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sábado, noviembre 23, 2024

La importancia de la crítica y la autocrítica

Por Jorge Oviedo Rueda*

Todavía la humanidad no ha inventado otra forma de dirigir sus destinos que no sea la de la confianza en sus líderes, o, dicho de otra forma, la necesidad de los líderes no ha podido ser eliminada. Esta es una verdad histórica inobjetable. Desde las sociedades primitivas, hasta las contemporáneas, el líder ha sido un factor preponderante de su cohesión y desarrollo.

Pero si nos fijamos en el significado de la palabra líder veremos que está ligado de forma indisoluble a otro concepto que es el de colectividad. Se es líder porque se dirige una colectividad y, cuando hablamos de líder político, nos estamos refiriendo a un conductor de masas. Los césares, los emperadores, los reyes, los gobernantes de la democracia liberal, los dictadores y los conductores de las revoluciones insurgentes han sido líderes, líderes de sus pueblos. La Historia tiene una galería inmensa de líderes, buenos, malos y regulares.

Si se tiene una visión superficial de la política se puede llegar a creer que son los líderes los que “hacen la Historia”. Aparentemente es así. Reyes sabios como Salomón o tiránicos como Enrique VIII de Inglaterra pueden abonar esa tesis o figuras autocráticas y tiránicas como la de Adolfo Hitler o de José Stalin; pero basta preguntarnos qué hubiese sido de todas esas figuras históricas si no hubiesen estado respaldadas por los pueblos a los que conducían, para comprender que la Historia no la hacen los líderes, sino las masas a las que conducen. Los líderes son los guías, las masas son el motor de la Historia.

En la historia republicana del Ecuador esta verdad siempre se ha cumplido. Las masas han empujado la historia, los líderes las han conducido. Desde el proceso de independencia con Bolívar a la cabeza. Todo jalón histórico ha tenido al pueblo como protagonista. Después de Bolívar y Sucre tuvimos a Alfaro. Blancos, negros y mestizos apoyaron la gesta libertaria, montuvios y jornaleros serranos libres empujaron la revolución liberal de 1895. En el siglo XX las masas urbanas semiproletarias auparon cinco veces a un caudillo como Velasco Ibarra y, después de la restauración democrática de 1979, el pueblo ecuatoriano, por medio del voto, ha nombrado a sus presidentes.

¿Por qué, entonces, si las masas han estado presentes en el accionar político de la nación, nunca se han cumplido sus aspiraciones y hasta el presente viven en la miseria y la ignorancia? Porque los líderes republicanos aprendieron que el negocio de la política era hablar a nombre del pueblo y hacer, desde el poder, lo que les conviene a las clases dominantes, quiere decir que han representado sus intereses y no los de las masas. Cuando en la Historia se ha roto esa ecuación, las masas han sido beneficiadas y la nación ha dado un paso adelante en su desarrollo.

Dos grandes momentos de coincidencia entre los intereses de las masas y los de sus líderes se han dado en la historia ecuatoriana: La gran Revolución liberal y su líder Eloy Alfaro y la llamada Revolución Ciudadana y su líder Rafael Correa Delgado. Todo lo demás, desde la fundación de la república hasta nuestros días, ha sido una disfunción entre las aspiraciones de las grandes mayorías y los intereses de clase de sus conductores.

“Los líderes son los guías, las masas son el motor de la Historia”.

La gesta liberal de 1895 terminó con el crimen y arrastramiento en las calles de Quito de su líder. Fue la plutocracia liberal, traicionera a los ideales del liberalismo machetero de Alfaro, la que se adueñó del poder después de su muerte. A lo largo del proceso liberal, Alfaro conoció hombres leales y traicioneros, así como aduladores y oportunistas y también liberales críticos con el proceso que estaban impulsando. Una de esas voces fue la de José Peralta que, siendo ideólogo del liberalismo, siempre fue crítico de la acción práctica de sus dirigentes e, inclusive, del propio Eloy Alfaro. Recuérdese la oposición radical de Peralta al propio gobierno de Alfaro que, en la Constituyente de 1897, se opuso porque “transaba con los tradicionalistas y no se atrevía a tomar decisiones que cambiaran la faz del país” Esa Constitución, dice Peralta, “no llenaba las aspiraciones de los verdaderos liberales que habíamos luchado tanto tiempo por un cambio revolucionario”. Alfaro tenía sus razones, pero nunca dejó de escuchar la voz de Peralta porque estaba cargada con la razón histórica del liberalismo que, en ese tiempo, era la voz de la libertad. Se dice que Alfaro fue un caudillo, probablemente es así, pero nunca porque impuso “su” verdad, sino porque supo ir con el curso de la historia. La crítica de sus enemigos era purulenta y destructiva, la de sus coidearios, diáfana y constructiva. A la de los enemigos hay que combatirla, a la de los amigos, escucharla y tamizarla. Siempre puede ser un jalón más de superación.

El liderazgo de la Revolución Ciudadana

Siempre que la derecha, por medio de sus líderes y de la prensa “libre e independiente”, acusaban a Rafael Correa de autoritarismo yo esbozaba una sonrisa y batía palmas para un líder que, como ningún otro jamás en el Ecuador, se atrevió a hablarle de igual a igual a la oligarquía. Por Correa el pueblo ecuatoriano llegó a saber que las élites estaban cargadas de privilegios y que toda la decencia que mostraban en la fachada no era sino la vitrina de una extrema podredumbre. Llegó a saber de su deshonestidad, de su desprecio por el pueblo, de su racismo, de sus riquezas desproporcionadas, de sus lujos, de sus ventajas. Su mérito estuvo siempre en la denuncia, aunque en la realización práctica de su gestión política deja mucho que desear. El proyecto de la Revolución Ciudadana tuvo el acierto de sintonizar los afanes históricos de cambio que el pueblo ecuatoriano ha tenido desde épocas coloniales. Cambios verdaderos, raigales y “revolucionarios” como Peralta reclamaba en su época.

Que un proyecto político se haya cimentado en la promesa de cambio desde la izquierda, era algo que generaba expectativas. Nunca antes en la historia había sucedido. Los sectores populares se llenaron de esperanzas y la derecha tradicional de temores. Recuerdo que un estudiante de la San Francisco, a comienzos del proceso, me consultó asustado si era cierto que Correa le iba a quitar la casa y los carros a su familia. Una propuesta política como la de la revolución ciudadana suponía un liderazgo firme para resistir la ofensiva de la derecha y para corregir, sobre la marcha, los errores que se iban a cometer. Un liderazgo suave hacia adentro y duro hacia afuera.

¿Pero qué pasaba al interior de la Revolución Ciudadana? Antes que nada, no había críticos. La izquierda “boba” se metió en Alianza País con el complejo histórico de haber cambiado sus ideales de izquierda por los postulados socialdemócratas del proyecto correísta. El Partido Socialista, el comunismo, el MPD, Alfaro Vive y otras hierbas se allanaron al liderazgo de Correa de forma acrítica, sin ninguna capacidad de reacción, prefiriendo el mullido sillón de la burocracia estatal al azaroso destino de la pelea revolucionaria, con lo cual se anularon, no sólo mientras duró el proceso, sino para toda la vida. Hoy sabemos que esa izquierda boba está enterrada y que sólo ciertos cadáveres políticos como el de Ayala Mora tratan de levantarse del basurero de la historia.

También hubo otra crítica, la de sus compañeros de proyecto, cuya figura simbólica es la de Alberto Acosta. ¿Qué quería este sector? Le reclamaban a Correa ser más prudente en sus relaciones con la oligarquía, ser menos autoritario y mayor laxitud en su papel de líder. Correa era demasiado precipitado e imprudente para su gusto, debía gobernar más ceñido a las normas constitucionales aprobadas en el 2008 en Montecristi. Variación substancial en las líneas programáticas iniciales en cuanto a lo económico y social, no hubo. Era, más para ellos, una cuestión de estilo. Correa les pasó por arriba una aplanadora y, desde entonces, no han vuelto a alzar cabeza políticamente hablando.

Una crítica que podríamos llamar institucional también existió. Estuvo representada en el neo keynesianismo de economistas como Leonardo Valencia que unieron a sus tesis económicas una carga importante de moral y ética, Correa los ignoró. Nadie iba a cambiar su heterodoxia económica que, con altos precios del petróleo, le estaba dando tantos éxitos.

En resumidas cuentas, la crítica interna en la Revolución Ciudadana no fue una práctica constante y sistemática como en todo proceso que se dice revolucionario se entiende debe ser. Prevaleció la fuerza del líder, su personalismo que, como todo caudillismo, terminó prestando oídos sólo a las voces empalagosas del adulo y la alabanza personal.

La necesidad de separar el grano de la paja

Las específicas condiciones de la política actual en el Ecuador nos hacen prever que en el 2021 puede volver a triunfar la opción correísta. Así nos indica el creciente desprestigio del neoliberalismo morenista apoyado por las élites, su total incapacidad ejecutiva traducida en la alarmante paralización de la obra pública, en un larvado proceso de corrupción generalizado y en el desprestigio total de todas las funciones del Estado. El descontento de las mayorías crece diariamente y cada vez la idea de que con Correa estábamos mejor se disemina como una marea vertiginosa en la conciencia de los electores. Mientras avanza el tiempo cada vez es más feo el rostro del gobierno morenista y cada vez toma más fuerza la idea de un regreso del correísmo, con o sin Correa. Esta tendencia sólo puede ser truncada si no se tiene la suficiente inteligencia para consolidar una alianza de las fuerzas políticas que vayan de la izquierda posible (el correísmo) hacia el centro, pasando por el movimiento indígena-popular y las fuerzas de la izquierda revolucionaria que no arrastran el pecado original de la socialdemocracia y el oportunismo.

La real posibilidad de triunfar en el 2021 nos obliga a separar el grano de la paja en la crítica constructiva dentro de la tendencia, una crítica que a estas alturas sólo puede venir de la izquierda revolucionaria. Una permanencia en el tiempo del progresismo sin dirección revolucionaria sólo serviría para el reacomodamiento del capitalismo interno y corporativo internacional lo cual sería la tumba de la opción revolucionaria. Lo correcto sería aprovechar la fuerza con la que viene el progresismo para dar otra vuelta de tuerca hacia la izquierda. El progresismo con dirección revolucionaria es el camino.

Esta consideración no se hizo en la primera etapa del proceso, no sólo porque el proyecto careció de un sector revolucionario que empujara esta concepción, sino porque su líder no dio muestras de que este tema estuviera incorporado a sus concepciones. Esto es grano, no paja y debe discutirse como parte de la formación política de las bases de la Revolución Ciudadana si se quiere avanzar.

La necesidad de contar con filtros que permitieran la selección de cuadros ideológicamente formados para apuntalar el proceso, es otra deficiencia que Rafael Correa nunca quiso reconocer. En el fondo está la construcción de una estructura partidaria que provea de los cuadros necesarios para la marcha del Estado. Una revolución es el acto consciente de un grupo de seres humanos y no admite equivocaciones garrafales como las que tuvo Alianza País. Esto también es grano, no paja, porque de esto depende no sólo que se sostenga el proceso, sino que sirve para la promoción de líderes y cuadros que representen a la revolución. Al cabo de diez años, no hay en el horizonte otra figura descollante que la de Rafael Correa. Nadie puede atreverse a defender el caudillismo porque sus resultados son evidentes. Haber puesto la revolución en manos de un incapaz política e ideológicamente fue un craso error.

“La necesidad de contar con filtros que permitieran la selección de cuadros ideológicamente formados para apuntalar el proceso, es otra deficiencia que Rafael Correa nunca quiso reconocer”.

Es correcto reivindicar la obra material de la Revolución Ciudadana, pero no se la puede magnificar como un logro acabado y definitivo. Toda la infraestructura construida es apenas un pequeño porcentaje de lo que realmente necesita el Ecuador. La labor permanente en el campo de lo material debió servir como una fuente constante de trabajo y empleo para amplios sectores de ecuatorianos. El correísmo dejó a medio hacer esta labor y si bien es cierto que las políticas de Estado son permanentes en el tiempo, se debió calar tan hondo que debieron hacerse irreversibles los procesos. Esto también es grano.

Sólo se barnizó la educación sin haberse llegado a plantear cambios en sus fines y contenidos. Discutir la necesidad de unificar la educación a nivel nacional, sin mantener los privilegios de la educación particular de élite, fue un tema sobre el cual el líder de la Revolución Ciudadana nunca quiso pronunciarse.

La Reforma Agraria, la reforma urbana, el cambio de la matriz productiva priorizando el campo y la agro industria fueron temas que quedaron en suspenso y que deben ser considerados si se quiere de verdad un cambio en nuestra patria. Todo esto es grano y mucho más que debe ser discutido en todas las instancias del progresismo ecuatoriano.

La paja del proceso es lo que se desprende al soplar este grano. La falta de consistencia ideológica de una enorme mayoría de los colaboradores de la revolución ciudadana, por ejemplo. ¿Y qué esperábamos? Rafael Correa fue un mago que levantó el proyecto con cuatro amigos sin tener conciencia que para manejar el Estado ecuatoriano se necesitaban más de cinco mil cuadros ideológica y profesionalmente formados en todas las ramas de la ciencia y la administración, lo que le obligó a gobernar con los mismos cuadros de la partidocracia.

Que se relegó a las bases porque prevalecía una concepción pequeño burguesa de la política, también es en cierta forma paja, porque los procesos verdaderamente populares son, en esencia, revolucionarios y Rafael Correa no es un líder revolucionario. Sus límites ideológicos son los del progresismo lo que no quita que, empujado por las masas, pueda devenir en uno, cosa que es perfectamente posible.

Que Correa era autoritario y mandón, también es paja echada a volar por las élites. Lo que no pudimos comprobar los ecuatorianos fue si ante un proceso de radicalización revolucionaria Correa hubiera sostenido las riendas de igual manera que lo hicieron líderes latinoamericanos como Allende, Chávez o Fidel Castro, porque en una revolución verdadera se triunfa o se muere. Si de revolución se habla, hay que ir hasta las últimas consecuencias.

Paja es seguir discutiendo la traición de Moreno porque a estas alturas ya todo es evidente. Hacerle el juego a la derecha es sostener que Moreno es lo mismo que Correa. Moreno es una relegada ficha del neoliberalismo mundial, Correa un líder progresista opuesto a esos intereses.

Paja es repetir el discurso purulento de la corrupción del régimen correísta cuando el gobierno de Moreno se entregó a las mafias de la partidocracia en plena pandemia del coronavirus. ¿Puede algo ser más sucio y corrompido?

Por todo esto y mucho más la tendencia progresista volverá a ganar en el 2021. Lo preocupante es que, a estas alturas, casi a las puertas de las elecciones, nadie en el correísmo ha sacudido la mata de los errores cometidos con una profunda autocrítica. Si a estas alturas y frente a un posible nuevo triunfo del progresismo -con Correa o sin Correa-, seguimos cerrando los ojos ante los errores cometidos, perderemos toda esperanza y veremos atónitos como la derecha volverá al poder para seguir girando en el eterno circulo de latrocinio y corrupción. Ciudadanos como Marco Aníbal Navas Leiva y agrupaciones como Ñukanchik Socialismo veremos espantados como la rueda de la Historia gira hacia atrás, sabiendo que en nuestras mochilas cargamos toda la razón.

“Casi a las puertas de las elecciones, nadie en el correísmo ha sacudido la mata de los errores cometidos con una profunda autocrítica”.


*Jorge Oviedo Rueda, Escritor. Me gusta hablar y escribir de frente. Amo la Historia y estudio la economía.

 

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