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jueves, noviembre 21, 2024

LA ECONOMÍA EN LA TIENDA DEL BARRIO. Por Luis Ángel Saavedra

En alguna parte leí que la economía de un país se mide en la tienda del barrio, especialmente si es una tienda en un conjunto residencial de clase media.

Dicen también que es factible medir la microeconomía reviviendo la historia de los parqueaderos. Así que no hace falta ser un economista o estar al tanto de los datos macroeconómicos. La vida o la agonía se vive en la tienda del barrio.

El conjunto habitacional en el que vivo es de clase media, empezó siendo un proyecto en el año 2.000, pero las primeras casas recién empezaron a construirse a finales del 2006 y los primeros habitantes llegaron en el 2007, ya con el gobierno de Rafael Correa.

En su mayoría eran parejas de jóvenes profesionales que lograron posicionarse en la dinámica del crecimiento estatal, propiciada por el correísmo, y funcionarios de ONGs que también se relacionaron con aquél gobierno. Completaban el escenario algunos docentes universitarios y comunicadores sociales.

Los parqueaderos en un inicio no estaban llenos y solo contenían autos modestos. La primera tienda quebró porque casi nadie compraba, ya que “las compras” se las traía directamente desde los supermercados.

Cinco años después ya era palpable evaluar el progreso. Los parqueaderos se llenaban progresivamente con autos de media y alta gama. Varios propietarios empezaron a pintar sus casas para mantenerlas como nuevas. El local de la tienda seguía vacío y algunos emprendimientos en peluquerías también fracasaron. Para cuando terminó el gobierno de Correa ya no había espacio en los parqueaderos del conjunto y algunos autos debían amanecer en la calle.

La apertura de una nueva tienda coincidió con el inicio del gobierno de Lenín Moreno. Fue una tienda bien surtida. La gente entraba a comprar y parecía un negocio en boga. Poco a poco las legumbres y las frutas empezaron a podrirse. La gente también empezó a escasear. Duraría unos seis meses este nuevo emprendimiento hasta que finalmente cerró. Una nueva tienda empezó el mismo proceso y corrió igual suerte. En los parqueaderos los autos empezaron a mostrar el conocido letrero “se vende”; letrero que también empezó a verse en algunas casas. Quizá los que venden sus autos decidieron mejorar su inversión y los que están vendiendo sus casas se estarán mudando a mejores barrios.

Hace unos cuatro meses, o menos, se abrió una nueva tienda y mejor provista que las anteriores. La gente empezó a comprar a diario y, de la misma forma que en las anteriores, en las últimas semanas están volviendo a podrirse las legumbres y las frutas. La gente que va, compra muy poco, “libreado”, como dicen los tenderos. Los fines de semana ya no se ve gente llegar con las compras del supermercado.

El destino de esta tienda posiblemente será el mismo que las anteriores, pero parece que sus dueños han decidido no irse en silencio. En el mostrador aparecieron dos grandes cuadernos llenos de anotaciones: son las deudas. “Gente de no creer”, como dirían las malas lenguas, llegan a fiar y piden discretamente que se les anote en el cuaderno, pero quien está tras el mostrador parece ya no tener paciencia y pide el pago sin ninguna discreción. Las anotaciones son muy gordas y de seguir así la tienda irá a la quiebra, tal como ha sucedido con las dos anteriores; eso lo sabe el tendero, pero las promesas de un pronto pago porque ya hay una oferta de empleo para el deudor lo ablanda nuevamente y se engrosa la deuda. A este ritmo, la tienda solo sobrevivirá un par de meses más, pues los empleos en realidad no están a la vuelta de esquina.

Mientras tanto los parqueaderos están acogiendo otro tipo de autos que reemplazan a los que se vendieron; estos nuevos autos son chinos, quizá con la misma pinta de los anteriores pero a un tercio, o menos, del costo. Los autos vendidos no fueron para mejorar la inversión, sino para sanear deudas y procurar un poco más de sobrevivencia mientras se capea este temporal de vacas flacas, sin que se note mucho el cambio de estatus.

Pero hay otros dos tristes fenómenos que han aparecido. Por una parte, la venta de garaje de ropa y menaje para bebés. Antes se guardaba la ropita de bebé, se guardaba la cuna, la mochila, el corral, el coche y todo lo que se usaba para dar comodidad a un recién nacido. Se lo guardaba para regalarlo a la hermana, la prima, la amiga, la vecina y hasta para la amiga de la amiga que estaba embarazada y próxima a dar a luz. Hoy se lo está vendiendo en el garaje; y no es que la solidaridad haya desparecido: lo que ha desaparecido son los ingresos.

El otro fenómeno es más triste. Los fines de semana, o en las noches, a eso de las ocho, suena el timbre de la puerta. Abro y me encuentro con dos o tres niños y niñas que me ofrecen pasteles de naranja, de maqueño o emparedados de jamón; preguntan por mi perro, sin saber que murió hace un par de años, y me ofrecen pasearlo por un dólar la hora. No son los monitos guayaquileños emprendedores que venden colas en las calles, a los que se refirió Lenín Moreno; tampoco son los hijos o hijas de familias venezolanas que están en las esquinas de los semáforos y a quienes no desea ver la ministra Berenice Cordero. Estas niñas, estos niños, están casa dentro y son las hijas y los hijos de las jóvenes parejas profesionales que empezaron a poblar el barrio. Tiemblo cada vez que suena el timbre en mi casa porque no se cómo calmar esos rostros de desesperanza que aparecen.

Para variar, la administradora del conjunto trata de convencer de que se pinten las casas para que la inversión inmobiliaria no se desvalorice, pero no hay oídos que la escuchen.

Si la clase media sigue cayendo en picada, no será difícil el aparecimiento de un nuevo, o el retorno del viejo, mesías que nos lleve a cualquier parte y nos termine por desaparecer.

*Poeta, periodista y analista en geopolítica; activista de derechos humanos, de los pueblos y la naturaleza. Actualmente es coordinador ejecutivo de Inredh y corresponsal de varias revistas internacionales especializada en derechos y geopolítica.

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