16 julio 2014
Cuando estudiaba la historia de la Segunda Guerra Mundial me impresionó mucho el capítulo dedicado al holocausto. Solía pensar que las causas de semejante crimen no debíamos buscarlas en la economía, la geopolítica, las razas o los intereses políticos, sino en alguna zona oculta del subconsciente humano, quizás en una herencia atávica que nos liga al mal y a la muerte. Mientras más busqué en esa dirección, menos convincentes eran los argumentos. Terminé por comprender que nada está en el infierno ni en el cielo, que todo sucede aquí, en la tierra, frente a nuestros propios ojos.
Cuando en 1947 la ONU decidió crear el Estado de Israel en medio del territorio palestino, a nadie en el mundo se le ocurrió oponerse; pero el mismo acto de fundación del Estado judío ya escondía una injusticia: se le otorgaba el 53% del territorio palestino. En estos últimos cincuenta años Israel ha obligado a Palestina a vivir en apenas el 8% de lo que fue su territorio, ha impuesto un régimen de apartheid y, con el apoyo de sus aliados, comete un genocidio más brutal que el de Hitler.
Es el Estado sionista, que por definición es racista, puesto que dentro de él se discrimina a todo lo que no es judío. Los sionistas ven a los palestinos como a una raza inferior a la que hay que eliminar. Como si peruanos o colombianos ocuparan militarmente nuestro territorio y, por medio de la fuerza, nos obligaran a vivir en una parte mínima de nuestro territorio.
¿Son todos los judíos sionistas? No. Más del 50% de judíos no han regresado a Israel, precisamente por no compartir esa doctrina. El sionismo es la alianza de los judíos racistas con el poder norteamericano, sus aliados y el capitalismo corporativo mundial, es decir, el eje del mal al que hay que derrotar.
fuente: http://www.lahora.com.ec/index.php/noticias/show/1101700676/-1/Estado_sionista.html