26 de Septiembre 2015
Uribe puede rectificar. Puede empezar a comprender que las cosas han cambiado. Lo puede hacer sin pagar costos altos ante sus seguidores.
Dijo Uribe en su cuenta de Twitter:
“Deplorable que el secretario de Estado John Kerry aplauda un acuerdo de impunidad a FARC que nunca lo aceptarían con Al Qaeda”. Respondía a la declaración del jefe de la diplomacia norteamericana, quien calificaba el pacto sobre justicia entre las FARC y el gobierno como “un avance histórico hacia un acuerdo final de paz para acabar con más de 50 años de conflicto”.
Encerrado en sus odios, en sus venganzas, en sus miedos, el expresidente no ha podido entender que la política de Estados Unidos hacia América Latina está cambiando. Le oí decir a Bernard Aronson, delegado del presidente Obama para las negociaciones de paz de Colombia, que el gobierno norteamericano no ponía las diferencias ideológicas como un obstáculo insalvable para las relaciones con gobiernos o fuerzas políticas, que había desechado la enemistad ideológica como fundamento de su política exterior, que respetaba las decisiones democráticas de la región.
Esa afirmación me permitió entender el fondo de la nueva actitud frente a Cuba y el respeto o la distensión que ha mostrado frente al ascenso de gobiernos de izquierda en toda América Latina. Nidia Díaz, una exguerrillera de El Salvador, ahora diputada del Frente Farabundo Martí para la Liberación, contaba hace poco en un foro, que Estados Unidos fue clave en la legitimación del primer triunfo presidencial del Frente. Mauricio Funes había ganado las elecciones por escasos 6.000 votos y la derecha salvadoreña quería impugnar el resultado y recibió un no rotundo de la comunidad internacional especialmente del Departamento de Estado de Estados Unidos. Quizás esto sea temporal, quizás sea limitado, quizás sea apenas la brisa fresca de Obama al final de su mandato, pero son señales que no se pueden ignorar a la hora de tomar decisiones políticas.
El cambio ha sido recíproco. También los gobiernos de izquierda de la región, algunos de ellos encabezados por antiguos jefes guerrilleros, han doblado la página de la enemistad irreconciliable con Estados Unidos girando hacia una política de autonomía y concertación, de cooperación en medio de las diferencias. El realismo se ha tomado las relaciones de lado y lado.
Bajo esa luz el gobierno de Obama ha estado metido de pies y cabeza en las negociaciones de paz de Colombia y Uribe, que conoce desde el principio esta realidad, se ha dejado ganar por la intemperancia y no ha dado su brazo a torcer. Le ha ganado el odio. Lo ha cegado el odio. Algo muy extraño en un político calculador y pragmático.
No ha podido ver los cambios en la política norteamericana y menos ha visto los cambios de las guerrillas colombianas. Por eso se ha equivocado de cabo a rabo. Pensó que las conversaciones de La Habana fracasarían, que las FARC no tenían ninguna voluntad de dejar las armas, que simplemente le estaban tendiendo una trampa a Santos. El tiempo le ha mostrado su error.
Entonces ha cambiado el discurso. Ha planteado que quizá las FARC sí vengan a la vida civil, pero bajo la sombra de una impunidad total. Tampoco esto le está resultando. Las FARC han aceptado concurrir a tribunales de justicia, aceptar responsabilidades, asumir penas, participar de la reparación y acatar la restricción de la libertad en ese proceso de justicia. Eso tiene un enorme significado, porque la guerrilla había llegado a la Mesa con la ilusión de una amnistía y un indulto incondicional.
No pudo ver el viraje de las guerrillas. Ellas, a diferencia, comprendieron que la solución militar es un imposible, comprendieron los cambios en Estados Unidos, se percataron de que la lucha democrática podría proporcionarles las victorias que la guerra les había negado y entendieron también que en el mundo de hoy es imposible pasar del monte a la política sin hacer una escala en la justicia. Decidieron aceptar unos cambios mínimos con la ilusión de que la democracia les dé la oportunidad de luchar por sus ideas más radicales.
Uribe está en una hora definitiva. Puede rectificar. Puede empezar a comprender que las cosas han cambiado. Puede quitarse la venda que ha tenido sobre sus ojos en los últimos años. Lo puede hacer sin pagar costos muy altos ante sus seguidores. Debe saber que la mayoría de sus partidarios tiene una fe ciega en sus decisiones, debe saber que tiene capturado el corazón de mucha gente y esa gente lo sigue a donde vaya.
No puedo ocultar que un viraje de Uribe sería transcendental para la reconciliación del país. También un cambio de actitud del procurador Alejandro Ordóñez. Como están las cosas, ellos dos no son imprescindibles para la firma del acuerdo de paz. Pero, sin duda, son decisivos para acelerar la reconciliación del país y la normalización de la democracia. Sin ellos el posconflicto será difícil y prolongado.
Fuente: http://www.semana.com/opinion/articulo/leon-valencia-la-hora-definitiva-de-uribe/443846-3
Foto: AP: Fernando Vergara