26 de abril 2016
La memoria está viva en nuestro tiempo. Al contrario de lo que podría pensarse, la historia de nuestras sociedades no constituye un cúmulo de recuerdos – muchas veces amargos – dormidos en los bienes culturales. El pasado como cimiento de la historia que construimos hoy, es un principio activo de conocimientos y esperanzas para las nuevas generaciones.
Tal es el caso de lo ocurrido en Argentina el pasado 24 de marzo, cuando se conmemoró el Día Nacional de la Memoria por la Verdad y la Justicia. Tras 40 años del golpe militar que devino en la dictadura de Jorge Rafael Videla, el pueblo argentino volvió a movilizarse con un grito multitudinario demandando reparación para los miles de secuestrados, torturados, desaparecidos, asesinados, y recién nacidos robados por este régimen genocida.
Decía Eduardo Galeano que “toda memoria es subversiva” y es cierto, porque contradice la verdad oficial de los victimarios, que busca configurar la historia desde el olvido para legitimar su dominación política.
Está claro que la historia no es sólo la acumulación de relatos cronológicos y puramente académicos, estáticos; es un proceso social y colectivo, que como decía Walter Bénjamin “no significa conocer lo que verdaderamente ha sido, significa adueñarse de un recuerdo tal como éste relampaguea en un instante de peligro”; es decir, entender el pasado que se dinamiza en el recuerdo de la experiencia, en los testimonios que la re-significan constantemente, en la mirada subjetiva de la vida cotidiana y en la cultura.
La memoria política no se construye desde el presente mirando al pasado, la relación es más bien dialéctica, y las nuevas generaciones tenemos el deber de retomar las lecciones de quienes nos antecedieron, si no queremos que el silencio y la amnesia nos ganen la lucha contra la impunidad; y para construir una sociedad distinta, libre de violencia y despojo.
Las dictaduras en Latinoamérica no fueron una casualidad, aunque en la actualidad se encuentren desprestigiadas, entre las décadas de los sesenta y ochenta, fueron un instrumento integral de la estructura económica capitalista, diseñadas para replegar la influencia comunista en el continente y sirvieron como garantía para el control de los recursos naturales y el acatamiento de los pueblos al nuevo orden económico neoliberal, que no hubiese sido posible sin el permanente ejercicio de la violencia, capaz de reestructurar naciones, mercados y costumbres.
Es por eso que los crímenes de lesa humanidad en Argentina, Chile, Uruguay, Paraguay, El Salvador, Nicaragua y Ecuador no son pasado, son una realidad que aún nos atraviesa y que demanda respuestas de los Estados y la sociedad civil. En nuestro país, seguimos exigiendo investigación y sanción para los responsables de las 456 víctimas de violaciones de derechos humanos que recoge el Informe de la Comisión de la Verdad (2010), ocurridas en el periodo 1984-2008.
La historia es plural y siempre sujeta a discusión, así como las ideas, creencias y sentimientos enraizados en la cultura. Movilizar la memoria es un recurso de la sociedad para la búsqueda de justicia, cuando los gobiernos bajo cualquier ideología –sean de origen militar o civil- vulneran derechos fundamentales; porque ninguna sociedad puede avanzar hacia su construcción democrática si corre con anteojeras hacia el futuro y si no asume con valentía la reparación moral de su propia historia.