LA CIUDAD Y LOS CARROS: Confesiones de un loco urbano
Gerard Coffey
?A esto se refiere señor? ?Y esto le molesta a usted? ?Y por qué motivo? Estamos afuera de las oficinas de Seguros Pichincha en la Coruña y San Ignacio en Quito. Estoy conversando con la secretaria y el guardia de seguridad. El ´esto´ al que se refiere es un vehículo estacionado en plena vereda y la cadena que la empresa ha colocado al borde del camino, demuestrando claramente que esto es espacio suyo y, por supuesto, a quien se le ocurra quejarse, que por favor no tome la molestia.
Como antecedente admito creer en la plena separación de poderes. Por lo menos en lo que resulte posible en este mundo tan lejos del mejor de todos los mundos posibles. Claro, es inevitable caminar por el espacio de los vehículos de vez en cuando, y admito que puede haber ocasiones en los que la invasión del espacio peatonal por los vehículos sea aceptable. Pero solo en ocasiones. Y debo aclarar que para mí la separación de poderes no es solo un ejercicio político en búsqueda del estado ideal, sino una medida de protección personal, porque disputar espacios con los vehículos, y sus conductores, me puede costar la vida. O peor.
Por fortuna, esta disputa es de menor grado, estacionar un carro en la vereda no me va a costar la vida. Pero me siento en mi derecho de poner objeción. Es mi espacio. Y a pesar de estar de apuro esta mañana – faltan diez minutos para las diez y tengo una cita en la FLACSO a las diez, con una persona bien conocida pero cuya vida administrativa ya no aguanta demoras por parte de terceros – me meto en las oficinas de la empresa para preguntar por qué permiten esto.
Después de cinco minutos de enfrentamiento verbal entre una persona, yo, que pretende explicar por qué está enojada, y una persona, la secretaria, que hace todo lo posible para no entender, y otra, un guardia de seguridad, que explica que la vereda está por otro lado de la cadena, es decir un medio metro, salimos afuera para inspeccionar el sitio del crimen.
Pero cuando escucho las palabras de la señorita, me quedo desorientado, la mente se nubla, la sangre empieza a subir a la cabeza, y en mi imaginación se proyecta una escena de película de terror – como el Bebe de Rosemary o el Exorcista – en la cual la cabeza del personaje principal empieza a revolver a mil por ahora antes de vomitar bilis verde y atacar a su adversario con la furia de todos los demonios. Pero, contra todas las indicaciones, logro controlarme, la cita es más importante. No digo más. Es evidentemente inútil.
Mientras camino hacia la FLACSO me pregunto qué estarán diciendo de mí. Imagino la conversación: es un loco, claro que sí, es un gringo loco, son todos iguales, vienen aquí y se sienten dueños de todo, son insoportables… y además, qué tiene en contra de los carros? Acaso no son buenos? A quien no le gustan los carros. Es un loco… Por qué no se vaya a su propio país? Qué derecho tiene de venir aquí y reclamarnos… mira cuantos cubanos los colombianos hay…. y justo el otro día una amiga de la sobrina de mi cuñado contó que le habían pasado horrores… la culpa es de ese dictador, abre el país a todo tipo de demente…. ese es el problema…
Me pregunto si tal vez en realidad soy un loco. Solo los perturbados se molestan por cosas que no pueden remediar, no? No estoy seguro. Llego a la cita y relato al amigo lo que me pasó. Le cuento que a veces pienso que sí soy un loco. Me sonríe débilmente.