El Comercio
12 Marzo 2014
Una sensación de irrealidad planea sobre la política nacional. Más precisamente, sobre la política del oficialismo. Las contorsiones con las cuales el Gobierno y Alianza País (AP) pretenden dorar la píldora de la reciente derrota electoral rayan en la ficción. De la noche a la mañana, los medios de comunicación desacreditados desde el poder se han convertido, por arte de magia, en un espacio relevante de información y debate público. Desde hace tres semanas, la procesión de funcionarios del Gobierno, dirigentes y asambleístas verde flex que han pasado por esos medios es impresionante. De la estrechez al derroche o –para ponerlo en términos más acordes con el talante religioso del correísmo– de la castidad a la lujuria.
Pero la abundancia de palabras no siempre corresponde a la abundancia de razones. Para confirmar la derrota de AP fueron suficientes diez minutos de un noticiero el día de las elecciones, de unas exit-poll que ni siquiera requirieron de la confirmación del Consejo Nacional Electoral. Una certeza que no ha podido ser desmontada ni con las extensas y prolíficas intervenciones públicas de los voceros del Régimen. En este caso, el espejismo publicitario no ha sido suficiente para anular la clarividencia ciudadana.
En política, cuando la retórica pierde su cable a tierra se vuelve cada vez más incoherente. Las acrobacias aritméticas con que se busca convertir una derrota en triunfo pierden de vista algunos elementos de fondo. Por ejemplo, soslayan el éxito de la izquierda –particularmente de Pachacutik– en las zonas de potencial explotación minera. Ahí no aplica la contabilidad electoral sino las expresiones de la sociedad; no importa el número de votantes sino la hegemonía política sobre un territorio. Algo quedó en claro: las poblaciones de la Amazonía, del Austro y de Íntag respaldaron a quienes están defendiendo posiciones alternativas al extractivismo promovido desde Carondelet.
No es casual, entonces, que la campaña a favor del Yasuní haya tomado tanto vuelo. En este hecho se puede detectar una situación que trasciende los ámbitos locales, y que refleja un alineamiento de carácter nacional. O al menos regional. La votación del 23F sería, desde esta perspectiva, un rechazo más generalizado de lo que se piensa a la decisión de explotar el petróleo en el Yasuní. Aunque el Gobierno pretenda disimularlo.
Tampoco resulta casual que AP esté promoviendo la reelección indefinida mediante una estrategia que al final podría forzar un plebiscito. Anular la eventual consulta por el Yasuní provocando la realización de otra consulta radicalmente distinta puede ser una estrategia efectiva para recuperar el terreno perdido. Lo difícil es lograr que la gente no la perciba como una simple maniobra política. O como una ilusión.