora en adelante la mitad de las aguas de un río tomarán otro cauce, lo vería, lógicamente, como algo antinatural y alertaría del cataclismo en ciernes.

Sin embargo, y bien lo saben los académicos, la lengua no es sólo cuestión gramatical. También es materia de la sociología, la psicología o la política. Desde hace tiempo se ve que ese morfema masculino genérico está produciendo una erosión en el lecho del río, pues ciertos usuarios sienten que ese morfema crecido se desborda continuamente, que con su arbitrariedad les inunda sus campos. De ahí que levanten muros de contención para protegerse de una inundación agresiva y protesten cuando la Academia finalmente se expone y defiende insensible el cauce de siempre.  Es verdad que la Academia ha tardado demasiado en afrontar la cuestión, y que la tardanza en la respuesta de unos académicos incapaces de seguir la velocidad de las corrientes aguas de la lengua cuestiona también la utilidad de la institución en materia normativa. Alfonso Sastre recuperaba ayer un artículo que escribió en 1994 -sí, hace 18 años- en el que alertaba del verdadero problema que crea el rechazo del masculino como género no marcado: “la solución que se le está dando en el habla y en la escritura de ciertos medios progresistas no es literariamente buena”.

Leyendo las críticas que se han hecho al informe de la RAE, se advierte una hipersensibilidad morfológica que nace de una visión de la realidad que ya no acepta sin más el androcentrismo ni en lo simbólico o ni en lo arbitrario. Dicen: “El lenguaje sirve de apoyo al sistema, no podría haberse desarrollado el patriarcado a lo largo de todos estos siglos sin contar con la herramienta del lenguaje que está ahí sustentándola”. De lo que se deduce que cambiando el lenguaje, se podría cambiar la realidad hasta incluso acabar con el patriarcado. Creo que el cambio es al revés: primero, ha de cambiar la sociedad, y luego, como consecuencia de ello, el lenguaje. Pero supongamos que tengan razón los que piensan lo contrario. Me pregunto: ¿es el sistema léxico y gramatical el mejor campo de batalla en el terreno simbólico o antropológico? ¿No sería mejor antes apear de sus pedestales a los dioses para recuperar a las diosas? Y dudo: ¿esta hipersensibilidad morfológica no está concentrando demasiada atención habiendo batallas más cruciales como la discriminación laboral o antropológica -por ejemplo, las mujeres objeto en televisión o publicidad- que son injusticias que siguen cometiendo segundo a segundo y que están lejos de estar controladas? Y dudo aún: ¿qué hacemos cuándo se escuchan términos como “maricomplejinismo”, “feminiprogres” o “feminazis” para atacar a quienes defienden un nuevo modo de usar el lenguaje? ¿Defendemos cómodamente esos desdoblamientos políticamente correctos como en ese artículo de la Constitución de Venezuela que recoge Bosque en su informe? ¿No hacemos nada?

Hay que luchar por la igualdad, sí. Hagámoslo primero en el terreno social y político. Adentrémonos en lo simbólico y antropológico, pero empezando por lo más alto, y terminando en los morfemas, pobres signos arbitrarios que poca culpa y menos ideología tienen. Y quienes no lo soporten porque en ellos ven el brazo fuerte del patriarcado, den respuestas gramaticalmente sostenibles y poéticamente bellas y subversivas. Lxs signxs ortográficxs libertarixs y la arroba de “ querid@s compañer@s” son subversivos sólo ortográficamente pero no afectan al sistema morfológico. Si uno los lee en voz alta, o dice “queridos”, o dice “queridas”. No nos convencen los desdoblamientos, pues funcionan bien en los vocativos (“Señoras y señores”, “ciudadanas y ciudadanos”, “niños y niñas”), pero no en los artículos (“los y las”) ni en el resto de concordancias de género. Admitamos la necesidad sistémica de morfemas genéricos no marcados. Implantar en el sistema un morfema no marcado revolucionariamente nuevo es un juego de niños. Podremos decir “lis compañeris están preocupadis” o “les compañeres estén preocupades”, pero seremos tan cómicos como cuando decimos “canda Farnanda sáptama asaba pantalán”.

Así que sólo queda una posibilidad. Luis Martín Cabrera apostaba en su Respuesta histérica a Don Ignacio Bosque por el uso provocador del femenino: “Uno de los legados más impresionantes del 15 M es el cambio de lenguaje que se ha operado en las plazas y en las asambleas (seguro que Bosque no se ha dado un paseo por ellas para escuchar cómo se habla). En las plazas y en los parques la gente se refiere a menudo a los bancos, el Estado, los políticos y los medios como ELLOS y a la ciudadanía como NOSOTRAS”.

En eso estamos de acuerdo: quienes se sientan incómodas en las turbulentas aguas del masculino englobador, hagan uso del femenino como género no marcado. Rómpase la norma a posta con ánimo subversivo. Eso sí es poético: cuesta, sacude y enseña. No lo hará Bosque, que es un especialista que estudia y cuida de un río. Háganlo quienes se sientan “compañeras”. Pero, por favor, evítense esas esclusas de artículos y morfemas redoblados que bifurcan la belleza del idioma. El río fluye. Que el río fluya.

Nota:

1. Bosque cita a Ignacio M. Roca en el Boletín de la Real Academia Española (tomo 89, 2009, pág. 78) que recoge este fragmento de la Constitución de Venezuela.

«Sólo los venezolanos y venezolanas por nacimiento y sin otra nacionalidad podrán ejercer los cargos de Presidente o Presidenta de la República, Vicepresidente Ejecutivo o Vicepresidenta Ejecutiva, Presidente o Presidenta y Vicepresidentes o Vicepresidentas de la Asamblea Nacional, magistrados o magistradas del Tribunal Supremo de Justicia, Presidente o Presidenta del Consejo Nacional Electoral, Procurador o Procuradora General de la República, Contralor o Contralora General de la República, Fiscal General de la República, Defensor o Defensora del Pueblo, Ministros o Ministras de los despachos relacionados con la seguridad de la Nación, finanzas, energía y minas, educación; Gobernadores o Gobernadoras y Alcaldes o Alcaldesas de los Estados y Municipios fronterizos y de aquellos contemplados en la Ley Orgánica de la Fuerza Armada Nacional.»

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