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martes, noviembre 5, 2024

ESPECIAL 2020: el año de covid-19

Por Julio Oleas-Montalvo*

Visto con la lente del mercado, covid-19 parecía un shock exógeno. Primero alteró la oferta, al diezmar la fuerza de trabajo e interrumpir las cadenas internacionales de manufacturas y suministros. Los confinamientos contrajeron los ingresos, lo que afectó a la demanda y bloqueó el consumo. La alarma sanitaria global perturbó las expectativas y detuvo la inversión. El planeta entero se hundió en la peor crisis de la historia del capitalismo. 

A través de esa lente no se ven las relaciones causales entre el capitalismo globalizado, el cambio climático y la aparición del SARS-CoV-2. Cuando más, las tres crisis -ambiental, sanitaria y económica- habrían, por casualidad, ocurrido al mismo tiempo.

En marzo de 2020, políticos, empresarios y organizaciones multilaterales promovieron medidas convencionales (más gasto fiscal y política monetaria expansiva) para recobrar la normalidad. Se pensaba que los rescates macroeconómicos serían suficientes para una rápida recuperación “en forma de v”. Pero en diciembre de 2020 hasta los más optimistas predicen que es más probable que esa supuesta normalidad podría llegar en 2024. Tras casi un año de pandemia, es evidente que el covid-19 está modificando la globalización, los comportamientos sociales, las tradiciones y la política internacional.    

Crisis global

En 2020, la economía global decreció 4,4% (según el FMI) y el covid-19 contagió a 80 millones de personas de las cuales murieron 1,8 millones. América Latina ha sido la región más afectada: con 8% de la población mundial, registra 20% de los contagios y 30% de las muertes. Su economía decreció casi 8% y entre abril y junio de 2020 se perdieron 47 millones de empleos. En todos los países de la región aumentó la deuda pública. Bolivia, Ecuador y Perú registran las tasas de letalidad más altas, a pesar de las medidas fiscales para mitigar la pandemia (por montos equivalentes a 4,9 %, 3,5 % y 6 % del PIB, respectivamente, ver cuadro).

El BID advierte que en 2020 el valor de las exportaciones latinoamericanas bajará 13%. En Ecuador, entre abril de 2019 y abril de 2020 el valor de las exportaciones se redujo 44,4%, y solo se recuperó en octubre de del mismo año. Sin embargo, para América Latina esta crisis no es comparable a la gran recesión de los años 30 del siglo pasado, ni a la crisis financiera de 2008-09, ambas generadoras de perturbaciones en el sector externo de las economías de la región. En el año del covid-19 no disminuyeron los precios de los productos básicos -aunque sí lo hicieron los de los productos energéticos. Y, una vez más, las remesas de migrantes contribuyeron a atenuar la desesperada situación de muchos hogares.   

Crisis social y política

Las condiciones sociales y la política también fueron afectadas. Este año 2020 deja a América Latina con 45 millones más de personas en condiciones de pobreza. La pandemia perturbó a la democracia e intensificó el descontento social, agravó la desigualdad, polarizó la política, exacerbó la corrupción y la delincuencia. Las medidas restrictivas obligaron a los gobiernos a recurrir a las fuerzas armadas, vulnerando derechos fundamentales. Para rastrear contagios, en Ecuador se quebrantó el derecho a la privacidad. El gobierno mexicano reprimió a la prensa para contrarrestar la alarma ciudadana, y el gobierno chileno decretó el estado de excepción constitucional para hacer cumplir los toques de queda.

Con las medidas de inmovilización social aumentó la violencia doméstica y se ensancharon las brechas de género. En Perú, en las primeras ocho semanas de confinamiento se reportaron 12 feminicidios y 226 violaciones. En Argentina y Colombia las denuncias por violencia de género se incrementaron 39% y 90%, respectivamente. En Ecuador se registró 85 feminicidios desde marzo hasta noviembre, siendo los meses más violentos mayo, agosto y noviembre. Muchas mujeres se vieron obligadas a abandonar sus empleos, para atender a sus hijos y el trabajo doméstico. Los pueblos originarios y la comunidad LGBTI han padecido desproporcionadamente la desprotección y falta de acceso a la justicia.

Las protestas sociales recrudecieron en Colombia, Argentina, Chile y Perú, a pesar de las restricciones sanitarias. Los gobiernos -de todas las tendencias- recurrieron al autoritarismo. Los procesos electorales se enrarecieron y tambaleó la democracia formal. Sin la intervención de la oposición y con una participación de 31% del electorado, Nicolás Maduro recuperó el control del legislativo venezolano. Tras un año de incertidumbre en Bolivia ganó las elecciones Luis Arce, el candidato del MAS, partido político fundado por Evo Morales. Con más de siete millones de contagiados, las elecciones en los 5.500 municipios brasileños parecen dar un espaldarazo a las políticas ultraneoliberales del ministro de economía, pero no a Bolsonaro.  Mientras tanto, en Perú, Martín Viscarra, el reemplazante del expresidente Pedro Pablo Kuczynski, fue a su vez reemplazado por el presidente del Congreso, Manuel Merino. El generalizado repudio ciudadano (encabezado por la generación del bicentenario) que encendió esta jugada lo obligó a renunciar y fue sustituido por el congresista Francisco Sagasti.   

Antes de covid-19, en enero de 2020, Rut Diamint (Universidad Torcuato di Tella) y Laura Tedesco (Saint Louis University) afirmaban que en América Latina “se han establecido ficciones democráticas en lugar de democracias plenas […] los ciudadanos muestran su descontento porque […] ‘la democracia no ha cumplido’. Se han establecido democracias sin demócratas con ciudadanos sin derechos. La democracia dio voz a sectores relegados, pero también permitió fortalecer a nuevas burguesías desvaídas de principios democráticos.” El virus, covid-19 solo ha resaltado estos rasgos, que ya venían perfilándose al menos desde hace 40 años.  

2021: ¿recuperar la normalidad o promover la resiliencia?

Ya nadie sostiene, como al inicio de la pandemia, que recobrar la normalidad era cuestión de expandir el gasto acompañándolo de política monetaria. Tras nueve meses de pandemia, Cristalina Gorgieva, directora del FMI, advierte que en América Latina la recuperación podría tener forma de “k”: factible para la economía que emplea fuerza de trabajo calificada y procesos digitales, mientras que la fuerza de trabajo no calificada y los grupos vulnerables podrían quedar abandonados a su suerte.

No es imposible regresar a la normalidad, entendida por tal la economía y a la política económica anteriores a marzo de 2020. Pero no es lo deseable. La política económica de 2021 debería enfocarse en la recuperación del empleo y en fortalecer la resiliencia social. Es imprescindible invertir en la gente, en educación, salud y seguridad social. Esta debería ser la prioridad de cualquier propuesta política. 

Pero dependiendo de cuán virulentas sean las próximas olas del covid-19 y de cuán ágilmente puedan los países vacunar a sus poblaciones, en 2021 la economía mundial solo crecería 5,2%, y la de América Latina no rebasaría el 3,5%. Según la CEPAL, la economía ecuatoriana apenas crecería 1% (Gráfico), previsión que peca de optimista, si se revisa la tasa de variación anual de las importaciones que, según el Banco Central, fue de -22,7% en octubre de 2020 (último dato disponible). Este resultado alivia la presión sobre la cuenta corriente, pero ni siquiera alcanzará para recobrar los niveles de actividad económica de 2019.

El 2021 se avizora opaco y difícil, no solo por la inminencia de la campaña política, que siempre tiene el efecto no deseado de ralentizar la política pública e interrumpir la inversión privada. Para invertir en educación, salud y seguridad social, sectores económicos usados desde la década de 1980 como instrumentos para alcanzar el equilibrio fiscal, es preciso cambiar las prioridades y los supuestos de la política macroeconómica. Comenzando por dejar de ensalzar las bondades del crecimiento como factor único de la recuperación, a costa de acelerar la debacle ambiental. Se imponen, hoy más que nunca, la diversificación productiva, políticas redistributivas a partir de una reforma tributaria integral y progresiva, y el fortalecimiento de los mercados internos. Sin esta base socioeconómica, no será posible reforzar la resiliencia social para prevenir la persistencia del covid-19 y la aparición de otros esperables riesgos ambientales y sanitarios. 

En opinión del colombiano José Antonio Ocampo, profesor de la Universidad de Columbia, es hora de “repensar a fondo las reformas de mercado, cuyos resultados han sido francamente insatisfactorios.” Dicho en otras palabras, es necesario redefinir los objetivos de la política y de la economía; y, de descartar la obsoleta sapiencia de banqueros nacionales e internacionales. Es decir, es hora de no hacer -no seguir haciendo- lo que hasta hace poco hizo un recordado ex ministro de Finanzas, hoy recompensado por el establishment con un alto cargo en el BID.  

“América Latina ha sido la región más afectada: con 8% de la población mundial, registra 20% de los contagios y 30% de las muertes. Su economía decreció casi 8% y entre abril y junio de 2020 se perdieron 47 millones de empleos”.

–Julio Oleas Montalvo

*Julio Oleas Montalvo, docente universitario, es doctor en historia económica ecuatoriana por la UASB-Ecuador.


La Línea de FuegoIlustración: Pixabay.

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