08 de julio 2015
Dos anécdotas me han hecho pensar en la evolución de los hombres de gris. La primera fue un incidente en el túnel Guayasamin que conecta Quito con el Valle de los Chillos, del cual solo se tuvo noticias en mensajes de Twitter y en una que otra página de facebook; y la segunda es la visita del Papa Francisco, televisada en cada momento de este periplo.
Del orgullo al camuflaje y al terror
De niño solía leer una historieta de la independencia del Ecuador, lo publicaba un periódico que no recuerdo, en un suplemento dominical. Era una historia colorida, tanto el ejército independentista como el realista portaban uniformes que representaban su pertenencia: el uniforme era la evidencia de su pertenencia y el orgullo de esa pertenencia.
Luego, al estudiar la historia universal, era frecuente encontrarme con una referencia gráfica a los uniformes de los ejércitos; el cine colaboró con nuestra idea de ejércitos multicolores. En una historia de los pueblos indígenas del norte de América me enteré que algunos de estos pueblos iban a la guerra con sus mejores galas, incluso en algunas ocasiones en que el mal tiempo imperaba, se podía suspender la guerra a fin de no estropear los atuendos con el lodo; debían mancharse de sangre, pero no de lodo.
La poesía épica, tanto de la antigüedad, como en la modernidad, hacen constante relación al vestuario de los soldados, a sus signos y distinciones, a los colores de sus emblemas y a la vistosidad de sus banderas.
Tzvetan Todorov, en su libro “La Conquista de América” (Siglo XXI, Madrid, 1982), relata cómo el líder indígena Moctezuma, preso de Hernán Cortez, no puede escapar de su prisión porque consideraba indigno salir sin sus atuendos, los que dignificaban su presencia. La frustrada fuga de Moctezuma se debió a la evidencia de sus vestiduras. Habría sido más fácil y efectivo escapar sin nada de ello, pero Moctezuma comprendía que la iconografía era parte de su identidad, si fugaba sin ella, no era Moctezuma el que fugaba.
Las guerras se transformaron y llegó el camuflaje como una forma de esconderse, de llegar sin ser visto y escapar de la misma forma. Ahora el camuflaje incluso borra la nacionalidad, pues se oculta la bandera y la identidad. Los uniformes militares ahora son similares; rayas y colores que los ocultan de la vista y que los hacen confundir con el entorno, son uniformes que dan temor. ¿Habrá orgullo en ello?, más aún ahora en donde la guerra se hace a control remoto, desde lugares alejados de los escenarios de conflicto; se mata con bombas anónimas activadas por dedos que apenas se vislumbran entre la penumbra de la tecnología.
La visita del Papa Francisco me ha hecho recordar esta transformación, de la antigua elegancia de las escoltas militares a la presencia gris de los actuales cuerpos secretos, grupos de vigilancia o escoltas de funcionarios.
No sé mucho de los protocolos, pero a simple vista se nota un cambio, pues hasta hace poco estuve acostumbrado a mirar la escolta presidencial con sus uniformes blancos y en sus motocicletas blancas, las mismas que han salido ahora a escoltar al Papa Francisco durante sus recorridos en Quito y Guayaquil. ¿Cuándo se cambiaron a las motos negras y los trajes grises que ahora lucen? Si mal no recuerdo, ese cambio se dio en este gobierno ¿Por qué será?
La orgullosa y blanca escolta presidencial de antaño ha evolucionado –involucionado, diría- a una escolta gris que infunde temor. Antes se salía de casa al oír las sirenas de la escolta presidencial, se quería ver al presidente; ahora es preferible esconderse.
Es cierto que la evolución de los hombres de gris no se ha dado en nuestro país, aquí solo se ha copiado, se ha asimilado los temores al terrorismo y el sabotaje existente en otras latitudes; se ha hecho propio el temor a la reacción popular y se ha preferido mantenerse alejado de la chusma, o alejarla con la presencia de estos hombres grises, cuyos rostros se pretende ocultar tras unas gafas de igual tenor.
Los mandatarios que confían en su pueblo y los mandatarios que aún tienen la confianza de su pueblo, no necesitan de esos hombres que ahuyentan; no necesitan protegerse ante escenarios de terror inexistente. Estos escenarios los fabrican los mandatarios intolerantes y autoritarios, son éstos los que están agradecidos de esta evolución de los hombres de gris, de su presencia como una barrera ante la crítica ciudadana, y, más todavía, ante un buen ademán con el que la población expresa su rechazo a esta clase de mandatarios.
De la bice al todo terreno
Al inicio fue bonito, sorprendente, nos hacía esbozar una sonrisa de satisfacción el ver a decenas de funcionarios gubernamentales llegar a sus instituciones con mochila al hombro y encaramados en bicicletas montañeras, en tanto que los guardias los seguían en sus autos de siempre. Eran los nuevos funcionarios de gobierno, los que parecían pregonar un nuevo estilo de vida, más acorde con la naturaleza y los derechos que se habían consagrado en la nueva constitución.
La mayoría de estos funcionarios atípicos han salido ya de las filas gubernamentales, pero los que han quedado han cambiado su bicicleta por un auto todoterreno, de esos que hacen parecer a sus conductores como hombres, o mujeres, intrépidos, con ganas de llegar a los confines del paisaje. Algunos de ellos aún conservan el pelo largo, ya no como una muestra de una generación inconforme, sino como muestra de una nueva moda, que ya de casual no mantiene nada. Las mochilas también han desaparecido y han dado paso a nuevos maletines, que de casual tampoco tienen nada.
Son estos funcionarios en sus autos todoterrenos, con marcas que suenan a deporte extremo, los que ahora provocan incidentes de tránsito con su prepotencia.
El incidente narrado en las cuentas de Twitter y en Facebook ocurrió durante los días de mayores protestas en Quito; da cuenta de un auto gubernamental que deseaba adelantarse a punta de sirenas en un túnel donde hay espacio para una sola hilera de autos de ida y vuelta, pero la gente no lo dejó; entonces el funcionario debió ordenar que se callen las sirenas y avanzar como el común de los ciudadanos; aquí triunfó la ciudadanía y el sentido común, pero hay otros incidentes en donde la prepotencia del funcionario se impone.
Semanas antes de este incidente en los túneles, me tocó mirar impávido como uno de estos nuevos funcionarios increpaba a un policía municipal de tránsito por haberle puesto una multa de mal estacionado. Esto ocurrió en el parque de Tumbaco; el funcionario en mención hacía gala de su nuevo estatus frente a un joven policía, demasiado joven, pero que defendía la multa impuesta. El funcionario exigía que le dé nombre y cargo, a la vez que le amenazaba con hacerlo botar de la institución. Este policía municipal no se acobardó y pidió refuerzos a sus superiores, pero los refuerzos que llegaron optaron por allanarse a la prepotencia del funcionario.
Escenas de este talante ahora lo vemos a diario en las calles de Quito, autos todoterreno, escoltados por otros autos negros de similares características, transitan sin que para ellos valgan las leyes de tránsito; se escudan tras las motos grises y sirenas estridentes. Para esto sirven los hombres de gris. Cualquier funcionario de medio pelo ahora hace gala de estos privilegios que antes se daba solo a los mandatarios o en momentos de emergencia.
Las caravanas negras han remplazado a las sobrias caravanas de antaño; los grandes autos han reemplazado a las bicicletas, por eso siempre habrá que recordar una publicidad de televisión que muestra a un casi enano que se baja de una camioneta cuatro por cuatro, mientras una voz en off asegura que es mentira que grandes hombres vayan en grandes autos.