08 Septiembre 2014
La idea de crear un impuesto a la plusvalía es atrayente ante abusos de especuladores. Las intenciones gubernamentales entonces parecen positivas, no así su primario cálculo de lograr ingresos fiscales a todo trance. De esta tendencia fiscalista en aumento, conviene pasar más bien a una “fiscalidad política” (del mismo modo que no basta una política económica y se requiere una economía política), una fiscalidad que capta sistemas o dinámicas a crear o consolidar.
Así, a primera vista parece justificable un impuesto a la especulación de la tierra, si esta gana valor gracias a la inversión pública. Sin embargo, del mismo modo que “sin hacer nada”, se gana comprando acciones de una empresa, se puede invertir comprando un terreno cuya rentabilidad es futura y entre tiempo aportar al fisco, a medida que crece el impuesto predial. Nada en esto es indebido para la sociedad. El ordenamiento territorial municipal debería orientar el destino de la tierra e insertarle en algún tipo de vida urbana.
El impuesto a la plusvalía, es decir a un creciente valor que la tierra adquiere, sería porque hay una de más valor de aquella que normalmente el tiempo y sus cambios trae. ¿Pero cómo precisarla y calcularla? Pues, no todo nuevo valor viene de la inversión pública. Si uno pone cerramientos y árboles u otra mejora ¿cómo hacer la parte de la inversión privada y de la pública? Cómo tratar igualmente a los pioneros (barrios nuevos) que al iniciar el espacio urbano, con sus recursos y esfuerzo, acaban creando una plusvalía, antes de la inversión pública.
Si consideramos una “fiscalidad política”, no sólo una política fiscal de incrementar entradas al Estado, se debe tratar opciones de largo plazo, no de cálculo circunstancial; decisiones no siempre fáciles. Al establecer un impuesto de plusvalía fuera del impuesto predial, el cual ya va en aumento, y de la tasa por mejoras y del impuesto a la plusvalía en la venta, inevitablemente se incrementará el costo del suelo y de la vivienda, ahora o mañana. Sería una decisión contradictoria con la meta de abaratar la vivienda y sus consecuencias sobre opciones de calidad de vida y concepciones sobre la economía. Alemania, sobre todo Berlín, abaratan el costo de la vida con ingentes apoyos a la vivienda social, vía fiscalidad, crédito, política de arriendo… Menos costo de la vida, menos presión sobre el salario, más competitividad y mayor capacidad de consumo que incrementa la economía interna, eso sin medidas proteccionistas. Son decisiones que no dan fruto inmediato pero inciden en el sistema de economía y sociedad.
Hay que escoger entre cálculos de ahora o visiones de sociedad a largo plazo, lo que implica concepciones de la política y de lo político. Pero milagros por decreto en el mundo del capital no hay. Inflar la caja familiar para el dispendioso consumo del momento, no necesariamente da mejores réditos mañana, por simpáticas que sean las intenciones.
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