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LA FICCIÓN Y LA VIDA. Los traidores: trabajadores, sindicatos, populismos. Por Mario Unda

28 enero 2015

raymundo gleyzerVer la película: http://youtu.be/-gsM7eg3cN0

 

Los traidores es una película de Raymundo Gleyzer, realizada en 1973 y trabajada colectivamente. Gleyzer fue un cineasta y periodista argentino, miembro del grupo “Cine de la base”. La película, una mezcla de documental y ficción basada en hechos reales, narra un trozo de historia del movimiento sindical argentino en el lapso de 1955 y 1973. Es decir, entre, por un lado, el derrocamiento de Perón por un golpe militar apoyado e instigado por las oligarquías, la derecha y la jerarquía de la Iglesia, y, por otro, las vísperas del retorno del caudillo populista para su última presidencia, al término de otra nueva dictadura. Un período caracterizado por Ernesto Laclau como 18 años de una “dictadura institucionalizada”: con gobiernos civiles intercalados entre gobiernos militares, unos y otros caracterizados por la proscripción del peronismo que, al ser de largo el mayor partido de masas de la Argentina (de entonces y de ahora), expresaba también la exclusión política del pueblo, una exclusión política de la que, paradójicamente, el peronismo también fue y sigue siendo una herramienta eficaz.

El personaje central, Barrera, es un trabajador metalúrgico no muy interesado en la organización sindical, pero con un espontáneo sentido de solidaridad y defensa de sus compañeros. Contraponiéndose y enfrentándose a los delegados de los trabajadores que se dejan sobornar por el gerente para ser complacientes con medidas administrativas y de control que afectan a los salarios y a las condiciones de trabajo de los obreros, Barrera va ganando ascendiente entre sus compañeros, gracias a su imagen de incorruptible y de defensor de los suyos, pero hasta entonces siempre como luchador solitario.

Estas circunstancias marcan el momento de la transformación, el punto en que la vida abre a senderos que se bifurcan. ¿Qué rumbo tomar? Su padre, antiguo sindicalista, peronista de base del primer período, luchador contra los “gorilas” que derrocaron a Perón, le sugiere que busque un lugar en la dirigencia sindical: los trabajadores necesitan representantes con integridad, solidarios, que se identifiquen con sus intereses. El dueño de la empresa, en cambio, pretende despedirlo. El gerente ve otra posibilidad: hacer coincidir los intereses de Barrera con los intereses de la empresa.

La posibilidad la presenta la coyuntura política. La próxima salida de la dictadura militar traerá consigo elecciones generales para renovar la representación política, pero también se producirá la renovación de los cuadros dirigenciales de los sindicatos. Se necesitarán, le dice, dirigentes flexibles, capaces de negociar. Una primera prueba es el silencio de Barrera ante la imposición de ritmos de trabajo extenuantes y jornadas extendidas sin el pago de horas extras. Suena poco convincente cuando se lo trata de explicar a su esposa durante la cena hogareña y cierra la discusión de mal modo. Casi insensiblemente se ha convertido en un líder “realista” y ha emprendido un camino sin retorno.

A partir de entonces vemos construirse la carrera de un dirigente sindical que, a cuenta de flexibilidad y realismo, a cuenta de poner en primer plano pequeñas ganancias inmediatas, a cuenta de priorizar la sagacidad táctica, termina abandonando completamente la perspectiva de un cambio social y de la defensa de las condiciones de vida y de trabajo de sus compañeros. Mejor dicho, todos esos altos objetivos se metamorfosean en la meta de su propio ascenso personal y de su conversión en el intermediario que mantiene a los trabajadores organizados gracias a pequeñas concesiones, a veces movilizados, pero siempre sometidos a los intereses de la empresa, incluso cuando organiza una huelga. En ese camino se hace acompañar de antiguos compañeros de lucha, ahora convertidos en incondicionales defensores de su jefe, en choferes, guardaespaldas, muchachos de mandado y alcahuetes de encuentros furtivos. Su llegada al liderazgo de la Unión Obrera Metalúrgica (UOM), uno de los principales sindicatos por rama de la Argentina, le permite ampliar su condición de intermediario a los círculos gubernamentales. Así como mediatiza y atempera la lucha social, hace lo propio con la lucha política. Barrera y los suyos saben o intuyen lo que conviene al empresario y a los gobernantes y actúan ya por impulso propio, sin necesidad de que se lo pidan.

Todo eso permite que el dirigente adquiera prebendas y ventajas, ingresos económicos provenientes de sobornos, chantajes disimulados, apropiación de fondos sindicales, regalos y adulos de los patronos, que se mude de barrio y adquiera una vivienda amplia y elegante y un auto Torino último modelo. Convertido en burócrata sindical, separado del taller por su condición de funcionario, distanciándose a cada paso de los temores y esperanzas de quienes hasta hace poco eran sus iguales, mudando el origen de sus ingresos, la forma de vida de Barrera ya no es la de un trabajador. No come lo mismo, no viste igual, no son similares sus distracciones, su esposa compra otras mercaderías en otros negocios, sus hijos asisten a otras escuelas; sus horizontes apenas se tocan: se ha separado vitalmente de su clase, y sólo continúa ligado a ella en tanto ha de esforzarse por mantenerse como interlocutor válido, única manera de seguir siendo reconocido y festejado por los empresarios, los funcionarios gubernamentales, los políticos.

Pero la presencia de organizaciones y dirigentes sindicales de esa laya genera resistencias. Los trabajadores que se identifican con el sueño imposible del peronismo de base comienzan a articularse con militantes de izquierda radical, obreros unos e intelectuales otros. Incluso algunos de sus antiguos aliados, amigos cercanos de su hora clasista, ya tan lejana, rechazan su dominio. Hasta su padre resiente su transformación, percibe la traición con tristeza, la denuncia y se suma a la organización que busca recobrar el carácter clasista de la acción sindical. ¿Qué hará Barrera? En un sueño, su inconsciente le devela lo ocurrido: un Barrera joven, el trabajador digno que fue, observa con un dejo de pesadumbre y distanciamiento el funeral del burócrata en que se ha convertido: asisten militares, gerentes y empresarios que fingen aflicción y se burlan abiertamente. Despierta empapado en sudor, pero ya no está en condiciones de atender al mensaje. Ya hace rato que la única opción que le nace para mantener su situación de poder es organizar la violencia, golpizas, torturas y asesinatos contra otros trabajadores.

La imaginación sólo puede dirigirse a las mañas y a las triquiñuelas. Barrera organiza su propio secuestro pocos días antes de las elecciones de la UOM, hace acusar a sus opositores y descansa plácidamente con su amante en una casa de campo mientras su patota y la policía desatan una cacería contra aquellos a quienes ha hecho acusar.El truco resulta eficaz. Afectada emocionalmente por lo que cree un secuestro verdadero, la masa de trabajadores metalúrgicos renueva el mandato del dirigente. Pero el festejo triunfal se convierte en tragedia: un comando guerrillero mata a Barrera.

No obstante, cuando se trata de la lucha de clases, el terrorismo individual no es una salida, por más justiciero que sea.

Hemos visto no sólo la historia de Barrera, la trayectoria de un individuo: presenciamos la formación de una casta burocrática que termina convertida en un obstáculo para la defensa de los intereses de los trabajadores; en un momento dado, incluso para la defensa de los intereses más pequeños, más inmediatos. Una casta que, con el pretexto de defender a los más, sacrifica a cada uno. Es también la historia de la lucha interna en el peronismo, la lucha de la represión del peronismo clasista, de base, por el peronismo asimilado a las lógicas del control burocrático y de la mediación con los dueños del poder y del dinero a cambio de ventajas personales. De los antiguos luchadores que se han convertido en obsecuentes servidores del capital y del poder político. La lucha por la dignidad de todos se ha convertido en un triste arribismo orientado sólo por el interés particular y por las necesidades de reproducción de una camarilla. Pero individuos y camarillas son parte y expresión de un fenómeno social y político. “¡Hay peronistas y peronistas!”, grita en un mitin sindical, un golpe de efecto que muestra y exalta la ruptura que se ha producido en el pueblo y al interior mismo del movimiento que pretendía representar sus esperanzas de justicia.

 

La historia real siguió con la muerte de Perón, tras menos de un año de iniciado su último período presidencial, y el ascenso al gobierno de su esposa y vicepresidenta, Isabel Perón; bajo su mirada y complacencia el ministro López Rega organizó la Alianza Anticomunista Argentina y dio inicio al genocidio, de la mano de sectores fascistoides de la policía y de las fuerzas armadas. Todo como parte de un guión que llevó a otro golpe militar. La nueva dictadura inauguró el período genocida más brutal de la historia argentina contemporánea. Raymundo Gleyzer fue uno de los más de 30.000 desparecidos; tenía por entonces 35 años, y su madre se convirtió en madre de la Plaza de Mayo junto a cientos de valerosas mujeres. Las lecciones éticas de compromiso se trasladaron de la pantalla a la sociedad; rebasaron la película: se instalaron en la vida real y saltaron de los actores y de los realizadores a la gente común.

 

Referencias

Néstor Kohan: «Raymundo Gleyzer empujando contra el viento»; publicado inicialmente en Rebelión (www.rebelion.org); en: http://marxismocritico.com/2012/05/27/los-traidores/, consultado el 23 de enero de 2015.

Ernesto Laclau: Los fundamentos retóricos de la vida social, Fondo de Cultura Económica, Buenos Aires, 2014.

Mariano Mestman, «Mundo del trabajo, representación gremial e identidad obrera en Los traidores (1973)», Nuevo Mundo Mundos Nuevos [En línea], Débats, puesto en línea el 11 de diciembre de 2008, consultado el 23 de enero de 2015. URL : http://nuevomundo.revues.org/44963 ; DOI : 10.4000/nuevomundo.44963.

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