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Las políticas públicas más frecuentemente mencionadas en los mayores fórums políticos y mediáticos son aquellas que, en lugar de bajar el nivel de la riqueza y de las rentas de los que están arriba, quieren limitarse a subirlas a los que están muy abajo, los pobres, es decir, mejorar el nivel de vida de la población en situación de pobreza, ofreciéndoles lo que llaman igualdad de oportunidades para poder escalar en la escala social. Son las mismas políticas públicas que utilizaron aquellos (desde la democracia cristiana hasta los partidos liberales, incluyendo los socioliberales que han dominado la socialdemocracia europea durante estos últimos años) que, abandonando el concepto y estrategia de la redistribución, se concentraron en las medidas de mejora de oportunidades para los pobres. El remedio era y es ofrecer educación y más educación a los hijos de la clase trabajadora en pobreza o en riesgo de pobreza, para que asciendan en la escala social.
Una nueva versión de esta estrategia es aquella que enfatiza la necesidad de adecuar la formación y educación de los trabajadores a las necesidades del sistema productivo. Las limitaciones de la estrategia de ofrecer igualdad de oportunidades –que son necesarias pero dramáticamente insuficientes- aparecen claramente cuando se analiza lo que ha ocurrido en estos últimos treinta años. El nivel educativo de las poblaciones ha crecido notablemente en todos los países de la Unión Europea de los Quince (UE-15), y las desigualdades, sin embargo, no han descendido. Todo lo contrario, han ido aumentando, lo cual era de esperar, pues la estrategia de la igualdad de oportunidades no toca las raíces del crecimiento de las desigualdades.
¿La globalización y la revolución tecnológica como causa del aumento de las desigualdades?
En otros casos, las desigualdades se han atribuido al empobrecimiento de la mayoría de la población, consecuencia de la introducción de nuevas tecnologías que sustituyen al trabajador, creando gran desempleo. Esta explicación, sin embargo, ignora que de la misma manera que se destruye empleo, también puede producirse empleo. Si se destruye empleo en algunos sectores económicos, se puede producir en otros. Si, por ejemplo, tuviéramos el mismo porcentaje de población adulta que trabaja en los servicios públicos del Estado del Bienestar (como sanidad, educación, escuelas de infancia, servicios domiciliarios, entre otros) que tiene Suecia, en España tendríamos seis millones de nuevos puestos de trabajo, eliminando el desempleo. El que no se creen es porque no hay voluntad política para hacerlo. Solo con un tercio de los 44.000 millones de euros del fraude fiscal llevado a cabo en España por la banca, las grandes fortunas y las grandes empresas que facturan más de 150 millones de euros al año (0,12% de todas las empresas), se podrían financiar esos puestos de trabajo.
Otro argumento para explicar el crecimiento de las desigualdades es el de la globalización y la exportación de puestos de trabajo, destruyéndose empleo y creándose pobreza en el país exportador de puestos de trabajo. Pero este argumento ignora, de nuevo, que las normas que rigen dicha globalización son escritas por aquellos que se benefician de ella. No es la globalización en sí, sino la manera como se hace (de nuevo, una decisión política), lo que lleva a esta situación. Los Tratados del mal llamado “Libre Comercio” (Tratado de Libre Comercio de América del Norte “TLCAN”, Organización Mundial del Comercio “OMC” y otros) son escritos por los portavoces del mundo empresarial, no del mundo del trabajo. No es inevitable que la globalización lleve a las desigualdades. Los países escandinavos son países pequeños cuyas economías están entre las más globalizadas del mundo. Y, en cambio, sus salarios son de los más elevados de la UE-15, y sus Estados del Bienestar están entre los más desarrollados.
El necesario pero también insuficiente incremento de las rentas del trabajo
Una medida eficaz para reducir las desigualdades es incrementar el nivel de vida de las clases trabajadoras mediante el aumento de los salarios y la expansión del Estado del Bienestar, medidas conducentes a aumentar las rentas del trabajo. Estas medidas fueron las tradicionalmente identificadas con la socialdemocracia, abandonadas por la Tercera Vía, que eliminó políticas públicas redistributivas de sus programas electorales, adoptando las propuestas de la igualdad de oportunidades. Estas medidas de aumentar las rentas del trabajo de la mayoría de la población son muy necesarias y pueden reducir las desigualdades. Pero su capacidad de reducir las desigualdades se verá condicionada por las intervenciones, no solo sobre el mundo salarial, sino también sobre las rentas del capital, el punto clave y menos discutido en las estrategias sobre cómo reducir las desigualdades. De ahí que el libro reciente de Thomas Piketty fuera de gran interés, pues muestra el incremento del capital como la primera causa del crecimiento de las desigualdades (ver la crítica de este libro en www.vnavarro.org, “El porqué de las desigualdades: una crítica del libro de Thomas Piketty Capital in the Twenty-First Century”, Público, 15.05.14). No pueden reducirse las desigualdades sin redistribuir recursos del 10% (y muy en especial del 1%) más rico de la población al 90% restante. Debido al enorme poder de este 10%, esta redistribución no está ocurriendo.
En realidad, la redistribución que ha ocurrido en los últimos treinta años ha sido del 90% al 10%, redistribución que ha alcanzado una situación sin precedentes. En España, las rentas del capital son mayores que las rentas del trabajo. Es lo que se llamaba “lucha de clases”, que la minoría gana diariamente contra la mayoría. En este sentido, lo que vemos es que el empobrecimiento relativo de las clases populares (clases trabajadoras y clases medias de rentas medias y bajas) se basa en el enriquecimiento del 1% y de sus aliados del 9%. (ver mi artículo “La explotación social como principal causa del crecimiento de las desigualdades”, Público. 01.05.14). Hoy existen las bases para establecer una amplia alianza de sectores sociales en defensa de sus intereses frente a una minoría enormemente poderosa, política y mediáticamente, que está corrompiendo los sistemas democráticos hoy existentes. El enorme descrédito y deslegitimación de las instituciones políticas y mediáticas se debe precisamente a este maridaje del capital con tales instituciones. Así de claro.