¿Pueden las teorías sobre una conspiración internacional servir para recomponer el sistema y reforzar la capacidad política del gobierno? Difícil. Por un lado, la amenaza comunista es una muletilla que pertenece al pasado; por otro lado, es difícil que alguien se trague el cuento de que un país pequeño como Cuba, o un país destruido como Venezuela, tengan la capacidad para exportar conspiraciones.
La Unión Soviética, como promotora y financiadora de conflictos regionales, desapareció hace tres décadas. Hoy, la confrontación geopolítica entre las grandes potencias se da dentro del marco del mismo sistema capitalista.
Fueron los nazis quienes elevaron a doctrina nacional las tesis conspiracionistas. Supuestamente, los judíos tenían un plan maquiavélico para conquistar el mundo. Lo que vino después es por demás conocido.
A partir de entonces, las doctrinas de seguridad de los Estados contemporáneos se han apuntalado tras el perverso discurso de las amenazas veladas. Entre el terrorismo islámico y el imperialismo yanqui los gobiernos han tejido una extensa colcha de retazos que cobija todas las argumentaciones para controlar del poder. Como si los conflictos sociales no existieran; como si la pobreza y la exclusión fueran una simple contingencia; como si los derechos colectivos no pasaran de los enunciados; como si el hartazgo político fuera un estado de ánimo pasajero.
Luego del paro nacional de octubre, el gobierno ecuatoriano está retocando una estrategia de seguridad sacada de los manuales de la guerra fría. Desde el paro del Carchi las consecuencias se veían venir: al haber puesto en evidencia la incapacidad de los funcionarios civiles para manejar el conflicto en esa provincia (es decir, la ministra Romo y el vicepresidente Sonnenholzner), las Fuerzas Armadas se posicionaron como el único actor capaz de imponer orden en medio del caos.
La posterior intervención del Ejército durante el paro nacional únicamente sirvió como confirmación de esta aspiración. No resulta descabellado pensar que los autores intelectuales de esta nueva estrategia dejaron que las protestas se salieran de cauce para justificar sus concepciones belicistas.
No obstante, las ideas de subversión que se quieren implantar desde el Ministerio de Defensa tienen poco asidero. Son anacrónicas. El ciclo de las guerrillas en América Latina llegó a su fin y las luchas indígenas tienen un talante completamente distinto al de la insurgencia armada.
Hoy, los cuestionamientos al viejo esquema del Estado nacional monolítico provienen desde ópticas diferentes. Los movimientos en contra del patriarcado, en defensa de la naturaleza o a favor de la plurinacionalidad no requieren de violencia para poner contra las cuerdas a un orden arcaico. ¿Acaso los militares no tienen hijas y esposas que se sienten afectadas por el machismo? ¿Y las élites políticas no tienen hijos jóvenes que se angustian por la catástrofe ambiental? ¿O las Fuerzas Armadas no cuentan en sus filas con indígenas cansados del racismo?
Ya no existen supuestas conspiraciones del comunismo internacional, ni de las trasnacionales guerrilleras, ni de los poderes ocultos que justifiquen el discurso militarista del gobierno y de grupos autoritarios. Lo que sigue habiendo es pobreza, exclusión, marginalidad.
*Máster en Desarrollo Local. Director de la Fundación Donum – Cuenca. Ex dirigente de Alfaro Vive Carajo.
Algunos argumentos son falaces. No se requieren grandes recursos para el vandalismo, la delincuencia, los saqueos, la destrucción de la Contraloría, etc., etc. No estoy desconociendo que hay razones válidas para la protesta, pero la subversión organizada dentro de las manifestaciones requiere de una organización y de recursos materiales y personales que el correismo si tiene, fruto de la inmensa corrupción y del apoyo de todavía el 27% de la gente, incluyendo líderes indígenas. Lo único que faltaría hablar es sobre las comunicaciones pero ahora existe whatsapp.