Revista Semana <www.semana.com>
10 mayo 2014
Lo que redondea la tragedia de esta campaña es que tampoco hay un debate programático serio. Nada nuevo se oye. Apenas fórmulas rituales que se han repetido 1.000 veces a lo largo de los últimos años.
Es un espectáculo deplorable: proliferan las conspiraciones y los escándalos en la tarima donde están montados los candidatos presidenciales y abajo en la sala están millones de espectadores que no han decidido su voto o que quieren votar en blanco porque aún no escuchan propuestas interesantes y creíbles para conjurar los graves problemas que afectan al país.
Nunca me imaginé a Luis Alfonso Hoyos llevando de la mano a un rufián a un canal de televisión para que enlodara con mentiras las negociaciones de paz y para que de paso asestara un golpe al candidato Juan Manuel Santos. Algo anda muy mal en la política colombiana, algo muy horrible ocurre en esta campaña presidencial, si un hombre con aureola de honestidad desciende a estas conspiraciones.
La cosa es más escabrosa si se sabe además que Andrés Fernando Sepúlveda, quien pretendía servirle de fuente a Rodrigo Pardo, estaba, en compañía de su familia extensa, en el corazón de la campaña de Óscar Iván Zuluaga. No era un informante espontáneo. Era otro eslabón de una red de espías y de fabricantes de mentiras que no han cejado en su empeño de destruir el proceso de paz.
No es menos deplorable la noticia de que al otro lado, en la campaña de Santos, alguien recibió 12 millones de dólares como estipendio para mediar en unas negociaciones de sometimiento a la Justicia que un grupo de narcotraficantes quería adelantar con el gobierno nacional. La trama del dinero que en principio era muy poco creíble se tornó en una posibilidad con las acusaciones veladas que JJ Rendón lanzó sobre Germán Chica, su compañero en la gestión y las afirmaciones temerarias de Álvaro Uribe. Así que una iniciativa de sometimiento perfectamente legítima se convirtió en un eventual y monumental timo y en un escándalo tenaz para el candidato a la reelección.
Pero lo que redondea la tragedia de esta campaña es que tampoco hay un debate programático serio. Los candidatos no están discutiendo sobre la realidad del conflicto armado y del camino para construir la paz, sobre las reformas radicales que necesitan la educación, la salud, el campo y el modelo de explotación minera. Nada nuevo se oye. Apenas lugares comunes. Fórmulas rituales que se han repetido 1.000 veces a lo largo de los últimos años.
El presidente Juan Manuel Santos, acosado por una derecha inescrupulosa que apela otra vez al expediente de exacerbar el miedo y el odio a las guerrillas como recurso electoral, no se atreve a decirle al país que las negociaciones de paz no son una concesión graciosa a unas guerrillas desalmadas, derrotadas y carentes de apoyo y de razones. Que este proceso de paz es por igual una obligación inapelable del Estado y las guerrillas, porque fracasó la salida militar.
Decirles con franqueza a los colombianos que el esfuerzo del Estado por acabar con la insurgencia por la vía militar llegó al techo con la duplicación de la fuerza pública y del presupuesto en defensa en la época de Uribe.
Decirles que las victorias conseguidas solo han servido para arrebatarles a las fuerzas subversivas la ilusión del triunfo y para obligarlas a ir a una mesa a tramitar una paz realista. Decirle a la Nación entera que la paz no será barata, implicará cambios políticos y sociales profundos y tendrá como telón de fondo una reconciliación en la que no solo las guerrillas deberán pedirle perdón al país.
No se atreve Santos a decir estas verdades por el estrecho margen de maniobra que tiene en una opinión alimentada durante diez años por el discurso de la guerra y por los desmanes de la insurgencia. Pero tampoco dice nada serio, nada sustancial, nada veraz. Óscar Iván Zuluaga que pasó de la oposición vertical a las conversaciones a ensayar un sí condicionado; un sí pero no; un sí que es un proyecto camuflado de rendición que no tiene ninguna posibilidad de prosperar. Se deslizó furtivamente a las mentiras y a las conspiraciones, porque no es capaz de decirle al país cuál sería su plan para acabar con las guerrillas por la vía militar.
Entre tanto Peñalosa no se acomoda aún en la campaña y deja pasar la oportunidad para hacerle propuestas audaces a un país que pasa por un momento de escepticismo y de ansiedad tan peligroso como fecundo. Solo atina a decir que mantendrá el proceso de paz y apenas esboza ideas sobre la transformación de las ciudades que es la realidad que conoce de verdad.
fuente: http://www.semana.com/opinion/articulo/leon-valencia-conspiraciones-mentiras/386785-3