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LA COMPLICIDAD DE ALGUNOS INTELECTUALES EN LA GUERRA IMPERIAL CONTRA SIRIA. Cordura. El País

Cordura

El País <www.elpais.com>

 20 Septiembre 2013

Nota previa: Ofrecemos en esta ocasión un texto ajeno pero que, modestamente, sentimos muy nuestro. Lo hacemos tras haber presenciado la exposición de la autora basada en él y con su autorización para publicarlo. Pero, sobre todo, desde la convicción de que ni la amenaza contra Siria ni la responsabilidad de quienes la promueven o facilitan se han extinguido en absoluto.

Ángeles Diez Rodríguez
Doctora en Ciencias Sociales y Políticas, y profesora de la Universidad Complutense de Madrid. El texto corresponde a su conferencia impartida en el Ateneo de Madrid el 9 de septiembre de 2013.


El caso de Siria es uno de los más paradigmáticos en los que desde 2011 se evidencian con claridad el papel legitimador de la guerra jugado por ciertos intelectuales de izquierda. Una parte importante de éstos ha optado por servir de coro a la guerra mediática contra Siria investidos de un aura ilustrada y cargados de principios morales de factura occidental. Desde sus púlpitos en los medios alternativos pero también en los masivos elaboran explicaciones, justificaciones y relatos que presentan como principios éticos cuando en realidad se trata de su opción política. Ridiculizan y simplifican, manipulan y tergiversan la opción de los militantes antiimperialistas e incluso se permiten enmendar la plana a los gobiernos latinoamericanos que, defendiendo la soberanía y el principio de no injerencia, se oponen a la guerra contra Siria.

En junio de 2003 en el marco de la guerra y ocupación de Iraq no fue muy complicado, en el ámbito universitario, en el de la cultura y en la militancia de izquierdas, que se alzaran cientos de voces contra la guerra; fuimos capaces de reconocer las trampas discursivas, capaces de descubrir los intereses del imperio y sus socios, de desvelar las mentiras mediáticas y sobre todo de establecer prioridades en la movilización y la denuncia. No pudimos parar la guerra ni la ocupación de Iraq pero pusimos los cimientos de un movimiento antiimperialista que podría haber sido el freno de mano de la barbarie bélica y que, de alguna manera, aplazó el objetivo de continuar la neocolonización de la zona.

Si en el 2003 nos fue relativamente fácil movilizarnos contra la guerra en Iraq y los planes imperiales, lo cual no significaba apoyar ninguna dictadura, muchos nos hacemos ahora la pregunta: ¿Qué ha pasado para que no surja o para que no se dé continuidad al movimiento que emergió en el 2003? Seguramente haya diversas razones entrecruzadas pero me gustaría destacar dos que me parecen centrales: los medios de comunicación masivos han hecho un buen trabajo disuasorio y una parte de los intelectuales de izquierdas que antes eran referentes políticos contra la guerra han optado por servir en el otro bando.


Intelectuales de izquierda al servicio de la legitimación bélica

Que los medios masivos mienten, tergiversan, ocultan, señalan, dan forma y rostro a nuestros enemigos es una evidencia repetida una y otra vez en la historia. Lo hacen no porque sean instrumentos del imperio, no, lo hacen porque son parte consustancial del poder. Pero la justificación de las guerras, la “fabricación del consenso” que diría Chomsky, no sólo se hace a través de las corporaciones mediáticas. La propaganda es un sistema en el que se insertan las empresas mediáticas, la clase política y sus discursos, la cultura occidental prepotente y colonialista, los periodistas, los artistas, los intelectuales, los académicos y los filósofos mediáticos. Todos estos intelectuales se han convertido en un “clero secular” y “optan por jugar un papel fundamental en la interiorización de la ideología de la guerra humanitaria como un mecanismo de legitimación” (Bricmont, Imperialismo humanitario. El uso de los Derechos Humanos para vender la guerra, El viejo Topo, 2005, p. 126). Unos conscientemente, otros no tanto, se han puesto al servicio de la propaganda de guerra del imperio.

Lo interesante es que esta cohorte creadora de opinión pública antes se reclutaba en las filas conservadoras, en las liberales y una parte en las de los socialdemócratas (recordemos la campaña del PSOE con “la OTAN de entrada No”) pero desde la guerra de Yugoslavia (1999) son cada vez más los grupos de intelectuales que proceden o se reclaman revolucionarios de izquierda, anticapitalistas y antiimperialistas. Se explican a sí mismos con argumentos morales universalistas y humanitarios: luchar contra las dictaduras (estén donde estén) y defender la causa de los pueblos (siendo éstos las mujeres afganas, los insurgentes libios, los manifestantes sirios o la parte de pueblo que los medios masivos señalen como víctima de las dictaduras).

Algunos de estos intelectuales enarbolaron el “No a la guerra” contra Iraq en el 2003, sin embargo, desde el inicio de las llamadas “primaveras árabes” tocan en la misma orquesta que sus gobiernos llamando al derrocamiento del tirano Bashar Al-Assad y a la transición democrática en Siria; incluso hay quien reclama la intervención militar de Occidente como la novelista Almudena Grandes: “Al fondo está El Asad, un dictador, un tirano, un asesino en serie que resultará el único beneficiario de la no intervención”.

Suponemos que para ellos Sadam Huseín era menos dictador que Al-Assad o quizá se trate de que en esa guerra había cientos de miles de ciudadanos en las calles gritando “No a la guerra”, caso que no se da ahora.

El papel que juega este “clero secularizado” es doble: por un lado suministran argumentos justificadores de la intervención armada; por otro, dividen, debilitan o bloquean cada vez con mayor intensidad el surgimiento de una oposición fuerte a las guerras imperiales.

Unas veces por ignorancia política, otras por confusión, pero la mayoría de las veces por un sentido subyacente de superioridad moral como intelectuales del mundo desarrollado, esta “izquierda” ha interiorizado los argumentos de la derecha. Según Bricmont, se ha movido en dos actitudes: a) lo que llama el imperialismo humanitario, que se apoya en creer que nuestros “valores universales” (la idea de libertad, democracia) nos obligan a intervenir en cualquier lugar. Sería una especie de deber moral (derecho de injerencia); b) el “relativismo cultural”, que parte de que no hay costumbres buenas o malas. Tendríamos el caso de que si hay un movimiento wahabista o fundamentalista que se revela contra la represión hay que aplaudirlo porque “los pueblos no se equivocan” o, como me explicó un filósofo español “cuando los pueblos hablan, la geoestrategia calla”.


Extrañas coincidencias por la libertad y la democracia

La dominación imperial es siempre militar pero necesita una ideología que la justifique para eliminar resistencias en la retaguardia. Hoy día, gracias a la complejidad del sistema de propaganda cada vez más sofisticado, tecnificado y efectivo, una gran parte de la construcción de esta ideología legitimadora está en manos de una izquierda, ahora ya respetable, que cuenta con credibilidad para la opinión pública crítica gracias a su currículo como defensora de la causa palestina. El núcleo duro de los discursos legitimadores se ha desplazado de la ya clásica “libertad” a la críptica “dignidad” y mantiene la “democracia” y los derechos humanos como consignas. La democracia como “la intervención soñada” del filósofo Santiago Alba sirve de utopía light para sumar adeptos y confundir los deseos con la realidad.

Sin embargo, hay ocasiones en las que la consigna de la libertad emerge cual ave fénix cuando el público al que se dirigen es demasiado occidentalizado para desentrañar el enigma de la “dignidad”. Dice Bricmont que justo cuando el imperio abandona el lenguaje de la libertad porque ya no resulta creíble, lo retoma este clero humanitarista. Así, en el llamamiento de la campaña de solidaridad global con la Revolución Siria firmado entre otros por G. Achcar, S. Alba y Tariq Ali cuyo título es “Solidaridad con la lucha siria por la dignidad y la libertad”, en apenas dos páginas se utiliza 14 veces la palabra ‘libertad’.

A medida que la guerra mediática contra Siria se ha ido recrudeciendo, han aumentado las coincidencias entre los relatos imperiales y los discursos de los que dicen apoyar a los “revolucionarios sirios”. Sigamos con los ejemplos ilustrativos y comparemos el “llamamiento de solidaridad global con la Revolución Siria” con la declaración conjunta sobre Siria que firmaron 11 países en el marco de la reunión del G20, a propuesta de Estados Unidos, para forzar un frente de estados que apoyen la intervención armada.

En el llamamiento del clero humanitarista se apuntan los siguientes argumentos:

1. En Siria hay una revolución en marcha.
2. El único responsable de las muertes, de la militarización del conflicto y de la polarización de la sociedad es B. Al-Assad.
3. Hay que apoyar a los revolucionarios sirios porque “luchan por la libertad a nivel regional y mundial”.
4. Hay que “apoyar una transición pacífica hacia la democracia para que decidan los propios sirios”.
5. Se pide una “Siria libre, unificada e independiente”.
6. Se pide ayuda a todos los refugiados y desplazados internos sirios.

En la web de la campaña se introduce el texto del llamamiento especificando que “la revolución del pueblo debe ser apoyada por todos los medios” –suponemos que “todos los medios” significa todos los medios–, y se exige que B. Al-Assad dimita, sea juzgado y se ponga fin al apoyo militar y financiero al régimen sirio, sólo al “régimen sirio”.

Por su parte la declaración conjunta de Estados Unidos y sus socios, entre los que curiosamente no se encuentra ningún país latinoamericano y el único árabe es Arabia Saudita, expone los siguientes tópicos:

1. Condena exclusivamente al gobierno sirio al que hace responsable del ataque con armas químicas.
2. La guerra contra Siria es para defender al resto del mundo de las armas químicas evitando su proliferación.
3. La intervención trataría de evitar males mayores: “un mayor sufrimiento del pueblo sirio y la inestabilidad regional”.
4. Se condena la violación de los Derechos humanos “por todas las partes”.
5. Se pide una salida política, no militar, y se dice: “Estamos comprometidos con una solución política que se traduzca en una Siria unida, incluyente y democrática”.
6. Se llama a la asistencia humanitaria, a los donantes y a la ayuda a las necesidades del pueblo sirio.

En la comparación de ambos textos lo sorprendente es que en el primero se destila un aire mucho más belicista, no se reconoce que haya dos bandos en el conflicto, la responsabilidad se reduce a B. Al-Assad, se justifica el apoyo a los “revolucionarios sirios” porque están haciendo la revolución mundial y no se plantea una salida política sino la derrota del gobierno sirio. Pareciera que este llamamiento hubiera sido redactado precisamente por uno de los bandos en conflicto que se arroga la portavocía del pueblo sirio en su conjunto.


Las trampas del lenguaje: “Condenamos la intervención, ni con unos ni con otros, los pueblos siempre tienen razón”

La construcción de la ideología del imperialismo humanitario ha tenido distintos recorridos. Como decíamos al inicio de esta intervención, ha sido el estandarte de la izquierda biempensante (parte de ella vinculada al trotskismo de la Cuarta Internacional) que desde la guerra contra Yugoslavia (1999) fue dando forma a un discurso moralista cómodo que la homologaba como “izquierda respetable” aunque se declarara “anticapitalista”.

Si analizamos algunos de sus discursos sobre Siria encontramos las pautas que se repiten. En primer lugar hay que dejar claro constantemente el punto de partida antiimperialista, y negar que se esté con “la intervención militar extranjera”, como hace G. Achcar en el artículo “Contra la intervención militar extranjera, apoyo a la revuelta popular siria”, o S. Alba en “Siria, la intervención soñada”, que termina con un “condeno, condeno, condeno, la intervención militar estadounidense”. Decía V. Klemperer en su obra La lengua del Tercer Reich que “el lenguaje saca a la luz aquello que una persona quiere ocultar de forma deliberada, ante otros o ante sí mismo, y aquello que lleva dentro inconscientemente”. El clero humanitarista no está a favor de la intervención militar pero se ve obligado a repetirlo constantemente en sus escritos y conferencias como si el público al que se dirigen no estuviera del todo convencido. Tampoco conviene hablar de guerra y por tanto se utiliza constantemente el eufemismo “intervención militar extranjera” o “intervención militar estadounidense”.

Ni con Estados Unidos ni con B. Al-Assad. La equidistancia es sin duda un refugio ideal para las buenas conciencias y tiene la ventaja de la ambigüedad que permite posicionarse en un lado o en otro según discurran los acontecimientos. Se trata de una falsa simetría que coloca en el mismo plano al agresor y al agredido. Si en una situación en la que un estado o un conjunto de estados amenazan y declaran la guerra a otro nos declaramos neutrales, en realidad, apoyamos la opción del más fuerte. No ha sido Siria quien ha declarado la guerra a Estados Unidos o a Europa, y el poderío y capacidad bélica de Siria respecto al imperio y sus socios (armas químicas, nucleares y convencionales) es incomparablemente menor.

Al clero humanitarista no le convence el posicionamiento “ni-ni” y trata por todos los medios de decantar las opiniones hacia el lado del bando donde se encuentran los llamados “revolucionarios sirios”. En ese intento no escatima adjetivos contra el gobierno sirio y su presidente y se sitúan por encima de la realidad o la veracidad de los hechos; tenemos así a S. Alba diciendo que es un hecho irrefutable que “con independencia de que haya usado o no armas químicas contra su propio pueblo, el régimen dictatorial de la dinastía Assad es el responsable primero y directo de la destrucción de Siria, del sufrimiento de su población y de todas las consecuencias, humanas, políticas y regionales que se deriven de ahí”; o a Almudena Grandes calificando a El Assad como “asesino en serie”. Pero lo cierto es que, como dice Bricmont, “en tiempos de guerra denunciar los crímenes del adversario, aun suponiendo que estén sólidamente fundamentados, algo que con frecuencia no es así, acaba contribuyendo a estimular el odio que hace que la guerra sea aceptable” (op. cit., p. 193).

Otro de los tópicos clásicos es estar del lado de los pueblos. Aquí tenemos un escollo difícil de salvar ya que, en el caso de las primaveras árabes, los gobiernos imperiales se han posicionado claramente a favor de los pueblos y han sido los primeros en señalar su apoyo a los “revolucionarios” sirios. La explicación más rocambolesca de estos intelectuales humanitarios es la pura casualidad, el cinismo o las intenciones perversas del imperio que le lleva a apoyar a los pueblos árabes para luego apropiarse de las revoluciones e imponer sus propios intereses. La realidad es, según ellos, que ni a Estados Unidos ni a Europa les interesa intervenir militarmente en Siria. Pero cuando los “rebeldes y los refugiados sirios”, como antes hicieron los rebeldes libios, manifiestan que “anhelan el ataque de Estados Unidos a Siria”, se complica la definición de “revolucionarios” y la de “pueblo”, pues, ¿quién es ese pueblo revolucionario o parte del pueblo que clama por un ataque militar de otros estados?


“Dada la complejidad de la situación, refugiémonos en nuestros principios”

Podemos denunciar a las corporaciones mediáticas, a los políticos y publicistas que nos siguen vendiendo la guerra con la misma retórica moralista y con prácticas cínicas, pero el problema es que les sigue funcionando, por lo menos con la gente poco concienciada. La novedad es que ahora disponen de una cohorte de filósofos, intelectuales y artistas que se venden como estrellas mediáticas, aunque sea en medios alternativos, que incluso se creen lo que dicen, creen defender realmente los derechos humanos y estar del lado de los pueblos, pero su labor ha sido la de acompañar los discursos imperialistas y bloquear el surgimiento de movimientos de oposición a la guerra enfangándonos en discusiones estériles sobre su propio posicionamiento.

Sus textos, conferencias e intervenciones mediáticas han tenido una gran eficacia para confundir, persuadir y culpabilizar a los activistas contra la guerra, a la gente más dispuesta a ofrecer resistencia efectiva a la guerra imperial y a la propaganda de guerra. Para curarse en salud suelen afirmar que todo es más complejo, impredecible, de modo que la única opción que nos queda como gente buena que somos es refugiarnos en nuestra buena conciencia. Si nuestros conocimientos y retórica son tergiversados y utilizados para favorecer el apoyo a la guerra será un efecto no querido, un daño colateral por el que no se nos puede responsabilizar.

Lo cierto es que los discursos, los llamamientos y las exigencias del clero humanitarista no tienen la más mínima repercusión sobre los gobiernos occidentales, pero también es cierto que sí afectan a la posibilidad de un movimiento antiimperialista. Quisiera terminar con unas palabras de R. Sánchez Ferlosio sobre la guerra: “Aparte de unos pocos exaltados, todos vemos la guerra con matices pero en momentos decisivos los matices no pueden ser el lastre que nos impida oponernos a la guerra con la contundencia necesaria. Ni debemos dejar que se conviertan en munición en nuestra contra. Es nuestra responsabilidad política” (Sobre la guerra).

lalineadefuego
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PENSAMIENTO CRÍTICO
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1 COMENTARIO

  1. El caso es que, provenga de quien provenga, con las invasiones, los ataques y las guerras, la fuerza bruta, el sadismo, el masoquismo, los intereses mezquinos, el dolor y el sufrimiento extremo triunfan sobre los valores y derechos humanos.

    Una batalla que trasciende al mundo invisible, en cuya dualidad, la fuerza negativa gana espacio, perdura el burdo estado de consciencia y detiene el avance en la evolución del total humano, siempre considerando la unidad integrada en donde, lo que le sucede a la parte, por fractal le afecta al todo en uno u otro sentido, que tal parece es ley en la existencia.

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