Tomado de Marxismo Crítico
Abril 06 de 2017
La renovación no vendrá del Partido Socialista, según el historiador de las ideas Enzo Traverso. Para reinventarse, la izquierda debe sacar fuerzas de una de sus dimensiones fundamentales: la energía de la melancolía. Las nuevas derechas que, ellas sí, saben ganar, evolucionan hacia un movimiento “post-fascista”. ¿Como Trump?
Uno tras otro, Enzo Traverso, publica dos libros que él mismo considera partes de un díptico. En Les nouveaux visages du fascisme (de próxima aparición, Ed. Textuel), el historiador de las ideas define el concepto de “post-fascismo” para revelar la naturaleza cambiante de las nuevas corrientes populistas y xenófobas, de Trump a Le Pen. En Mélancolie de gauche, la force d’une tradition cachée (publicado en noviembre, Ed. La Découverte), Traverso explica porqué la izquierda debería sacar fuerzas de su melancolía inherente, una fuerza para reinventarse. Nacido en Italia, ex-universitario francés, antiguo militante de extrema izquierda, hoy profesor en la Universidad de Cornell en los Estados Unidos, Enzo Traverso sitúa las pasiones políticas francesas -de la reconstrucción de la izquierda a la tentación populista- en el corazón del debate internacional.
¿Cómo analiza las primarias de la izquierda en Francia?
No creo que la renovación de la izquierda francesa venga del Partido Socialista. Lo hemos visto con la emergencia de Jeremy Corbyn o de Bernie Sanders. Los movimientos exteriores a los órganos políticos tradicionales no han hecho más que utilizar a los partidos. En los EEUU, un movimiento, encarnado sobre todo por Occupy Wall Street, se ha aprovechado de las primarias demócratas para influir en la escena política votando por Sanders… pero no necesariamente por Hillary Clinton frente a Donald Trump unos meses más tarde. En Gran Bretaña, Corbyn ha sabido aglutinar a una masa de jóvenes que se han afiliado al Labour para poder elegirlo en cabeza… sin hacerse ninguna ilusión sobre el partido. Esta es una de las características de los nuevos movimientos de izquierda: no creen en los partidos pero los “utilizan”.
Sanders y Corbyn han representado una dinámica nacida en el exterior de sus partidos. No veo nada comparable en el Partido Socialista francés.
La victoria probable de Benoît Hamon en las primarias del partido expresan el descontento existente en su seno; es el reflejo de una mutación en los equilibrios internos, no el signo de una renovación. Si Hamon acaba siendo candidato, quedará atrapado entre el neoliberalismo defendido por Macron y el antiliberalismo de Mélenchon, más creíble en su posición a la izquierda de Hollande.
¿Servirá esto para crear una alternativa? ¿Hay algo que esperar de la izquierda?
En Europa, como en los EEUU, la izquierda está confrontada a una mutación histórica. El ciclo iniciado con la revolución rusa finalizó en 1989 y los efectos de este agotamiento aparecen en la actualidad. La izquierda se enfrenta a un mundo totalmente nuevo con herramientas heredadas del siglo XX. El modelo de la revolución rusa, que ha dominado el siglo pasado, ha dejado de ser operativo. La socialdemocracia, por su parte, no hace más que gestionar la regresión social. El hundimiento del comunismo ha paralizado el proceso de transmisión de la memoria de la izquierda y su cultura ha entrado en crisis. No solo los nuevos movimientos como Podemos, Syriza, los Indignados, Occupy Wall Street o Nuit Debout han surgido en un mundo sin “horizonte de expectativas”, tomando la expresión del historiador Reinhart Koselleck, y son incapaces de proyectarse hacia el futuro, además, se encuentran cada vez más huérfanos, no pueden inscribirse en una continuidad histórica.
1989 habría barrido la memoria de la revolución rusa, pero también la de otros modelos posibles como la Comuna de París, la Guerra Civil Española…
Durante un corto periodo de tiempo, el fin del socialismo real generó la ilusión de una liberación para la izquierda. Creímos brevemente que nos librábamos de una hipoteca y que un socialismo diferente iba a ser posible. En realidad, el naufragio del comunismo soviético se llevó con él toda una serie de otras corrientes heréticas: antiestalinistas, libertarias… La historia del comunismo se encuentra reducida a su dimensión totalitaria.
La “cultura de izquierda ha sido pura y simplemente rechazada”, escribe usted…
La izquierda no ha sabido reinventarse. No obstante, empezamos a enfocar ciertos elementos del pasado con otra mirada. Usted citaba la Comuna de París. Durante un siglo la Comuna ha sido iconizada como la primera etapa de un movimiento que conducía a las revoluciones rusa, después china, después cubana… Hoy la descubrimos bajo otra luz: la Comuna es una historia de autogobierno que se presenta finalmente cercana a los movimientos de izquierda actuales. Los comuneros no eran obreros de Billancourt sino trabajadores precarios, artesanos, subalternos, entre los cuales había muchos artistas e intelectuales bohemios. Un perfil sociológico heterogéneo parecido a la pulverización social de los jóvenes movilizados hoy en día.
Pero la Comuna sigue siendo una derrota. ¿La izquierda podrá alguna vez aspirar a otra cosa que a los fracasos?
¡La izquierda es una historia de derrotas! E incluso cuando los revolucionarios han conseguido el poder, las cosas han acabado mal… Esta es la razón por la cual la melancolía es una dimensión fundamental de la cultura de la izquierda. Esta dimensión ha sido largamente rechazada prefiriendo una visión dialéctica de la historia: las derrotas, por más dolorosas que fueran, no cuestionaban nunca la idea que el socialismo era el horizonte inevitable. La historia nos pertenecía. Esto permitía superar las derrotas. Estas fuentes están hoy agotadas y la melancolía de izquierda vuelve a brotar a la vista de todos. Esta tradición escondida ya se encontraba en las memorias de Louise Michel, en los textos de Rosa Luxemburg, la víspera de su asesinato, o en el Entierro en Ornans de Gustave Coubet, extraordinaria alegoría de los funerales de la revolución de 1848. Una melancolía consoladora, inseparable de la esperanza, que podía incluso reforzar sus convicciones.
¿En qué puede ser inspiradora esta melancolía y no solo una fuente de resignación?
Existe una visión freudiana de la melancolía que tendemos a simplificar según la cual se trataría de un duelo patológico, de la incapacidad de separarse del objeto querido y perdido, un obstáculo que nos dificulta seguir adelante. Contrariamente a ello, pienso que la melancolía puede ser una forma de resistencia, nutrida por una sensibilidad reflexiva. Para Koselleck, la historia escrita por los vencidos es una historia crítica, al contrario de la historia apologética de los vencedores. La melancolía es un recurso para saber, conocer e intervenir en el presente. En la izquierda existe a menudo la tendencia a considerar que “hace falta recomenzar todo de nuevo”. Esta ausencia de memoria fragiliza. Una cosa es inventar el socialismo del siglo XIX. Algo muy diferente es reinventarlo a principios del XXI, como si no hubiera pasado nada.
Y los nuevos movimientos no consiguen converger.
En otro tiempo, eran los aparatos políticos los que hacían la unión. En 1968, la convergencia es objetiva entre las barricadas de París, la primavera de Praga y la ofensiva del Têt en Vietnam sin que los actores de estos movimientos tengan ninguna experiencia de diálogo entre ellos. Actualmente, los activistas de El Cairo, Estambul y Nueva York pueden compartir y además lo hacen espontáneamente. Pero existe tal diferencia cultural… En lo años 60, un pensamiento crítico común alimentaba los combates sociales. Los escritos de Sartre se leían en Asia o África. Hoy en día, los nombres de las grandes figuras críticas del poscolonialismo, por ejemplo, no dicen nada a los actores de las primaveras árabes. Reinventar el tejido global de una cultura alternativa no es tarea sencilla.
Los partidos de extrema derecha saben ganar. Usted los reagrupa bajo el nombre de “post-fascismo”. ¿Por qué?
El concepto de “post-fascismo” pretende mostrar que se trata de un proceso de transición. Nos ayuda a entender las nuevas derechas contemporáneas, que son un fenómeno cambiante, heterogéneo, en plena mutación. Algunas de ellas provienen del neofascismo, como Jobbik en Hungría o Alba Dorada en Grecia. Otras, como el Frente Nacional, han iniciado una metamorfosis. La mayoría de estos partidos tienen una matriz histórica fascista. En mi opinión este es el caso del FN en sus orígenes. Sin embargo, al FN actual no lo podemos tachar de fascista: la retórica de su líder se ha vuelto republicana. En cuanto a Trump, es un líder post-fascista sin fascismo. Es el retrato típico, ideal, de la personalidad autoritaria, tal como la definió Adorno en 1950. Varias de sus declaraciones públicas recuerdan incluso el antisemitismo fascista: las virtudes de un pueblo enraizado en su territorio contra las élites urbanas, desarraigadas, intelectuales, cosmopolitas y judías (las finanzas de Wall Street, los medios de comunicación de Nueva York, los políticos corruptos de Washington). Pero su programa está lejos del estatismo y expansionismo de los partidos de extrema derecha de los años 30. Y sobre todo, detrás suyo, no hay un movimiento fascista.
¿Por qué no hablar de movimientos populistas?
Desconfío mucho de la noción de “populismo” -que sería una forma de antipolítica- porque reúne, en el uso que se hace de ella, ideologías políticas a las antípodas unas de otras. Para la mayoría de comentaristas, el populismo es el Movimiento Cinco Estrellas de Bepe Grillo y la Liga Norte, Marine Le Pen y Jean Luc Mélenchon, Trump y Sanders.
El movimiento Podemos reivindica la palabra “populismo”…
En los países hispanohablantes, el “populismo” impregna la historia de la izquierda latinoamericana. Toma un sentido diferente: reintegrar las clases sociales populares en un sistema político que las excluye. Para Podemos, el populismo permitiría superar la caduca división derecha-izquierda. En el resto de Europa, este término no se puede usar del mismo modo. El populismo de los movimientos post-fascistas pretende unir el pueblo contra las élites pero por la vía de la exclusión de las minorías procedentes de la inmigración. Congregar el pueblo excluyendo a una parte del mismo.
¿El término “populismo” dice más de quien lo pronuncia que a quien designa?
Es una artimaña que persigue vaciar cualquier interrogante sobre las causas del “populismo”. ¿Por qué los movimientos que utilizan la demagogia y la mentira se encuentran en plena expansión? Porque ocupan un vacío creado por los que están en el poder. El rechazo de la política surgió a final del siglo XX cuando se vació de su sustancia ideológica para convertirse en una pura y simple gestión del poder. Cuando la política se reduce a la “impolítica”. Estos últimos años, todos los países de Europa occidental han visto alternar diversas fuerzas políticas sin poder distinguir bien las diferencias en términos de política económica, por ejemplo. Esta concepción de la política no puede más que suscitar el rechazo y, en ausencia de “horizontes de expectativas” y de utopías de izquierda, los partidos post-fascistas son quienes ocupan la vacante. Tienen una larga experiencia de rechazo de las instituciones!
Usted escribe que en los discursos post-fascistas “la identidad nacional” ha sustituido a la “nación”.
La nación es una forma históricamente caducada, todo el mundo puede hoy experimentar un mundo global. En la época del fascismo, el nacionalismo era agresivo, pasaba por el expansionismo militar y las conquistas territoriales y coloniales. Las derechas radicales actuales reconocen implícitamente el arcaísmo de estos discursos. Su xenofobia se centra en las minorías de origen post-colonial, no de otras naciones. Todas admiten también que no volveremos al Estado-nación tal como existió en el pasado. En el plano retórico, la nación es en adelante reformulada como “identidad nacional”.
Una de las particularidades del post-fascismo es, según su planteamiento, que no conocemos su desenlace.
El post-fascismo tiene un contenido ideológico fluctuante, inestable, a veces contradictorio… todavía no se ha cristalizado. El Frente Nacional busca actualmente presentarse como una alternativa política “normal” antes que presentarse como una fuerza subversiva. Pero si mañana la Unión Europea se hunde, una crisis económica se encadena a escala continental, en un clima de profunda inestabilidad política, los partidos post-fascistas como el FN podrían radicalizarse, llegando a adoptar rasgos del neofascismo.
*Entrevista realizada para Libération. Traducción para Marxismo Crítico de Ivan Gordillo
https://noaladomesticacionguayaquil.com/2016/12/27/un-relato-fallido-by-thelonelywlker/