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viernes, noviembre 22, 2024

LA IZQUIERDA Y FUKUYAMA. Por Juan Cuvi*

Al paso que va la política ecuatoriana, vamos a terminar suscribiendo las tesis de Francis Fukuyama. Obviamente, aplicándoles algunas adecuaciones criollas. Si Fukuyama sostiene que la democracia liberal y el capitalismo son la culminación gloriosa de la evolución de la humanidad, nosotros podríamos sostener que la democracia informal es el pináculo de nuestra política.

Es decir, una democracia sin formas definidas donde la identidad política y las ideologías se montan y se mezclan al capricho de los interesados. Y donde, evidentemente, se producen los hechos más inauditos.

¿Quién en sus cabales habría imaginado que un gobierno que se atribuye raíces de izquierda terminaría aplicando un gasolinazo al más puro estilo neoliberal? ¿O que dos conspicuos representantes de un movimiento que planteó una ruptura con el desgastado sistema político que nos heredó el “retorno a la democracia” como son María Paula Romo y Juan Sebastián Roldán, justifiquen las últimas medidas económicas echando mano del más pedestre discurso politiquero de nuestro inagotable repertorio nacional? Porque argumentar que el alza del precio de la gasolina nos acerca a la media latinoamericana o que únicamente afectará a los sectores acomodados de la clase media, implica alinearse con la trillada demagogia de las élites empresariales.

Por obra y gracia de la posmodernidad, ruptura de los 25 se transformó súbitamente en soldadura de los 40.

Este fenómeno –hay que reconocerlo– no es hechura del actual gobierno. Ni del anterior. Se inició con el colapso del viejo régimen político oligárquico y con el consecuente fracaso del sistema de partidos modernos con que Osvaldo Hurtado pretendió –con cierta dosis de fantasía– reemplazarlo. Una sociedad que fue violentamente arrastrada por la vorágine neoliberal difícilmente podía estructurar una institucionalidad política coherente. Por eso, del elitismo arbitrario pasamos al relativismo caótico.

En efecto, y a contracorriente de las expectativas ciudadanas, los diez años de correato fueron la máxima condensación de la informalidad política. Una prolífica verborrea de izquierda no fue óbice para la imposición de normativas desembozadamente fascistoides como el Código Penal, las leyes de comunicación y educación superior o el Plan Familia por citar unas pocas. Únicamente en ese contexto fue posible que un personaje con sólidos anclajes en la derecha más recalcitrante como Alexis Mera, fuera convertido en teórico de la izquierda.

El correato fue la expresión más refinada de la descomposición de la política. No solo por su conducta delictiva, sino sobre todo por su desfachatez ideológica. Solo así puede entenderse que los rezagos del correato se integren hoy a un partido fundado y dirigido por un personaje acusado de corrupción. No se trata de incoherencia política; es ética vivaracha, cinismo de viejo cuño.

Francis Fukuyama se ha retractado de algunos de sus postulados. Quizás porque los acontecimientos son demasiado tozudos como para empaquetarlos en ciertas teorías o quizás para escapar de las aberraciones del fatalismo teórico. Como el de los Estados fallidos con que algunos suelen etiquetar a las sociedades latinoamericanas.

El problema es que las élites políticas y económicas de nuestros países siguen haciendo méritos para hacernos acreedores a esos membretes. Basta analizar el último recambio vicepresidencial para concluir que la informalidad es la norma. ¿Qué tiene que ver Otto con las alternativas que nos vendió Alianza País para llegar al gobierno en 2007?

Desde los movimientos sociales se le insistió a Moreno que, a propósito del recambio, intentara romper con el relativismo ideológico que únicamente revuelve el río. Y que da de comer a pescadores inescrupulosos. Se le pidió que apostara por una democracia menos informal, que le hiciera el quite al sino perverso de nuestra política. Pero cedió al oráculo socialcristiano.

En medio de tamaña ofuscación, la izquierda tiene que diseccionar implacablemente a Fukuyama para convencerse de que la historia no tiene final.

*Master en Desarrollo Local. Director de la Fundación Donum – Cuenca. Ex dirigente de Alfaro Vive Carajo. 

 

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