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martes, noviembre 5, 2024

¡La cultura que no fue!

Por Samuel Guerra Bravo*

Se ha dicho que los gobiernos progresistas de América Latina no lograron crear una cultura (conciencia, ideología, valores, expectativas de vida, imaginarios, modalidades de consumo, utopías, etc.) que correspondiera a los logros económicos, políticos, sociales, que promovieron. La tesis no es tan cierta en el caso del ex presidente, Rafael Correa, quien a través de la pedagogía social de las sabatinas estuvo a punto de lograr que ciertos valores fraguaran en el alma de los sectores sociales medios y bajos. He aquí algunos:

  • Amor por la realidad propia, por el propio país, por la cultura que nosotros mismos podemos crear o desarrollar; por costumbres que tengan siempre como referencia nuestro propio desarrollo.  
  • Pasión por el cambio, la innovación, la transformación: decisivo en un país de cultura metafísica, que tiende a priorizar lo estable, lo permanente, lo que no cambia.
  • Pasión por lo urgente, para recuperar el tiempo perdido, para acortar etapas en los procesos de desarrollo del país.
  • Pasión por el trabajo: trabajar 24 horas diarias, siete días a la semana, sobre todo en la construcción de la obra pública.
  • Pasión por la excelencia: hacer las cosas extraordinariamente bien y extraordinariamente rápido.
  • Pasión por lo grande: lo imposible hacerlo posible.
  • Perspectiva de futuro: mirar siempre hacia adelante, hacia lo que mejora la situación presente y supera el pasado que se ha vuelto caduco. 
  • Firmeza e inclusive dureza en las convicciones, en las acciones, en las decisiones.
  • Perseverancia, tenacidad, compromiso.
  • Sentido de lo igualitario, de lo inclusivo que rompe o disminuye desigualdades históricas.
  • Preeminencia del ser humano por sobre el capital y el mercado.
  • Voluntad de perfección, sin que lo perfecto se convierta en enemigo de lo bueno.
  • Voluntad de orden, de simplicidad y practicidad en lo público y en lo privado.
  • Eficacia y eficiencia en la realización de lo público y lo privado.
  • Sentido de lo estético, de lo bonito, de lo limpio, de lo agradable.
  • Valoración/Apreciación de las bellezas naturales del propio país y, luego, del extranjero. 
  • Consolidación de estos valores en una cultura de mejoramiento permanente y en una ideología del buen vivir.

Ya sé que habrá desenfocados que dirán que todo esto era una pantalla para perseguir y robar. Tal prejuicio les impide ver que la gente común, respaldándose en su propia observación y en la historia que estaba viviendo, asimilaba o desarrollaba este conjunto de conceptos y valores desde sí misma y para sí misma, garantizando con ello un reajuste de su conciencia social. 

Correa pudo ser TODO lo que sus odiadores le endilgan, pero nadie que no esté enceguecido por el odio puede negar que creó (no sé si como un proyecto previamente visualizado o como una determinación que la historia le impuso) condiciones favorables para un empoderamiento de las clases medias hacia abajo. ¿Cómo lo hizo? Con un recurso político, la confrontación, que le acarrearía mucho odio posteriormente, pero que levantó anímicamente a los de abajo. La confrontación dejó de ser un rasgo de su personalidad para convertirse en un modo de gobernar. De manera real y simbólica, con actitudes a veces arbitrarias y machistas, prepotentes y desafiantes, en el discurso y en la acción de gobierno, confrontó a las élites y a los poderes fácticos, sin dejar por eso de dejarles su espacio para que también se desarrollaran e incluso se enriquecieran. No quería eliminar a las burguesías, no era un revolucionario en ese sentido, pero sí ponerles límites. Y poner límites a sectores sociales que estaban acostumbrados a ser ellos los que ponían los límites, constituyó una vuelta de tuerca que generó un modo de gobernar polémico. Bastaba ver el desprecio con el que las burguesías  escuchaban las sabatinas, por un lado, y la fascinación de los sectores medio-bajos, por otro lado. 

Sea por temperamento o por convicción, el hecho real es que Correa hizo algo en/desde las matrices del poder, que el pueblo percibió como una defensa de sus intereses. Eso creó una percepción de valoración y representación en los hechos y no solo en los discursos, a la vez que el Estado desarrollaba una infraestructura jurídica (empezando por la Constitución de 2008 y múltiples leyes secundarias) y política (reorganización del Estado) que garantizaba tal empoderamiento. 

Todo esto está allí, en nuestra realidad, y solo la mala fe pueden ocultarlo, minimizarlo, tergiversarlo y enterrarlo bajo toneladas de odio. Yo no me he cruzado en la vida con Correa, pero no rehuyo la responsabilidad intelectual de ver y valorar su legado, más allá de todo cuanto se diga, se juzgue o se invente en su contra.  

Todo ese legado se fue al carajo cuando el ánimo confrontador de Correa fue reemplazado por la pusilanimidad dialogante de Lenín Moreno. El “diálogo” (una palabra que tiene la apariencia de cierta positividad pero que resulta equívoca porque puede ser adosado a determinados intereses) significó en términos políticos el desempoderamiento de los sectores sociales empoderados en la década correísta. Luego vendría –y sigue vigente– la retórica de la “descorreización” del país que solo significa, en contante y sonante, la transferencia del poder popular a manos de las burguesías.

Correa supo o intuyó que el único modo de crear condiciones favorables a los sectores medio-bajos era disminuyendo los espacios de poder usurpados por las oligarquías plutocráticas, financieras, comerciales, agrícolas, etc. Y tal disminución solo pudo llevarse a efecto confrontándolas, cobrándolas impuestos, sacando a luz la hipocrecía de sus medios de comunicación, limitando la voracidad económica y los privilegios de los que se han aprovechado siempre. 

¿El resultado? El odio que esas burguesías han diseminado en los últimos años a través de la inactividad e ineficacia del pusilánime traidor, que utilizó el diálogo y el entreguismo como mecanismos de devolución a las burguesías de los espacios de poder limitados por Correa.  El hecho culminante de este desempoderamiento fueron las últimas elecciones, en las que las clases medias -que son las que verdaderamente dirimen la lid electoral- se dejaron seducir por el populismo de Lasso. Allí se consumó el desempoderamiento. Allí debería terminar también la “descorreización” del país, pero podemos prever que la retórica descorreizante continuará mientras las burguesías no barran con la infraestructura legal que garantizaba el mencionado empoderamiento. 

Hay cosas que a un observador que sea capaz de cierta objetividad y lucidez son tan evidentes que el no verlas o el no sentirlas solo delata ceguera o revancha, como vemos en las redes sociales. Los usuarios de éstas pueden identificar con nombre y apellido a los que siembran odio todos los días, desacreditando sin pruebas a personas o desfondando de su verdadero y auténtico significado a conceptos históricos como “socialismo” o “comunismo”, y convirtiéndolos en clichés que solo delatan su pobreza mental. Su limitación es tal que piensan que anteponiendo la partícula “narco” llegan a la esencia de nuestra historia de los últimos años, o al verdadero sentido de movimientos históricos que ni han estudiado ni entienden, como el castrismo o el chavismo. Estos señores que en las redes sociales y en ciertos medios de comunicación son capaces de todas las injurias en nombre de la “justicia”, de la “moralidad”, de la “ética pública”, de las “buenas costumbres”…, no son capaces  de comprender que sus tuits, sus chats o sus comentarios son el ejemplo más claro de ceguera, injusticia, inmoralidad, y pésimas costumbres.

El país ha vuelto a sus antivalores de siempre. Sería iluso pensar que algunos de los valores señalados arriba pudieran resurgir como una ideología o cultura necesarias para el país. El proyecto-país de Lasso y las burguesías que lo arropan está adosado a su visión empresarial, lo cual hace posible que tales valores puedan ser adoptados para sus empresas, pero jamás para el país como país, como cultura de la gente común. ¿O me equivoco?

“Todo ese legado se fue al carajo cuando el ánimo confrontador de Correa fue reemplazado por la pusilanimidad dialogante de Moreno. El “diálogo” (una palabra que tiene la apariencia de cierta positividad pero que resulta equívoca porque puede ser adosado a determinados intereses) significó en términos políticos el desempoderamiento de los sectores sociales empoderados en la década correísta. Luego vendría –y sigue vigente– la retórica de la “descorreización” del país que solo significa, en contante y sonante, la transferencia del poder popular a manos de las burguesías”.

*Samuel Guerra Bravo es investigador independiente. Ha sido profesor de la Escuela de Filosofía de la PUCE. Autor de libros y artículos de su especialidad.

FOTO: Festival de las Artes Vivas. Diario El Telégrafo

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1 COMENTARIO

  1. No voy a perder mi tiempo refutando cada una de sus falacias, Ud. ya por adelantado califica a los que no estan de acuerdo con Ud. como “odiadores” cayendo en la falacia ad-hominen, es decir si alguien es “odiador” miente.

    Yo no voy a caer en lo mismo ni lo voy a calificar, unicamente voy a referirme a esta frase:

    “Pasión por el trabajo: trabajar 24 horas diarias, siete días a la semana, sobre todo en la construcción de la obra pública.”

    Una clara demostracion de la falsedad de esa aseveracion es la Refineria Fantasma del Pacifico que solo unos priviligiados que pueden ver universos alternativos como Jorge Glas lo ve.

    Saludos y un cordial abrazo.

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