Abril 20 de 2017
Recuerdo cuando estudiaba derecho en la Universidad Central del Ecuador y militaba en una de las facciones de la izquierda, como “a nombre de la revolución” se hacían fraudes en las elecciones estudiantiles o de profesores, se golpeaba a los falsos revolucionarios, se amenazaba a las autoridades con destituirles, se les sacaba a los profesores derechosos, se desviaban fondos “legalmente” hacia el Partido Revolucionario, se pedía a los profesores que les hagan aprobar a los compañeros que tenían malas notas ya que no tenían tiempo para estudiar porque estaban dedicados a hacer la revolución, etc. Y a los que nos parecía extraña esa situación y no estábamos de acuerdo con estas prácticas, nos convencían con el argumento de que teníamos una falsa moral pequeño-burguesa, que por la revolución había que hacer lo que sea, que la burguesía también actuaba así y que no podíamos jugar honestamente, que lo importante era llegar al poder para hacer la revolución para el pueblo, etc. Si bien era cierto que la derecha era igual o peor, no se justificaba cuando desde la izquierda se decía que eran el “hombre nuevo”.
Un día nos convocaron a una reunión de mi grupo con uno de los cuadros más altos del Partido, quien bajaba para enseñarnos algunas tácticas y estrategias revolucionarias. La reunión fue en mi casa y casi todo el día. Al medio día hicimos un alto para comer, con otro compañero preparamos una comida y cuando ya íbamos a repartir en los distintos platos, apareció en la cocina el alto dirigente revolucionario y dijo que él se encargaría de aquello. Repartió equitativamente para todos, pero se guardó para él la mejor y mayor tajada. Ante lo cual yo me quedé anonadado y estupefacto, no supe que decir y solamente pensé: si esto hace con una simple comida, que haría si estuviera en el gobierno o si tuviera más poder.
Resistí un tiempo más, pero a la final abandoné el Partido Revolucionario diciéndome: si esto es izquierda, soy anti izquierda. Y lo mismo de la abogacía, pues me di cuenta que no existía justicia que todo el sistema era corrupto. Mi experiencia universitaria me sirvió para darme cuenta lo que era la izquierda/derecha, la justicia, y todo el sistema capitalista. Terminé alejándome de la izquierda y como tampoco creía en la derecha, solo encontré en el movimiento indígena la esperanza, a los únicos que veía coherentes y verdaderos. Si la izquierda me había decepcionado la derecha me había indignado, y como no podía acomodarme, como muchos lo hicieron, encontré un camino que no fuera ni lo uno ni lo otro, el que me ha dado sentido para ser afín y sin que tenga que venderme o aprovecharme a “nombre de la revolución” o a “nombre del pueblo” o a “nombre de los pobres”.
Ahora una parte de esa izquierda está en el poder y los otros en la oposición. A algunos de ellos que conocí en la universidad o en las calles, hoy están en el gobierno de Alianza País, y otros que nunca los vi ahora aparecen como revolucionarios, por ejemplo el propio Rafael Correa. En todo caso durante estos diez años de “revolución ciudadana” he visto las mismas prácticas. Han pasado 30 años de mi experiencia de izquierda y sigue siendo la misma. Hoy en día frente a la disputa con la derecha por el gobierno nacional, les he escuchado a algunos de ellos decir que van a defender esta revolución como sea, y ahora entiendo que eso significa llegar hasta el fraude como lo hacían en la universidad.
En todos estos años “a nombre de la revolución” he escuchado de todo. He visto como muchos revolucionarios hoy están bien acomodados y no fueron “tontos” como algunos de nosotros que creíamos que jamás se justificaba el ser deshonestos y corruptos “a nombre de los pobres”. Me viene a la mente mi padre cuando me decía que todos los jóvenes como yo éramos unos ingenuos románticos aprovechados por unos cuantos “vivarachos”. No le creía, pero afortunadamente desperté pronto y tomé el camino de los pueblos andinos. Aunque seguí creyendo en la revolución, más bien dicho en el “pachakuti”, supe desde ahí que ésta no vendría desde la izquierda sino “de fuera”.
A estas “alturas del partido”, hoy a muy pocos puedo reconocer como revolucionarios, pues la mayoría de ellos no han sido “tontos” y se han servido muy bien de la “revolución”. Lamentablemente, algunos en el movimiento indígena también han aprendido algunas prácticas de la izquierda y de la derecha. En todo caso, he apoyado su decisión de votar por Lasso, no porque se hayan derechizado sino porque es una manera de desmontar la falsa revolución.
He tenido la oportunidad de conversar con algunos venezolanos de los miles que deambulan por nuestras calles y todos coinciden en responsabilizar de la crisis al chavismo, a la izquierda bolivariana de su actual situación. Pero también he conversado con colombianos, peruanos y argentinos, que también responsabilizan a la derecha que gobierna sus países. Ni derechas ni izquierdas han demostrado ser una vía de solución, y la única esperanza que queda en el Ecuador y todo el mundo es la alteridad, la revolución con los de abajo y por afuera del sistema (comunidades indígenas autónomas, ecoaldeas).
La izquierda en su dogma de construir primero el “capitalismo de Estado” para luego pasar al socialismo, lo que ha hecho es quebrar a sus países. Los socialistas se metieron a jugar como capitalistas y terminaron empobreciendo más a sus pueblos. Lo hicieron en la ex-URSS y Europa del Este. Y ahora con Cuba, Venezuela, Nicaragua, Ecuador. Han creído que desde el Estado burgués se puede construir el “capitalismo popular”, cuando ello es un oxímoron o algo imposible de que suceda. Las izquierdas volviéndose derechas desde el “estado popular o revolucionario”, lo único que lograron es instaurar dictaduras más fascistas que algunas democracias burguesas.
La corrupción no está solo en la izquierda y la derecha o en la política, está en todo lado. Y eso se debe a que el sistema está diseñado así, que el sistema en sí mismo es el corrupto, que el capitalismo genera ese modo de vida. Algunos quizás no explotarán o robarán, pero se han acomodado al sistema y eso también es otra forma de corrupción o de hacerse de la “vista gorda”. El cambio no viene desde el gobierno se lo construye en la cotidianeidad y empieza en casa. La gran revolución es al interior de cada uno, caso contrario llegan a cualquier tipo de institución o de actividad y aflora lo que verdaderamente son.
Lamentablemente ese es el tipo de revolucionarios o mejor dicho de retro-revolucionarios que hay. Hasta ahora son estos revolucionarios los que han llegado al poder en diferentes partes del mundo y reproducen las mismas prácticas que aprendieron en el Partido Revolucionario. Y a aquellos que les critican o les cuestionan, son capaces de perseguirlos y hasta de llegar a matar a sus propios compañeros a “nombre de la revolución”. La historia mundial de la izquierda nos cuenta de miles de muertos por parte de los “verdaderos revolucionarios”.
Y así en muchas facetas, “a nombre de Dios” se mata etnias; se roba en las iglesias a través de los diezmos; se adoctrina hasta que se suiciden envueltos con bombas. “A nombre del progreso y del desarrollo” se destruye la naturaleza, se contamina los ríos, se acaban con los pueblos indígenas. “A nombre de la pobreza” se generan fundaciones, se hacen programas, se venden productos que enriquecen a unos pocos. “A nombre de la generación de riqueza” se explota, se entrega coimas o sobornos, se compra jueces. “A nombre de la paz” se mata a otros pueblos, se somete otras culturas, se provocan guerras para vender armas hasta encontrar la paz. Etc. Etc.¿Cuántos pueden decir que se han ganado honestamente la vida y/o han cambiado el sistema en su vida personal y familiar?
Todo en democracia representativa, lo único que conocemos. ¿Cómo será la experiencia social con la democracia directa? Lo cierto es que con un gobierno honesto y participativo -mejores resultados, en menor tiempo y con menor esfuerzo-, en unos cuantos años, cualquier pueblo del planeta se levantaría a su verdadera estatura de gigante.