El siglo XIX fue determinante para las luchas y la organización del movimiento obrero a nivel mundial. Fue el momento histórico en que la confrontación con el capitalismo estableció los referentes teóricos e ideológicos que –en mayor o menor medida– han marcado las agendas de los trabajadores hasta la actualidad. No es casual que precisamente a mediados de ese siglo se inmortalizara la frase con la que Carlos Marx y Federico Engels trazaron la estrategia de su proyecto revolucionario: ¡Proletarios del mundo, únanse!
El sueño de ambos pensadores alemanes requería de dos condiciones fundamentales: la unidad internacional del movimiento obrero, y su total autonomía frente al Estado. Su vida prácticamente transcurrió en medio de los atormentados esfuerzos por combatir la división y la cooptación de las organizaciones sindicales en Europa y Estados Unidos. Muchos de sus escritos apuntaron en ese sentido, y fueron implacables –y a ratos de una intransigencia contumaz– con aquellos personajes a quienes consideraban enemigos de estos dos postulados.Gran parte de la crisis y debilidad del movimiento de los trabajadores, a inicios del siglo XX, se debió al éxito de las estrategias de división y cooptación promovidas desde el Estado. No solo se fracturó a las organizaciones laborales, sino que, en no pocos casos, se crearon centrales de trabajadores adscritas a los gobiernos de turno. Fue lo que en el léxico político se conoció como “amarillismo”. Los pactos que se alcanzaron entre empresarios y trabajadores implicaron un definitivo parteaguas entre la izquierda marxista y la socialdemocracia.
Carlos Marx Carrasco, Ministro de Relaciones Laborales del actual gobierno, se ha ubicado en las antípodas de su tocayo alemán. En declaraciones formuladas a propósito de la presentación de las reformas laborales por parte del oficialismo, manifiesta que la creación de una central única de trabajadores, funcional y subordinada al Gobierno, expresa la realización de un viejo sueño de organización laboral. No importa que dicha central haya nacido en los pasillos de la burocracia estatal, a contrapelo de las luchas, movilizaciones y tradiciones sindicales; no importa que la integren dirigentes que, al decir de José Chávez, no son más que sicarios del sindicalismo; no importa si su principal cometido es atomizar aún más al movimiento obrero ecuatoriano; no importa si se dinamita la necesidad histórica de autonomía de las organizaciones laborales. El único propósito real es contar con una estructura sindical que legitime las políticas oficiales, que neutralice el creciente malestar popular frente a las políticas del Régimen, y que minimice la marcha de los trabajadores del 19 de noviembre. Todo sea por el control social y la reelección indefinida.
El articulo fue publicado primero en El Comercio y ha sido reproducido aquí con permiso del autor